Lo más emocionante del mundo es el sexo, la música, el deporte. No. Lo más emocionante del mundo es conocer. No. Lo más emocionante del mundo es conocer con otros y para otros, para voltear el mundo común. Santiago Alba Rico Del brusco despertar de amplias capas de la población (encabezadas por el llamado […]
Lo más emocionante del mundo es el sexo, la música, el deporte. No. Lo más emocionante del mundo es conocer. No. Lo más emocionante del mundo es conocer con otros y para otros, para voltear el mundo común.
Santiago Alba Rico
Del brusco despertar de amplias capas de la población (encabezadas por el llamado precariado y la gran masa de jóvenes, muchos de ellos universitarios, condenados al bloqueo de sus proyectos vitales) del falso sueño de prosperidad vendido a mansalva por la ideología dominante surge el estallido de rebelión social que actualmente, y no sólo en España, presenciamos. Todas las falacias y parches fabricados para sostener la estúpida creencia en la solidez de la estructura económica vigente se han derrumbado con estrépito, al compás de la agudización de la hecatombe en curso, dejando al descubierto los insostenibles desequilibrios de una sociedad ruinosa y provocando por fin una reacción popular contra la tiranía del capital depredador y sus esbirros de los hemiciclos.
¿Qué decir a estas alturas del esperpéntico espectáculo de los años de vacas gordas en los que, mientras el máximo dirigente político se ufanaba de haber alcanzado la Champions League de las potencias mundiales, los mafiosos emperadores del ladrillo, desde los palcos de los estadios de fútbol, enlodaban de sobornos y corruptelas las alcaldías (bien regado todo ello con el lubricante de financiación bancaria a espuertas), para acumular pelotazo tras pelotazo poniendo de paso al país en almoneda?
¿Cómo no sentir náuseas ante el insulto a la inteligencia de vender machaconamente al pueblo la imposibilidad de descenso del precio de la vivienda y las saludables y sólidas bases del crecimiento de la economía española, un país sin multinacionales industriales ni tejido productivo avanzado, con un fraude fiscal y una economía sumergida mastodónticos y unos profesionales cualificados compelidos a emigrar ante la falta de puestos de trabajo de calidad?
¿Qué otros sentimientos que la indignación y la ira pueden provocar la servidumbre solícita del poder político ante los jerarcas de la banca y la gran empresa, ejemplificado en el salvamento con dinero público de las cajas de ahorros para su posterior privatización en bandeja de plata al mejor postor, mientras se cierran servicios hospitalarios y se despide a miles de profesores, cercenando drásticamente los derechos básicos de la población?
Para más inri, como si la hasta ahora nula resistencia y la total domesticación popular avilantaran aún más a los prebostes del poder, se mantienen incólumes los privilegios de los súper ricos en las escandalosas SICAV (fortines opacos al fisco de las grandes fortunas), el drenaje exorbitante de riqueza practicado por el gran capital al socaire de los paraísos fiscales y la enorme bolsa de fraude de la economía sumergida, pozo sin fondo de sobreexplotación y miseria.
Y en esta sucesión sin fin de trapacerías, dizque imprescindibles para insuflar un hálito de vida a la catatónica economía y evitar caer en las garras de los burócratas del FMI y el BCE con sus feroces programas de ajuste neoliberal, los poderes fácticos de toda la vida mantienen sus feudos y sus privilegios bien a salvo de las tijeras. De este modo, la escandalosa financiación pública del adoctrinamiento educativo de la rancia y retrógrada Iglesia Católica, amén de sus privilegios fiscales y patrimoniales, y el nada austero presupuesto del muy «humanitario» ejército español, quedan totalmente al margen del debate político y completamente exentos de cualquier atisbo de recortes presupuestarios.
Estos sí que son servicios públicos «esenciales» y no la atención sanitaria o la educación pública, cuya semigratuidad resulta altamente sospechosa por acostumbrar a excesivas comodidades a un pueblo llano al que estos «privilegios» podrían acercar peligrosamente a la tentación de la molicie, sumamente deletérea para los popes del culto a los nuevos tótems sagrados de la pseudociencia económica: la competitividad y la productividad. Mantras éstos usados machaconamente para encubrir con eufemismos tecnocráticos el asalto implacable a los niveles de vida de la clase trabajadora y legitimar el fin último de las draconianas políticas neoliberales: abaratar la mano de obra creando un ejército de reserva de desempleados que presione a la baja los salarios, restaurando así la exangüe tasa de ganancia capitalista. En roman paladino: superar la hecatombe del neoliberalismo con dosis crecientes de neoliberalismo, aplicando un torniquete al Estado del Bienestar hasta dejarlo casi exánime y empobreciendo brutalmente a las capas más vulnerables de la, hasta el momento, dócil y resignada población.
Mientras tanto, la calma chicha de adocenamiento y sumisión de la mayoría silenciosa parecía dar renovados bríos a los envalentonados mamporreros políticos del poder económico, totalmente confiados en que (a pesar del aldabonazo de las revueltas norteafricanas contra los bastiones imperialistas de las dictaduras tunecina y egipcia) cualquier rebelión popular en las fortalezas primermundistas era una quimera, felizmente enterrada por el fin de la historia bajo la égida globalizadora del capital.
Pero en esta infausta tesitura, súbita y sorpresivamente, como queriendo refutar todos los tópicos manipuladores sobre la anomia y el apoliticismo populares, la gran masa heterogénea formada por los hijos y nietos del baby boom, empobrecidos y desengañados de la doble falacia de democracia y progreso, no ha tenido más remedio que levantar su voz y alfabetizarse políticamente a marchas forzadas para expresar su rabia e indignación ante la condena vitalicia a la sumisión y la desesperanza.
De esta forma, una vez convencidos de que el mundo de estabilidad y confianza en el futuro de sus padres y abuelos no volvería, las legiones de desheredados, apartados en las múltiples cunetas que este neoliberalismo salvaje reserva para los excluidos, tomaron por fin las riendas de sus maltrechas existencias y lanzaron un grito estentóreo de repulsa ante las tropelías del «poder sin rostro» reivindicando su, totalmente ninguneada, presencia social y política.
Empero, la gran sorpresa provocada por la erupción quincemayista es haber contradicho la previsión de que la rebelión ciudadana ante los desmanes de la oligarquía dominante adquiriría el cariz de algaradas anómicas, fácilmente controlables y condenables por las instancias represivas policial-judiciales y servidas en bandeja de plata por los mass media para exorcizar el peligro de insubordinación de la maltrecha clase media, estrictamente respetuosa con la ley y el orden.
Bien al contrario: para el desconcierto y desazón de los conmilitones del poder, estos antisistema de nuevo cuño eluden ex profeso el enfrentamiento áspero y agrio y no se dedican a destrozar lunas de sucursales bancarias ni a kales borrokas que permitan criminalizarlos ipso facto, encuadrándolos en los epítetos tópicos de violentos alborotadores colgados cual sambenitos a todos los que osan romper el férreo control de cualquier disidencia al orden imperante.
Como esquivando intuitivamente estas andanadas de represión frontal preparadas para dispararse a la más mínima tentación de caer en actitudes broncas o antipáticas, el levantamiento adopta una estética dulce, pacífica y asamblearia. Esta sorprendente y original forma de expresión desactiva, por su propia esencia de prístina y auténtica pureza de poder popular, sin cortapisas ni intermediarios, todos los pugnaces intentos realizados por los tabloides y los politicastros para tratar de desprestigiarlo por contravenir las bien amarradas reglas del juego paralizante de la pseudodemocracia formal.
Y no sólo eso: abandonando las veleidades sectarias y endogámicas de la marginal y fragmentaria izquierda radical, el levantamiento apela directamente y sin mediaciones jerárquicas al gramsciano sentido común de las clases subalternas. Reflejando, de esta manera, la estafa flagrante de un poder político, supuestamente democrático, que traiciona sus propios principios y acumula toneladas de promesas incumplidas hablando en nombre del pueblo al que, como reza una de las proclamas más certeras del movimiento, no representa.
En las preclaras palabras de Joaquín Miras: «Crear democracia, crear soberanía significa ante todo sacar a la ciudadanía de la heteronomía, salvarla de quienes tratan de salvarla representándola en lugar de tratar de salvarla ayudando a organizarse como sujeto activo que desarrolla poder gracias a su organización y actividad» [ii]
Este desvelamiento de las falsedades que este fascismo light y postmoderno vomita a raudales para adormecer a las mayorías sociales, utilizando sus mismos solemnes y demediados conceptos para triturar el manipulado y paralizante sentido común de los dogmas de la ideología dominante, es el mayor triunfo pedagógico del movimiento y lo que le reporta la oleada de simpatía popular de que disfruta.
Verbigracia: el mandamiento imperante de que la oligarquía partitocrática es el mejor de los sistemas posibles, frente a las ominosas y criminales dictaduras fascistas y comunistas, se derrumba con estrépito si se revela con lógica sencilla que, en realidad, la llamada democracia no es tal, sino una dictadura por otros medios. Métodos más ingeniosos y refinados, menos crudamente coercitivos que el palo y tentetieso, pero igualmente eficaces para someter al pueblo a los designios de un poder real bien oculto en los despachos de la banca y de las grandes corporaciones, que es el que realmente mueve los hilos de las marionetas de los hemiciclos.
Por eso el movimiento es sumamente peligroso para el conglomerado dominante, pues lleva la lucha al mismo terreno ideológico-propagandístico donde éste se desenvuelve como pez en el agua, volviendo contra su monolítica fachada de manipulación y demagogia los altisonantes pero vacuos conceptos que lo legitiman. Para ello problematiza, volviéndolos del revés, los sagrados e inviolables pilares que, cual dogmas trinitarios, sustentan la argamasa ideológica del régimen vigente. Una vez más: la grosera falacia de que el poder emana del pueblo y se ejerce a través de sus supuestos representantes que cumplen programas sometidos al escrutinio popular en la mascarada cuatrianual, queda desvelada a la luz de su total y presta disposición a ahormarse a los dictados de los lobbies internacionales del capital (BCE, FMI, BM…), ninguno de ellos sometido ni por asomo al más mínimo control democrático. Como argumenta, sencilla pero contundentemente, Carlos Fernández-Liria: «Casi todo lo que afecta sustancialmente a la vida de las personas viene decidido por poderes económicos que negocian en secreto y actúan en la sombra chantajeando a todo el cuerpo social. Un pestañeo de los llamados mercados basta actualmente para anular el trabajo legislativo de generaciones enteras«. [iii]
El levantamiento puede, de este modo, lograr despertar de su letargo resignado a grandes grupos sociales, desvalidos e impotentes ante los atropellos neoliberales, canalizando la rabia colectiva hacia los verdaderos enemigos del pueblo que la pedagogía quincemayista visibiliza en toda su desalmada desnudez.
Ello vacuna de paso al cuerpo social contra el peligro recurrente de caer en la clásica trampa populista utilizada por los arietes más brutales de los medios de desinformación masiva y la extrema derecha en épocas de crisis económica y atropellos flagrantes a los derechos básicos de la ciudadanía: tratar de desviar la atención y la ira del público hacia los eslabones más débiles y menos arropados de la estructura social. Colectivos o grupos étnicos, como los inmigrantes extranjeros, que son convertidos en chivos expiatorios de los crecientes conflictos sociales. Se trata de dar pábulo, con esta maniobra torticera, a argumentos que enmarcan la antesala del fascismo y que nunca han sido del todo rechazados por el poder mediático más cavernícola, ya que tratan de asegurar la cohesión social identificando un culpable simbólico sobre el que volcar la rabia por los propios sufrimientos.
E inversamente, se desvela asimismo el ardid taimado de la demagógica intentona de los arteros politicastros de poner al pueblo contra los supuestos privilegios de los sectores menos desprotegidos del mercado laboral (funcionarios, trabajadores con convenios, liberados sindicales…), para legitimar la poda de sus muy precarios y arduamente conquistados derechos y tratar de culpabilizarlos por intentar defenderlos en un entorno de desvalimiento generalizado. Como brillantemente explica Alba Rico: «En un clima tormentoso lo normal debería ser tener un pararrayos. Nos están quitando los pararrayos y, en lugar de reclamar uno, reclamamos que se los quiten a los que todavía los conservan, como si esos pararrayos -y no el Zeus tonante que lanza los rayos- fuesen la causa misma de las tormentas. Es una locura, pero la combinación de políticas neoliberales, sindicatos claudicantes, consumismo suicida y represión llevan naturalmente a ella, antesala histórica de los fascismos» [iv]
Esas plazas-luciérnagas simbolizan, en resolución, el despertar de la repolitización de un pueblo que se ha dado de bruces con la certeza de que las grandes cataplasmas de democracia y progreso y las pequeñas de acceso a los alienados pilares pequeñoburqueses constituían un gran fraude, que un sistema político-económico cada vez más parasitario y decrépito no podía ya sostener.
La gran conquista del quincemayismo está siendo pues la ruptura con los principales dogales de la sumisión de la mayoría silenciosa a los dictados del poder: el aislamiento de los individuos en su exclusiva condición de consumidores-productores y la renuncia a cualquier intento de crear otro tipo de relaciones interpersonales ajenas al tamiz crematístico impuesto por la sociedad de consumo.
Esta atomización social, garante del control represivo y del aislamiento de los focos de disidencia, está siendo socavada por la efervescencia de alegría popular generada por los enormes caudales de energía liberados de las elevadas represas de contención y narcotización social derrumbadas por el levantamiento.
El ataque indirecto al falso hedonismo del consumismo, los hipnóticos gadgets tecnólogicos y las diversiones alienantes del fútbol y la telebasura (el clásico Panem et circenses de los antiguos), y la consiguiente praxis de una mutación antropológica basada en la lucha contra la conciencia individualista de la sociedad mercantilizada, rezuman en la erupción de vida comunitaria de las protestas. Constituyendo éstas en sí mismas una carga de profundidad contra el modelo cultural hegemónico, tan funcional al orden establecido, en el que el individuo-mónada, recluido en su ámbito laboral-familiar, queda totalmente alejado de cualquier tentativa de construcción de focos de resistencia o de escapatorias al modo de vida alienado que impregna la estructura molecular de la sociedad occidental. Una falsa conciencia que pretende vivir de espaldas al mundo y que aspira fútilmente a preservar su nicho aislado de las miserias de una sociedad enferma, justificando su inane resignación política y conservador acomodamiento biográfico en que la batalla está perdida antes de luchar, ya que nada se puede hacer para cambiar las cosas. En las lúcidas palabras de Manuel Sacristán: «Hay alienación en el sentido de Marx joven cuando los individuos creen que son fatales, por naturales, cosas que dependen de su conducta o de la de otros individuos, y que, sin embargo, cambiarían al cambiar esas conductas«.[v]
Así pues, un componente decisivo de la efervescencia política en curso es esta explosión de nueva sociabilidad que, a través de las cuñas luminosas de las plazas y las asambleas, acomete la ímproba tarea de tratar de liberar de los esclerotizados corsés que las comprimen unas relaciones humanas que puedan aspirar a ser realmente fraternas. Recuperando así,de paso, el compromiso ético y político basal de la izquierda clásica, que parte de la premisa de que para alcanzar un mínimo bienestar individual se ha de voltear el injusto mundo común. Principio neurálgico que queda bien ilustrado en los sobrios términos de este bello aforismo quincemayista, carga de profundidad contra el, tan extendido, conservadurismo vital-pragmático: «no podremos conservar lo que tenemos sin aspirar a conquistar lo que nos deben«.
De esta suerte, al parar un desahucio o celebrar una asamblea en la plaza del barrio para hacer frente a problemas comunes se están poniendo los mimbres de un embrión de poder popular basado en iniciativas ciudadanas concretas. Estos gérmenes de auténtica socialización son los que, en caso de extenderse, podrán minar los mecanismos represivos que apuntalan la falaz cohesión social en las sociedades desarrolladas: la desactivación preventiva de la disidencia y, en caso de fracaso de la opción blanda, el combate feroz contra aquellos atisbos de construcción de redes de autogestión popular que sustraigan del sacrosanto mercado la urdimbre de la vida comunitaria.
Agradecimiento:
No querría concluir sin manifestar mi gratitud a María Bobes González, lectora meticulosa del manuscrito que ha aportado valiosas contribuciones recogidas en la versión definitiva. Obviamente, los múltiples errores u omisiones que todavía persistan son responsabilidad exclusiva del autor de estas líneas.
Notas:
i[] Los escritos de Pier Paolo Pasolini y, en concreto, «El artículo de las luciérnagas» ( http://lapecerarevista.blogspot.com/2010/06/pier–paolo–pasolini–el–articulo–de–las.html ) , han sido tributarios caudalosos del presente trabajo por su brillante análisis de las nuevas formas de dominación del régimen capitalista y por su carácter claramente anticipatorio de las lúgubres realidades actuales. Como lúcidamente explica el siguiente comentario, los textos de Pasolini cumplen la doble función de desvelar los sofisticados mecanismos de conformación del consenso en la sociedad crematística y de mantener prendida (venciendo la masiva tendencia al fatalismo cínico frente a esa dominación totalitaria del «poder sin rostro») la llama de la, cada vez más acuciante, necesidad de rebelión:
«Pasolini, efectivamente, anticipó en sus Scritti corsari y Lettere luterane (1976) nuestro presente, no sólo el de Italia. El triunfo de los valores y la economía burguesa y neocapitalista, la homologación total de las culturas subalternas (no de las diferencias de clase, por supuesto) en la civilización burguesa; el triunfo de una lengua y cultura de una nueva civilización tecnocrática, pragmática, totalitaria, basada en la mera comunicación, en la autoridad de los medios de comunicación de masas, y el consecuente genocidio -no sólo de las culturas subalternas- sino de la misma cultura humanista, expresiva y diferenciada. (…) Son los jóvenes, especialmente, los que deben frecuentar y desentrañar estos textos. Los jóvenes, que no conocieron el mundo de «antes de la desaparición de las luciérnagas», que nacieron bajo la sombra del ya instalado «Poder sin rostro» que aplicaba despiadadamente la política del «Desarrollo» en vez del «Progreso». Estos jóvenes tienen la dura tarea de realizar un doble proceso interior: no sólo imaginar las luciérnagas, sino crearlas nuevamente brillando en los cielos de la sociedad homologada.» http://lapecerarevista.blogspot.com/2010/05/pasolini-tres-escritos-corsarios.html
ii [ ] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=132203
iii[] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=128765
iv[] http://www.diagonalperiodico.net/Es–una–situacion–de–emergencia–y.html
v [ ] http://www.rebelion.org/docs/61788.pdf
Texto aparecido en (http://www.espai-marx.net/es?id=6754)
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