Recomiendo:
0

Noel Nicola, el fundador de la nueva era de la trova cubana

El primer trovador que se va

Fuentes: Insurgente

Cuando un amigo se va y pertenece a la misma generación asistente a su funeral, además de la tristeza sincera de la pérdida, les deja el aviso de que todos están en la lista de la infatigable señora de la hoz sin martillo, más vigilante a partir de que se arriba a los sesenta años. […]

Cuando un amigo se va y pertenece a la misma generación asistente a su funeral, además de la tristeza sincera de la pérdida, les deja el aviso de que todos están en la lista de la infatigable señora de la hoz sin martillo, más vigilante a partir de que se arriba a los sesenta años.

El gong le tocó la muerte por cáncer al trovador Noel Nicola, quien junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés inauguró oficialmente la nueva era de la trova cubana en aquel concierto en la Casa de las Américas, allá por la lejana fecha del 18 de febrero del 1968, bajo el materno auspicio de Haydée Santamaría. Aquella mujer de sensibilidad libre de esquematismo, perteneciente a la tropa fundadora del Movimiento 26 de Julio.

Ya Pablo pasó en dos años los sesenta, Silvio los cumplirá en el 2006. Cercanos a esa raya están también Vicente Feliú, Augusto Blanca, Lázaro García y otros. Porque aunque los ritos de la papelería recogen y retiran, según las prédicas organizativas y la esquiva memoria, los nombres de los fundadores son ésos; los que mostraron que la Nueva Trova fue un batir de alas espontáneo en distintos puntos del archipiélago caribeño.

Disímiles han sido las veredas artísticas tomadas por aquellos muchachones con guitarras, quienes espantaron a algunos en los principios. Revisando ahora las letras cuestionadas, se comprende que aquellos asustadizos más pecaron de miopía cultural que de políticos cuidadores del orden social. La mayoría de los fundadores continúan amando a su tierra con los naturales prismas de cada mirada, que por alguna razón se nace con ojos propios.

Desde los inicios, sus procedencias y personalidades eran muy disímiles. El sueño común fue la cadena de olivo que los unió. Disímiles también las circunstancias que los besaron o traquetearon al paso del tiempo.

En cada ocasión que Silvio y Pablo colocan un pie fuera de Cuba, los periodistas arremeten con preguntas sobre la realidad en la isla y el visible río nunca mar, separador entre ambos cantautores.

La maestra vida es de anjá. Y si el tonal de Silvio lo llevó a puerto seguro y merecido en la década angustiosa de los noventa; al mulato de la voz poderosa y tierna, lo hizo tragar buches de aloe. ¿Qué ocurrió con aquella Fundación Pablo Milanés que acunara a mediados de los 90? En blanco y negro, con todas las de la ley, aclarando responsabilidades, no se ha expuesto con la claridad necesaria. Cualquier cubano de a pie conoce que a Pablo con su voz y canciones le bastaba para hacer dinero y no complicarse la existencia. Se suponía que aquella fundación era la posibilidad de abrir puertas a una generación de artistas y creadores, ahogados por la realidad financiera del país, para que no marcharan en la lógica búsqueda de futuro. Ya desde los ochenta, el autor de Yolanda había sacado del anonimato a los viejitos en un disco evocador, después hechos famosos en el Buenavista Social Club, gracias a los engranajes del mercado. Y también, bajo el estricto compromiso del silencio, había provisto de los primeros equipos de sonido para C.D. a algunas emisoras habaneras. Como en la narración budista de la serpiente que sólo sabe morder, puede ser que en aquel triste experimento Pablo tendió su mano y serpientes disfrazadas lo mordieron.

Sea como sea, antes, ahora y después, Silvio y Pablo son nombres unidos en la cultura latinoamericana.

Quienes se atreven a pedirles cuentas porque dejaron sus camisas sencillas y vuelan ahora en coches rápidos, olvidan el cambio de eras. Manuel Corona no volvería a morir tuberculoso en un cuartucho a finales de los cuarenta. Un buscador de talentos extranjero lo descubrió y, por sus melodías inolvidables, por lo menos, le pagó para un cuartito mejor y el café con leche mañanero, mientras la salud en Cuba le sería gratuita.

Ahora los cantautores veinteañeros acompañan la bohemia de las descargas de puro goce con la mirada situada en la grabación clandestina de un CD, con un buen acompañamiento sonoro.

Otros exigen, a este par de consagrados, la salida de obras con la impronta del día a día isleño.

Estar en los sesenta es una carga pesada para cualquier hombre y más cuando hay una historia por dejar.

Quienes alcanzan los días de gloria temen, aunque declaren lo contrario, descender en el horizonte; en descubrir detrás de las sonrisas de los más jóvenes esa crítica embozada, la peor. Silvio atizó el fuego de la fama con su «Cita con Angeles», poético alegato contra los espíritus malignos, actuales regidores del destino de la Humanidad. De Pablo se sabe que compone.

Además, ambos están entregados al amor, el de hueso y carne bien moldeada. Silvio tiene ahora un hijo pequeño y Pablo goza de un nuevo nombre de mujer. Es justo ese apasionamiento. Pregúntenle al viejo Goethe. Saben que a pesar de las hierbas de los chamanes y los gritos de los grandes emporios farmacéuticos, llegará el día fatal en que solo puedan levantar la guitarra.

Noel Nicola, el primero en descender al Hades, dejó en un disco impreso en el 2001, una pieza titulada «Todavía puedo», que es, tal vez, un grito de alerta a sus contemporáneos. Noel, nacido en un hogar de príncipes de la guitarra, jamás usó su señorío para trepar los escalones del éxito.Vale la pena conocer estos versos sencillos de quien fue un apasionante lector de Martí y Vallejo, creación esta apenas difundida:

«Todavía puedo sentirme compañero, el perseguido y el perseguidor, siempre que el perseguido lo diga y el perseguidor no se crea un Dios. Todavía puedo resultar útil en la batalla por la verdad, siempre que la verdad no se adorne y no se crea la única verdad. Todavía puedo hasta desnudarme delante de quien quiera mirar siempre que la mirada no sea de las que no quieren ver más allá. Todavía puedo sentirme puro, la pureza no me viene mal mientras no esconda lo sucio que tengo puedo lavarme y y volverme a ensuciar. Todavía puedo tener fe en el futuro, ya que el futuro está por llegar el hombre no sobrevive a sus sueños, no ve tan siquiera ni la mitad. Yo me sé el cuento de que un día cualquiera, la soga del tiempo me va a amarrar. Pero mientras me quede un segundo, todavía puedo besar y matar.»

*Ilse Bulit. Periodista cubana de larga ejecutoria en los principales medios de Cuba. Quedó invidente en 1992 y se mantiene ejerciendo en la radio habanera