Venezuela prolonga sus días de duelo mientras que el pueblo permanece haciendo largas filas para despedir efímeramente al cuerpo de Chávez. Las mayorías desean agradecerle todo lo que ha hecho por ellos. Aún quedan días duros, de más llanto, de más lágrimas, de recuerdos, pero el tiempo político en este proceso revolucionario apremia. Las elecciones […]
Venezuela prolonga sus días de duelo mientras que el pueblo permanece haciendo largas filas para despedir efímeramente al cuerpo de Chávez. Las mayorías desean agradecerle todo lo que ha hecho por ellos. Aún quedan días duros, de más llanto, de más lágrimas, de recuerdos, pero el tiempo político en este proceso revolucionario apremia. Las elecciones son para ya, el 14 de Abril es la cita electoral. De esta forma, se resuelve, institucional, democrática y constitucionalmente, esta situación de falta absoluta del presidente reelecto. El poder electoral concilia así el respeto por el proceso electoral -con su logística necesaria- y el mandato constitucional. Desde ya, cada fuerza política, representante de dos modelos antagónicos, se ponen en marcha para afrontar esta situación después de la muerte del presidente más importante de la historia de Venezuela.
La oposición desea hablar de «transición» para hacer creer que acaba una etapa y comienza otra. El deseo es obvio: construir el eslogan del «chavismo sin Chávez». En esta misma línea, Obama procuró echar una mano usando cínicamente hasta su propia condolencia: «en Venezuela se inicia un nuevo capítulo en su historia». La estrategia opositora, además, usará lo de siempre: los medios de (mal)comunicación como eco de dudas, especulaciones y rumores para ir conformando la «tormenta perfecta» en aras de una profecía autocumplida. No obstante, estos anhelos, tanto internos como externos, se quedan en esto, en aspiraciones de cambio sin contar con la voluntad popular. A la oposición venezolana se le da mucho mejor hablar con la prensa extranjera tal como lo viene haciendo Capriles que hablar con el pueblo. La oposición es plenamente consciente de la principal desventaja que se puede tener en democracia: el pueblo le ha dicho que «No» durante 14 años consecutivos.
Frente a este poder popular, poco podrán hacer a pesar de los intentos de posicionar como fraude una llamada electoral para decidir en las urnas. La encrucijada en la que debe actuar la oposición está servida: por un lado, no podrán «golpear al mito Chávez» para sí dedicar todos sus esfuerzos a cuestionar una sucesión justamente solicitada por el mismo Chávez; por otro lado, no pudieron rechazar la invitación a las urnas aunque seguirán cuestionando la constitucionalidad del proceso; y por último, tendrán que extender las críticas para desgastar desde el flanco económico sin mostrar a nadie que su propuesta es el neoliberalismo.
Capriles aceptó a regañadientes la invitación a ser candidato presidencial por la opositora Mesa por la Unidad Democrática (MUD). Con más marketing que discurso político, al mejor estilo de show hollywoodiense y después de una larga espera con el objetivo de crear expectativas que sirvieran para compensar el no protagonismo que le concede el pueblo, Capriles confirmó que competiría en la contienda electoral. No tenía otra opción; no haberse presentado era haber creado su tumba política para siempre. Las presiones externas seguro que habrán jugado un importante papel. Esta vez, Capriles se quitó su mascara de buenas formas y críticas moderadas al chavismo, y se mostró sin complejos con mucho odio y rencor, presentándose así mismo como candidato valiente y luchador a sabiendas de su derrota, y disparando agresivamente contra todo sin titubeos. Además, en este primer acto de campaña, ya tuvo sus primeros errores: quiso apropiarse de símbolos que el chavismo tiene bien apropiado (como la cuestión religiosa), quiso hablar a la población que es absolutamente fiel a Chávez (a los pobres), y además, cuestionó todo lo acontecido en torno a la muerte del recién fallecido incluyendo unas palabras para los familiares. Así, será difícil que Capriles pueda convencer a las mayorías.
En el otro lado de la contienda, está el chavismo que disfruta de su momento culmen en emotividad, en lo simbólico, en lo épico, en lo político, en lo espiritual y en lo humano. La gestión de este momento espinoso ha sido un ejemplo de buena práctica. Ha habido respaldo internacional, músculo popular y gestión institucional: el tribunal supremo de justicia interpretó los artículos constitucionales 233 y 220 tal como se debía, la asamblea nacional posicionó al nuevo presidente encargado y el consejo nacional electoral convocó elecciones. Tal como lo dijo Chávez en su última presencia pública, Maduro se postula como candidato. En este momento, buscar fisuras en el seno del chavismo es no entender de política. El reparto de roles también está más que claro. Todos saben que la batalla es volver a ganar la legitimidad en las urnas para seguir gobernando con un proyecto político socialista, revolucionario y boliviariano, esto es, el chavismo. Y por si fuera poco, Maduro comienza a ser él como así acaba de decir: «No soy Chávez, soy chavista, soy hijo de Chávez, sólo juntos somos Chávez». Es más, emprende un camino sinuoso, a la par que gratificante, construirse a sí mismo como candidato presidencial que ha de seguir el legado de Chávez profundizando el cambio a favor de las mayorías. Para ello, Maduro ya ha sido explicito en su propuesta: seguir el testamento político de Chávez, el Plan de la Patria, llevándolo al plano de lo cotidiano en cuanto a más seguridad, más lucha contra la corrupción, más industrialización, más eficiencia y más misiones sociales.
De nuevo, el chavismo propone democracia, esto es, que sea el pueblo como siempre quien elija a quien más lo representa. Chávez seguro que estará satisfecho con la elección.
Fuente: http://www.publico.es/internacional/451977/el-pueblo-vuelve-a-elegir-en-venezuela