Hay frases que definen a quienes las dicen mejor que sus obras completas. Goethe, por ejemplo, se parecía menos a su grandiosa literatura que a su sentencia más célebre y torpe: «Prefiero la injusticia al desorden». Era un hombre rijoso y egoísta (tiraba directamente a la papelera las cartas en las que le pedían algo), […]
Hay frases que definen a quienes las dicen mejor que sus obras completas. Goethe, por ejemplo, se parecía menos a su grandiosa literatura que a su sentencia más célebre y torpe: «Prefiero la injusticia al desorden». Era un hombre rijoso y egoísta (tiraba directamente a la papelera las cartas en las que le pedían algo), ferozmente apegado a sus privilegios, y, como tantos escritores y artistas famosos, había vuelto del revés la máxima de Aristóteles: aunque amaba la verdad, se amaba mucho más a sí mismo.
Tal vez parezca una irreverencia comparar al mediocre Saramago con el genial Goethe; pero lo cierto es que el Nobel portugués ha emulado más de una vez al maestro alemán en los últimos tiempos, si no en calidad literaria, en egocentrismo y torpeza política. Recientemente, a raíz de la muerte de Jesús Polanco, ha dicho que el amo de PRISA era «el rostro amable del capitalismo», y creo que con esta frase antológica Saramago nos dice más de sí mismo que con sus banales y pretenciosas novelas (si a algunos les sorprende mi escaso aprecio por la obra de un premio Nobel, les recordaré que también Cela obtuvo el de literatura; y Henry Kissinger el de la paz).
¿Cómo puede un supuesto intelectual de izquierdas hablar del «rostro amable del capitalismo», que es como hablar del rostro amable de la explotación y el atropello? La respuesta es muy simple: porque a ese supuesto intelectual de izquierdas el capitalismo, efectivamente, le muestra un rostro sumamente amable, lo convierte en un privilegiado, del mismo modo que Goethe era un privilegiado de aquel «orden» que quería ver mantenido aun a costa de la injusticia (una injusticia que a él nunca lo alcanzaría, por supuesto).
Los interminables homenajes a Polanco de los últimos días, las sonrojantes declaraciones de unos y otros, han servido, cuando menos, para dejar claro que, en el fondo (y a menudo también en la forma), «unos y otros» son los mismos. Saramago, Vargas Llosa y Carlos Fuentes (que han posado juntos para la ocasión), los envilecidos veteranos de la «cuadra» literaria de PRISA, solo se diferencian en el color de la corbata (que, roja, azul o reversible, ante todo es una corbata). Y lo mismo cabe decir de los tiburones y los lacayos de los grandes partidos políticos y las grandes empresas.
Pero sería injusto convertir a Saramago en chivo expiatorio de toda una supuesta intelectualidad de izquierdas que lleva décadas vendiéndose al «amable capital» de las mafias mediático-culturales. Una supuesta intelectualidad de izquierdas que acepta a un rey impuesto por Franco y a un Gobierno que se declara amigo y aliado de los criminales de Washington; por no hablar de la tortura, la brutalidad policial, la represión en Euskal Herria, la dispersión de los presos políticos y otros temas de los que los «intelectuales progresistas» al uso ni siquiera se dan por enterados. En este contexto, elogiar a Polanco se convierte en un mal menor. Tan menor que casi podríamos ver en el senil y un tanto patético Saramago el rostro amable de la traición.