El Instituto Cervantes de París se está convirtiendo en uno de los centros culturales más importantes de esta capital. No me fallo ni una conferencia, debate, o exposición cuando hay sitio, pues a menudo nos quedamos en la calle. Hace un par de meses asistí a los coloquios sobre el Cuarto centenario de la publicación […]
El Instituto Cervantes de París se está convirtiendo en uno de los centros culturales más importantes de esta capital. No me fallo ni una conferencia, debate, o exposición cuando hay sitio, pues a menudo nos quedamos en la calle. Hace un par de meses asistí a los coloquios sobre el Cuarto centenario de la publicación del Quijote. Escuché con provecho los comentarios de Jean Canavaggio, Eugenio Trías, el profesor Redondo y otros notables cervantistas. En el debate me permití preguntar cuál es, a juicio de tan distinguido areópago, la versión más recomendable de todas cuantas existen. ¿La de Clemencín o la de Vicente Gaos, para mí hasta ahora la mejor? Tras analizar mi opinión, un experto de la mesa concluyó que la más al día en cuanto a análisis y trabajo filológico es la última, la del Cuarto centenario. La compré en Madrid en un quiosco (barata, 9 euros) y sin duda el maestro me indicó bien, pero lo cierto es que después de leer el prólogo de Vargas Llosa se me quitaron las ganas de seguir adelante.
¿Cómo se le permitió a Mario Vargas Llosas utilizar esta tribuna cervantina para explayar sus tesis económico-políticas? Con los cristales que desde hace años lleva, y que todo ve con los colores de Ronald Reagan y Margareth Thatcher, el prologuista trata de convencernos de que el libro de Cervantes prefigura la visión de la economía que inició dicha pareja y que ahora trata de redondear su epígono George.W. Bush. «¿Qué idea de la libertad se hace don Quijote?», pregunta Vargas Llosa, y él mismo contesta : «La misma que, a partir del siglo XVIII se harán en Europa los llamados liberales: la libertad es la soberanía de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad. Es decir, lo que varios siglos más tarde un Isaías Berlin definiría como «libertad negativa», la de estar libre de interferencias y coacciones para pensar, expresarse y actuar. Lo que anida en el corazón de esta idea de la libertad es una desconfianza profunda de la autoridad, de los desafueros que puede cometer el poder, todo poder».
Mario Vargas Llosa no ignora que existen miles y miles de exploraciones de obra tan inmensa. Si le empezamos a buscar significados políticos, modestamente erijo a Cervantes en precursor de Kart Marx. Me baso en la reivindicación de Sancho: «»Voy a parar en que vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, que el tal salario se me pague de su hacienda: que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde, o mal o nunca; con lo mío, que me ayude Dios. En fin, yo quiero saber lo que gano, poco mucho que sea; que sobre un huevo pone la gallina, y muchos pocos hacen un mucho, y mientras se gana algo no se pierde nada. Verdad sea que si sucediese (lo cual ni lo creo ni lo espero) que vuesa merced me diese la ínsula que me tiene prometida, no soy tan ingrato, ni llevo las cosas tan por los cabos, que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula, y se descuente de mi salario gata por cantidad;
– Sancho amigo, respondió don Quijote – a las veces tan buena suele ser una gata como una rata.
– Ya entiendo- dijo Sancho – yo apostaré que había de decir rata y no gata; pero no importa nada, pues vuesa merced me ha entendido».
Más adelante, en el capítulo XVIII, Sancho plantea otra vez sus exigencias remunerativas, que ni Lenin ni Garpar Llamazares lo hicieran con igual fervor.: «Cuando yo servía a Tomé Carrasco (….) dos ducados ganaba cada mes, amén de la comida. Con vuestra merced no sé lo que puedo ganar puesto que sé que tiene más trabajo el escudero del caballero andante que el que sirve a un labrado (…). A mi parece, con dos reales más que vuesa merced añadiese cada mes me tendría por bien pagado.»
Esto está escrito por Cervantes, y no son lucubraciones de un intelectual obsesivo y predicador.
En fin, que en esta conmemoración del Cuarto centenario, Vargas Llosa trata de llevar el agua a su molino neoliberal y practica la regla del «haz lo que digo y no lo que hago»: Si realmente creyera en el Caballero de la Triste figura; si no leyera el querido libro con ojeras de Rocinante, él, que tantos premios ha obtenido (el Formentor, el mismísimo Cervantes, su ingreso en la Real Academia de la Lengua y tantos honoris causa) habría de aplicarse los consejos que don Quijote da al hijo del Caballero del Verde Gabán, un principiante que sueña con ser tan escribidor como el autor de «La tía Julia…»: «procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las Universidades; pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero…».