El impulso inicial que dio vida al Partido de los Trabajadores (PT) y desembocó en el gobierno de Lula se agotó. Éste necesita revigorizarse social e ideológicamente para volver a desempeñar un papel importante en el campo político e ideológico del país, que tiene en la coyuntura ya abierta de la sucesión presidencial la mayor de sus batallas contemporáneas.
El PT fue la mayor esperanza de la izquierda brasileña – y tal vez mundial – en un momento de agotamiento de la izquierda tradicional. Después de más de dos décadas de existencia, desembocó en el gobierno de Lula que, medido por la imagen ideológica que el partido tenía en su fundación o que exhibió en su primera década de vida, sería irreconocible.
No se trata ahora de hacer una breve historia del partido para saber dónde fue cortado aquel fuego original y cuándo fue diseñado otro perfil. Ciertamente tiene que ver con la proyección de la imagen de Lula, por encima y en cierta forma de manera independiente del partido. Se trata ahora de intentar entender la situación en que se encuentra el partido – paradójicamente, con un perfil político extremadamente bajo – cuando Lula muestra un nivel récord de apoyo, rayano en el 80 por ciento. En suma, el éxito del gobierno no es el éxito del PT, que todavía no salió de las dos crisis que lo comprometieron en los últimos años.
El PT sufrió dos duros golpes desde la victoria de Lula, en 2002. El primero, el perfil asumido por el gobierno, con Palocci funcionando casi como un primer ministro e imponiendo una hegemonía neoliberal y continuista al gobierno. Tal como se había configurado en la parte final y decisiva de la campaña electoral, se constituyó en torno a Lula un núcleo dirigente del gobierno que tenía en dos personajes a los arquitectos de la victoria – Palocci, con la «Carta a los brasileños», y Duda, con «Lulinha, paz y amor» – , referencias fundamentales.
Palocci daba la línea general, manejaba los recursos, imponía – hasta al mismo Lula – el discurso general del gobierno. El PT presenció todo eso, herido por la crisis de expulsión y posterior salida de otros de sus miembros, impotente. No lograba defender la reforma previsional, que atentaba contra todo lo que había defendido, ni las orientaciones económicas del dúo Palocci-Meirelles, se defendía de las posiciones de ultra-izquierda, que preanunciaban el camino del aislamiento, sectarismo y derrota.
Poco tiempo después, cuando el gobierno todavía no decolaba, vino la llamada «crisis del mensalâo», en un momento en que el partido aún no se había repuesto de la primera crisis. Fueron los peores años de la historia del PT – 2003-2005. La imagen del partido cambió de partido ético, de la transparencia, a la de un partido vinculado a los negociados y a la corrupción, una reversión de la cual no consiguió y difícilmente conseguirá salir. A pesar de las elecciones internas, que recuperaron un poco su autoestima, sin forjar una nueva dirección con capacidad de redefinir el papel del PT y sus relaciones con el gobierno.
Lula y el gobierno zafaron de la crisis a partir de los efectos de las políticas sociales que se fortalecieron con los cambios dentro del gobierno – especialmente la caída de Palocci y el debilitamiento de sus orientaciones al interior del gobierno – y con el papel dinámico que Dilma Rouseff impuso a las acciones gubernamentales.
Pero de alguna manera, el gobierno zafó de la crisis exportándola hacia el PT. La imagen que quedó fue que «los petistas» habían cometido graves errores, que casi comprometieron irremediablemente al gobierno de Lula. Y las acusaciones sobre José Dirceu y sobre los principales dirigentes partidarios confirmaban esa versión. Y el bajo perfil de las direcciones posteriores, tanto la que fue electa en el PED [elecciones directas; T.], como posteriormente por el Congreso, fueron en la misma dirección, por el bajo perfil de esas direcciones, por la falta de capacidad de iniciativa política y de movilización de la propia militancia del PT.
El Congreso, al contrario de un balance del primer gobierno de izquierda, conquistado a lo largo de las luchas de toda la historia del PT, terminó siendo más un ajuste de cuentas entre las tendencias sobre la crisis del partido. Críticas a la política económica que reafirmaron cierto grado de independencia frente al gobierno, pero en general, avalando a éste y, sobretodo, las propuestas para un segundo mandato no fueron el centro del Congreso, desperdiciando la oportunidad para recuperar la capacidad de acción del PT.
Mientras tanto, los problemas vienen de más atrás y son más profundos. La vía moderada escogida por el PT ya se sentía en una pérdida del peso de la militancia joven y de la militancia social, ya relevante en el Congreso de 2000, realizado en Pernambuco. El partido perdió capacidad de entusiasmar y movilizar a los que luchan o podrían despertarse para la lucha por otro país, por «otro mundo posible». Una parte de estos trabajan en torno del MST (Movimiento Sin Tierra) o de otros movimientos sociales, otros permanecen en el PT aunque sin ímpetu para la acción. El envejecimiento interno del partido es obvio, no solamente por la edad de sus miembros, sino también por la falta de iniciativas, de ideas, de creatividad, de alegría, para encarar los nuevos desafíos con un rico y pluralista debate interno.
Y como si el PT estuviese aún sufriendo los efectos de una casi muerte de la experiencia de gobierno, hubiese zafado por poco, pero agotadas sus energías en la sobrevivencia, sin recuperar fuerza, creatividad, iniciativa, capacidad de liderazgo y, principalmente, de movilización de las nuevas camadas.
La elaboración de una plataforma post-neoliberal y el apoyo decidido a las organizaciones de las bases sociales pobres, que apoyan sustancialmente al gobierno de Lula, constituyen las dos mayores tareas que el PT tiene que enfrentar, para renovarse y revigorizarse. Encarar frontalmente el tema de la plataforma por la que va a luchar para un gobierno posterior al de Lula, y recomponer sus bases sociales de apoyo, en dirección a las masas del nordeste y de la periferia de las grandes metrópolis – donde residen los inmensos bolsones de pobreza beneficiados por las políticas sociales del gobierno – para reconquistar energía, capacidad de lucha y de movilización.
Porque el impulso inicial, el que le dio vida al PT y desembocó en el gobierno de Lula, se agotó. El dinamismo, la referencia hoy está en el gobierno y no en el PT. Éste necesita revigorizarse social e ideológicamente, para volver a desempeñar un papel importante en el campo político e ideológico del país, que tiene en la coyuntura ya abierta de la sucesión presidencial la mayor de sus batallas contemporáneas. Es una nueva gran posibilidad para el PT, donde se disputa el futuro del Brasil en la primera mitad del Siglo – en la consolidación, corrección de rumbos, profundización de las líneas progresistas del gobierno actual o el catastrófico retorno del bloque de la derecha al gobierno.
El papel del PT será esencial para asumir la lucha por el cumplimiento de esos dos objetivos esenciales: formulación de la plataforma post-neoliberal para la campaña de 2010 y trabajo duro en la organización de las grandes muchedumbres pobres que apoyan al gobierno de Lula.
Emir Sader es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO
Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez
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www.sinpermiso.info, 30 noviembre 2008