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Reseña de Cartas de un joven escritor, de Juan Carlos Onetti

El sedentario y el viajero

Fuentes: La Jornada

Esta correspondencia traza un retrato del período de «crisálida» de Onetti: cuando escribe «de noche, contento», mientras trabaja en una empresa automovilística, en labores burocráticas o vendiendo boletos en un estadio de futbol. Durante el período que escribió las misivas (1937-1943) habla de sus fatigas por escribir y publicar, así como de los reveses de […]

Esta correspondencia traza un retrato del período de «crisálida» de Onetti: cuando escribe «de noche, contento», mientras trabaja en una empresa automovilística, en labores burocráticas o vendiendo boletos en un estadio de futbol.

Durante el período que escribió las misivas (1937-1943) habla de sus fatigas por escribir y publicar, así como de los reveses de esa labor: concursos literarios no ganados, prisas para terminar un libro, críticas a El pozo que resume en la aplicación frecuente de los calificativos «amoral» y «degenerado». Pese a todo, el joven escritor es claramente consciente de que aguarda la recompensa de «trocarse en cisne».

Y hace testigo de su transformación a Julio Payró -historiador, viajero y autor de unos cuarenta libros- por ser una de las tres o cuatro personas a las que estuvo «unido por amistad y forma de ser». El epistolario revela la intensidad de su afecto por el argentino, a quien dedicó su segunda novela, Tierra de nadie. El dibujo que hace Onetti del destinatario de sus cartas es el de un hombre intensamente culto que ha dejado la pintura de lado para dedicarse a la crítica y la enseñanza.

«Yo no soy un artista; soy un tipo que a veces escribe» Aunque se entrevé en la correspondencia que el joven escritor admira y respeta su obra crítica, le pregunta a menudo con más énfasis por su pintura. Quizá por eso, por escribir a alguien a quien además de respetar intelectualmente considera ante todo artista plástico, es que se explaya en sus observaciones sobre pintura, en especial sobre la obra de Gauguin, Cézanne y Henri Rousseau.

El uruguayo declara su predilección por la propuesta estética del Paul Gauguin, que se explica, entre otras muchas cosas, por el antiintelectualismo onettiano: la expresión plástica le parece mucho más oficio que la literatura, de la cual se declara enemigo en tanto que pueda entenderse como pura forma. Onetti expresa sus náuseas por «escribir bien» y se define a sí mismo, no como un artista, sino como «un tipo que a veces escribe».

El joven escribe a Payró en horas robadas «al trabajo diario tan estúpido». Elabora su correspondencia en descansos de archivar alfabéticamente cartas o escudándose en el letrero de «cerrado por duelo» sobre la puerta de su oficina; muchas veces a la carrera entre sus ganas rabiosas de escribir «de Onetti para Onetti» y sus esfuerzos por subsistir. «Aunque uno crea en la propia fuerza y en su capacidad para vivir en sí, tener el universo en uno, hay períodos de desánimo, en que fatiga pensar y hacer sin eco en los demás. El trabajo parece, entonces, una rueda que volteara en el aire», confiesa.

En ese ánimo recurre al intelectual, diez años mayor que él, para afirmarse, pero también como cómplice en sus proyectos: publicaciones y concursos, hacerse corresponsal de un diario argentino con la recomendación del pintor; incluso en una carta le pide dinero como socio de una editorial que piensa fundar.

Joyciano «convicto y confeso», Onetti sostiene una y otra vez la tesis que para él realizan Proust y Joyce: que la novela es un arte, no la reconstrucción de la realidad. Asimismo, sus cartas revelan cómo el genio se define tanto por la obra publicada como por la inédita. Aparece el trazo de los libros que no publicó, que borró de su bibliografía intencionadamente: una obra de teatro, una novela corta llamada Disparate; pero también otros que por diversas vicisitudes se perdieron, como Tiempo de abrazar, que nunca llegó a publicarse en su totalidad.

La correspondencia contiene referencias sobre la génesis y manufactura de sus primeros libros publicados: El pozo, Tierra de nadie, antes llamados Folletín y Para esta noche, cuyo primer título fue El perro tendrá su día.

Aunque las cartas fueron escritas a ambos lados del río de la Plata, pudieran ser también cartas insulares de un Onetti náufrago. De hecho las islas aparecen en ellas como tema recurrente: Tahití, donde Gauguin pintó sus cuadros más famosos, las de su obra no publicada Las islas del señor Napoleón; la isla de la Polinesia donde a menudo insinúa escapar. «Váyase a la isla y pinte; envuélvase con trapos y pinte; muérase de hambre y siga pintando; quédese leproso y pinte otra vez», le sugerirá a Payró, revelando la consigna con la que él mismo vivió su escritura.

Cartas de un joven escritor,
Juan Carlos Onetti,
Era, México 2009.

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