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Brasil

El secuestro que supimos realizar

Fuentes: IPS

El cine brasileño encontró un filón en la resistencia armada a la dictadura de fines de los años 60 y comienzo de los 70. La acción guerrillera más espectacular de esa época, el secuestro del embajador estadounidense Charles Burke Elbrick, dio origen a un segundo filme en una década.

El documental «Hércules 56», dirigido por Silvio Da-Rin, cuenta esta historia con imágenes de archivos recuperados en varios países, entrevistas a los nueve sobrevivientes del grupo de 15 presos políticos liberados en canje por el diplomático y la filmación de un encuentro rememorativo de cinco ex guerrilleros que participaron en la operación.

Entre esos protagonistas se encuentran el periodista Franklin Martins, actual ministro de Comunicación Social, José Dirceu, quien ocupó la poderoso jefatura de la Casa Civil de la Presidencia (especie de primer ministro) entre 2003 y 2005 y dos ex diputados del gobernante Partido de los Trabajadores.

Los recuerdos, declaraciones y análisis de tantos personajes vivos, sumados a testimonios antiguos de los seis guerrilleros ya fallecidos, en fragmentos y ordenados no siempre lineal o cronológica, en vaivenes entre el pasado y el presente, componen un filme dinámico y con momentos de humor que cautiva la atención en su hora y media de duración.

El secuestro del representante de Estados Unidos en Brasil fue ejecutado el 4 de septiembre de 1969 por un pequeño grupo de militantes de dos organizaciones, Acción Libertadora Nacional y el Movimiento Revolucionario 8 de Octubre, llamado así por la fecha de la muerte del guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara en 1967 en Bolivia.

La idea era obtener mayor repercusión, arruinando las celebraciones patrióticas que los militares, en el gobierno desde 1964, promovían para el 7 de septiembre, cuando se conmemora el Día de la Independencia Nacional.

Los objetivos concretos del grupo de guerrilleros fueron liberar a presos y obligar a la difusión de un manifiesto que explicaba las razones de la lucha armada y reclamaba el fin de las habituales prácticas de tortura de entonces con la inocua amenaza de «ojo por ojo, diente por diente».

El éxito de la operación fue favorecido por una crisis en el gobierno dictatorial. El presidente, general Artur da Costa e Silva, se había enfermado gravemente algunos días antes y había sido sustituido por una junta militar debido a las dificultades de una pronta elección del sucesor por parte de las Fuerzas Armadas.

Los 15 prisioneros liberados y enviados a México comprendían a militantes de varias tendencias y generaciones políticas, entre ellos una mujer, un estudiante de 22 años y el histórico militante comunista Gregorio Bezerra, entonces con 69 años de edad, 33 de los cuales los había pasado en prisiones.

El grupo vivió momentos de mucha tensión, ignorando detalles del secuestro y qué había decidido la junta militar. Una vez ubicados en un avión de transporte militar, el Hércules 56, algunos de ellos temieron ser arrojados vivos al mar, una forma de ejecución que luego sería utilizada con frecuencia por la dictadura argentina (1976-1983) y otras de América Latina.

La mayoría de los canjeados por Burke Elbrick se fueron Cuba a entrenar guerrilleros. Todos fueron formalmente expulsados del territorio brasileño y sólo pudieron volver después de la amnistía política concedida en 1979 por el último dictador, Joao Batista Figueiredo. Dos de ellos volvieron antes y fueron asesinados.

Además de rememorar hechos y emociones, algunos de los protagonistas hicieron una evaluación del secuestro. Fue «un desastre», según Vladimir Palmeira, uno de los tres destacados líderes estudiantiles liberados. La acción, en su osadía, sobrepasaba desmesuradamente las fuerzas de que disponían los guerrilleros y provocó una violenta reacción, arguyó.

Dos meses después del secuestro, la represión policial y militar mató al principal líder del movimiento, Carlos Marighela, y en pocos años más la dictadura desbarató o exterminó a los grupos armados, recordó Palmeira, quien fue elegido diputado en 1986 y en 1990 y fue dos veces candidato derrotado a gobernador de Río de Janeiro.

Dirceu, otro líder estudiantil de entonces, también consideró que la lucha armada fue un fracaso, en todos los aspectos, por su total aislamiento de movimientos políticos y sociales.

«Una equivocación triunfal», fue la calificación dada por el periodista Flavio Tavares al secuestro de Burke Elbrick que inauguró una serie de este tipo de operaciones. En 1970, otro grupo capturó a los embajadores de Alemania y de Suiza y al cónsul japonés en Sao Paulo, también con el objetivo de canjearlos por presos políticos.

Lo más interesante en el filme «Hércules 56» es «mostrar la versión de los propios participantes» en los hechos, incluso con «visiones críticas», comentó a IPS Marina Gadelha, una joven graduada en periodismo que se siente atraída por películas que le permiten conocer algo de lo que pasó en los años 60, «muy ricos y distintos de la apatía actual».

Gadelha admira la actitud «corajuda, de entrega total a sus convicciones» por parte de los guerrilleros, pero rechaza «la violencia y las muertes» que significó esa lucha.

Antonio Ferreira, que estudió ciencias sociales, es otro ejemplo de la seducción que ejerce la llamada generación del 68 sobre los jóvenes actuales. Pero su interés es por la historia contemporánea, no sólo de Brasil. El filme de Da-Rin constituye «un importante balance de la época, con una mirada autocrítica de hoy», evaluó.

La lucha armada no dejó pasar la dictadura sin una «contundente resistencia», pero, de hecho, como señalaron algunos protagonistas en el filme, provocó mayor violencia represiva, opinó.