Siguiendo la pista a escritores a quienes se les han confinado los textos encuentro a Rafael de Nogales Méndez. Era un hombre nacido en San Cristóbal, Venezuela, en el 1877. Fue un guerrero universal, su vida la utilizó para luchar contra las dictaduras de Juan Vicente Gómez, Porfirio Díaz, Chamorro y lidió contra lo que […]
Siguiendo la pista a escritores a quienes se les han confinado los textos encuentro a Rafael de Nogales Méndez. Era un hombre nacido en San Cristóbal, Venezuela, en el 1877. Fue un guerrero universal, su vida la utilizó para luchar contra las dictaduras de Juan Vicente Gómez, Porfirio Díaz, Chamorro y lidió contra lo que él solía definir » La diplomacia del dólar «. Era licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Louvain, pero no obstante su vida haya sido tan interesante Nogales Méndez es y sigue siendo un personaje muy poco conocido. Sus » Memorias » y » Cuatro años bajo la media luna » fueron sus dos obras más divulgadas, mas Rafael de Nogales Méndez escribió un texto muy importante y aún hoy curioso que tituló en inglés THE LOOTING OF NICARAGUA (El SAQUEO DE NICARAGUA). Es una obra que vale la pena recordar por sus peripecias editoriales, ya que en el 1931 fue vetada en Nueva York donde fue editada por primera vez. En ese entonces el gobierno de los Estados Unidos incautó todos los ejemplares de la tirada, cerró la Editorial Robert McBride&Co y a los editores los sancionó con una multa de 250.000 dólares. Esto fue en 1931, hace setentaisiete años aproximadamente. Sólo cincuenta años más tarde, en el 1981, el libro se salva de la Pira, gracias a la traducción de la escritora venezolana Ana Mercedes Pérez y a Ediciones Centauro, que lo publica en Venezuela.
En el prólogo de aquella segunda edición que conservo, Ana Mercedes Pérez concluye diciéndonos :
«Y nos preguntamos con el autor de esta obra qué se hicieron los sacrificios de nuestros libertadores y para qué la sangre vertida en guerras y revoluciones. Nos dieron la Independencia y no somos libres. Esta frase de Simón Bolívar podría servir de complemento:
» Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad «».
Más atracito, en el mismo prólogo, Ana María nos cuenta :
» La CIA nació en 1941, cuando el desastre de Pearl Harbor. Bajo el Presidente Truman empezó a realizar operaciones especiales. Pero su maquinaria fatídica no se estableció sino hasta 1948. En ese año estalla con el asesinato de Gaitán en una calle de Bogotá. El bogotazo fue un golpe astuto de la CIA, en plena Conferencia Interamericana, para velar sus fines. El asesinado era el líder de izquierda más destacado en América Latina, que había dicho : » yo no soy un hombre soy un pueblo «. Destruía así la CIA una de las capacidades más evolucionads hacia la transformación de Colombia. Fue tal el impacto y la conmoción que causó este monstruoso asesinato en Bogotá que se calcula hubo en Colombia por ese motivo más de 500.000 muertos».
«En Guatemala la CIA derrocó a Juan Jacobo Arbenz y adiestró a un exiliado guatemalteco, Castillo Armas. Está comprobado que el asesinato del Presidente Allende fue organizado, planificado y ejecutado por la CIA. El intenso dolor que nos ha causado la desaparición de este democrático luchador latinoamericano nos lleva a enumerar algunas de sus gestiones en la presidencia. Allende nacionalizó las minas de hulla, cobre, hierro y la industria siderúrgica. Allende tomó la dirección completa de nueve bancos. Allende aceleró la reforma agraria. Allende frenó el proceso inflacionista y detuvo las alzas de precios e impuestos. Allende constituyó el Consejo de Desarrollo Económico Nacional. Allende estableció relaciones diplomáticas con Cuba, la República Ppopular China, la República Democrática Alemana, las Repúblicas Democráticas de Vietnam y Corea. Allende era un personaje ilustre de América Latina. Un obstáculo para Estados Unidos. «
Dejo por un momento las palabras que ha escrito Ana Mercedes Pérez en el prólogo y sigo hojeando el libro de Nogales Méndez que tiene también ilustraciones hechas con fotos de Sandino y algunos dibujos que Diego Rivera diseñaba para las portadas del periódico EL LIBERTADOR. En el primer capítulo del texto, Rafael de Nogales Méndez comienza diciéndonos :
«Dignos caballeros en solemne cónclave no hace mucho concedieron el PREMIO NOBEL DE LA PAZ al ex-secretario de Estado americano, señor Frank B. Kellog. El Secretario lo aceptó, en medio de aplausos encendidos de lágrimas tanto de la prensa como del público de toda América y los Estados Unidos. ¡ Cuán fina, emocionante y plausible parecía esta ceremonía !»
«Me pregunto si los caballeros que estaban otorgando el premio habían dirigido antes sus miradas hacia el sur y el oeste. »
En el segundo capítulo Nogales Méndez inicia así:
«Antes de seguir adelante, quiero dejar perfectamente claro de que este libro no es para defender a mis amigos contra mis enemigos, ni para levantar a un partido contra otro. No soy un agitador sino un historiador. Tampoco pretendo ser infalible; por el contrario, creo que esta obra pudiera contener muchos errores. «
«El Saqueo de Nicaragua» es un libro que nos cuenta un pasado, un contexto, el nicaraguense, y la situación que vivían países centroamericanos como República Dominicana y Haiti en aquellos tiempos por la intromisión de la política estadounidense. Así como John Reed en los Diez días que conmovieron al mundo, Nogales Méndez en El Saqueo de Nicaragua nos relata una realidad latinoamericana y, sobre todo, la Nicaragua de adentro, la que luchó engañando al ejército estadounidense hasta con monigotes de paja. Para el Epílogo del texto el autor seleccionó toda una serie de documentos, de cartas originales y únicas, citaré a continuación unas frases que aún impactan, descripciones como la que hace el Lic. Gustavo Machado en una carta escrita el 13 de abril de 1928 desde las montañas de Nicaragua, y que cita en su libro Nogales Méndez.
» Si ustedes vieran el terror con que nos reciben los pocos habitantes que encontramos en los caminos, si ustedes vieran con qué espanto huían las mujeres que nos veían de lejos, confundiéndonos con los gringos por nuestros vestidos y sombreros, si ustedes vieran y oyeran sobre las montañas el ruido del motor, de las ametralladoras y las bombas, los aviones de la muerte que llenan de miedo a toda esta montaña habitada; si vieran entre estas gentes perseguidas, cazadas como animales salvajes, perseguidas con ensañamiento feroz todo hombre fusilado con ametralladora, todo herido recibe el tiro de gracia y en cambio el General Sandino pone en libertad a los prisioneros, después de haberlos tratado bien para que los yanquis los fusilen por defender a Sandino.» (Pág. 348)
Más adelante encontramos un texto donde el lector de hoy encuentra una descripción de cómo era Augusto Cesar Sandino.
«Según Carleton Beals, el periodista norteamericano que lo entrevistó: «Es bajo, de unos cinco pies de estatura. Cuando lo ví estaba vestido con un uniforme café oscuro. En su cuello anudado llevaba un pañuelo de seda negro y rojo y en la cabeza un sombrero tejano de anchas alas, echado sobre la frente. Ocasionalmente, mientras conversábamos, se echaba el sombrero hacia atrás y arrastraba la silla hacia mí. Su cabello es negro, su frente amplia. Su cara forma una línea recta desde las sienes hasta la mandíbula. Su mandíbula forma ángulo agudo con el resto de su cara. Sus cejas arqueadas por encima de los ojos negros, sus pupilas visibles. Sus ojos tienen una extraña mobilidad. Carece de vicios, tiene un sentido inequívoco de la justicia y compadece a los soldados humildes. Uno de sus dichos más comunes es: «Tantas batallas nos han hecho duro el corazón, pero han fortalecido nuestro espíritu».
«Su expresión es fluida, precisa, modulada. Su voz es clara. Durante las cuatro horas y media que estuvimos conversando no le vi una sola vez titubear en busca de una palabra. Sus ideas están epigramáticamente ordenadas. No había lado del problema nicaraguense que eludiera tratar». (pág 349)
Siempre y para hablar de Sandino, Rafael de Nogales Méndez recurre a unas palabras de Max Grillo, poeta y escritor colombiano, que rezan lo siguiente:
«Sobre el muro de roca un retrato, el de Bolívar. Yo soy hijo de Bolívar, dijo Sandino a su visitante, y agregó: «Si yo comandara dos mil hombres así como estos muchachos que me rodean, arrojaría de Nicaragua a un ejército de diez mil marinos. Estos no saben combatir. Se embriagan, carecen de iniciativa. En mi campamento nadie bebe alcohol, sólo agua pura beben mis hombres, pero de ciertos pozos y fuentes, porque me he visto obligado a convertir en impotables la mayor parte de esas aguas, como justa represalia contra los gases afixiantes que emplean los norteamericanos».
«Yo acepto la guerra tal como la quieren los invasores de mi patria. Ellos son demasiado fuertes y poderosos…Yo un débil soldado. ¡Dios dirá la última palabra! Se que me llaman en Washington bandido, pero Sandino y sus hombres nunca violarán mujeres, ni mutilarán los cadaveres de sus enemigos. Vea usted estas fotografías. Regrese a su país y cuente lo que ha visto. Vaya a Europa y diga en Paris que el bandido de Sandino no deshonra sus pequeñas victorias. Tengo prisioneros, entre ellos un oficial de alta graduación, por cuyo rescate me han ofrecido cinco mil dólares. También me han ofrecido cincuenta mil porque haga la paz, como si el que severamente acepta la muerte pudiera pensar en el oro de los enemigos de su patria. Me cotizan como a cualquier Díaz.
─¿Y cuáles son los límites de su república de Nueva Segovia? ─inquirió su amigo.
─Mi patria, aquello porque lucho, tiene por frontera la América española. Al empezar mi campaña pensé sólo en Nicaragua, luego, en medio del peligro y cuando ya me dí cuenta de que la sangre de los invasores había mojado el suelo de mi país, acrecéntose mi ambición. Pensé en la república centroamericana cuyo escudo ha dibujado uno de mis compañeros. Vea usted: un brazo extendido que levanta cinco montañas y sobre el más alto pico, un quetzal. Sepa usted que el quetzal es el ave de la libertad porque muere venticuatro horas después de haberla perdido.
─He organizado─continua diciendo Sandino─un Gobierno en la comarca que dominan mis fuerzas. Con los materiales telefónicos que he tomado a los marinos yanquis he establecido una red de comunicaciones entre diversos puntos. Con el oro de las minas de la región he acuñado monedas. Diga usted a Hispanoamérica que mientras Sandino aliente, la independencia de Centroamérica tendrá un defensor. Jamás traicionaré mi causa. Por esto me llamo hijo de Bolívar…» (pág. 351)
Vale la pena leer a Nogales, valdría la pena que un editor volviera a editar esta obra. Entonces vuelvo al Prólogo de Ana Mercedes Pérez y a cómo esta escritora nos narra el final de Augusto Cesar Sandino:
«En enero de 1934, se traslada de nuevo Sandino a Managua para hablar con el presidente y arreglar definitivamente la pacificación. Se hospeda en la casa de su amigo Sofonías Salvatierra, Ministro de Agricultura y líder del grupo patriótico que surgió en 1932 contra la intervención americana.
Sandino anda con los nervios de punta. Poco a poco ha ido comprendiendo que lo del Protocolo de Paz ha sido una farsa. Ha caído en una celada. Se lo comunica íntimamente al Ministro:
«El presidente me engaña… Desde hace como un mes la Guardia Nacional está tomando posiciones en torno de Wiwilí. Los guardias dicen que van a destruir … destruir… Si a esos hombres no se les garantiza la vida yo no sé como podría aconsejarles que se desarmen. Muchos me aconsejan la revolución. No seré yo quien altere la paz, no seré yo quien viole el pacto. No quiero la guerra, pero como es posible que los nicaragüenses no puedan vivir tranquilos en su propia tierra».
«Tal vez ─escribe Ana Mercedes Pérez en 1975─ fue en aquellos momentos que Sandino se sintió más desamparado que nunca cuando exclamó: «yo no viviré mucho tiempo. Pero aquí están esos muchachos que seguirán la lucha emprendida. Ellos podrán realizar grandes cosas…»
«Somoza está en la cumbre. Manda más que el presidente. La Guardia Nacional se toma toda una semana para festejar su cumpleaños: la semana Somoza. Cuando encuentra a Sandino en la casa presidencial lo abraza efusivamente y ordena que lo retraten con él».
«Pero todo esta listo para destruirlo. El 21 de febrero Somoza reúne secretamente a su Estado Mayor en consejo de guerra en su propia casa. Participaron 16 oficiales de su confianza, entre ellos los generales Gustavo Abaunza y Camilo Gonzáles, el coronel Samuel Santos, los mayores Alfonso Gonzáles, Diego López Roig, Lisando Delgadillo, Policarpo Gutiérrez, el capitán Francisco Mendieta, los tenientes Abelardo Cuadra, Federico Davidson Balnco, Antonio López Barrera, Ernesto Díaz, el sub-teniente César Sánchez».
«Somoza les habló con lenguaje de mafia: «Vengo de la Embajada norteamericana donde acabo de sostener una conferencia con el Embajador Arturo Bliss Lane, quien me ha asegurado que el gobierno de Washington respalda y recomienda la eliminación física de Agusto Cesar Sandino, por considerarlo un perturbador de la paz del país». Ninguno protestó. Todos estuvieron de acuerdo. Enseguida se levantó un acta, donde quedabán comprometidos todos los presentes. Así nadie podía delatarlo».
«El plan consistía en reunir treinta hombres al mando de los mayores Delgadillo y Gutiérrez para apresar a Sandino a la salida de la casa de Salvatierra y trasladarlo al campo de aviación. Pero a última hora se supo que que aquella noche había sido invitado a comer a casa del presidente Sacasa. Era aparentemente la celebración del viaje de regreso a las Segovias, con la promesa presidencial de que no sería molestado en adelante».
Me ahorro de escribir las palabras de Ana Mercedes Pérez donde narra cuando Sandino llega al Palacio Presidencial de Managua, de describir el abrazo que le da el Presidente Sacasa a Sandino para saludarlo. La historia todos la conocemos, con extrema sensibilidad, para prologar el libro de Nogales Méndez en 1981, la escritora venezolana reconstruye los últimos momentos de Sandino; ella nos cuenta como el auto donde viajaba Sandino con su acompañantes viene interceptado, que Sandino al frente de la hija de Sacasa viene detenido. Sobre esto Ana Mercedes Pérez escribe:
«El general Estrada fue el primero que comprendió que estaban sentenciados a muerte. Ante la insistencia de Sandino de enviar un mensaje a Sacasa o a Somoza, le dice valientemente: «No le pida nada a estos malditos, mi general, deje que nos maten!»
Salvatierra y Don Gregorio fueron violentamente arrancados del lado de Sandino. No hubo despedidas porque nunca se imaginaron que iban a matarlos. Salvatierra creía que los deportarían en un avión. En el camión G.N.N° 1 viajaban en cuclillas los tres tres generales que durante siete años habían sostenido ante el mundo la dignidad de Nicaragua. Llegaron a un lugar llamado simbólicamente La Calavera.
Un promontorio de tierra fue el asiento final de los ilustres héroes. Sandino a la derecha. Umanzor al centro. Estrada a la izquierda. (…)
La paz nocturna de Managua fue sacudida a la medianoche por un fuego de ametralladoras. Venía el estruendo de las cercanías de la embajada norteamericana. Nunca se imaginaron que a la vuelta de la residencia del embajador estaban asesinando al más valiente guerrillero y hombre patriota: Augusto César Sandino.
Los cáveres de Sandino y sus dos generales fueron arrojados a una fosa común, cerca de un lago. Casi al mismo tiempo violentaron la casa del ministro Salvatierra y ametrallaron a Sócrates, hermano de Sandino. No satisfecho aún Somoza de su hazaña criminal envió a Wiwilí un pelotón de la Guardia Nacional para que arrasaran con los campos sembrados y asesinaran a sus agricultures. La carnicería fue espantosa. Hubo más de trescientos muertos entre hombres, mujeres y niños. Pero ¿qué significaba aquello ante los 150.000 asesinatos que le había costado a Nicaragua las invasiones de marines desde 1909?─se preguntaba Ana Mercedes Pérez en el prólogo de El Saqueo de Nicaragua, para añadir─:
«Tres meses después de aquella horrenda masacre, que conmovió al mundo, la embajada norteamericana le daba un banquete a Somoza por su labor pacificadora ( ¿) Aquella noche tuvo el descaro de brindar por la muerte de Sandino»─nos relata la escritora.
El Saqueo de Nicaragua es un libro interesantísimo, con documentos y relatos como los que ha narrado Ana Mercedes Pérez, quien se encargó de traducir del inglés al español la obra o como los testimonios frescos de la prosa de Rafael de Nogales Méndez, que recoge la historia de los primeros treinta años del siglo XX Centroaméricano y su lucha por la libertad.
NOTA: El uso de las negritas es copia fiel del texto original.