Leí hace unos días una sería reflexión de Harald Martenstein en Zeit Magazin. Me pareció un trozo de Sein und Zeit de Martín Heidegger. Decía que las semanas pasadas fueron terroríficas. Siempre que enchufaba la televisión veía al ministro de Interior, que con gesto serio hablaba sobre atentados terroristas. Dijo que, ante todo, hay que […]
Leí hace unos días una sería reflexión de Harald Martenstein en Zeit Magazin. Me pareció un trozo de Sein und Zeit de Martín Heidegger.
Decía que las semanas pasadas fueron terroríficas. Siempre que enchufaba la televisión veía al ministro de Interior, que con gesto serio hablaba sobre atentados terroristas. Dijo que, ante todo, hay que guardar la calma. La calma: muy importante. Pero si sobre todo hay que mantener la calma ¿cómo hay sentados de manera ininterrumpida hombres tan preocupados en el estudio de televisión?
Por suerte hasta el final de la redacción de esta columna no pasó nada.
Tomaron la palabra científicos, que han calculado el riesgo del terrorismo. El riesgo estadístico en un país occidental de morir de una bomba terrorista es menor que el riesgo de atragantarse con la parte de un bolígrafo. Está comprobado que todos los años mueren atragantados 300 personas por ingerir alguna parte del bolígrafo. Lo que encierra un riesgo cuatro veces mayor el de ser abatido por un rayo. Hay que considerar también que en muchas partes del mundo, hablo de las partes pobres, por ejemplo de la zona del Sahel, hay muy pocos bolígrafos. El riesgo de muerte por bolígrafo por tanto crece con el bienestar. Países como Alemania corren peligro. En los países ricos los bolígrafos son también más grandes y gruesos y poseen más elementos que en la zona del Sahel. A pesar de todo existe una considerable cifra desconocida, diríamos negra. Recientemente hablé con el forense Michael Tsokos. Él critica que en Alemania se hacen pocas autopsias y a menudo se certifica erróneamente la causa de la muerte. Dice Tsokos, como médico se acude a la llamada ante la muerte de un anciano, y se piensa que ha muerto de viejo. Era mayor. En realidad esta persona hubiera podido vivir algunos años más, pero él por descuido o con intención de suicidarse se ha tragado un trozo de bolígrafo. Desde que ya no se fuma tanto más exfumadores chupan sus bolígrafos. Es un hecho. Por lo que es seguro que habrá alguien que en lugar de morir por fumar morirá por bolígrafo. Por lo que con toda garantía se puede decir que no son sólo 300 sino 500 o incluso 1000 los muertos por bolígrafo.
¿Piensan que es humor negro o mera ironía? ¡Son muertos de verdad! Numéricamente tan muertos como los demás. Sin duda que el número de muertos por terror sería mayor y aumentaría considerablemente la cifra de muertos por bolígrafo si no se combatiera estatalmente el terror. Yo no me río de las medidas antiterroristas inteligentes, sólo que encuentro peregrina nuestra sensación de riesgo. Así fijada cómo es nuestra sociedad en cuanto a seguridad, en nuestras escuelas habría que explicar al inicio sobre el recto uso del bolígrafo. Habría que acrecentar las exigencias de seguridad en la industria del bolígrafo, quizá es también justo un gravamen económico según ingresos por bolígrafos disponibles, eximiendo a los hoteleros. Sobre todo Beckmann, Maybrit Illner y Anne Will, estos presentadores de televisión, deberían presentar a debate como tema: «Los bolis asesinos. La muerte, que se sienta en la tinta. Una guadaña que puede escribir». Visto desde la mera estadística tendría tanto sentido como una tertulia televisiva sobre terrorismo.
¿Por qué no lo hacen? No es sexi y la gente no quiere ver esto. Y esto es precisamente lo diabólico y taimado del bolígrafo, que no sólo es un asesino de personas sino también un asesino de cuotas. Pero también aquí vale aquello de: sobre todo mantengamos la calma.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.