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El principal error del liberalismo

Fuentes: Rebelión

En el presente artículo pretendo realizar una crítica al liberalismo en su más profunda esencia, es decir, su propia concepción de la libertad. Esto pues, hasta el momento sus principales rivales han enfocado sus críticas a simples reacciones en su contra, lo que significa que a pesar de propugnar lo contrario que su antagonista, continúan actuando dentro del mismo cuerpo teórico liberal, lo cual ocurre incluso dentro del pensamiento marxista. Estos se centran en objetar principios liberales buscando con ello el desarrollo de aspectos desatendidos por este, pero siguen concibiendo lo político en términos estatales como marco de reflexión.

Hasta el momento, las críticas al liberalismo se han limitado a respuestas frente a sus propuestas, por lo tanto, una verdadera crítica al liberalismo debe estar dirigida no contra sus propuestas políticas y sociales, sino contra su misma realidad ideológica, filosófica y política.

Es por esto por lo que mi crítica apunta directamente a su cuerpo teórico, lo cual me lleva a afirmar que el liberalismo es irreal, y es irreal porque su planteamiento teórico-filosófico es ilógico.

Bien, para ir comenzando, debo hacer unas cuantas especificaciones. En primer lugar, por liberales englobo tanto a los “clásicos” del siglo XVIII y XIX y sus seguidores del siglo XX y XXI, incluyendo aquí tanto a los liberales pertenecientes a los partidos tradiciones de centro izquierda y centro derecha, como también al anarcocapitalismo y sus respectivas variantes. En segundo lugar, ignoraré a propósito las diferencias internas entre estas corrientes liberales y solo me ceñiré a la principal que es la que tiene que ver con el objetivo de este artículo, el Estado.

¿En qué consiste el cuerpo teórico del liberalismo? ¿Cómo se compone?

Partamos por lo principal, la Libertad. ¿Qué es la libertad según los liberales? A pesar de sus diferencias internas esta se define como la capacidad de ejercitar derechos humanos de cualquier manera que una persona decida, siempre que no interfiera con el ejercicio de los derechos de otros (Ron Paul, Liberty Defined: 50 Essential Issues that Affect Our Freedom,), esta definición aplica tanto al pensamiento, al lenguaje y al acto, es decir esta libertad implica que toda persona es capaz de pensar, decir y actuar siempre y cuando no interfiera en los derechos -o específicamente, la libertad- de otros.

En sí, esta concepción de la libertad se sustenta en tres pilares, a) su concepción del individuo, b) su concepción del Estado, c) su concepción de democracia.

El individuo en el liberalismo

El liberalismo para sostener esta definición de libertad debe asumir directa o indirectamente que ante todo existen individuos, por sobre cualquier concepción colectiva social o política, el individuo es lo único realmente existente. De esta necesidad se comprende que se aboquen al individualismo epistemológico, según la cual, el todo es igual a la suma de las partes, donde, el todo es la sociedad, y las partes son los individuos. Así, siempre según el individualismo categorías como las clases sociales, los sexos, las etnias y las naciones serían subjetivas y por ende ajenas a cualquier conocimiento empírico, pues ante todo lo existente son los individuos.

El problema con el individualismo es que es que se posiciona en una orilla contradictoria que no es capaz de resolver. No hay problema alguno en reconocer que existen individuos, pero con reconocer lo primero, no se da una refutación a la existencia de los colectivos. El decir que “solo existen individuos” no es razón suficiente que demuestre que no existen estructuras superiores.

El holismo (resumido por Aristóteles como “El todo es más que la suma de las partes”) es su principal opuesto en metafísica y epistemología, y en la actualidad es considerado una verdad de Perogrullo llevando al individualismo al absurdo.

Pero entonces, ¿por qué el individualismo es un absurdo?

Partamos de lo más básico, si el todo es igual a la suma de las partes, ¿qué es un pastel? La respuesta coherente con este principio sería que el pastel solo es la suma de harina, mantequilla, huevos, azúcar, polvo de hornear y algún otro ingrediente que dé sabor, ¿esto tiene sentido? Claramente no. El pastel es más que solo la suma de sus ingredientes. Y del mismo modo, las personas no son solo la suma de oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio, entre otros elementos.

Podemos plantearlo de otra manera al decir que solo existen individuos es igual de válido que afirmar que solo existen átomos en la materia del universo, lo cual es cierto, pero incompleto. Es correcto que la materia esté formada de átomos, pero conforme estos se van uniendo nuevas propiedades van emergiendo, propiedades que antes no existían y que no se pueden entender solo sumando 2, 3 o 100^1000 trillones de átomos. El agua es H2O, esto es, dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, ¿esto significa que los océanos se entienden solo por la suma de muchos átomos de hidrógeno y oxígeno? No, ya que es menester entender a los océanos como un sistema, ¿podemos de igual forma entender una revolución social solo a partir de la suma de individuos? Tampoco, incluso hay ramas de la psicología y la sociología que se encargan de indagar hasta qué punto una turba, marcha o grupo tiene un comportamiento coyuntural que no puede ser explicado solo porque sus 100 adherentes tenían tal o cual comportamiento. De hecho, se tiene evidencia empírica que en el seno de una masa una persona intensifica o reprime ciertos comportamientos que por sí solo no expresaría, así por ejemplo, si un hombre tiene 100 de ira, en grupo ese nivel puede aumentar a 120.

En ciencias el individualismo epistemológico no es aplicado prácticamente por ninguna corriente (con excepciones). En medicina no se puede entender el comportamiento de una célula solo estudiando sus partes; para qué decir en física (que tenemos un enorme GAP entre el comportamiento cuántico y las leyes universales); en sociología a pesar de lo postulado por algunas corrientes la evidencia ha demostrado la importancia del sexo, la etnia y el estrato social (o mejor dicho, la clase social) entre otras categorías para explicar el comportamiento y las preferencias expuestas en un sondeo de opinión; la psicología que en su nacimiento concebía a la mente humana como algo tan individual prontamente convergió hacia corrientes holistas como la Gestalt o cognitiva; la historia hace mucho dejó de lado la idea que solo los individuos mueven los hilos del devenir y ha pasado a concebir las estructuras de larga duración; y en economía solo los neoclásicos y los llamados neoliberales conciben el individualismo en sus postulados, empero los mismos están llenos de vacíos y axiomas que operan bajo la praxeología, tautología y el dogmatismo.

Y esto mismo ocurre en la política del día a día. No estamos en un mundo en el que cada uno vive en su aldea y por medio de un contubernio nos aunamos para sumar, al contrario, somos todos la sociedad política, vivimos en ella, aprendemos de ella, y la representamos a través de nuestro propio comportamiento.

Tampoco podemos concebir que solo haya individuos, no podemos entender el <<Yo>> sin el <<Tú, Él/Ella>>, ni estos sin el <<Nosotros>>, <<Vosotros>>, <<Ellos>>. No existe una separación real entre lo particular y general, y del mismo modo que somos una especie antes de personas, también somos familias, barrios, ciudades, clases, etnias, Etcétera. Es decir, una persona es su sociedad y la sociedad es la persona. No es posible entender la libertad de modo individual porque el individuo, en sí, no puede existir sin la sociedad.

El estado en el liberalismo

Aquí es preciso diferenciar entre el liberalismo clásico y pragmático que a través del siglo XIX asumió el centro político, y el anarcocapitalismo con sus diferentes variantes. La principal diferencia es que el primero acepta la existencia del Estado, aunque controlado, el segundo no.

En palabras de Jesús Huerta de Soto,

Esta intoxicación intervencionista en el contenido doctrinal del liberalismo decimonónico fue fatal en la evolución política del liberalismo contemporáneo: uno tras otro los diferentes partidos políticos liberales caen víctimas del “pragmatismo”, y en aras de mantener el poder a corto plazo consensúan políticas de compromiso que traicionan sus principios esenciales confundiendo al electorado y facilitando en última instancia el triunfo político del socialismo. Así, el partido liberal inglés termina desapareciendo en Inglaterra engullido por el partido laborista, y algo muy parecido sucede en el resto de Europa. La confusión a nivel político y doctrinal es tan grande que en muchas ocasiones los intervencionistas más conspicuos como John Maynard Keynes, terminan apropiándose del término “liberalismo” que, al menos en Inglaterra, Estados Unidos y, en general, en el mundo anglosajón pasa a utilizarse para denominar la socialdemocracia intervencionista impulsora del Estado del Bienestar, viéndose obligados los verdaderos liberales a buscarse otro término definitorio (“classical liberals”, “conservative libertarians” o, simplemente, “libertarians”). Jesus Huerta de Soto, Liberalismo.

Esta bifurcación en el liberalismo ya lo he tratado en otros artículos y tiene que ver con el desplante y devenir ideológico y político acaecido entre 1848 y 1914, mas sin embargo, si vamos al meollo del asunto, mientras unos asumen que el Estado debe de estar controlado y extremadamente limitado, otros derechamente lo condenan a la extinción.

¿Cuáles son los problemas con esta postura? Aboquémonos a los liberales estatistas.

Su concepción del Estado entra con 4 contradicciones insuperables:

  • La neutralidad del Estado
  • El antiperfeccionismo
  • El procedimentalismo
  • El Instrumentalismo político

El liberalismo sostiene la necesidad de un Estado Neutral frente a los diferentes temas, respecto a esto, es posible afirmar que el Estado puede ser neutral con respecto a lo no-político. El Estado podrá ser neutral respecto a temas que le sean ajenos a sus fines y en la medida en que lo sean. Esta neutralidad es verdadera si se entiende como la no gestión por parte del Estado en relación a lo no-político, pero no es real si se entiende como neutralidad lo político respecto de lo no-político, pensar lo contrario significa no asumir ni ser consciente de cómo la configuración de lo político afecta nuestro diario vivir, y por supuesto, nuestro modo de vivir lo privado.

El liberalismo adolece de esta falta de conciencia. En este sentido, en un Estado neutral respecto a la religión, el contenido de los diferentes credos no quedará afectado ni alterado, y cada creyente podrá vivir su religión como una religión más. Empero, si el Estado se declara neutral frente al matrimonio, la disolubilidad o indisolubilidad del mismo será vivido como una preferencia individual al punto que alguien que rechace el divorcio, si su cónyuge decide divorciarse, no podrá evitar encontrarse socialmente divorciado, es decir que su estado civil sea el de divorciado. En consecuencia, pensar en un Estado que no afecte nuestro modo de vida privada (lo no-político) significa sencillamente ser inconscientes de lo que estamos haciendo.

La idea liberal de un Estado neutral debe ir siempre acompañada de una concepción sistémica de lo social, donde, este Estado es concebido en medio de una realidad social constituida por un conjunto de diversas esferas autónomas dotadas de lógica inmanente. La política entonces adquiere el carácter de una técnica cuyo fin es la construcción de un Estado que permita el despliegue de estos procesos autónomos. Hayek concebía el orden social como el resultado espontáneo de anónimos procesos colectivos que no responden la intención consciente de nadie en particular. Entonces, la función del poder es reducir al máximo la coerción presente en una sociedad.

El liberalismo pretende liberal al individuo del intervencionismo del Estado a través de la construcción de un Estado liberal para acto seguido, dejar al individuo sometido a un conjunto de necesidades lógicas, consustanciales e inherentes. La propuesta acaba vacía de todo contenido ya que, perseguir que el hombre sea autónomo respecto de la sociedad significa conducir a la sociedad a ser autónoma del hombre.

El Anti-perfeccionismo moral es otro rasgo característico del liberalismo.

Si el Estado es neutral, no se puede proponer perfeccionar al hombre, lo que en términos simples, es una pretensión imposible.

Para el liberalismo pareciera ser que la perfección del hombre como proceso, no es algo absoluto que tenga solo un contexto para su realización. Este proceso se da en diferentes ámbitos y dimensiones, en el seno de diferentes contextos o comunidades.

Partamos del siguiente hecho: solo sabemos lo que es bueno para una persona cuando sabemos que es bueno para su comunidad, del mismo modo que solo en la iglesia o familia, sabremos que es bueno para cada persona en cuanto a creyente, padre o hijo; por ende, solo en el Estado podemos saber qué es bueno para un individuo en cuanto a ciudadano.

El Estado liberal crea una sociedad liberal que tiene como ethos una particular jerarquización de cualidades humanas, y, dentro de las primeras está la tolerancia. En este punto el Estado liberal no plantea ninguna excepción, el ethos liberal en el cual el hombre adquiere una identidad particular, donde, el papel estatal no es en absoluto indiferente sino claramente perfeccionista. La diferencia por ende, entre el Estado liberal y otras formas de Estado solo es el tipo de identidad que se busca implantar en el individuo (un ciudadano capaz de elegir individual y autónomamente, cual elector o consumidor de un supermercado). El Estado liberal se enfoca en hacer del ciudadano un buen liberal.

Es debido a lo anterior que se dan dos procesos continuos en este orden liberal. En primer lugar, este orden permite diversas concepciones del bien mas no permite que la relación entre el individuo y lo que concibe como bueno sea de cualquier índole, solo es contingente no constitutiva, ninguna relación puede volverse sobre el individuo y constituirlo condicionando su autonomía. Debido a esto el orden liberal tiende a liberalizar todo ethos que el individuo pudiera formar, así, bajo cualquier conflicto moral el liberalismo responde con la apertura de un nuevo campo de elección permitiendo que se impongan las preferencias individuales.

Por otra parte, el Estado liberal se entiende como anti-perfeccionista en tanto las identidades que se adquieren en el seno de otras formas sociales, un rasgo compartido por otras formas de Estado, así, por ejemplo un Estado confesional no solo busca perfeccionar a sus ciudadanos en cuanto católicos, esto pues además que un buen católico no necesita un Estado confesional, el mismo Estado exigirá al católico más exigencias que dimanan de su religión.  El Estado liberal le pide a su ciudadano que viva lo privado en conformidad con la configuración de la esfera pública establecida.

Debido a los dos procesos anteriores, se desprende otro conflicto. Si el Estado liberal separa lo público (como acuerdos contractuales sobre medios no perfeccionista) de lo privado (lo moral), entonces la moral se vuelve subjetiva pues la racionalidad se encuentra en la esfera pública como elemento sine qua non para tales acuerdos. Pero ¿puede la moral ser solo privada? No, pues toda moral, para serlo, ha de expresarse en reglas válidas y justificables intersubjetivamente, no puede tener de sustento algo individual, sentimental y emocional, por ende cualquier moral es pública -o dicho de otro modo, una moral puede ser privada, pero la moral es pública-.

Hablar de moral necesariamente nos lleva a concebirla como objetiva, lo que nos lleva al abandono de la idea individualista del hombre y al reconocimiento de la primacía de la comunidad sobre el individuo. Aquí no estoy reduciendo el debate de la moral subjetiva versus moral objetiva, estoy diciendo que, incluso cuando consideramos que esta es subjetiva, no puede depender solo de una persona, sino que de la comunidad en su conjunto, y es allí donde adquiere su carácter objetivo. En nuestras sociedades no es posible hablar de la moral como una propiedad privada, si no existe un bien común identificable y solo una variedad de bienes la elección de unos y no de otros solo puede apoyarse en meras apreciaciones subjetivas, de tal modo, si el liberalismo no tuviera en mente ninguna forma moral perfeccionista, no sería posible que el sistema mismo estuviese compuesto por reglas justificadas y compartidas.

El hombre es un ser moral no solo por ser racional (como dicen los liberales), sino por ser además un ser social. Así, la moral pública no consiste en absoluto en una suma de morales privadas “consensuadas”, la moral es “otra moral” configurada según el ámbito público específico.

El Procedimentalismo es la presentación del liberalismo para superar su ruda versión utilitarista mediante un planteamiento deontológico, en el que los derechos son justificados independiente de la maximización de los bienes o fines. Esta concepción igualmente es irreal, así, si algo es bueno para la sociedad solo puede medirse de acuerdo con el bien al que nuestras decisiones han de acercarnos actualizándolo. No es posible entonces un razonamiento puramente procedimental que mida la racionalidad de nuestras decisiones solo por el modo o procedimiento por el que han sido tomadas.

En cualquier ámbito de la vida humana todo procedimiento de elección está elaborado en función de las cualidades que se desea obtener en lo elegido o seleccionado. La concepción procedimentalista se basa en un determinado concepto del bien, y ese bien es la autonomía del sujeto individual, presentándose así como la única forma racional de ordenar una sociedad pluralista. Sin embargo, pensar en una sociedad pluralista que pueda alcanzar un acuerdo procedimental es suponer que todos los miembros de esta sociedad ya son liberales in pectore.

John Rawls con su Posición Original buscaba argumentar que los principios como la libertad serían la manifestación en una sociedad democrática sustentada en la cooperación libre y justa entre los ciudadanos. Resulta menester y pertinente preguntar qué razón o motivo puedo tener para aceptar un método racional-intersubjetivo para resolver los conflictos de intereses, es decir, los fracasos de la cooperación recíproca. Es necesario proveer al hombre de una razón para, por encima de todo interés propio, adherirse a una racionalidad imparcial. Si esta razón fuera el propio interés caeríamos nuevamente en el utilitarismo, tampoco puede serlo el interés ajeno, pues habría que explicar por qué debería de importarnos el interés de los demás. Aun así, si el razonamiento de la Posición Original pudiera ser procedimental, en ningún caso podría serlo el razonamiento que nos llevara a aceptar ese sistema como apropiado para resolver cuestiones vinculadas a la justicia.

Ya sea en el diario vivir, como el orden social o incluso la guerra no es posible limitar racionalmente la persecución y defensa del bien propio mediante el respeto de unas reglas que representan la defensa del bien ajeno. Esas reglas solo pueden ser aquellas que representan el bien común, que trascienda a bienes particulares y ajenos, y será el bien común el motivo que nos lleve a adherirnos a ese conjunto de reglas. Además, la conciencia de ese bien común supone directamente un amor a la comunidad, por tanto para ser liberal hay que ser patriota.

Una teoría que no conciba ni reconozca estas cuestiones y que se autodenomine puramente procedimentalista, se incapacita para hacerse cargo de fenómenos tan reales como el patriotismo, los cuales, no versan en el procedimentalismo sino sobre la determinación del nosotros político, un nosotros que no puede ser limitado por principios universales procedimentalistas.

Este liberalismo ha podido sostenerse porque -más allá de leyes formales universales- contaba con instituciones que proveían a la sociedad de fines y valores sustantivos que el liberalismo no ha creado y que solo ha mancillado con el pasar del tiempo. Ergo, si el liberalismo ha podido sostenerse es porque ha contado con un capital moral acumulado aportado por instituciones no liberales. Una de las principales consecuencias práctica de todo esto, es que el formalismo de los principios de justicia termina provocando que la utilidad común sea lo que decida su interpretación y aplicación, cayendo así en el utilitarismo.

Una de las consecuencias más evidentes de la comprensión liberal de la realidad política ha sido la juridificación del lenguaje político. Así, por medio los recursos de un lenguaje de derechos se pretende dar la razón de los problemas políticos y solucionarlos suponiendo que, no están en juego fines colectivos sino solo derechos en conflicto. Plantearse lo político como la cuestión sobre qué hay que dar a cada individuo para que cada uno realice su particular plan de vida y no como un problema relacionado a fines comunes y una vida colectiva se debe a la adopción de una perspectiva liberal. El uso sistemático de este lenguaje supone pensar en nuestras controversias como individuales y que no afectan la configuración pública de nuestra sociedad, lo cual es un error, ya que a través de la ampliación de derechos, medidas y normativas se modifica en el acto la identidad colectiva pública. Este juridicismo produce una expansión sin límites del poder judicial y nos lleva a una Constitucionalización de la política: ante cada problema presente en la sociedad, se apela a la Constitución y la solución es una pretendida deducción a partir de la lectura del texto Constitucional, esta solución al estar en la misma Constitución, va más allá de todo debate político, y como resultado tenemos un creciente incremento de los derechos individuales en detrimento de un pueblo que es cada vez menos libre como cuerpo político decisor.

Cuando los derechos son tratados independientes caemos solo en el formalismo.

Todo lo que hemos revisado hasta este punto convergen en el Instrumentalismo político en el liberalismo.

Al tomar al individuo como punto de partida, definiéndolo de manera universal y abstracta, dotándole de autonomía y derechos previos a todo orden político, reduce al Estado a una estructura meramente instrumental, esto es, al servicio de esta autonomía y derechos naturales. Al Estado no le queda más que garantizar estos derechos sin asumir ninguna función constitutiva.

El liberalismo tiende a pensar en la sociedad como un sistema cooperativo y de intercambio, cuyo mantenimiento y fluidez debe custodiar al Estado, no parece entender que ese sistema depende de la previa configuración de un modo de vivir común, la cual es una tarea esencialmente política. Todos los bienes objeto de esta cooperación no vienen definidos a priori, sino que su determinación depende de la forma en que se haya dado públicamente a nuestro convivir. Esto es lo que ocurre con la libertad, el liberalismo piensa que esta es algo dado y existente y que, en consecuencia, el Estado sobreviene después quedándole solo en su competencia limitar esa libertad en la medida que pueda colisionar con otra, lo político es entonces solo instrumento de coerción y control. Pero en realidad lo político en primer lugar configura el contenido mismo de esa libertad.

Si tomamos la libertad como algo natural y dado, es posible entender cuando la libertad de uno atenta la libertad de otro, pero lo que no es posible es saber qué tipo de limitación se debe establecer para evitar ese choque de libertades. Por ejemplo, desde un punto de vista individual es importante coger el transporte para regresar a casa después del trabajo, pero también lo es realizar una gestión importante sin perder el tiempo buscando un sitio donde aparcar, de este modo, si consideramos lícito prohibir aparcar en ciertas zonas o en doble fila, no es solo porque deseemos evitar la colisión de dos libertades, sino que además en función de la valoración colectiva y social, se ha dado forma a la libertad que es aparcar solo en primera fila; si por el contrario permitimos que un médico aparque en doble fila no es porque su libertad no impida la libertad de otros, más bien porque como sociedad preferimos una sociedad donde se pueda proporcionar atención médica de urgencia a una en la que el aparcar el coche según la normativa no admita excepción.

En realidad, los fines que nos proponemos, así como los derechos que poseemos, no se encuentran dados a priori. Los fines y derechos que poseemos no se justifican de un modo individual, sino que son posibles en tanto son socialmente posibles, y por supuesto, un Estado meramente instrumental no lo asegura.

La democracia en el liberalismo

Llegados a este punto es redundante profundizar sobre los principales pilares filosóficos del liberalismo, los cuales aplicados en su visión política vienen a representar a una sociedad democrática como una sociedad de acuerdo entre individuos vinculados por compromisos que escogen libremente entre las diferentes opciones que tienen a disposición tal y como sucede cuando vamos al supermercado, o para el caso, como consumidores que deciden mediante el sufragio quien gobernará.

La concepción de soberanía popular termina configurándose en una visión de electores libres que depositan mediante el sufragio el poder en unas instituciones que lo representan. Esto sin embargo es incompleto, pues la sola idea de sufragio no asegura el mantenimiento de su propia sociedad liberal en tanto la misma requiere de ciudadanos que posean el poder político en igualdad de condiciones, de esto se desprende que el segundo requisito además del sufragio es la igualdad ante la ley.

Asegurando el sufragio libre y la igualdad ante la ley ya el liberalismo cumple con el 50% de su idea democrática, pero todavía falta algo, y es que hasta el momento han contribuido a documentar el proceso que permite fluir el poder entre la sociedad liberal civil y la sociedad liberal política, pero ¿qué asegurará que esta última ejerza el poder dentro de los límites respectivos y no termine actuando arbitrariamente? La arbitrariedad en política ha sido uno de los mayores temores para el liberalismo ya que la misma derruye los cimientos de su sociedad, una dictadura o un gobierno con amplios poderes centralizados están destinados a actuar en contra de la libertad misma, ¿cómo se puede impedir? La solución, desde luego, no puede ser mediante normas o simplemente confiando en la libertad como derecho inmanente (por más que el liberalismo así lo conciba), es aquí cuando la separación de poderes hace su aparición como el tercer pilar en un sistema democrático liberal.

La democracia liberal debe sustentarse en el sufragio libre y universal, la igualdad de todos ante la ley, y la separación de poderes.

El primer problema presente con esta concepción de la democracia es que es meramente formal y obvia un punto trascendental materializado en la directa relación entre la economía, la sociedad y la política, donde, la primera posee la primacía respecto al resto.

Si entendemos que la democracia liberal es una forma de gobierno en el que el poder político se encuentra en manos de los ciudadanos, la clave entonces la tenemos en los conceptos “poder” y “ciudadanos”, es cierto que poder lo hay desde el momento en que se vota, pero ¿cuánto es ese poder? Intentemos cuantificarlo. Digamos que el total es 100, ese es el poder político en una sociedad, nación o país, quien posee 100 tiene el poder absoluto, quien tiene 0 está al nivel de un esclavo, en esta sociedad viven 50 personas… ¿cuánto le corresponde a cada uno? Un liberal dirá que 2, ya que estamos en una sociedad democrática donde todos son iguales ante la ley, no obstante esto sería correcto solo y solo si, el proceso del sufragio no estuviera viciado ex post por una parte, y por otra muy relacionada, si en efecto la capacidad -poder- de cada ciudadano fuera exactamente el mismo.

Si digo que el poder de cada ciudadano no es el mismo entramos en un problema irresoluble dentro del liberalismo, ¿cómo podemos saber realmente cuál es el poder de los ciudadanos? Una medición numérica no es posible, pero la evidencia empírica es contundente al demostrar que la concentración de la riqueza genera una concentración del poder, lo que termina provocando que el sufragio se vicie. Una constante en las sociedades es que la realidad política tenga una directa relación y explicación en su realidad económica, si durante el feudalismo no era posible concebir una monarquía centralizada el principal motivo era su misma estructura económica basada en diferentes nódulos productivos y con una conexión y dependencia muy débil entre sí. Es por este motivo que, siguiendo el ejemplo anterior, no podemos asumir que cada ciudadano tenga 2 de poder, si el 10% posee 50 en total, eso significa que 45 solo poseen 1.11… Y el restante perteneciente a la élite posee 10, así, el voto de un individuo de la élite vale por 9 ciudadanos comunes y corrientes.

La conclusión anterior no es correcta en términos literales, en efecto cada voto vale exactamente lo mismo, pero esto es solo al momento de contabilizarlos, sería muy ingenuo creer que el proceso del sufragio solo se desarrolla durante el sufragio mismo, en realidad éste incluye etapas anteriores mucho más extendidas en tiempo y profundas en espacio. La propaganda electoral, los partidos políticos, el lobby, la corrupción son una de las muchas maneras que tiene la élite de hacer valer la mayor importancia de su poder político en la realidad social.

Vayamos a un elemento importantísimo y vital dentro de todo sistema liberal, los partidos políticos. Estos existen avalados por la necesidad de pluralismo político en la misma tónica que la pluralidad de opciones en el resto de ámbitos sociales, del mismo modo que un ciudadano es libre de ir al supermercado y comprar lo que desee dentro de la amplia gama de productos ofertados, también es libre de votar por el partido político que mejor represente sus intereses. Estos, además de representar el pluralismo social tienen una segunda función mucho más importante, aunque por lo mismo mucho menos conocida, funcionando como el filtro que separa a los candidatos que meritocráticamente se considera tienen la capacidad de ejercer como representantes del resto, evitando al máximo que un populista alcance el cargo de presidente o primer ministro.

La existencia de los partidos políticos opera en clara vinculación con esta idea del ciudadano como libre consumidor así, la existencia de una pluralidad de partidos siempre es vista como positiva y favorable llenando el significado de su propia libertad. En una sociedad liberal, todos los partidos se permiten, y es esta enorme diversidad la que provee al elector de libertad para tomar una decisión.

El primer problema de esta visión es que como ya he indicado, en condiciones de desigualdad la puesta en escena no permite su cumplimiento. Los partidos que se presenten al juego de la democracia liberal no poseen la misma capacidad, lo cual, se termina traduciendo en la concentración del poder entre los partidos calificados como “tradicionales”, pongamos esto en un ejemplo, digamos que en un país existen los siguientes 10 partidos:

  • Partido liberal centroderechista.
  • Partido liberal de centroizquierda.
  • Partido marxista-leninista.
  • Partido ecologista.
  • Partido LGTB.
  • Partido feminista.
  • Partido nazi.
  • Partido regionalista.
  • Partido democratacristiano.
  • Partido nacionalista.

Digamos que los primeros dos tienen a 100.000 afiliados, mientras que el restante tiene 10.000 cada uno. Ahora supongamos que en los primeros dos tienen además 30.000 afiliados (cada uno) con importantes recursos (llámese empresarios, banqueros, personas con alto poder adquisitivo) cuya renta per cápita es de US$ 100.000, mientras que en el resto de los partidos la renta no supera los US$ 5000. Imaginemos luego que cada uno de estos afiliados aporta al partido el 1% de sus ingresos, ¿cuánto recaudarán? Tanto el partido de centroderecha como el de centroizquierda recaudarán US$ 30.000.000 solo del 1% de los 30.000 afiliados de altos ingresos, el resto de los partidos tendrán un máximo de US$ 500.000, la diferencia es abismal, y eso que solo hemos considerado el aporte del 1/3 de los afiliados para el caso de los partidos de centroizquierda y centroderecha.

Esta desigualdad de ingresos viene manifestarse en temas tan importantes como la publicidad en campañas electorales, el pago a diferentes asesores y diferentes materias que sitúan a un partido en una posición más privilegiada dentro de la imagen colectiva, de allí se entiende que existe una clara y tendiente relación entre el dinero y capital de un partido y sus resultados electorales.

A lo anterior se suma el aporte público que en muchos países el Estado proporciona según el número de afiliados.

El hecho entonces es que a raíz de la existencia de los partidos políticos que por principio deben de competir en el mercado por los votos, su financiamiento es claramente desigual. Proponer que el Estado iguales la brecha va en contra de la libre competencia del liberalismo (que vendría a ser lo mismo a proponer una igualdad en la oferta de un supermercado), lo cual, solo llevaría a la desviación de fondos fuera de la ley como también ocurre en la actualidad. En un sistema que permite la pluralidad política, la clave para su orden mismo está en el privilegio de los partidos con más afiliados y -sobre todo- un nivel mayor de ingresos por afiliado.  

El resultado de este sistema es la partidocracia y, en su forma más pulida, el bipartidismo tradicional en la gran mayoría de los países con un sistema liberal instaurado -Estados Unidos, Canadá, España, Alemania, Francia, Italia, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Austria, Portugal, entre otros-. Lo que ocurre es que el elector es libre de decidir a quien votar, pero esa libertad se encuentra influenciada por un bombardeo mediático y publicitario de gran calibre, publicidad que juega el mismo efecto que el consumidor que en el supermercado solo conoce 2 marcas de jabón de las 15 disponibles (lo que obviamente, no implica calidad, pudiendo que 3 de las 8 marcas desconocidas utilicen ingredientes más sanos para la piel, por ejemplo). Si este dilema es complejo para los partidos pequeños, lo es todavía más para aquellos que se postulan como independientes a las elecciones, y es que a pesar de posibles victorias de los mismos, usualmente los candidatos independientes que obtienen alguna cuota significativa de votos son personas que provienen de partidos tradicionales con un colchón que asegure ese número de votos, no obstante, tampoco es la norma que los candidatos independientes obtengan un gran número de votos.

El surgimiento de nuevos partidos o fuerzas políticas como Podemos en España, el PSUV en Venezuela o el MAS en Bolivia pueden, a primera vista, demostrar la capacidad que tienen los partidos no tradicionales para alcanzar el poder en un intento por refutar lo que anteriormente he descrito, pero es que este juego de partidos tradicionales vs partidos no tradicionales no es estático ni invariable, todo lo contrario, de ser ese el caso, no estaríamos inmersos en un sistema como el capitalismo caracterizado por su dinamismo económico y social en cuyo seno habitualmente emergen nuevos sectores de empresarios, la clase media alta se reconfigura y las ideas políticas van evolucionando conforme avanzan las décadas. Que surjan nuevos partidos en coyunturas determinadas viene a demostrar que la sociedad misma es dinámica, y en su dinamismo irremediablemente lo viejo da paso a lo nuevo, tal y como ocurre con los capitales.

Estas nuevas coaliciones políticas emergen como ya he mencionado, en una coyuntura política determinada y caracterizada por contradicciones económicas y un elevado cuestionamiento al establishment desde los diferentes y diversos sectores de la sociedad, es durante ese momento que nuevos liderazgos pueden hacerse con un porcentaje importante del electorado generando por un tiempo relativamente corto la idea de un cambio sociopolítico. Pero al entrar en la dinámica estatista (y por ende liberal) del sistema, caen irremediablemente en el mismo juego y en las reglas preestablecidas. De este modo, por más contestatario, populista y “antisistema” que se declare el partido, si su objetivo es iniciar los cambios desde el Estado, hay leyes fundamentales que no puede superar, como lo es el consagrado derecho a la propiedad privada en la Constitución, el cual, no es más que el seguro que funciona para los capitalistas como garantía para la acumulación misma. Frente a esta situación un gobierno que desee “reformar” verá como respuesta la oposición organizada de la clase capitalista, y, en el peor de los casos la paralización de la inversión (caso venezolano), por lo cual la única opción viable que le queda es sumarse a las reglas y tratar de participar sin transgredirlas, pero en ese proceso de adaptación los partidos terminan tradicionalizándose.

La opción alternativa es la superación del sistema capitalista (por ejemplo al socialismo), pero en ese camino la respuesta reaccionaria será contundente como la historia misma acredita (golpes de Estado, invasiones y boicot) que la clase capitalista se organiza a nivel nacional e internacional para detener a la fuerza ese proceso. Por lo tanto, la libertad democrática muestra un evidente límite, y el límite es el capitalismo mismo. De este modo, en el peor de los casos se puede ver cómo partidos no liberales asumen el poder y establecen un modelo de sociedad no liberal, pero siempre dentro de los marcos del capitalismo (como sucede en Irán).

Si al desvelar las condiciones sociales y económicas de desigualdad se desbaratan los pilares de sufragio e igualdad ante la ley, ¿qué ocurre con la separación de poderes? Pues el resultado es el mismo, ya he descrito cómo los partidos políticos tradicionales son tradicionales porque tienen mayor apoyo de la clase social que concentra el ingreso y la riqueza nacional, en este sentido lo mismo ocurre con los diferentes poderes “autorregulados”, la elección de diputados y senadores por un lado, y del gobierno por otra, no es más que la elección de los candidatos de la misma clase económica, la diferencia entre estos partidos estriba en puntos secundarios y viene dada por la misma diversidad de la clase capitalista. El capital mantiene un comportamiento regido por unas leyes universales, pero este a su vez está compuesto por diferentes capitales particulares, es esta particularidad la que genera divisiones en estas materias secundarias, en este sentido el capital industrial y el capital comercial importador no tendrán la misma opinión frente a los aranceles, uno optará por proteccionismo y el otro por un libre mercado; los grandes prestadores de salud y el resto de empresarios no compartirán la misma visión con respecto al pago de las bajas médicas, a unos les convendrá que este costo sea asumido por el Estado o por la totalidad de los empresarios, y otro preferirá que el costo lo asuman los mismos prestadores; los empresarios tradicionales y los nuevos capitales tampoco compartirán la misma opinión frente al gasto público en materia de innovación; las grandes constructoras discreparán con las empresas de servicios al momento de regular los precios dentro del mercado inmobiliario pues a unas les conviene que estos se inflen y a otras no; a las petroleras no les conviene que se apoye la investigación en ERNC pero a una empresa de paneles solares o molinos de viento sí que le beneficiará; a las empresas hoteleras les conviene que se regulen los proyectos mineros en un potencial espacio turístico; al gran retail le puede favorecer una política favorable a la inmigración, pero a una empresa con sus procesos más automatización y con menor dependencia del trabajo si eso le significa un incremento de impuestos que solvente el gasto social, claramente le será negativo; y así puedo continuar entregando ejemplos pero el hecho es que los capitales particulares poseen intereses particulares que se reflejan en las diferentes directrices de los partidos políticos.

Y del mismo modo que los partidos más relevantes representan estos intereses, también se encuentran en el poder ejecutivo y legislativo, ¿cómo se puede asegurar entonces la independencia de los poderes? Hay una independencia de gestiones e intereses en tanto la coalición gobernante que puede representar a ciertos capitales tiene una oposición en el parlamento que representa a otros capitales, pero el interés capitalista es el que prevalece, por lo cual no hay una concentración de poderes formal, pero sí una concentración de facto que trasciende todo lo demás. La separación de los poderes termina siendo una garantía que evita la arbitrariedad dentro de la misma clase capitalista, pero no impide que el poder se concentre a nivel de clase.

¿Y qué ocurre con el poder judicial? Pues más menos lo mismo, la independencia se limita a la gestión, pero el nombramiento de los integrantes de la Corte Suprema en los países normalmente viene dado por el presidente (o Rey), el Parlamento, o ambos. En estas condiciones, sus integrantes son personas de extrema confianza para el orden social vigente y la clase dominante. La importancia del Poder Judicial viene dada por su capacidad para vetar decisiones emanadas tanto del poder Legislativo como del Ejecutivo bajo la orden de la ley, y como su estabilidad es mayor, tienen la facultad de mantener el orden vigente a pesar de ciertos cambios en los otros dos poderes a consecuencia de las elecciones políticas.

La democracia liberal entonces, no es más que la más libre manifestación de la superestructura política capitalista, pero incluso en tales condiciones, las condiciones capitalistas siguen existiendo, por lo que la libertad de lis liberales es una libertad que se circunscribe y limita a las leyes del capital. Por lo anterior, el liberalismo valida la explotación de clases.

La libertad en el liberalismo

Retomando la libertad según los liberales vuelvo a la definición inicialmente citada: ejercitar derechos humanos de cualquier manera que una persona decida, siempre que no interfiera con el ejercicio de los derechos de otros, esta libertad se basa en tres principios: solo existe el individuo, el Estado tiene una forma neutral y una participación esencialmente procedimental pues la libertad se encuentra dada, y la democracia nace de la ecuación entre ambos principios ya mencionados. Con este último punto, incluyo también la concepción de las diferentes corrientes del anarcocapitalismo, ya que a pesar de que sean más puristas y en cierto sentido radicales al proponer una sociedad sin Estado, la diferencia solo es “cuantitativa”.

El problema con esta libertad es precisamente su vacío como definición y concepción con relación a la estructura de cada sociedad. Si nos encontramos en una sociedad cuyo contenido incluye una relación de no equivalentes, entonces no podemos hablar de libertad. Vayamos a un ejemplo, digamos que estamos en una sociedad donde la única regla presente es la libertad individual misma, cada uno puede hacer, pensar y decir lo que guste siempre y cuando no interfieran en otras libertades, un día dos individuos consideran que desean instalar un local comercial en el mismo sitio, ambos están haciendo uso de su libertad, pero ambas libertades han colisionado… entonces, ¿cómo superamos este problema? En primera instancia alguien dirá que lleguen a un consenso, pero asumamos que no hay acuerdo pues cada uno desea cumplir con su propia libertad, ¿qué deben hacer? Una primera solución sería la imposición del más fuerte, pero en tal caso el más fuerte interferiría en la libertad de su oponente rompiendo con los principios del liberalismo, ¿entonces? La única solución posible sería escalar este conflicto al colectivo, este colectivo podría ser el mismo Estado o -en caso de no existir- la sociedad con poder vinculante y judicial, ¿qué conclusión podemos extraer de este ejemplo? Pues precisamente que es imposible concebir la libertad como un derecho individual, la libertad solo puede ser concebida a nivel social.

Esto se complejiza cuando profundizamos en esta definición. Si nos centramos en “ejercitar derechos humanos”, llegamos al <<poder>> de cada individuo al momento de ejercer estos derechos, pero ¿cuáles son estos derechos? ¿Y cómo concebimos el poder? De otra forma, ¿una persona puede ver su libertad limitada si no puede volar o viajar por el sistema solar? Cualquier persona respondería con un rotundo no, pero la pregunta por más absurda que parezca tiene sentido en tanto debemos definir el Poder como el Derecho mismo. Cuando asumimos que la libertad es social, ambos conceptos adquieren sentido comprendiendo que nuestro derecho y nuestro poder, debe equivaler al Derecho y el Poder de la sociedad misma, todo lo que esté fuera de la sociedad es simplemente un absurdo. Ergo, una persona que no pueda volar no ve limitada su libertad porque la sociedad misma no tiene el poder de volar, y una persona que tiene prohibido conducir a 200 kilómetros por hora no está viendo limitada su libertad pues no existe un “derecho social” de conducir a tal velocidad. Es por este motivo que la libertad de cada persona debe tener un correlato con la capacidad y el derecho que la sociedad misma posee.

¿Y qué ocurre con las personas menores de 18 años o con discapacidad mental? Si volvemos a la definición, entendemos que la libertad es un derecho que proviene de una capacidad, ¿y cuál es la capacidad de un niño de 10 años o ancianos con un nivel de demencia senil? Claramente entendemos a nivel social que esa capacidad es reducida, por lo cual no pueden ejercer tal libertad de modo pleno.

Todo esto nos lleva a otro problema, ¿qué ocurre cuando la libertad está desigualmente distribuida? Una sociedad donde una persona puede viajar todos los años por el mundo y otra con suerte tiene la capacidad de llegar a fin de mes es una sociedad donde sus ciudadanos tienen diferentes poderes, unos pueden hacer lo que otros no, y esta inequidad en la libertad genera que una proporción de su sociedad tenga una libertad reducida. Así cuando los medios de comunicación conciben que un trabajador norcoreano es menos libre que uno estadounidense o europeo y lo califican como personas que no viven en libertad, la misma situación ocurre en las sociedades liberales donde este derecho se encuentra concentrado y polarizado, si un x% de la sociedad no puede hacer lo que otros sí pueden, entonces no son personas libres, así como un norcoreano no es una persona libre si se compara con un español o estadounidense.

Esta desigual libertad tiene una directa relación con la desigualdad social, por lo tanto, no puede existir libertad sin igualdad. Y esto aplica tanto para quienes cumplen la función explotadora como quienes cumplen la función de explotados en una sociedad. A lo que voy es que -retomando el ejemplo- una persona que tiene la capacidad para escoger 10 caminos en comparación a la otra que tiene la capacidad solo para escoger 3, también ve limitada su libertad en tanto no puede convivir con y como la otra persona. Lo anterior, se entiende en la Dialéctica del Amo y el esclavo en Hegel, donde, el amo -una persona que aparentemente tiene más libertad que el esclavo- depende del esclavo sin el cual no es nadie, misma situación ocurre con los miembros de las clases privilegiadas en todo momento de la historia al estar incapacitados para hacer una vida fuera de su condición de privilegiados, lo cual se expresa en todo aspecto de su vida como puede ser la incapacidad de las hijas de los reyes de España para caminar libremente por la Gran Vía de Madrid, la incapacidad de un dictador para sentirse seguro en su día a día, la incapacidad de un capitalista para hacer una vida sin el capital dominando su diario vivir, para tener una vida relajada, o la misma incapacidad de un adolescente hijo de un magnate para tener amigos reales.

Como ya he revisado, el cuerpo teórico y filosófico del liberalismo es ilógico y en la praxis está lleno de contradicciones, sus principales postulados son claramente irreales, por esto es necesario retomar una visión diferente, contraria, opuesta y superior al liberalismo sin caer en sus propias categorías pues desde el preciso instante en que lo hacemos, la reacción pierde validez, es por esto que no es práctico ni suficiente contrarrestar la libertad del liberalismo con la igualdad social, es que sencillamente estas no pueden ser opuestas, y es desde esta base racional desde la cual debemos criticar cualquier doctrina liberal.

Desde diferentes corrientes de la izquierda la principal crítica al liberalismo es pues, el privilegio de la libertad sobre la justicia social, pero desde el mismo momento en que establecen una oposición entre la libertad y la igualdad están cayendo en categorías liberales asumiendo que existe una inversa relación entre ambas, por lo cual las acusaciones de una y otra parte se terminan reduciendo a la validez de sus postulados dentro del campo teórico liberal.

Es preciso superar esta contradicción interna en el pensamiento político y llevarla a un paso adelante en la evolución del debate.

Fuente: https://antumapu.wordpress.com/2020/10/13/el-principal-error-del-liberalismo/