La rebelión contra el yugo colonial comenzó en el movimiento indígena. Los primeros levantamientos, como el de Tupac Amaru y el de Tupac Katari, en el siglo XVIII, unieron a europeos, criollos y mestizos contra los indios. Ya en el siglo XX, la guerra de la independencia propició la fundación de nuevas repúblicas controladas por […]
La rebelión contra el yugo colonial comenzó en el movimiento indígena. Los primeros levantamientos, como el de Tupac Amaru y el de Tupac Katari, en el siglo XVIII, unieron a europeos, criollos y mestizos contra los indios. Ya en el siglo XX, la guerra de la independencia propició la fundación de nuevas repúblicas controladas por pequeñas minorías blancas que tenían intereses antagónicos con los indios siervos o los negros esclavos a quienes continuaron explotando como durante la Colonia.
No había intereses comunes entre blancos y no blancos, es decir, ningún interés nacional que fundamentara a las nuevas naciones americanas. Al contrario, los intereses, la ideología, las instituciones jurídico políticas y la producción de conocimientos de los republicanos blancos coincidían con los intereses de la burguesía europea y, más tarde, norteamericana.
España y Portugal habían salido debilitados después de la independencia; por eso se rezagaron en la era neocolonial, dominada por nuevas potencias como Inglaterra y Francia. Estados Unidos demoraría en ser una potencia hegemónica hasta la posguerra de 1945, pero con la Doctrina Monroe preparaba su expansión neocolonial en el Caribe y en el conjunto de América Latina, mientras consolidaba su propio territorio eliminando el control de los pueblos originarios.
En Europa y Estados Unidos la burguesía blanca consolidaba el capitalismo estableciendo una relación salarial con los trabajadores; pero las minorías blancas de las nuevas repúblicas no podían acumular riquezas si compraban fuerza de trabajo asalariada. Las relaciones de producción capitalistas eran perjudiciales para ellos, pues más importante era la reproducción de las relaciones de señorío, que eran coloniales y se basaban en la raza. Esos señores no invertían sus beneficios en desarrollar el capitalismo en América, porque actuaban como señores gastándolos en el consumo ostentoso de mercancías europeas y asiáticas.
Por su índole colonialista no les convenía convertir el capital comercial en capital industrial ni establecer relaciones salariales, pues eso implicaba liberar a indios y esclavos para contratarlos legalmente. Esas minorías blancas eran socias menores de la burguesía capitalista europea. Tampoco tenían interés en desarrollar el mercado interno, base de la construcción de una nación, porque su mercado estaba afuera, en Europa, vía la exportación. Así, no tenían, pues, intereses ni miras nacionales. En este contexto hay que leer la obra «Nacionalismo y Coloniaje», del boliviano Carlos Montenegro.
Durante la crisis económica mundial de los 30, algunas burguesías locales tuvieron que sustituir importaciones y desarrollar de alguna manera el capital industrial. Así iniciaron un proceso de industrialización dependiente.
Por eso decimos que la independencia de los Estados en América Latina sin la descolonización de la sociedad no fue el inicio de los Estados-nación modernos, sino una rearticulación de la colonialidad del poder sobre nuevas bases institucionales. Desde entonces, durante casi 200 años, hemos estado ocupados en el intento de avanzar en el camino de la nacionalización de nuestras sociedades y nuestros Estados. Por eso en ningún país latinoamericano es posible encontrar una sociedad plenamente nacionalizada ni tampoco un genuino Estado-nación.