Investigando para una nueva película, he estado visionando material documental de archivo de los años 80, la era de Ronald Reagan y su «guerra secreta» contra Centroamérica. Lo impactante es la implacable manera de mentir. Bajo Reagan se constituyó un departamento del engaño con el tímido nombre de «oficina de diplomacia pública». Su objetivo consistía […]
Investigando para una nueva película, he estado visionando material documental de archivo de los años 80, la era de Ronald Reagan y su «guerra secreta» contra Centroamérica. Lo impactante es la implacable manera de mentir. Bajo Reagan se constituyó un departamento del engaño con el tímido nombre de «oficina de diplomacia pública». Su objetivo consistía en repartir propaganda «blanca» y «negra» -mentiras- y difamar a aquellos periodistas que decían la verdad. Prácticamente todo lo que el mismo Reagan dijo al respecto era falso. Una y otra vez advirtió a los estadounidenses del «peligro inminente» que suponían las pequeñas naciones que ocupan el istmo entre ambos continentes del hemisferio occidental. «América Central está demasiado cerca y sus intereses estratégicos son demasiado fuertes como para que ignoremos el peligro de gobiernos que están tomando el poder y tienen lazos militares con la Unión Soviética», afirmó. Nicaragua era una «base soviética» y «el comunismo va a hacerse con todo el Caribe». Los Estados Unidos, dijo el presidente, «están envueltos en una guerra contra el terrorismo, en una guerra por la libertad».
Suena muy familiar. Sustituyamos simplemente Unión Soviética y comunismo por Al-Quaeda y estaremos al día. Y todo fue una fantasía. La Unión Soviética no tenía bases en Centroamérica ni intención de tenerlas; al contrario, los soviéticos fueron inflexibles a la hora de negarse a prestar cualquier tipo de ayuda solicitada. Las tiras de cómic con «almacenes de misiles» que las autoridades estadounidenses presentaron a la ONU fueron las precursoras de las mentiras contadas por Collin Powell en su infame presentación de las inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes ante el Consejo de Seguridad en 2003.
Mientras las mentiras de Powell allanaron el camino para la invasión de Irak y la muerte violenta de al menos 100.000 personas, los embustes de Reagan disfrazaron sus masacres en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Al final de sus dos legislaturas habían muerto 300.000 personas. En Guatemala, sus mercenarios -armados e instruidos en la tortura por la CIA- fueron descritos por la ONU como genocidas.
Hoy en día existe una diferencia importante. Es el nivel de concienciación de la gente en todo el mundo sobre el verdadero objetivo de la «guerra contra el terror» de Bush y Blair, así como la magnitud y la diversidad de la resistencia popular contra ella. En los días de Reagan, la idea de que los presidentes y primeros ministros mintieran de forma deliberada y calculada era considerada extravagante; las mentiras de Nixon en el caso Watergate fueron impactantes porque entonces se suponía que un presidente simplemente no mentía.
Ya casi nadie cree eso. En Gran Bretaña, gracias a Tony Blair, ha tenido lugar una gran transformación en la actitud pública. Nada menos que un 80 por ciento le considera un mentiroso; el 82 por ciento de los británicos cree que su belicismo fue una de las causas principales de las explosiones de Londres; el 72 por ciento opina que ha convertido a su país en un objetivo. Ningún primer ministro reciente ha sido nunca objeto de tan fundado oprobio. Más aún, la mayoría sigue siendo escéptica respecto a la veracidad de la «trama» para hacer estallar un avión procedente de Heathrow. El reciente auto-bombo bravucón del ministro del interior, John Reid, es rechazado por una clara mayoría, así como la promoción mediática del secretario del tesoro, Gordon Brown, como el hombre que trajo la prosperidad económica a Gran Bretaña, al tiempo que actuaba como pagador de diversas aventuras imperialistas. Más de tres cuartas partes de la población cree que Brown y Blair básicamente han hecho más ricos a los ricos (YouGov y Guardian/ICM).
Según mi experiencia, esta inteligencia y sentido moral críticos del público siempre han tenido más importancia que las voces que afirman hablar en nombre del pueblo. Lo que Vandana Shiva denomina «insurrección del conocimiento reprimido» está creciendo en Gran Bretaña y por todo el mundo, quizá, como nunca lo había hecho antes, gracias a un nuevo internacionalismo asistido por las nuevas tecnologías. Mientras Reagan conseguía hacer creer muchas de sus mentiras, Bush y Blair no pueden; la gente sabe demasiado. La historia también se hace patente; ninguna potencia imperial ha sido capaz de mantener tres guerras coloniales simultáneas de forma indefinida.
Es el caso de Estados Unidos y Gran Bretaña en Afganistán, donde el «democrático» gobierno títere está en apuros, como cabía predecir, y el acosado ejército británico necesita recurrir a los bombarderos estadounidenses, quienes el 26 de agosto mataron a 13 civiles -incluidos nueve niños- que huían, una atrocidad habitual.
En Irak, en contraste con la mentira habitual de que las matanzas son ahora casi únicamente sectarias, el 70 por ciento de las 1.666 bombas utilizadas por la resistencia en julio fueron dirigidas contra los ocupantes estadounidenses y el 20 por ciento contra su fuerza policial títere. Las pérdidas civiles suponen el 10 por ciento. En otras palabras, al contrario que el castigo colectivo impuesto por Estados Unidos -como el asesinato de varios miles de personas en Fallujah-, la resistencia está llevando a cabo una guerra básicamente militar, y está venciendo. Esta realidad es acallada, como lo fue en Vietnam.
En el Líbano el modelo también se cumple. Una resistencia armada de unos pocos miles de personas ha humillado a la quinta potencia militar mundial, que es abastecida y apoyada por la superpotencia. Eso es lo que sabemos. Lo que no conocemos es papel extraordinario y decisivo jugado por el pueblo desarmado del sur del Líbano. Descrito como una caravana de víctimas, el espectáculo de la gente volviendo a sus hogares fue un acto épico de desafío y resistencia. El 13 de agosto, mientras el ejército israelí penetraba en el sur del Líbano, advirtió a la gente de que no regresara a sus casas. Fue un desafío de cada hombre, mujer y niño, que abandonaron los centros de refugiados y se dirigieron hacia el sur, colapsando las carreteras y haciendo signos de victoria.
Un testigo presencial, Simon Assaf, describió a «grupos de hombres locales a lo largo de la ruta limpiando el camino de montones de cables eléctricos, chatarra y metal retorcido que inundaban la autopista. Se iban formando rápidamente nuevas filas de coches a través de los huecos en la chatarra. No había militares ni policía… eran los locales quienes dirigían el tráfico, guiaban a los coches entre peligrosos cráteres y empujaban a los autobuses por pistas de polvo rodeando los puentes destruidos. Al acercase a sus casas, los refugiados formaban grandes procesiones. Ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo era reclamado. Impotentes ante esta oleada humana, los israelíes abandonaron sus posiciones y empezaron a huir hacia la frontera. Esta marea de gente surgió de un movimiento masivo sin precedentes que creció por todo el país mientras llovían las bombas.»
La resistencia libanesa, tanto armada como desarmada, surge de la misma fuente que otros movimientos de todo el mundo. Todos ellos han aprendido a dejar de lado sus diferencias sectarias frente a un enemigo común; el imperio arrasador y sus satélites. En Bolivia, el país más pobre de América Latina, el primer gobierno del pueblo indígena, desde su esclavización por España, fue elegido de forma arrolladora este año, después de que cientos de miles de campesinos y antiguos mineros desarmados se enfrentaran a las armas del ejército enviado por el dictador oligarca Gonzalo Sánchez de Lozada. Con su marcha sobre La Paz le obligaron a huir a los Estados Unidos, adonde había enviado previamente sus millones. Esto ocurrió tras la resistencia masiva frente a la privatización del abastecimiento de agua de Cochabamba, la segunda ciudad boliviana, y a su apropiamiento por parte de un consorcio dominado por la poderosísima compañía Bechtel. Ahora Bechtel también ha tenido que huir.
Por toda América Latina, movimientos masivos de resistencia han crecido tan rápidamente que ahora hacen sombra a los partidos tradicionales. En Venezuela conforman el apoyo popular a las reformas de Hugo Chávez. Habiendo emergido espontáneamente en 1989 durante el Caracazo, la erupción de rabia política contra el servilismo venezolano ante las demandas libremercadistas del FMI y el Banco Mundial, infundieron imaginación y dinamismo al gobierno de Chávez para atacar el azote de la pobreza.
Aquí en occidente, mientras la gente abandona los partidos políticos que antes consideraba suyos, hay mucho que aprender de los movimientos de resistencia en lugares peligrosos y de sus tácticas de acción directa basada en la información. Contamos con ejemplos propios aquí en Gran Bretaña, como los logros de la creciente resistencia contra la sigilosa privatización del Servicio Nacional de Salud por parte de Blair y Brown. Al gigante estadounidense United Health Europe se le impidió hacerse con el control del servicio de medicina local GP en Derbyshire, después de que la comunidad combatiera una decisión sobre la que no había sido consultada. Pat Smith, una pensionista, llevo el caso a juicio y ganó. «Esto muestra de lo que es capaz el poder popular» afirmó, como si hablara en nombre de millones de personas.
No hay diferencia fundamental entre la campaña de resistencia de Pat Smith y la del pueblo de Cochabamba, que se negó a pagar casi la mitad de sus ingresos por su propia agua a una compañía estadounidense. No hay diferencia de principios entre el movimiento popular que puso fin a la invasión israelí y la agitación de personas por todo el mundo cuando toman conciencia del verdadero significado de las ambiciones y la hipocresía de Bush y sus vasallos. Quieren que estemos permanentemente asustados y acobardados por el «terrorismo» cuando, en realidad, los mayores terroristas son ellos.
- Título original: «Return Of People Power»
- Autor: John Pilger
- Origen: ZNet
- Traducido por Juan Aballe y revisado por Jain Alkorta