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Guatemala, ese pequeño y olvidado país de Centroamérica cuna de una de las grandes civilizaciones de la historia como fueron los mayas, tuvo el movimiento revolucionario armado más prolongado de Latinoamérica, luego del de Colombia. Por casi cuatro décadas la guerrilla guatemalteca -en muy buena media conformada por campesinos de origen maya- creció y se solidificó, llegando a manejar territorios completos de la geografía nacional, pero no pudiendo, como en Cuba o en Nicaragua, tomar el poder político desde la capital. La contraofensiva que sufrió fue, sin dudas, la más despiadada de todas las guerras contrainsurgentes que tuvieron lugar en el continente durante las décadas del 70 y del 80 del siglo pasado; como consecuencia de ello, en el país murieron 250.000 personas, fundamentalmente civiles no combatientes, indígenas de las zonas donde operaba en buena medida la guerrilla, como una estrategia de «quitarle el agua al pez» del movimiento revolucionario, es decir: aislar a los combatientes de la gran masa popular por medio de una política de terror (más de 600 masacres documentadas de aldeas indígenas). Históricamente este movimiento político-militar fue conformado por cuatro grupos distintos: el Ejército Guerrillero de los Pobres -EGP-, el Partido Guatemalteco de los Trabajadores -PGT-, las Fuerzas Armadas Revolucionarias -FAR- y la Organización del Pueblo en Armas (ORPA). El 7 de febrero de 1982 se estableció la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca -URNG- como coordinadora de los cuatro grupos. Habiendo cambiado radicalmente el panorama político luego de la caída del campo soviético y sin mayor espacio para poder seguir desarrollando esa guerra revolucionaria desde la clandestinidad, a finales de 1996 la URNG firma la paz con el gobierno, desmovilizándose e integrándose a la vida cívico-política del país.
De esos cuatro grupos, la ORPA tuvo características particulares que no presentaron las otras organizaciones revolucionarias; a decir de un manual de la estadounidense «Escuela de las Américas» (cita que, en determinado contexto, podría ser muy cuestionable, ofensiva más que halagüeña, pero que aquí puede servir cabalmente para ver cómo era reconocida esta organización): » La ORPA es bastante diferente a los otros grupos marxistas-leninistas. La ORPA practica una nueva teoría de liberación intentando involucrar al sector Indio. Comunicándose con los indios en su propio dialecto, la ORPA describe al ejército guatemalteco como el ejército de los ricos que mata, tortura y secuestra a civiles inocentes. La ORPA evade la retórica política sobre la maldad de la propiedad privada sabiendo que los indios aprecian sus terrenos pequeñitos. Hasta este momento, la ORPA ha tenido éxito en superar la resistencia y pasibilidad tradicional de los indios».
Como parte de la investigación «Historia de la Revolución Inconclusa», en esta sexta entrega el Equipo de Investigación y Entrevistas -conformado por Marcelo Colussi / Rodrigo Vélez-Guevariando, más otros investigadores en diferentes puntos de Latinoamérica- presenta hoy una entrevista al compañero Álvaro, cofundador de la ORPA, ahora de casi 80 años de edad, destacado intelectual y analista de la situación de su país y del resto del mundo. El tema, como en toda la investigación donde también fueron contactados otros ex miembros de grupos guerrilleros de varios países de la región (Guatemala, Argentina, Uruguay, Chile1, Chile2), gira en torno a un balance crítico de esos movimientos revolucionarios de acción armada de algunas décadas atrás, y a ver cuáles son los caminos posibles que en la actualidad se le presentan al campo popular en su búsqueda de otro mundo más justo, menos salvaje y sanguinario que el contemporáneo.
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Pregunta: Luego de la experiencia de estas últimas décadas en Latinoamérica, y después de la derrota estratégica sufrida por el movimiento revolucionario, hay quien dice que la lucha armada en la actualidad no tiene viabilidad, aunque de hecho al menos en dos países (Colombia y el sur de México) existen y están operativos movimientos de este tipo. ¿Qué balance podemos hacer respecto de estos movimientos y de su lucha en estos años pasados, y qué perspectivas de futuro podrían pensarse para propuestas armadas en la región?
Compañero Álvaro: De momento considero imposible que puedan retornar movimientos revolucionarios con propuestas de acción armada. Lo que sí está por demás de claro es que las bases estructurales para que puedan retornar formas de lucha de esa naturaleza, sin dudas están dadas. Es más: están agravadas. Sucede que América Latina no es hoy una zona hegemónica sino periférica; por consiguiente, lo que suceda en un futuro inmediato en el mundo, en la política mundial, va a tener una influencia muy grande en relación con lo que pase en nuestra región, en América Latina al igual que en África, que es otra zona periférica para los centros de poder. En Asia tal vez no influya tanto, porque allá se concentran grandes masas de población y de recursos, lo que la torna en sí misma una zona especialmente poderosa; pero ésa es otra cuestión. Lo cierto es que las élites dominantes, en todo el mundo, son cada vez más intransigentes. El fracaso de las políticas ultraliberales que se aplicaron estos años probablemente les corte un poco las alas, como ya está comenzando a suceder, a los grupos desenfrenadamente explotadores. Vemos en este momento, por ejemplo, que Europa está tratando de poner freno a sus propias iniciativas de privatización absoluta y de poder total de los bancos. E, indirectamente, también el gobierno de Estados Unidos, por ejemplo con la reciente ley sobre el seguro de salud que acaba de pasar. En realidad, el gran capital se encuentra con un reto muy fuerte como es el enorme desempleo que crearon estas mismas políticas ultraprivatizadoras de estos pasados años, y que ahora se le puede volver en contra. Luego de años de prédica antiestatista, ahora fue el Estado el que ha tenido que salir a socorrer a todas las grandes empresas que empezaron a quebrar como consecuencia de esta economía enferma; la privatización de todos los activos del Estado definitivamente no fue ninguna solución para la crisis estructural del capitalismo. Lo vemos en Guatemala: la privatización de las empresas y servicios del Estado para lo único que sirvió fue para enriquecer más a los grupos dominantes, quienes terminaron engrosando los paraísos fiscales. Pero la población siguió igual o peor.
Lo que queremos decir es que toda esa compleja arquitectura del sistema capitalista, cada vez más a nivel global, no la maneja la clase media, y muchos menos las grandes masas populares. Lamentablemente vemos en esto que esas grandes capas populares hoy día, dada la complejidad en juego de todos estos fenómenos, no terminan de entender dónde está el verdadero problema. En la década de los 60 ó 70 del siglo pasado la gente tenía claro que la explotación que practicaban los grandes terratenientes era la causa directa de su pobreza, del atraso del país; y además estaba todavía reciente el golpe contra Jacobo Arbenz, el papel nefasto de la United Fruit Company en esos hechos, las persecuciones que produjo la contrarrevolución. Es decir: había un caldo de cultivo favorable para la aparición de un discurso revolucionario. Y de hecho se dio.
En Guatemala, sin dudas, apareció ese fermento revolucionario, y así nacieron distintos grupos que tomaron las armas como camino para el cambio de estructuras sociales. Claro que -hay que enfatizar esto- el peso colonial de la historia de este país siguió estando presente muy fuertemente en la composición de ese movimiento, pues los sectores urbanos se relacionaron con los rurales siempre desde la lógica racista; es decir: a partir del prejuicio de que los «ilustrados» de la ciudad están para mandar y los «indios del interior» están para obedecer. Eso constituyó una enorme dificultad para el desenvolvimiento de las guerrillas. En realidad en algunos sectores, como en el Ejército Guerrillero de los Pobres y en la Organización del Pueblo en Armas -ORPA- sólo en contados casos se hablaba de tú a tú, de igual a igual entre un cuadro urbano y un compañero indígena. En la mayoría de los casos, por el contrario, se pretendía mandar. En cierta forma esa era la caricatura del ejército, que iba a cazar indígenas a la montaña para hacerlos soldados, mientras que los oficiales eran capitalinos no indígenas. En el movimiento revolucionario también se repitió el esquema: los combatientes eran indígenas, mientras que los comandantes eran de la ciudad.
La derecha está intentando borrar todos estos años de lucha; a la historia la van dejando como algo secundario, despreciable. Es un basurero; la idea que transmiten es que no vale la pena estudiar, conocer la historia, dado que eso no sirve para nada. Esa es la estrategia: borrar la memoria colectiva, hacer interesar a las nuevas generaciones por una cultura globalizada que endiosa el consumismo, los cantantes de moda y el teléfono celular en vez de los propios problemas nacionales. La prédica es constante: se intenta borrar la historia a toda costa. Se ha satanizado todo lo que sea protesta popular. Se busca que las nuevas generaciones se ahoguen en el presente, con un individualismo llevado al extremo; incluso eso funciona también para los pueblos indígenas. Ahí también se fomenta el individualismo extremo, el sálvese quien pueda. La unidad que busca la derecha dominante es en torno al dinero, saltando sobre esos complejos y ricos procesos históricos; de esa manera todos, no indígenas e indígenas, están conducidos por esos supuestos caminos del éxito económico, por el desprecio de la historia, por el individualismo exacerbado.
En Guatemala nunca hubo democracia. En lo político, la derecha siempre hizo lo que quiso saltándose por encima de lo que las mayorías podían expresar en las pocas elecciones que ha habido en la historia, siempre signadas por gobiernos dictatoriales. Y en lo económico, el mayor avance democrático se intentó en la época de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, entre el 40 y el 50 del siglo pasado, con la reforma agraria, la «primavera democrática», como se le llamó. Pero eso lo han borrado de la memoria colectiva. Sólo han dejado la idea de que fue una cosa negativa, sin que se sepa el porqué.
Por todo eso, al haber ido barriendo la historia de por qué hoy día las cosas son como son, la gente termina estando desesperada; y eso no es bueno. Sólo con desesperación, la gente no pasa de la revuelta. Y de la revuelta a la revolución hay un gran camino.
El elemento que combatió en esta guerra en Guatemala, que fue fundamentalmente población indígena, fue el más perjudicado. Hoy día, esa misma población continúa siendo relegada, quizá con más fuerza aún. Se han seguido depredando los recursos naturales y los campesinos sin tierra continúan creciendo, sin mayor porvenir. La estrategia de la derecha local es hacer que todo ese campesinado indígena «sobrante» se vaya del país rumbo a Estados Unidos, en general como inmigrantes ilegales, a ver qué consigue por allá. De toda esa masa sólo algunos llegan al «sueño americano», alcanzan el triunfo de llegar al país del norte y ubicarse en algo, y se los considera exitosos en función de la cantidad de remesas que envíen. Y los que no llegan, los que mueren o desaparecen en el intento, no figuran en ninguna estadística.
En relación con la posibilidad de la reaparición de movimientos revolucionarios de acción armada, que era lo que ustedes preguntaban, este nivel de desesperanza y de desorganización de las grandes masas que en otro momento fueron los combatientes de la guerra revolucionaria que se vivió por varias décadas, es un primer elemento para analizar la situación actual. Como vemos, con ese nivel de desorganización, de desideologización, no puede surgir una propuesta de transformación social que opte por las armas, porque la gente está en otra cosa; está, dado que la han orillado a eso, en la pura sobrevivencia, en la salida totalmente individual. El otro gran problema sería el aprovisionamiento de armas y municiones, que ahora no podría ser igual que la vez pasada. Aquí todo entraba por México; el PRI siempre toleró eso. Sin dudas, eso fue vital para toda la guerra en Centroamérica, no sólo en Guatemala. Incluso México funcionó como un importante lugar de acogida de todos los refugiados políticos, a los que se les daba oportunidades para ayudarlos en su proceso de sobrevivencia. Es decir que México siempre colaboró con el tráfico de refugiados, de heridos, de armas y los pertrechos necesarios para la guerra. Hoy día, lo cual no es un problema secundario sino que constituye un problema fundamental a tener en cuenta, se plantea la cuestión de quién nos surtiría en el eventual caso de una nueva guerra popular. Cuba seguro que no, porque está en un proceso de quiebra económico, y con problemas políticos igualmente. Cuba está a la baja hoy por hoy, esa es la realidad, con lo que no podría ayudar como sí lo hizo en el pasado. Está más para recibir que para dar. Cuando la Unión Soviética se desarma y cesa la ayuda a Cuba, la zona del Caribe perdió importancia estratégica para Rusia. Y para Estados Unidos, que ahora no necesita dar armas ni seguir promoviendo guerras en la región, si algún interés hay en el Caribe es para instalar allí los paraísos fiscales.
La guerrilla en Chiapas en cierta forma nació muerta porque no había sitios de los que se pudiera aprovisionar en términos bélicos. Y eso es vital para el desarrollo de una guerra. A no ser que se trate, como es con todo el movimiento zapatista, de una guerra más bien mediática. Con el Internet logró posicionarse, fundamentalmente hacia afuera de México, pero eso no constituye una guerra de guerrillas como las que se desarrollaron anteriormente. Es una nueva forma de guerrilla, sin dudas. Y más pensada hacia fuera del país que hacia la situación interna. Cuando el zapatismo tuvo la oportunidad de incidir políticamente con mayores posibilidades reales desaprovechó el momento, cuando el gobierno central de México lo llamó a negociar. Los posteriores Pactos de San Andrés logran cosas mucho más por debajo de lo que anteriormente el gobierno estaba en voluntad de ofrecer. Evidentemente, entonces, hoy los caminos los tienen mucho más cerrados.
Pregunta: Retomando esto que decía hace un momento: que la derecha intenta borrar la historia, desideologizar, dejando como una de las pocas salidas para buena parte de los pobres centroamericanos irse de ilegal a Estados Unidos, o meterse en una pandilla juvenil, una «mara»; ante esta quiebra en las luchas populares y en la conciencia de transformación que sí existió años atrás, y viendo que la vía armada hoy día no es un camino dado que no existen condiciones en términos generales que la tornen viable, ¿para dónde vamos en el campo popular si intentamos cambiar el actual estado de cosas?
Compañero Álvaro: En este momento el país, Guatemala me refiero, pero esto puede ser similar para cualquier nación centroamericana, seguimos muy dependientes de lo que sucede fuera de nuestras fronteras. Diría que esta es una característica general de toda América Latina. El interés de Europa por nuestra región es muy ambivalente; lo vemos con sus Tratados de Libre Comercio, que ya llevan más de dos años de discusiones y casi no los han firmado, más que Chile y alguna otra nación. A los países con economías más desarrolladas, como el caso de Brasil o de Argentina, les ponen cada vez más obstáculos para esas firmas. ¿Qué espera Europa de América Latina? No mucho. Lo dejan como un coto de Estados Unidos donde no pareciera que quieren meterse mucho. Y hoy día Estados Unidos no está poniendo su atención fundamental en la zona. En todo caso, la estrategia en la que hace entrar a América Latina es en aquélla que tiene que ver con el combate al narcotráfico. Colombia, que es el país de la región donde más invierte el gobierno estadounidense, tiene una situación con el tema del tráfico de drogas donde medio país está comprometido, por lo que no sabemos con exactitud cómo se va desarrollar en un futuro inmediato. Toda la estrategia de Washington en relación con el combate a la narcoactividad va a influir de forma determinante en lo que suceda en lo interno de nuestros países en el mediano plazo. Y todo indica que, para el campo popular, con esa estrategia de por medio, la cosa no pinta bien.
Por otro lado, los líderes de derecha que tenemos por aquí, son de derecha, y eso no cambia. ¿Qué pueden esperar las grandes masas de toda esta gente? Nada, por supuesto.
Las políticas que impulsa Hugo Chávez en Venezuela tampoco son muy favorables al campo popular en definitiva; en realidad, tienen bastante de extravagancias. Yo no sé si con todo eso no le hace más daño a la izquierda. Me parece, por el contrario, que contribuyen más, posiciones más sensatas, más prudentes, como las de Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia.
En definitiva, la situación está bastante complicada para el campo popular y lo que se avecina no es nada bueno: empieza a terminarse el petróleo, y ahora comienza la escasez de agua. Es un problema realmente serio; en la franja norte del África subsahariana la desertificación sigue avanzando con millones de personas afectadas. En general, para todos esos países no se ve un porvenir muy prometedor. Y en América Latina las cosas no pintan mucho mejor. Venezuela está codiciada por el imperialismo, tanto por su petróleo como por las enormes reservas de agua dulce que tiene en el Orinoco y su gran cuenca. Y lo mismo sucede con el acuífero guaraní, entre Argentina, Brasil y Paraguay, esa enorme reserva de agua donde el imperialismo tiene puestos sus ojos. Se podría decir que si hoy el imperialismo ataca lo hace por el agua más que nada. Y no es nada improbable que realmente lo haga. En todo ese panorama se suma China, que no deja de crecer, y que pronto va a llegar a ser la principal economía mundial, siendo un híbrido entre capitalismo y una versión muy sui generis de socialismo. Indudablemente su entrada en la escena mundial puede modificar las relaciones de fuerza. Como también puede modificarlas el peso cada vez más respetable que está tomando Irán, pronto con poder nuclear. Lo cierto es que en este nuevo panorama que se va dibujando, América Latina no se ve favorecida, porque es muy probable que al disponer de tantas reservas de agua pura sea vista como botín. Y seguramente le van a caer encima con brutalidad.
Pregunta: Ante ese panorama a todas luces sombrío, con pueblos hoy por hoy bastante desorganizados como producto de las políticas de represión de años anteriores, con la «maldición» de tener tantos recursos codiciados por las potencias externas, y viniendo que estas experiencias de lucha armada de años atrás hoy parecieran no viables, ¿qué caminos quedan para intentar transformar esta situación?
Compañero Álvaro: De inmediato las posibilidades de transformación social se ven muy difíciles. Producto de esos años de represión, de desmovilización, hoy por hoy todo lo que signifique lucha ideológica, en el campo popular ha pasado a estar desprestigiado. En el ámbito político lo único que la población escucha, palpa, ve cotidianamente, son cosas que sólo sirven para desprestigiar la política. Los partidos políticos de la derecha, con mínimas variaciones, todos dicen lo mismo. Sus plataformas caben realmente en un trifoliar. Y lo peor es que mucho de lo que dicen, a su turno lo puede decir indistintamente la cámara de empresarios así como grupos de las nuevas izquierdas, que andan por ahí cuidando los intereses del sistema más aún que la derecha. Todo ese desprestigio de la política la gente ya no lo toma en cuenta. Por consiguiente termina primando la herencia maldita de América Latina, es decir, los caudillismos. Y de ahí a los planteos de mano dura, un paso. Así pueden terminar apareciendo nuevas propuestas de derecha con líderes mesiánicos con estos esquemas de dureza para venir a brindar la supuesta tranquilidad que necesitamos ante climas de caos, de descomposición. Y la única oferta que queda es una derecha dura, que termina ofreciendo y haciendo lo mismo que hacen las pandillas: matar. En este clima de descomposición es difícil tratar de levantar un discurso ideológico desde la izquierda. Por eso creo que el camino es hoy trabajar en la organización de las bases, para que desde ahí vayan surgiendo las propuestas concretas con las que resolver los problemas. Llevar un discurso ideologizado desde grupos de vanguardia no va a funcionar. Si pensamos en una guerra revolucionaria, en este caso: una nueva guerra, luego de la que ya tuvimos y tanto nos costó, los combatientes de esa futura acción deben estar convencidos de por qué están peleando, y deben ser ellos mismos quienes vayan construyendo las propuestas, desde abajo. No hay que esperar nada de supuestas vanguardias salvadoras, esclarecidas, que nos marquen el camino. Si pensamos que el pueblo no está en condiciones de construir su propia plataforma, yendo más allá de tanto politiquero barato que hoy da vueltas por ahí, es prejuicio. El pueblo organizado desde la base es el que debe ir construyendo las propuestas de cambio.
Pregunta: ¿Cómo dar esa organización de base: desde partidos políticos, desde movimientos sociales?
Compañero Álvaro: Aquí en Guatemala lo veo a través de los grupos indígenas rurales que están comenzando a articularse. A partir de ese fermento, hay que llegar a construir una plataforma común donde la gente, mucha gente, y no sólo del campo sino de todas partes, integrando también a los pobres de la ciudad, sepan claramente por qué luchan; es decir, volver a cargar de ideología el descontento que existe. Esos procesos no se improvisan en un corto tiempo, por supuesto. Es una tarea lenta, a largo plazo. Pero mientras tanto, los acontecimientos que se dan por fuera del país van a estar influyendo, y mucho; y ante eso no podemos adelantarnos, no sabemos con exactitud qué nos va a ir pasando, qué planes geoestratégicos nos tiene reservado el imperialismo. En esa dialéctica inevitable de moverse entre la situación interna y lo que nos viene de afuera, hay que ir ganando tiempo y construir adentro. Los cambios sociales, lo sabemos, son siempre violentos. Nadie le va a dar pacíficamente lo que ya tiene y considera suyo, de su propiedad. Ninguna injustica desaparece sola; implica lucha. Nos guste o no, la violencia define todos estos procesos. La paz no es la realidad humana.
Pregunta: Es decir que nos espera más lucha, más violencia. En ese contexto, entonces, ¿es posible pensar que se dé nuevamente una lucha armada como parte de una estrategia de lucha revolucionaria más general?
Compañero Álvaro: Así entendido, por supuesto. Pero lo que la derecha busca a toda costa es frenar el despertar de la gente, su organización. Lo que busca es que la gente no reaccione, que se mantenga adormecida. De ahí esa proliferación interminable de nuevas iglesias evangélicas que estamos presenciando. Hoy día la relación entre templos evangélicos, de estos que llaman neopentecostales, e iglesias católicas es como de entre 12 y 15 a 1. Eso encierra, definitivamente, una labor política. Eso es lo que estas iglesias hacen de forma permanente: se tragan a la gente, la neutralizan, la desconectan de la realidad. La gente de base no es perversa, no es maligna. Así son los que mandan en estos templos, o los telepastores que vemos por ahí, que hacen fortunas; pero la gente común que termina fanatizándose y yendo a su iglesia evangélica en el barrio, en su comunidad, no es la mala gente. Es gente manipulada, engañada, así de sencillo.
Hoy por hoy, con este descrédito que tienen todos los partidos políticos de la derecha en los que los pueblos ya no creen más, la única fuerza que se ve como sólida es lo que podríamos llamar el «partido evangélico». Tienen la organización y disciplina que no tiene ninguna otra fuerza política. Y justamente esa organización es la que, por diversos motivos, por la represión feroz que se sufrió, por el mensaje desideologizador, por esta entronización del individualismo, por este aquietamiento de la protesta popular, esa organización la tienen hoy los evangélicos y se la han robado a la izquierda.
Pregunta: Eso es cierto. De todos modos, y lo decía hace un rato, siguen surgiendo alternativas de protesta espontánea que se van organizando y tomando forma, como todo este espectro de movimientos sociales que vemos a lo largo de América Latina: movimientos indígenas, movimientos de desocupados, campesinos sin tierra. ¿Y cómo ve los grupos de acción armada que aún permanecen operativos, en Colombia y en el sur de México?
Compañero Álvaro: Hablando de Colombia, están golpeados, debilitados. Pero, por diversos motivos, no pueden claudicar, por lo que no se van a desintegrar, van a seguir operativos, aunque sea a un nivel bajo. Pensando en la experiencia colombiana, yo no sé si políticamente los grupos que siguen operando están en una etapa de crecimiento; pareciera, por el contrario, que producto de años y años de prolongación de la guerra, a la que no se le ve salida en este momento, la población ya está cansada de la situación. Eso es un problema, porque cierra el espacio para crecer, para solidificarse, para tener credibilidad en términos políticos. Por ejemplo, el tema de los rehenes tiene mal predispuesta a la población en general, porque eso no se ve con buenos ojos. El gobierno ha sabido ir haciendo su estrategia de angelizar a los rehenes, y finalmente esas cosas cuentan. Ante el desgaste que produce cualquier guerra, el movimiento guerrillero no sale favorecido. La derecha sabe aprovechar eso en términos políticos, explotando de forma sensiblera, por supuesto, la angustia de muchas familias, y de esa manera le sacan provecho a la situación de los rehenes desacreditando más aún a los grupos armados. Y con descrédito, es muy difícil avanzar en la construcción de alternativas en las que la gran mayoría puede ir sintiéndose identificada. Con eso, a través de una fenomenal manipulación mediática a nivel internacional, se logra desacreditar a toda la izquierda, en cualquier parte. Hoy por hoy lo de Colombia no sé si tiene posibilidades de avanzar hacia un triunfo popular; tal como están las cosas, lo mejor es clausurar esa fase de la guerra. Así, lo que sucede en este país tiene el lamentable valor de rémora, de peso histórico de un pasado que agobia y al que no se le ve mucho futuro.
Con el zapatismo pasa algo triste, a mi parecer: los pueblos indígenas, la «indiada», como le dicen en México, quedaron frustrados. Pareciera que como fuerza política el movimiento zapatista ya no es tenido en cuenta. Me parece que hay mucho de comedia en todo esto. Es un movimiento guerrillero para el Internet, con un líder supuestamente indígena fumando en pipa europea, sin mayor arraigo popular. No le veo posibilidades de crecer políticamente y constituirse en una alternativa válida, con fuerza política, capaz de liderar transformaciones sociales en términos reales.
Lamentablemente, consecuencia de las palizas que se sufrieron décadas atrás, todos los movimientos revolucionarios de acción armada quedaron desacreditados. Veamos, por ejemplo, lo que sucedió en Nicaragua: el sandinismo, que era una fuerza reconocida internacionalmente, creíble, heroica en cierto sentido, hoy quedó sepultado, siendo Daniel Ortega en muy buena medida el responsable de esta quiebra. En realidad, pasó a ser una fuerza política de derecha, olvidando todo su pasado de lucha.
Creo que en todos los movimientos que abrazaron las armas años atrás, y ahí incluyo también el caso de Cuba, donde tomaron el poder y fueron la fuerza conducente por espacio de medio siglo, en todos los grupos guerrilleros que vimos a lo largo y ancho de América Latina las décadas pasadas, hoy día, en lo que queda de ellos, encontramos una gerontocracia. En Guatemala es evidente. En muchos casos, los movimientos guerrilleros desmovilizados, cuando pasaron a ser partidos políticos dentro de los marcos de estas democracias vigiladas, no pudieron conectarse con la gente. En Guatemala tristemente lo vimos. Me parece que con una actitud de gerontes como quedó en buena parte de esos ahora ex movimientos armados, no vamos a ningún lado. Se necesita una actitud juvenil, de renovación.
De todos modos, a la juventud, eso lo vemos en todos los países de la región más o menos igual, dado que sigue siendo el fermento más rebelde de la sociedad, se la busca maniatar, controlar; y para eso están todos los mecanismos de control social que el sistema sabe implementar perfectamente, desde las modas hasta la música para aturdirse.
Lo que vemos es que el sistema se sabe defender muy bien de toda fuerza que le pueda disputar su hegemonía. Por eso hoy se ve como muy difícil la aparición de movimientos que le disputen el poder real a la derecha, con las armas en la mano. Para llegar a ese punto y tener propuestas organizadas, sistemáticas, de cambio social, para poder ser un combatiente convencido que en un momento abraza la acción armada como una forma de lucha, hay que tener las condiciones; es decir: tiene que haber un espacio ideológico que lo permita. Y lo que vemos, lo que tristemente constatamos en este momento es que se ha desideologizado mucho todo el campo popular. Las iglesias evangélicas lo están haciendo mejor que las izquierdas. Hasta me atrevo a decir que podríamos fijarnos en cómo lo están haciendo, porque en realidad, ellas han copiado a la izquierda lo que se hacía años atrás. Mutatis mutandis, podríamos decir que estas capillas son el equivalente a lo que años atrás fueron las células de las organizaciones revolucionarias. Son organizaciones que funcionan, con una ideología que obviamente no apunta a cambiar nada sino a mantener todo como está, y a meterle miedo a la gente. En realidad, a ese tipo de organización tenemos que apuntar; organización que no es nueva, porque esa célula, ese pequeño núcleo de base, es el que permite la organización sólida desde abajo, y es lo que hacíamos años atrás. Lo que pasa es que nos lo arrebataron. Hay que volver a esa organización de abajo, a la pequeña célula, al pequeño grupo en cada barrio, en cada comunidad. Ése es el verdadero trabajo político. En esos pequeños grupos se puede actuar como fanático, olvidándose del mundo real, tal como hacen los grupos evangélicos. Pero también se pueden proponer salidas. Y ahí está su verdadera fuerza.
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