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El reguero del Islam político

Fuentes: opendemocracy.net

(Traducido para Rebelión por Moira Cristiá) Gilles Kepel, uno de los principales expertos mundiales en el Oriente Medio Moderno, ha escrito «Jihad: el reguero del Islam político», el primer intento extenso de seguir la historia y la expansión de los movimientos políticos islamistas. En una charla en el Instituto Francés en Londres (como parte de […]

(Traducido para Rebelión por Moira Cristiá)

Gilles Kepel, uno de los principales expertos mundiales en el Oriente Medio Moderno, ha escrito «Jihad: el reguero del Islam político», el primer intento extenso de seguir la historia y la expansión de los movimientos políticos islamistas. En una charla en el Instituto Francés en Londres (como parte de una colaboración entre Institutos culturales europeos sobre las relaciones entre Europa e Islam) ofreció a finales del año 2002 un análisis profundo del pasado, presente y posible futuro de este fenómeno político-religioso, análisis que nos ha parecido interesante rescatar en estos momentos.

A mediados de 1990, cuando era Profesor invitado en la Universidad de Columbia, me surgió una pregunta algo simple que, a pesar de su simplicidad, estaba todavía sin contestar en ese momento. ¿Por qué los movimientos islamistas triunfaron en tomar el poder en ciertos lugares, como en Irán, mientras que en la mayoría de los casos, como por ejemplo en Argelia, fracasaron?

Esperaba que, siguiendo esta pregunta, pudiéramos encontrar algunas claves para entender el Islamismo, un tema que produce más juicios de valor que análisis serios. Un número de escritores son hostiles al movimiento, otros están a favor, hay quienes sostienen que es la corporeización de la identidad de los musulmanes, mientras otros discuten que, precisamente por esta razón, tendría que promoverse o luchar en su contra.

Yo estaba interesado en encontrar una herramienta que me permitiera analizar estos movimientos en clave social y cultural, de la misma forma que podría analizar la democracia social, el fascismo, el comunismo o los movimientos liberales.

Escribí mi primer libro «Los musulmanes extremistas en Egipto: El profeta y el faraón» basado en mi tesis doctoral, a principios de los 80. Éste, se centraba en el movimiento islamista egipcio durante la era de Sadat. Veinticinco años después, pensé que era tiempo de evaluar estos movimientos. Para cuando comencé, eran en gran medida «utopistas», ninguno había tomado el poder todavía, ni siquiera jugado un rol político significativo. Pero, desde mediados de 1990 en adelante, empezaron, por supuesto, a ser mucho más importantes.

Los movimientos islamistas son, de hecho, agregaciones de diferentes grupos sociales con distintas agendas. Son fuertes cuando consiguen movilizar o aglutinar estos componentes diversos, hasta que realmente alcanzan el poder. Lo que me interesó fue su capacidad de movilizar diferentes grupos sociales con diferentes agendas, conservarlos unidos y armonizarlos. Puede haber violencia o incluso la semi-islamización de la sociedad, pero los grupos islamistas nunca tomarán el poder si no logran unir a estos grupos sociales diversos.

La primera generación alfabetizada

Entonces, ¿Cuáles son estos grupos? Identifiqué tres. El primer grupo es al que denomino «los jóvenes urbanos pobres». En la década de 1970, éstos llegaron a ser el grupo más numeroso en esta parte del mundo.

1970 fue una década de desborde en el mundo musulmán y en general en lo que pasó a ser conocido como el Tercer Mundo ya que la primera generación desde la explosión demográfica de la segunda posguerra alcanzaba la madurez. El incremento poblacional era gigantesco. De hecho, en algunos países de Medio Oriente y el norte de África, el 70 o 75 % de la población eran menores de 25 años. La base de la pirámide de edad era extremadamente amplia. Además produjo un fenómeno totalmente nuevo: desde el siglo XIV, la mayoría de la población en el mundo musulmán había sido rural. Ahora, debido a que el campo no podía alimentar a sus hijos, devinieron urbanos o semi-urbanos, a partir de una migración masiva a los alrededores de las grandes ciudades.

Gracias a las políticas de educación de los nuevos Estados independientes, esta generación fue la primera en la región en ser educada en masa. Los varones, por lo menos, (aunque muchas mujeres también) tuvieron acceso a la alfabetización en el idioma oficial (urdu, árabe o farsi[1]) lo que significaba que podrían leer e interpretar los textos religiosos sin mediación. Por lo tanto, ya no sería necesario apelar a la autoridad de un Ulema, un doctor en ley, o un sheikh.

Esta alfabetización creó una significativa brecha cultural entre esta generación y sus padres. Los últimos eran generalmente rurales e iletrados, mientras que sus hijos habían migrado a los suburbios de las grandes ciudades, en donde los puntos de referencia que sus padres usaban para regir su vida eran de muy poca utilidad.

Sin embargo, la generación más joven no pudo nutrirse de su recientemente adquirida cultura escrita para afrontar los desafíos que se le presentaban en este ambiente extraño. Puesto que habían adquirido este capital cultural tenían «grandes expectativas» que no lograban, generando una exclusión social de nuevo tipo .

Estas experiencias eran mucho más amargas en los 70 al ser ésta, también, la primer generación que alcanzaba la madurez sin ninguna memoria viva del pasado colonial. Como resultado, tendían a exigir a la elite política que diese cuenta de sus actos. Esta última, como lo veían los jóvenes urbanos, era responsable por lo que había distribuido (o, en la mayoría de los casos, no distribuido), creando un gran sentimiento de desorden, necesidad y frustración social, y en consecuencia, el deseo de encontrar un lenguaje que pudiera desentrañar los diablos de la sociedad, y aportar una alternativa.

La burguesía piadosa… y los intelectuales

Un segundo grupo, que formarían parte de la alianza islámica, era al que denomino «las clases medias piadosas». La mayoría de los regímenes de los países islámicos en la posguerra se encontraba en una de estas dos categorías: 1) regímenes alineados al bloque soviético, regímenes militares con una tendencia socialista y una fuerte minoría tribal, regional o étnica, como Argelia, Siria, Irak, Yemen y Egipto 2) regímenes que se inclinaban más hacia Occidente, como las monarquías de la península Arábica, Marruecos y Jordania.

Ambos tipos de regímenes tenían un elemento en común: para tener acceso al poder político o incluso económico, era necesario poseer algún tipo de relación de parentesco con la elite en el poder. Si uno no era el sobrino de un general o el miembro de una familia real, era muy difícil incluso tener acceso al crédito, importar mercadería o devenir empresario.

Esta situación producía una fuerte frustración entre los Bazaari y aquellos jóvenes profesionales que habían migrado a los países exportadores de petróleo, amasado grandes sumas de dinero y vuelto a casa para encontrarse explotados por la elite en el poder. No eran tan violentamente excluidos como los urbanos pobres pero también deseaban un gobierno de otro tipo.

El tercer grupo social importante, es al que llamo la intelligentsia islámica. Eran los ideólogos militantes quienes desplegaban un discurso político de movilización a los dos primeros grupos; uno que pudieran comprender y traducir de distinta manera a su práctica social. Hablarían de un Estado islámico y de la implementación de la Sharia (ley religiosa)

Los jóvenes urbanos pobres esperaban que el estado islámico les otorgara aquello de lo que habían estado privados: respeto, trabajo, hogar, matrimonio. Frecuentemente lo traducirían como un intento de agitación revolucionaria que revertiría las jerarquías sociales.

En contraste, las clases medias piadosas estaban principalmente interesadas en desalojar a los gobernantes incentivando a las masas a salir a las calles y a resistir a la violencia del régimen, con el fin de tomar el lugar de la elite. Su interés no era verdaderamente revertir las jerarquías sociales, solamente querían cambiarle la cara al sistema y recompensar a los jóvenes pobres urbanos más con moral que con una retribución social o económica.

De esta manera, la intelligentsia islámica, cuando triunfó, fue extremadamente cuidadosa de minimizar la importancia del descontento social en su mensaje. Eran extremadamente ambiguos, en lo referido a lo social. Si no hubieran mantenido su discurso impreciso, y lo hubieran mostrado revolucionario, habrían complacido a los pobres urbanos, pero disgustado a las clases medias piadosas. Si hubieran sido demasiado suaves en su deseo de cambio social, entonces, los pobres urbanos no lo habrían «comprado». Se mostraban fuertes en sus eslóganes políticos, religioso y morales, pero minimizaban la dimensión social que habría divido a los grupos. Así es como esta ideología modeló las demandas de dos grupos completamente diferentes con diversas agendas sociales.

Tres fases del islamismo

Ahora, algunas palabras sobre el discurso en sí mismo. Para 1960, un número de ideólogos y pensadores en el mundo musulmán habían desafiado a los estados independientes intentando deslegitimarlos en el nombre del Islam: Sayyid Qutb en Egipto (ejecutado por Nasser en 1966), Sayyid Mawdudi en Pakistán (fallecido en 1979) y el Ayatollah Jomeini en Irán (fallecido en 1989). A pesar de sus diferencias, tenían en común la convicción de que el mundo de hoy no era el mundo musulmán y que incluso aquellos países que se profesaban musulmanes eran en realidad lo que el Corán llama Jahiliyya, esto es, la edad de la ignorancia que prevalecía en la Península Arábica antes de la revelación de Mahoma.

Para ellos, el siglo XX era una especie de vuelta a la Jahiliyya, que debía ser destruida como lo hizo Mahoma con sus predecesores. Existían distintas formas de ver cómo se llegaría a eso. En Egipto, Qubt y sus partidarios sostenían la necesidad de un levantamiento radical, a lo que se referían como «el movimiento», para traer el estado islámico. En Pakistán, Mawdudi proponía conseguirlo por elecciones y a través de una modernización legal e institucional. En Irán, en cambio, el movimiento usó un lenguaje peculiar del Islam chiíta para alcanzar sus metas. Sin embargo, el elemento que tenían en común era el uso del paradigma de la Jahiliyya para analizar el por qué estos estados no eran más musulmanes y comprometerse consecuentemente para derrocarlos.

Este argumento proveyó a los miembros potenciales de la alianza islámica con lo que deseaban: una manera de describir y descifrar el presente estado de la sociedad islámica explicando por qué se había deteriorado, y también una alternativa, algo por lo que pelear, un objetivo.

Las últimas tres décadas del siglo XX fueron cruciales para este movimiento, con un punto de inflexión ffu fundamental como lo fue la jihad en Afganistán en los ’80. Según mi parecer, la formación, expansión y declive de los movimientos islamistas corresponden a tres fases distintas.

La primera, desde septiembre de 1970 al 1º de febrero de 1979, es la fase formativa. La primera fecha marca la caída del nacionalismo árabe, coincidiendo la muerte de Nasser con la guerra civil en Jordania, que brindó una gran oportunidad para una ideología alternativa. La segunda fecha es la del día en el que Ayatollah Jomeini aceptó regresar de su exilio en París.

Durante esta fase, la intelligentsia islámica se armó principalmente en los campus universitarios con el incentivo de los poderosos del mundo musulmán que vieron en estos estudiantes del Corán un contrapeso para la izquierda que en ese momento prevalecía. Personajes como Anwar Sadat, quien fue asesinado por los islamistas en 1981, al principio creía que podrían darle expresión a la frustración social en un lenguaje religioso que no sería peligroso, que podría ser dominado mucho más fácilmente que el de los socialistas o radicales, en un momento en que la Unión Soviética era todavía una realidad.

El movimiento islámico desarrolló sus dimensiones intelectuales e ideológicas durante los 70, mostrándose siempre ambiguo. Desde la guerra de octubre de 1973 en adelante, Arabia Saudita, que de pronto tenía un enorme caudal de efectivo a su disposición tras que el precio del petróleo se disparó a las nubes, invirtió cuantiosamente en el movimiento. Esto se dio por varias razones: era un mecanismo por el que podía traducir su importancia financiera en poder político en la región, la oportunidad de subsidiar un movimiento que le diera la espalda a la URSS, y un vehículo para la expansión de la agenda religiosa islámica en la arena social.

Hubo varios programas de caridad para comprarles a los estudiantes de Jomeini un atuendo completo islámico, y subsidiar el transporte de las estudiantes mujeres. Una amplia red de caridades permitía ganar el apoyo entre los jóvenes pobres urbanos, proveyéndolos de una alternativa a los servicios públicos que no daban abasto con la creciente población.

Pero, para fines de 1970, la pesadilla saudita de una revolución islámica se volvió realidad en un país en el que tenían casi una influencia nula: el vecino Irán, un país chiíta que los sauditas consideraban prácticamente no-musulmán

El avance iraní

¿Cómo lo logró Jomeini? Inicialmente, el movimiento contra el Shah en Irán no era conducido por el clero. El Shah había roto la columna vertebral de los movimientos seculares, los cuales no tenían la capacidad de organizarse. A su vez, Jomeini era suficientemente astuto políticamente para comprender que para alcanzar el poder debería involucrar mayor amplitud de seguidores, aislando cada vez más al Shah.

Jomeini era extremadamente cuidadoso para expandir sus adictos lo más posible. Por ejemplo, llamaría a sus seguidores potenciales los mustazafin, una palabra árabe y persa que significa «los que son débiles y desheredados, los frágiles». Es un término coránico, opuesto en el Corán al de otra palabra, la de mustakbirin, que significa «los que son arrogantes». Estos dos términos opuestos fueron usados por un predecesor de Jomeini (Alí Shariati), quien vivió en Francia durante la guerra franco-argelina de 1954-62. Shariati, partidario del Frente de Liberación Nacional (FLN), tradujo el libro de Franz Fanon «Los condenados de la tierra» del francés original al persa. Él consideraba que sus categorías marxistas de «opresores» y «oprimidos» no serían comprendidas y las reemplazó por aquellas cuya dimensión moral provenía de la retórica coránica. Haciendo esto, cambió profundamente el alcance de estos términos.

Jomeini construyó su discurso sobre este cambio de alcance, incluyendo en la categoría de mustazafin a, no sólo los verdaderamente excluidos que habían migrado a Teherán desde el campo, sino también a los bazaari y, para fines del ’78, incluso también a los secularistas entre la intelligentsia (quienes a su vez especulaban que Jomeini podía ser el instrumento para derrocar al Shah.) Éstos, por supuesto, esperaban que Jomeini se retirara a Qom[2] donde podía escribir poesía o preocuparse por la filosofía islámica.

La apertura de Jomeini a nuevos grupos de partidarios fue esencial para el éxito de su revolución. Posteriormente, estos grupos adictos serían gradualmente eliminados hasta que, en 1979, la toma de rehenes en la embajada de EEUU dejó al descubierto a los secularistas, quienes fueron expulsados del poder.

Los jóvenes urbanos pobres ahora ocuparían el escenario central. Llegado ese punto (como en la Revolución Francesa cuando los sans-culottes fueron enviados a Italia a saquear y así se los desalojó del drama central en Francia), los jóvenes pobres iraníes fueron remitidos a una muerte terrible en los campos minados iraquíes. Debían defender la Revolución Iraní de los de afuera, pero, de esa manera, fueron quitados de su seno.

Exportando la revolución

La revolución iraní tomó lugar en el mundo musulmán shiíta, empleando intensamente un particular discurso político shií. Pero como los shiítas constituyen el 15% del mundo musulmán, para «exportar» la revolución, este elemento lingüístico tenía que ser reemplazado por una retórica islámica de una línea más central.

Aquí se abrió una segunda fase de los movimientos islamistas, que corre desde 1979 al 15 de febrero de 1989. Ésta se caracterizó por una grandiosa expansión del Islam radical por todo el mundo islámico, aunque simultáneamente expusiera las evidentes contradicciones que habían sido implícitas en el movimiento islámico desde sus inicios. Éstas fueron encarnadas en la rivalidad entre la República Islámica de Irán, por un lado, y la Arabia Saudita (respaldada por los Estados Unidos) por el otro – cada una buscando ser hegemónica sobre este fuerte movimiento político.

Desde el punto de vista de Irán, debía exportarse la Revolución al mundo musulmán en general. El nuevo Estado era guiado por una perspectiva extremadamente anti-occidental, principalmente apuntando contra el gran Satán (e incluso contra el pequeño Satán, Francia, a pesar de su hospitalidad con Jomeini durante su exilio). Por supuesto, esto resultaba un asunto preocupante para Occidente.

Arabia Saudita, amparada por Estados Unidos y otros como Saddam Hussein (en este momento el predilecto de Occidente), se hizo cargo de contener y rebatir la Revolución Islámica. Irak atacó a Irán en septiembre de 1980, conduciendo a una guerra de ocho años en las trincheras, con millones de afectados. La República Islámica fue contenida en su flanco occidental.

Pero el desarrollo más importante fue la jihad en Afganistán, como respuesta a la invasión soviética en 1979. Esta fue un señuelo, planeado y usado por los Estados Unidos y los sauditas, para matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, marginalizará a Irán, volviendo a Arabia Saudita el líder reconocido del movimiento islámico en todo el mundo, particularmente en el mundo sunní. Por otro, este contra fuego para la revolución islámica, dirigirá las energías de los radicales afuera del gran Satán, ahora contra los ateístas soviéticos que habían invadido al país musulmán. Para los Estados Unidos, la jihad en Afganistán era una manera de crearle un Vietnam a la Unión Soviética, acelerando su derrumbe.

El 15 de febrero de 1989, el Ejército Rojo retiró sus tropas de Kabul, finalmente conduciendo a la caída del muro de Berlín en noviembre de ese año. Afganistán, en gran medida, fue el cementerio de la Unión Soviética. Para los Estados Unidos, o por lo menos como era visto en ese momento, la jihad en Afganistán fue un buen negocio, ya que le costó alrededor de 600 millones al año. Es más, las tropas norteamericanas no fueron requeridas. No sólo los mujahedin afganos fueron entrenados y equipados (bajo la supervisión de la CIA) por el ISI, el Servicio de Inteligencia de Pakistán sino, aún más importante, los reclutas provenían de los países musulmanes como Argelia, Egipto, Pakistán, las Filipinas del sur y Turquía. Estos hombres eran, de alguna forma, miembros de las brigadas internacionales islamistas.

Esto trajo un cambio significativo en el mismo movimiento islamista. En la década del 70, los reclutas leían libros de Sayyid Qutb o Mawdudi. Éstos eran fáciles de leer, escritos en un lenguaje accesible y bien adaptados para llegar a los recién educados, a esta nueva generación alfabetizada. Cualquiera con una educación secundaria podía leerlos y reflexionar y estar o no de acuerdo con ellos.

En cambio, en los campos de entrenamiento de Afganistán y del este de Pakistán, los reclutas militares eran provistos de un entrenamiento muy diferente, de dos tipos. En primer lugar, un total adoctrinamiento. No se trataba de discutir los textos o pensarlos sino que eran forzados a alimentarse de lecturas de los ulemas medievales, que no podían comprender. Pero para aquellos a cargo de los campos, éstos poseían una total autoridad para dirigir sus acciones. En segundo lugar, en los campos de refugiados se los entrenaba y equipaba para combatir, otra vez a través de la ISI, vía el tutelaje de los Estados Unidos.

Fuera de estos campos (incluido el luego apreciado de la CIA, Osama Bin Laden), desarrollaron una nueva cultura de radicalismo islámico, combinando el adoctrinamiento, que formó una estructura cohesiva de fuerzas, y el entrenamiento militar. De esta manera, se incitó una particular fascinación por la jihad que conduciría a la creación de una red llamada Al-Qaeda. En árabe, significa «base», pues justamente Bin Laden y sus compañeros, que ya eran posmodernistas, habían incluido todos los nombres y direcciones de los militantes extranjeros en su base de datos. Esta red funcionaba como un sistema de última generación, que podía fácilmente conectar a militantes esparcidos por todo el mundo, siendo aún extremadamente cohesiva por su profundo nivel de compromiso.

El año clave: 1989

El año 1989 fue un punto de inflexión. Irán efectivamente perdió la guerra: Jomeini fue obligado a firmar el cese de fuego a Saddam Hussein en el verano de 1988. Nadie recuerda el 15 de febrero de 1989 porque el 14 de febrero, se publicó la fatwa contra Salman Rushdie. Jomeini lo lanzó precisamente ese día para ser percibido como un mensajero de los musulmanes que defendían el Islam contra los insultos del libro de Rushdie, algo que los sauditas no fueron capaces de hacer. Pero, en un nivel simbólico, distrajo a la gente del importante evento a nivel de la realpolitik: las tropas soviéticas abandonaron Afganistán, lo cual fue una victoria saudita, no iraní.

El año 1989 es, entonces, desde mi punto de vista, el año pico de estas décadas: el que vio no solamente la victoria de la jihad en Afganistán, que abre camino para la emergencia de un número de nuevos países islámicos en el borde sur del ex imperio soviético y los Balcanes, sino también el asunto Rushdie y la disputa «del velo» en Francia. Fue el año en el que se creó el Front Islamique du Salut (FIS) en Argelia, cuando Hassan Turabi tomó el poder en Sudán, cuando Cachemira pasó a ser un asunto candente, y cuando, durante la primer Intifada en Palestina (que se inició en diciembre de 1987), Hamas comenzó a desafiar significativamente a la antigua hegemonía de la Organización Palestina de Liberación.

En ese momento, mucha gente pensó que con el derrumbe del imperio soviético, el último mesianismo secular del siglo XX, no habría lugar para el nuevo mesianismo islámico. Desde el punto de vista norteamericano y saudita, el movimiento parecía bajo control. Sin embargo, desde 1990, cuando Saddam Hussein trató de apoderarse de Kuwait, una tercer fase se abrió, una que continua hasta (y después) del 11 de septiembre del 2001.

Cuando el rey Fahd de Arabia Saudita (el «custodio de los dos Santos lugares») llamó a las tropas de EEUU para su rescate, el 7 de agosto de 1990, produjo una profunda ruptura en el movimiento islámico. Por un lado, las clases medias piadosas de la línea saudita. Por el otro, los rebeldes que habían peleado en Afganistán, quienes tratarían de construir un movimiento de guerrilla que podía duplicar la jihad contra los soviéticos en Afganistán. Su argumento era que si fue exitoso allí, entonces debería serlo también en Argelia, Egipto, Bosnia y Chechenia, logrando el estado islámico que tanto anhelaban. Así el movimiento que se había mantenido unido bajo la guía saudita desde 1970 se empezó a fragmentar. Había una discordia dentro de Arabia Saudita. Los movimientos de guerrilla se multiplicaron en todos esos países.

De Afganistán a Argelia y Nueva York

Aquellos que comenzaron los movimientos estaban fascinados por la experiencia afgana. Creían innecesario gastar la energía y el tiempo en construir programas de caridad que podían llegar hasta la base popular. Había una fantasía de la jihad afgana, donde parecía que la violencia fue suficiente. Creían que con sólo derrocar el régimen la población le daría la bienvenida al nuevo Estado Islámico.

Pero no funcionó, a pesar de que la jihad en Argelia al principio fue fácil. Allí, los islamistas habían tenido un inicio prometedor, logrando movilizar suficiente gente para permitir que el FIS compitiera en las elecciones de 1990 y conseguir una amplia mayoría en la primera ronda de las elecciones parlamentarias de diciembre de 1991. Sin embargo, el movimiento se dividió, en el curso de la guerra civil y falló en sus intentos de llegar al poder.

El golpe militar de enero de 1992 privó al FIS de la victoria electoral. Muchos de los que fueron despojados de sus derechos democráticos sostuvieron una insurgencia armada al principio. Pero después de un tiempo, se separaron en diferentes líneas. Por un lado, el Grupo Islámico Armado (GIA), cuyos miembros eran antiguos guerrilleros en Afganistán reclutados principalmente entre los jóvenes pobres urbanos, con una agenda muy radical, que incluía vencer a los militares y cambiar la estructura social de pies a cabeza. Por el otro, el Ejército Islámico de Salvación (AIS) que respondía a las necesidades de las clases medias piadosas.

Ambas colisionaron con el Ejército para luego dar lugar a sangrientas confrontaciones entre ellas y finalmente al éxito de la estrategia militar «divide y vencerás» que derrotó tanto a la GIA como a la AIS en 1997-98. Se conoce muy poco la dirección de esta guerra en Argelia, pero es necesario tener en cuenta que, desde principios a mediados de los ’90, se dio la división en el movimiento cuando el ala radical se embarcó en una estrategia de guerrilla causando la alienación de los seguidores de la clase media, que finalmente terminó en la derrota militar.

Desde mediados de los 90 en adelante, la burguesía islamista trató de encontrar una salida a esta parálisis, forjando nuevas alianzas con los liberales de ideas seculares o las clases medias, en una mezcla de Islam y democracia. En suma, el movimiento islámico continúa existiendo pero está profundamente dividido y militarmente vencido.

Y aquí es cuando el terrorismo entra en escena, pues las masas simplemente han fallado en sumarse al movimiento de guerrilla. Dejando de lado el primer intento de bombardear el World Trade Center en 1993, que es todavía muy misterioso, se considera que el primer ataque del grupo de Bin Laden fue en junio de 1996: un ataque a las tropas norteamericanas en Arabia Saudita, precisamente cuando estaba comenzando a ser claro que la ruta de la guerrilla era un fracaso. Luego vinieron los bombardeos a las embajadas en Kenia y Tanzania el 7 de agosto de 1998, justo el día de aniversario del que Fahd llamó a su rescate a los occidentales. Luego, el bombardeo de la USS Cole en Yemen en el 2000 y finalmente el 11 de septiembre de 2001.

Parece claro que el objetivo de Al-Qaeda era diseñar un nuevo ataque espectacular, que probaría que el enemigo era débil y no merecía ser temido. Se esperaba que así las masas a las que querían conquistar se sumaran a la jihad contra occidente para liberarse. Pero el problema es que un movimiento de conspiración tejido tan ajustado es tanto la causa de su éxito como, al mismo tiempo, la razón para su fracaso final. No tienen una forma de llegar a las masas. No tienen programas de caridad. No propagan su palabra. No tienen forma de tratar con políticas que incluyan a las bases populares. Por eso, no pueden movilizar. Solamente pueden usar símbolos de ejemplo, y los medios de comunicación para transmitir su mensaje a las masas. Bin laden se convirtió en un experto en usar a los medios, particularmente después de elegir los nuevos medios de comunicación árabe, como el canal de Al-jazeera, como la vía principal para transmitir su mensaje político.

Esto condujo a un fenómeno sorprendente. Yo he viajado abundantemente por Medio Oriente desde el 11 de septiembre y he notado de manera frecuente un entusiasmo ampliado por Osama Bin Laden, el hombre que «nos apoyó», particularmente entre los jóvenes en (por ejemplo) Egipto, Siria, El Líbano, los Emiratos. No estaban convencidos de la masacre de los civiles en el World Trade Center, podría no haber sido él: «Debe haber sido el Mossad, probablemente». Los ataques suicidas contra Israel eran un asunto distinto, porque Israel es un país que ha invadido las tierras musulmanas. Pero lo que es crucial es que no estaban convencidos del «argumento de la violencia» como tal. No apoyan eso.

En mi visión, esta es una señal de que a pesar de la apariencia de fuerza de los eventos violentos del 11 de septiembre, con mucha gente masacrada, y la visible amenaza a Occidente desde los movimientos islamistas, la violencia de estos movimientos no es un símbolo de fuerza, sino que precisamente muestra que no tienen el control de las multitudes que necesitan movilizar para alcanzar el poder.



[1] N.T. El farsi es una lengua persa moderna que emplea el alfabeto árabe. Es el idioma oficial de Irán, mientras que el urdu el de Pakistán.

[2] Una de las ciudades sagradas de Irán, que alberga el santuario de Fátima, hermana del imán Reza.