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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal

«El saber del pasado no sirve para explicar ni guiar la praxis social nueva»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.    Nos habíamos quedado en Cohen y Harnecker. Estábamos en asuntos relacionados con el marxismo analítico.  No hay problema […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. 

 

Nos habíamos quedado en Cohen y Harnecker. Estábamos en asuntos relacionados con el marxismo analítico. 

No hay problema en el uso metódico de recursos intelectuales diversos, siempre que se sostenga la ontología de Marx, esto es, el ser humano como ser social y el ser humano como ser histórico, ser práxico, por tanto impronosticable en su devenir, y no dirigible, consiguientemente, en su nueva praxis por elites científicas, que a lo sumo, conocen la sociedad tal cual es ahora; eso, pues, yo no creo que sea lo que determina que un pensador sea analítico si entendemos por tal cosa, como se hace en el fondo, la adscripción a una ontología implícita a fuer de ser considerada la «natural». Estudiar sintaxis, estudiar semántica, no es incompatible con ser marxista. O hacerse con la mayor cantidad de saber positivo sobre la realidad actual. Es utilizar un instrumental más o menos útil.

Vale la pena, destacarlo y remarcarlo. Es importante lo que dices, se evitan malos entendidos. De hecho, como sabes bien, Marx, más allá de sus conocimientos, no entro en ellos, tenía afición por las matemáticas y la ciencia natural en general. 

No niega la historicidad ni la socialidad ontológica humana, elementos fundamentales del pensamiento de Marx y que dirimen formas alternativas de concebir la praxis política. Creo que, por ejemplo, Manuel Sacristán practicaba esto. Por ello creo que es una obscenidad meter a Sacristán en el saco intelectual en el que se incluye, por ejemplo, a los del Grupo de Septiembre, «socialistas de cátedra». Porque, por ejemplo, Sacristán sostenía una noción que el sentido común y la experiencia de todo ser vivo sostiene, pero que está muy mal visto ser sostenido por el mundo del neopositivismo y del analiticismo ontológicos, vale decir por quienes piensan que todo filosofar es generar discurso teórico y dar consistencia analítica al discurso teórico. Sacristán sabía que el ser social es histórico porque la «contradicción» -¡terribile dictu!- social es un hecho ontológico, que nos impele al cambio, aunque analíticamente la contradicción sea una característica del discurso mal elaborado. Hay precisamente un vídeo de los editados al cumplirse el 30 aniversario de la muerte de Sacristán

Hablas de Integral Sacristán.

 Sí, de Integral, de los documentales de Xavier Juncosa. En uno de ellos uno de sus admiradores critica esta noción y juzga con benevolencia y moderación que la cosa es un pecadillo del buen abuelo Sacristán. Rechazar que la contradicción exista, es decir, que si, en una comunidad social integrada, la mitad de la sociedad orienta su actividad de reproducción de la sociedad en una noción como la igualdad de bienes, y la otra mitad orienta su actividad basándose en la idea de la desigualdad de bienes, y generan sendas praxis que se auto contradicen y enfrentan proponiendo y promoviendo alternativas opuestas para el uso de los mismos elementos y recursos movilizables, pues eso, «no es posible» y la divinidad -no sé, pues los catedráticos de universidad, la mano invisible del mercado, o Bruselas- , anula el «juego», y nos pone a todos en la casilla de salida, porque ese juego es contradictorio e inconsistente analíticamente, y no puede darse , ergo no se da. Bueno pues Sacristán sostenía la consistencia histórica de estas inconsistencias analítico proposicionales. Pero no por ello desdeñaba el saber analítico, sintáctico semántico, sobre el discurso: en su justo límite.

Por mi parte, no sería beligerante en estas cosas de no ser porque, de antropologías filosóficas alternativas se infieren prácticas políticas alternativas. No quisiera ser reiterativo al respecto.

No, no lo eres. En mi opinión, una parte de esas discusiones tienen su origen en confusiones conceptuales. Si usamos contradicciones para referirnos a proposiciones contrapuestas, A y no-A, y contraposiciones o términos afines para hablar de conflictos, de luchas sociales, de clases antagónicas, de clases populares contrapuestas a las clases dominantes, nos evitamos muchos líos que nos despistan de temas más centrales. Te interrumpí antes.

Sí que me atrevo a señalar un elemento más, a criticar, del neopositivismo, o sea de la negación de la historicidad humana.

Adelante con él. 

La consciencia social de determinadas personas puede poseer un vasto saber sobre el mundo presente. Pero en el momento en que se producen conatos de creación de una alternativa de mundo, y en el momento en que comienza la génesis de otra realidad, en el momento en que comienza la autogénesis de un sujeto social organizado cuya práctica acomete eso, que tiene esa intención, todo lo real que surge invalida el uso para prognosis del conocimiento social empírico elaborado a partir de la realidad anterior. Historicidad. Nos puede desazonar la ignorancia que esto nos acarrea, y nos puede desazonar la simplicidad de inicio de lo que emerge, en relación con la complejidad material del mundo que entra en crisis, complejidad que puede ser muy bien conocida por nosotros, incluso suntuosamente conocida. Pero el saber del pasado no sirve para explicar ni guiar la praxis social nueva. Docta ignorancia. Es más, en la medida en que sí nos fuera posible pronosticar el decurso de lo que emerge a partir del saber de lo anterior, estaría claro que estaríamos repitiendo, repitiendo saber y repitiendo mundo; para decirlo secamente. Autores que han vivido la experiencia de la revolución nos precaven sobre esto.

Por ejemplo.

Marx, que nunca pronostica ni define cómo será el futuro. Hegel, por ejemplo, en el prólogo a su Fenomenología, escrita mientras Napoleón aniquila el Sacro Imperio Romano Germánico -la batalla de Jena-. Gramsci, que recalca que el proyecto revolucionario debe surgir siempre «dramáticamente», del seno del movimiento organizado en lucha. Y también Sacristán, quien nos recordaba que la praxis política nueva se genera «por ensayo y error», no por prescripción intelectual, teórica, previa, y que la elaboración previa de estrategia, o sea, «fabular vías al socialismo es meterse a zascandil de la historia».

Recuerdo la reflexión, en un artículo sobre el eurocomunismo, un asunto que los jóvenes lectores tal vez no conozcan. No creo que tenga mucho interés dar cuenta detallada de él. En cambio, sí que tiene interés el escrito de Sacristán: «A propósito del eurocomunismo». Está en el tercer tomo de sus Panfletos y Materiales, Intervenciones políticas. 

Sacristán se hubiera reído lo suyo de esos modelos matemáticos de socialismo prêt à porter: zascandiladas.

Señalas que no hay república sin comunidad republicana y que no hay comunidad republicana sin proyecto cultural, elaborado y compartido por la mayoría, esto es, sin proyecto hegemónico de vida. Pero pensando en término actuales, en nuestras mal llamadas sociedades de consumo, ¿es posible un proyecto político exitoso que tome base en un proyecto hegemónico de vida en común que sea solidario, equitativo, feminista, respetuoso de la naturaleza, etc. Muchos piensan, no digo que lo piense yo, que es más bien la toma parcial de poder, la toma del gobierno central, la que puede permitir avanzar en esa dirección, aunque por el momento no exista esa hegemonía a la que aludes. 

 La pregunta es si es posible salir de este mundo social a partir de la política entendida como ocupación de instituciones. Sé que compartimos la respuesta.

Comienzo con casos históricos. Consideremos el caso de Argelia, o el de la India. En Argelia, tras la guerra mundial se abre un proceso de lucha de masas y lucha armada. Al final del mismo el poder del estado francés se había hecho insostenible y se retira; gracias a ello, la sociedad puede decidir qué es lo que desea, y se «deja convencer» -es un decir-: entrega el nuevo orden a una nueva elite gubernativa para que genere una nueva sociedad desde las instituciones. En la India, ocurre lo mismo; la lucha abarca más decenios, y entre medio se produce la guerra mundial. La alternativa de sociedad, nuevamente queda confiada a una nueva elite gubernativa. Lo mismo en Vietnam etc. Algo semejante, pero en mucha menor escala de movilización acaece en España, entre fines de los años cincuenta y principios de los ochenta. Tras una potente movilización, la cesión del protagonismo a las elites.

Cito estos tres ejemplos para diferenciar esos casos de lo que nos ocurre ahora.

¿Y qué ocurre ahora en tu opinión? 

Ahora no hay movilización social; la que se inicia en el 15 eme del 2011 ha sido desmontada por quienes se convierten de inmediato en sus usufructuarios que proclaman que basta votarles a ellos para cambiar el mundo. El cambio que pueda llegar a haber en una sociedad, poco o mucho, integrado a medio plazo o a corto plazo, depende de la movilización, de la lucha social que haya habido, con independencia de que en un momento dado, la sociedad movilizada ceda su protagonismo a elites gubernativas… cuyos actuales resultados históricos podemos ver en los casos que he citado. Pero eso no es lo que ocurre ahora aquí. Aquí no hay movilización de masas, lucha social organizada, o como queramos decirlo. Y proseguimos en pleno neoliberalismo. Nosotros que sí tenemos el registro de los resultados acarreados por la movilización anterior, y vimos que esa movilización produjo los cambios de Suárez, los cambios de Juan Carlos I…y lo que eso tuvo de cambio, lo que eso ha dado, lo que hay ahora, bueno…qué se puede esperar ahora… qué se puede esperar si es que no se relanza la movilización sostenida y no se genera la consciencia de la necesidad de la autonomía del movimiento popular, la necesidad de crear un nuevo sujeto social y una nueva cultura material de vida.

A otro nivel, cabe darle más vuelo a la reflexión.

Adelante, todo el vuelo que quieras, sin miedo a las alturas. 

La revolución pasiva, la integración de las élites dirigentes, la absorción y disgregación de la sociedad organizada y en lucha, amenaza de inmediato a todo proceso de lucha de masas que no vele por su autonomía y que no se proponga elaborar en la lucha un proyecto propio, alternativo. Y aún mucho más a los procesos que quedan en manos de elites que desempeñan su actividad desde las instituciones, que no tienen ya detrás una fuerza que neutralice la del enemigo y que les pida cuentas. Se entra en las negociaciones, en el no hay más cera que la que arde, y lo que en un momento les hubiera parecido a esas mismas personas algo inaceptable, pasa poco a poco a ser considerado «sensato». Esto es el «transformismo», una característica de la revolución pasiva que consiste en el «cambio molecular» que se va produciendo en la individualidad como consecuencia de su relación aislada con el poder. Gramsci, que crea este otro término, -transformismo- nos pone el ejemplo del náufrago que antes de verse en esa situación hubiera preferido morir de inanición antes que comer carne humana. Pero que, puesto en esa situación nueva, poco a poco va dejando de ser, él también, la vieja persona y se transforma en otra.

No está mal la metáfora. 

Y por último, recordar el problema de los «plazos de tiempo». Si creemos que hay que tratar de crear una sociedad distinta, alternativa a la presente, queda poco tiempo para esto, el proceso no puede ser previsto como un gradualismo evolutivo «asintótico». La civilización de la que formamos parte, tiene sus días contados, porque el soporte que posibilita su existencia, el petróleo, se agota.

Hemos hablado de ello. Está bien que insistas.

Pero las alternativas solo existen si se organizan, si se genera esfuerzo creador masivo, social, durante tiempo. Y en el supuesto de que un fuerte movimiento de masas existiera actualmente y fuera capaz de poner en las instituciones una nueva elite y esta permaneciera inasimilada durante un tiempo, e introdujera reformas desde arriba… eso no va a ninguna parte.

De acuerdo, dejémoslo aquí por el momento. 

Como quieras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.