“Aunque Pinochet haya mandado matar a muchos, fue necesario. Limpió el país de guerrilleros comunistas. Si no, hoy seríamos una dictadura como Cuba o Venezuela”, dice un honesto ciudadano chileno, pobre, que votó en contra de la reforma constitucional.
“Políticas pro-vida (anti-aborto), recorte a las jubilaciones, privatización del sistema público de salud y de educación, eliminar la educación sexual en el ámbito de primaria y secundaria, creación de cárceles privadas, quitar leyes que obstaculicen el actuar de la policía (apología del gatillo fácil), desregulación del mercado de armas (todo civil puede estar armado, como en Estados Unidos), militarizar la seguridad interna”. Estas son algunas de las propuestas de un candidato presidencial en Argentina. Aunque suene patético… ¡va encabezando las encuestas de opción de voto para las próximas elecciones!
En Italia gana las elecciones como primera ministra alguien que reivindica el lema “dios, patria y familia”, igual que como hacía el Duce Benito Mussolini casi un siglo atrás. Fascismo puro y duro. En muchos países europeos los planteos abiertamente de ultra derecha, ultranacionalistas, homofóbicos, antiinmigrantes, evidenciando un acendrado odio contra minorías étnicas, y visceralmente anticomunistas, ganan espacios. En casi todos, cuentan con no menos de un 20 a 25% de opción de voto. Aunque no de modo orgánico y oficial, su base de apoyo son grupos neonazis que crecen imparables. En Ucrania, en una gigantomaquia que puede decidir la futura arquitectura global, grupos abiertamente nazis funcionan orgánicamente con el gobierno central, apoyadas por los euros, los dólares y las armas de la OTAN. En Estados Unidos el discurso antiinmigrantes y supremacista blanco se evidencia con fuerza, con grupos civiles de “cow boys” modernos que cazan “ilegales” en las fronteras con México, siempre con la aquiescencia del gobierno, hablando de golpe de Estado, en el supuesto -da risa creérselo- paladín de la democracia.
Como acertadamente dice el historiador ecuatoriano Juan J. Paz y Miño-Cepeda: “Las nuevas derechas cuestionan la democracia liberal, arremeten contra las instituciones del Estado, rechazan el pluralismo político y a los movimientos sociales, reivindican el autoritarismo de clase.” Si un fantasma recorría Europa a mediados del siglo XIX, según nos decían Marx y Engels, “el fantasma del comunismo”, hoy, un siglo y medio después, en el mundo recorre otro fantasma: el de la derechización creciente. El fascismo, o nazismo, está de vuelta.
Mucho de lo que pasa políticamente en Europa y en Estados Unidos tiene repercusión directa en las tierras latinoamericanas, que siguen viviendo esa dependencia en el discurso político. Ello deja en evidencia que el colonialismo cultural e ideológico sigue presente, amén de la dependencia económica que se sufre (en Latinoamérica, por cada dólar estadounidense que llega como supuesta “cooperación”, salen diez en calidad de servicio de la deuda externa o como regalías de las corporaciones transnacionales que allí operan, ahora dedicadas en forma creciente al extractivismo).
“La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante”, decían Marx y Engels en La ideología alemana, en 1845. Los poderosos se imponen (política, económica o militarmente) e imponen sus ideas, sus formas de pensar, de ver las cosas. Dada la dependencia que sigue manteniendo Latinoamérica en infinidad de facetas en relación a los centros imperiales (hoy básicamente Estados Unidos, e igualmente Europa Occidental, en segundo lugar), también en las formas políticas eso se hace evidente. Para inicios del siglo XIX, la prácticamente totalidad de países de la región copiaron las constituciones liberales del Norte para encauzar sus procesos de “independencia”. Por supuesto que no hubo ninguna real independencia de las metrópolis coloniales: solo ascenso de las oligarquías vernáculas, que siguieron dependiendo de los centros imperiales mientras profundizaban la explotación y exclusión de los pueblos originarios, amparándose en un racismo visceral que sigue marcando día a día a todas las sociedades de la región.
Esas “libertades” respecto al yugo español o portugués se enmarcaron en las democracias del Iluminismo francés, con sus ideas de “libertad, igualdad y fraternidad”, ideario de la burguesía capitalista que venía imponiéndose en las potencias europeas o en la naciente nación de Estados Unidos. Haití, que tuvo una verdadera independencia de la metrópoli francesa en 1804 -primera independencia de toda Latinoamérica y el Caribe- con una auténtica revolución popular de esclavos negros que rompieron sus cadenas, fue condenada por los grandes países capitalistas a la pobreza histórica, maldición que sigue pesando al día de hoy, convirtiéndolo en uno de los países más pobres del mundo.
Hoy, las oligarquías y burguesías de Latinoamérica repiten machaconamente el credo neoliberal dominante en el mundo en estas últimas décadas, “religión” económica surgida con los capitales anglosajones liderados en su momento por Ronald Reagan y Margaret Thatcher: primacía absoluta de la empresa privada sobre el Estado, al que se ve como intrínsecamente corrupto e ineficiente, y que por tanto debe privatizarse; precarización esclavizante del trabajo asalariado; entronización del individualismo llevado a su máxima expresión con apología del consumismo; olvido de la solidaridad; total oposición a planes estatales de redistribución de la riqueza social; premio al “espíritu emprendedor”; negativa a pagar impuestos; glorificación de la libertad entendida fundamentalmente como libertad empresarial con la “mano invisible” del mercado como garante último.
Luego del auge de las luchas populares en buena parte del siglo XX, con su pico máximo en los 60 y 70 (avance sindical, movimientos campesinos, guerrillas revolucionarias, explosión hippie llamando al no-consumo, liberación sexual, Teología de la Liberación de la iglesia católica, mística guevarista y Mayo francés como íconos revolucionarios que inspiraban las luchas) el sistema capitalista reaccionó en su conjunto. Ese credo neoliberal arriba mencionado, articuladamente con las más sangrientas represiones que se vivieron en toda Latinoamérica, fue la respuesta. La consecuencia: un enorme reflujo en las reivindicaciones populares, una despolitización creciente, un “sálvese quien pueda” obligado. En otros términos: avance descomunal de la derecha.
Ahora, cuando pareciera que la idea de revolución socialista y lucha de clases ha desaparecido -esa es la ilusión de la derecha global- se da una vuelta de tuerca más a la represión ideológico-cultural. Se habla de post modernismo, de luchas parciales desconectadas unas de otras, de búsqueda del hedonismo individual casi como bien supremo, de Estados fallidos. Es decir: se intenta mandar el ideario socialista al museo, o al basurero. Las fábricas ideológicas del Norte generan todas esas ideas -ahí están los llamados “tanques de pensamiento”- y el Sur, siempre dependiente, las repite.
En estos últimos años, esa derecha cada vez más ensoberbecida sigue avanzando, y ahora genera propuestas ya más cercanas al fascismo, el que se cría superado después de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen planteamientos de superioridad premiando el elitismo, se reivindica el autoritarismo de clase, se criminaliza en forma violenta cualquier forma de protesta social. Planteamientos neofascistas recorren Europa -en algunos casos ocupando presidencias- y Estados Unidos -ahí está Donald Trump como posible futuro presidente-. Eso repercute en tierras latinoamericanas que, si bien hoy presenta gobiernos relativamente progresistas en muchos países -pero que no pueden pasar de “capitalismos con rostro humano”- son ganadas en forma creciente por esos discursos visceralmente anticomunistas, con profundo odio de clase, que hacen lo imposible por quitar esas administraciones con preocupación social. Los tiempos actuales no marcan un avance popular por la revolución socialista; por el contrario, se va entronizando un discurso conservador recalcitrante, no solo en la clase dirigente, sino que hace mella en las grandes mayorías populares (por eso las dos primeras citas de Chile y de Argentina, demostrativas de esa involución). ¿Estaremos condenados a esto, o es hora de reaccionar?
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