Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Bárbara Maseda
Parecía una proposición bastante absurda cuando los Situacionistas la plantearon en 1964, pero la realidad encontró la manera de equipararse con sus concepciones acerca del recorrido que seguiría el ser humano en el mundo post-industrial. Sus predicciones de que el futuro del humano moderno sería simplemente cumplir con su papel como recipiente para la recepción y transmisión de información y que su movilidad sería superflua deben haber parecido completamente ridículas a la luz del desarrollo tecnológico e industrial en boga en aquel momento. ¿Cómo tomar en serio una proposición tan absurda en la era de los jets supersónicos, los autos aerodinámicos y los cohetes que lanzaron al hombre más allá de la atmósfera? Se asumía por lo general que el futuro sería en movimiento. Después de todo, lo más avanzado de nuestra especie andaba de un lado para otro, y cualquier peregrinación nómada que se les pudiera ocurrir podía hacerse a la velocidad de la luz.
Pero si echamos un vistazo a lugar donde nos encontramos ahora, es obvio que el hombre moderno está atascado en un punto. Y por si esto no fuera suficiente, sus experiencias son más virtuales que nunca, porque permanece enchufado desde la mañana a la noche. Se despierta con los audífonos del iPod metidos en los oídos y el teléfono móvil vibrando en la mesa recepcionando mensajes de texto mientras enciende la computadora para dar inicio a su jornada de trabajo o placer. En cierta medida, el cuerpo no se utiliza realmente, se «mantiene» como recipiente para la recepción, almacenamiento y difusión de información. Su cuerpo es estructuralmente una armazón para albergar un nervio óptico, algunos sensores en las yemas de los dedos y una cavidad auditiva que acopia datos emitidos, los cuales en muchas ocasiones son informaciones de las que ya el cerebro está completamente al tanto.
Al parecer la carrera por la movilidad fue un mero paréntesis entre la inactividad humana debida a la escasez de medios de transporte (o a la necesidad de desplazarse) y la decisión consciente de adoptar un estilo de vida donde se le permite al cuerpo asumir el estado de pasividad, tendencia esta que se ha tornado dominante. Hay un antiguo proverbio senegalés famoso en los círculos animistas. Debido a que se cree en la regeneración cíclica de la esencia de una persona que renace después de varias generaciones en un nuevo cuerpo, se dice, «la persona está adentro», refiriéndose a que el espíritu, el ser, la persona, está presente en el estado de transición hacia la adopción de otra forma en un nuevo cuerpo, en la materia de uno de los descendientes. Se practicaba una especie de adoración de los ancestros, ya que se estaba interactuando con la esencia de generaciones anteriores encarnadas en una nueva forma, y hacer las paces con los ancestros era también un lubricante social para la gente con quien uno estaba en contacto. El cuerpo, en este caso extremo, asume el rol de envase para la presencia simbólica de generaciones anteriores, y entre tanto se le añaden nuevas experiencias al ser como un todo. Lo que cuenta está adentro, el recipiente puede cambiar, pero el mensaje es el continuum de una sociedad y su gente.
¿Quién es este «hombre dentro» del hombre moderno? ¿Tiene alguna función real? ¿Qué es lo que queda del propósito de su cuerpo? ¿Es cada cuerpo un fin en sí mismo, desempeñando una travesía biológica y nada más? ¿La persona representa un individuo «total», o estamos irremediablemente fragmentados, vaciados de significado desde la hora en punto en que nos convertimos en trasmisores de un contenido, apenas importante pues es tan variable como la última moda del pasado año? ¿Es capaz el cuerpo de ser redimido como una entidad plena de significado? ¿O se ha convertido en el más moderno de los mensajes?
Es sencillo reconocer que todos los humanos en todas las latitudes tienen las mismas necesidades básicas, y por tanto, el mismo propósito de satisfacerlas. Entiéndase alimento, cobija, protección y una forma de organización social que fija los límites y extremos para satisfacción de esas necesidades. Entonces vendrá la realización de los deseos, para lo que empleará la energía que le sobra. Si uno tiene la suerte suficiente de nacer en un contexto donde las necesidades básicas se solucionan con poco esfuerzo, esa feliz casualidad propicia esta diferenciación de energías y le permite a uno dedicarse a otros aspectos de la vida, incluido el esparcimiento. De hecho, cierta prolongada neotenia fue útil para la evolución, porque garantizó un mayor cuidado para los bebés de la especie humana; al parecer de aquí se deriva la lúdica obsesión de los adultos. Las prioridades de garantizar necesidades y satisfacer deseos se mezclan en una misma confusa ruta. Y lo que es mejor, la línea que separa el trabajo y el juego se va haciendo cada vez más estrecha, lo cual acondiciona y expande el ambiente perfecto para el nuevo individuo, el ser enchufable.
El mundo fantasioso de los niños a primera vista parece ser puro esparcimiento ya que el niño ignora las dificultades de procurarse por las necesidades básicas, pero en realidad, ese mundo es más bien un gimnasio donde se le inculcan estrategias de adquisición de lo necesario y lo superfluo, que se desea a pesar de todo. El niño vive en un mundo de repeticiones, y esto también lo prepara para un futuro donde la rutina se vuelve norma. A veces también el niño puede dar un salto hacia una situación inesperada, algo extraordinario sucede en su mundo mental, ese descubrimiento le resultará excitante, pero terminará convirtiéndose en rutina.
Así es como aprende la gente, adquiriendo nueva información cognitiva e incorporándola después. Pero esa información tiene que ser vista, tiene que ser atractiva de alguna forma. Si no es entretenida en primer lugar, usualmente se le abandona. La misión del desarrollo es adquirir más y más información; es una tendencia de la sociedad moderna obtener una gran cantidad de información, aunque sea fragmentada, aunque sea trivial. De hecho, hacer algo con esta información que se ha asimilado no es el punto realmente. Nadie parece saber como encender un fuego utilizando ramas y piedras, ni ejecutar otras tareas primitivas en las que el hombre solía ser hábil, sin embargo todos conocemos algún detalle de la vida amorosa de Angelina Jolie, o cualquier otro dato irrelevante. Esta información es incluso una gran mercancía, porque el chisme es una parte significativa de la industria del entretenimiento y desarrolla y mueve capitales.
Cuando utilizamos información acerca de cómo se produce el aprendizaje, al aceptar la idea de que la sorpresa, el placer y la diversión son ayudas emocionales para la adquisición de información nueva que conduce a la acquisión de habilidades y estrategias de sobrevivencia, vemos que al final la mayor parte de la información se nos presenta en forma de juego o de entretenimiento. Esto también puede explicar por qué es más fácil para el hombre aceptar asentarse en un mundo virtual y limitar sus movimientos al mínimo necesario para sobrevivir, mientras que de hecho, prospera económica y a veces incluso socialmente en este estado aparente de aislamiento e inactividad. Mientras se está enchufado las sorpresas son escasas, al igual que los riesgos, pero aún así el ser enchufado está convencido de que vive en la vanguardia, de que está muy al tanto de la última información, y de que es, por lo tanto, más avanzado.
Sin embargo, hay un gran peligro en todo esto. El hombre enchufado puede tener más información a su disposición, pero no está equipado para procesarla, retenerla o utilizarla en un sentido significativo. Si uno tiene una computadora que efectúa todos los cálculos o un tesauro a un clic de distancia, ¿cuál es el trabajo que hace el cerebro realmente? No necesita vagar por los meandros de la memoria o la creatividad. Las soluciones son las esperadas y acostumbradas. De igual manera, si una información sobre una masacre se presenta en la misma forma, con el mismo énfasis y el mismo drama del estreno de una nueva película de Hollywood, los límites se desdibujan, al igual que la relación de ambas informaciones entre sí y con cualquier otra. Nos volvemos más incapaces de darle valor a las cosas. Todo pesa lo mismo. Perdemos la sensibilidad no solo de nuestros cuerpos, sino que incluso nuestra capacidad de pensar sufre un golpe mayúsculo.
Otros métodos para la adquisición de información resultan ser más traumáticos que divertidos. Cualquiera que ha sufrido quemaduras accidentalmente se cuida en el futuro de aproximarse a las llamas; el mensaje se recibió con disgusto y dolor. A veces, esa información está demasiado aproximada a estímulos similares pero sin vínculo. Por ejemplo, los egipcios dicen: «El hombre que ha sido mordido por una serpiente tendrá miedo de una soga en el suelo». Tendemos a transferir muy inadecuadamente nuestras reacciones ante las cosas cuando pensamos que nos estamos protegiendo.
De forma semejante a la adquisición de nueva información mediante un acontecimiento que está fuera de lo común, la gente que fue lo suficientemente desgraciada para nacer en una tierra que sufre estado de pobreza, guerra o inestabilidad política descubre que el «acontecimiento extraordinario» que rompe con la rutina de la lucha por la supervivencia es la migración. No solamente los refugiados deben desarraigarse físicamente de un lugar, sino que incluso aquellos que aspiran a trabajar en otra realidad económica son forzados en muchas ocasiones a abandonar sus hogares. Parece que mientras menos oportunidades se tengan, y mientras más se sufra la pobreza, más probabilidades se tienen de optar por el traslado físico. En ese punto, el individuo se desplaza en el espacio, abandona su cultura y se transforma en una mercancía.
La inmigración no es una situación que se pueda medir en términos humanos, como sucede con las necesidades que se satisfacen y los deseos a que se aspira, sino que más bien se le mira desde el punto de vista del impacto que tiene en el mercado del país de destino. Estos hombres y mujeres son trabajadores, proveedores de servicios, pero fuera de eso, no están integrados en la nueva realidad, están bien separados y son casi invisibles. La migración masiva siempre ha sido un fenómeno común en la historia humana. Sin embargo, en la sociedad moderna donde las fronteras se fijan y las naciones se crean y se destruyen por medios pacíficos o violentos, la pertenencia a un pueblo se define a veces por medios arbitrarios, y se les ata entonces a esquemas nacionales. La migración masiva porta significados relacionados con la ley internacional y las cuestiones humanitarias; como el ser humano es libre de abandonar el lugar de donde proviene, una vez que abandona ese lugar está sujeto a leyes y restricciones concernientes al permiso para entrar en otro lugar.
Hablo en general de la gente que es parte del fenómeno de la inmigración masiva, refiriéndome a que las cifras de personas que abandonan un país son estadísticamente significativas, y no pueden ser comparadas en realidad con los hombres de negocios, profesionales, artistas o estudiantes que van al extranjero por una decisión individual, no basada en la necesidad, que es el caso de la gente cuyo nivel de vida supera el nivel promedio en el país que abandonan. Aquellos individuos que pueden ser considerados parte de un movimiento de inmigración masiva a veces son asimilados dentro de la nueva sociedad, pero eso no es algo que la sociedad se esfuerce realmente en estimular, y en la mayoría de los casos la ley de la nación de destino lo hace prohibitivamente difícil, especialmente si la cultura originaria es bastante distinta de la dominante, si el mercado no se puede ajustar a los servicios que ellos ofrecen o si son considerados de origen étnico inferior.
Los Rom (gitanos) viven generalmente en grandes campamentos en las afueras de las grandes ciudades, muchas veces durante varias generaciones y no se intenta la integración aún cuando las entidades municipales establecen áreas para que vivan estas personas, convertidas en parte permanente del paisaje urbano. A los palestinos se les impide regresar a su tierra en Israel, incluso a personas que son de origen palestino pero que tienen otros pasaportes se les prohíbe residir en Israel. No se puede decir lo mismo de los judíos con pasaportes de cualquier clase. No sólo se les admite, sino que se les estimula a emigrar a Israel y a otros territorios de Palestina ocupados por los israelíes.
En Europa, grupos inmigrantes como los chinos tienden a desarrollar una sociedad paralela que reproduce la dejada en Asia, y crean mercados independientes que se insertan parcialmente en el mercado local. La inmigración africana (al menos en Italia) generalmente consiste en hombres solteros, u hombres casados que llegan solos, que trabajan en Europa durante años -el tiempo varía de tres a diez años- organizados en unidades de auto-sustentación. La inmigración de Europa del Este es mayormente femenina, trabaja en la industria del los «servicios familiares», cuidando ancianos y desempeñando otras labores domésticas; la mayor parte de sus salarios son enviados a casa para mantener a sus familias.
En todo caso parece ser que aunque una persona venga a una nueva sociedad, y con frecuencia viva como miembro de un hogar en el país de destino, hay generalmente un aislamiento que se respeta, y se mantiene un fuerte vínculo económico y social con la gente y el lugar de origen. No parece haber una verdadera integración, desde ningún extremo del espectro migratorio.
El cuerpo del inmigrante es diferente no sólo en términos superficiales de color de la piel o estilo de vestir, sino que también se mueve diferente. Es un cuerpo activo, se ha desplazado en el espacio para alcanzar la nueva tierra y sigue diferenciándose por su cualidad de no enchufarse, sólo a veces, para ir mucho más allá, resaltando la existencia física por medios simbólicos.
Las cicatrices rituales, los tatuajes, piercings, pintarse la piel con henna y los arreglos de cabello tradicionales como las trenzas son imágenes simbólicas de la presencia humana, del ser interior, que en la sociedad occidental han sido más y más aceptados por las generaciones más jóvenes que se debaten entre los dos paradigmas, el pasivo y el activo. La adopción de estos símbolos portadores de un significado espiritual en otras sociedades se ha convertido en un fenómeno masivo y ya no transgreden muchas de las reglas del decoro de la sociedad occidental; pero los símbolos han sido elegidos para adornar lo superficial, no para representar el interior. ¿Un joven que luce dreadlocks sabe las razones por las que los Rastafari usan ese estilo? ¿Le importa?
La única manera en que creí podría comprender los sentimientos de una persona con piel de inmigrante y observar desde una perspectiva diferente cómo puede sentirse un inmigrante en relación con un italiano fue penetrar yo misma en ese estado. Hice un intento de experimento en un mercado al aire libre de mi ciudad en Italia la semana pasada. Yo soy inmigrante, pero tengo orígenes italianos y estoy completamente asimilada porque mi permanencia en Italia data de finales de los ochenta, pero quería saber qué se siente dentro de esa piel, quería ser mirada como alguien que pertenece a una cultura diferente.
Le pedí a un amiga musulmana practicante que me prestara uno de sus velos y me enseñara como usarlo. Caminamos por el mercado, hablando y deteniéndonos en varios locales de venta y debo reconocer que no me convertí en musulmana, ni me convertí en una inmigrante de un país árabe, pero me sentí «diferente». Sentí mayor pertenencia a ellos como grupo; me sentí parte de algo diferente. Tan diferente de la masa dominante como quizás se sienten muchos de los que llevan un tatuaje maorí estampado en la piel.
Para una persona blanca en Europa, esto es quizás lo más cerca que puede estar de meterse en un cuerpo diferente, en un ser diferente, expresado en la manera en que los otros te perciben como diferente. Si uno encamina su sensibilidad en ese sentido puede empezar a sentir la separación de una manera muy fuerte. No estoy preparada ni puedo contabilizar todas las diferencias sutiles en la manera en que fui mirada o en que me hablaron, aunque hubo diferencias que percibí, (y me parece que quedé más sorprendida de ver las reacciones de mi amiga, porque ella estaba divirtiéndose de lo lindo con aquella representación) pero esto fue sólo una experiencia inicial, un experimento, mi primer salto dentro de la piel de inmigrante, pues sé bien que soy una mujer enchufada. Fue un intento de recuperar sensaciones primarias, una nueva identificación, que es lo que puede llevar a muchos a seguir la moda de adoptar adornos que son más o menos permanentes.
Lo siguiente sin embargo, y lo más radical, es el uso simbólico extremo del cuerpo como un mensaje. Podemos utilizar el ejemplo de una persona que se suicida. Aunque dependan de circunstancias e individuos, los sucesos mentales que desencadenan ese acto son individuales, las motivaciones pueden ser causadas incluso por identificación con una entidad colectiva, que puede ser un grupo social, religioso, étnico o nacional. Cualquiera que haya decidido quitarse la vida, ya sea por razones personales como una decepción amorosa o un fracaso económico, o un acto político, está dejando un mensaje tras de sí. Ese cuerpo tendrá que ser afrontado por otros, porque su estela provoca un cambio de la realidad que lo rodea. El cuerpo, en ese sentido, está dejando un mensaje. Está diciendo «Basta».
El cuerpo desprovisto de vida, de ese interior que le da significado en la concepción general del cuerpo como medio en el cual el interior, el espíritu, el alma, la esencia -cualquier cosa que lo diferencie de aquellos en estado vegetativo- se ha convertido él mismo en la cúspide del significado.
Debido a que casi todas las sociedades valoran la vida humana, y por tanto, han atribuido significado al sufrimiento, al dolor y la muerte, siempre es necesario conferirle un valor al suicidio. Este será interpretado por aquellos que quedan para enfrentarlo. Sea cuál sea el motivo que tuvo esa persona para decidir terminar con su vida, nos enfrentamos con la tarea de decodificar el mensaje que nos estaba dejando. El cuerpo asume un valor totalmente simbólico cuando no hay ya más vida, pero ahora nos hemos convertido en los protagonistas de los hechos, porque no tenemos otra opción que descifrar el código y asignarle luego un valor. El valor puede ser positivo, negativo o estar en algún punto entre ambos extremos, en dependencia de cómo interpretemos el acto que ha tenido lugar, de si podemos aceptar las consecuencias residuales, incluyendo la violencia infringida a otros.
El destinatario de este mensaje podría ser una sola persona, o el mundo entero, y mientras más una persona utiliza el suicidio como el vehículo para expresar un mensaje político, más se identifica esa persona con el grupo de personas al que ha decidido representar y el concepto de individualidad se vuelve menos importante. No es necesario encontrarse en las condiciones de la persona con la que uno se identifica, pero es necesario sentir total responsabilidad hacia ellos y sentir el deber de servir como su embajador. La identidad del ser queda supeditada a la identidad del grupo. El que esa persona esté o no representando este grupo no es realmente importante. Lo que importa es que él o ella esté convencido(a) de esto, y el estado mental que conlleva al acto también podría ser un momento de total claridad, devoción y generosidad.
Muchas sociedades y religiones tienen la figura del mártir que se sacrifica a sí mismo por el bien común. Es algo que ha acompañado a la humanidad la mayor parte de su historia y el valor que se le atribuye es mucho mayor en las sociedades que reconocen el sacrificio como hecho en favor de sus miembros. Las tres religiones monoteístas reconocen todas estas figuras, casi todas las religiones antiguas han utilizado el sacrificio como un instrumento para crear un equilibrio entre el mundo sagrado y el mundo de los hombres. Incluso los modernistas seculares reconocen el sacrificio que los luchadores de la Resistencia han hecho por su gente.
Como ajenos a un fenómeno, hay muchas maneras de interpretar este símbolo particular. Podemos reaccionar ante él de una manera incoherente e impulsiva, desprovista de razonamiento, como el hombre que le teme a una soga, y mentalmente siempre asigna al símbolo del cuerpo inanimado el significado del trauma que estamos asociando con el acto; o bien podemos nosotros, los espectadores, sentirnos impulsados a tratar de encontrar la verdadera interpretación y no ver serpientes donde sólo yacen cuerdas. Podemos llamar terroristas a todos los suicidas con bombas, podemos decidir que lo que han hecho siempre deberá condenarse, y más que eso, podemos tener la arrogancia de insistir en que tenemos el derecho de hacerlo y de condenarlo, como si los valores que defendemos, la palabra «vida» -refiriéndonos a una vida que nos de placer como individuos-, sólo pudiera ser interpretada de la manera en que lo hacemos, a salvo en nuestros prósperos y superfluos mundos.
Podemos tomar también otro camino en lugar de creernos con el derecho de asignarle nuestros valores a un acto que ejecuta alguien de un grupo al que no pertenecemos, o cuya decisión es la antípoda de lo que nosotros haríamos. Podemos tratar de entender qué decía el mensaje que trataba de dejarnos esa persona que se quitó la vida. Podemos decidir abstenernos de hacer juicios, asimilar el símbolo, con todo lo que sabemos acerca de lo que conllevó al acto, y tratar de hacer lo que esté a nuestro alcance para impedir que una situación como esa tenga lugar, que los humanos sientan que su propósito es servir como símbolos y dejar mensajes a las demás personas, que sientan la necesidad de sacrificar sus vidas, causando sus propias muertes y la muerte y el sufrimiento de otros en algunos casos. Podemos identificar el centro de ese acto y levantarnos de nuestras sillas y hacer un intento por cambiar las condiciones de las cuales se originó. Eso significa que tenemos que mirar detrás del acto, entenderlo dentro de un contexto y hacernos responsables del mismo.
¿Estamos preparados para admitir que la universalidad de esos valores en que creemos es relativa? ¿Podemos desprendernos de nuestros valores más arraigados para abrir nuestras mentes a la posibilidad de que aquello que proclamamos como universal es realmente sólo nuestra visión de lo que puede ser mejor, pero que no son seguramente válidos para todo el mundo? ¿Nos sentiremos peor si aceptamos que las cosas son más graves de lo que aparentan, que la vida después de todo puede ser miserable?
Frecuentemente ocurre que algunos de estos mensajes son lanzados por personas que viven con piel de inmigrante. Quizás ellos no estén viviendo una situación insostenible en la que no puedan desempeñarse en la sociedad, pero están tan fuertemente identificados y sienten tal unidad con el grupo, que pueden hacer suyas las luchas y las frustraciones del grupo que sienten representar. Estas personas quizás también sientan una fuerte alienación de sí mismos como individuos así como la dificultad de integrarse o ser asimilados completamente en un lugar en el que son diferentes, o donde al menos se sienten diferentes, en un mundo donde además la gente desconfía de todo lo que es distinto.
Los seres enchufados son frecuentemente los primeros destinatarios de este mensaje. Su seguridad se ve amenazada y las maneras de exacerbar esos estados de incomodidad son manipuladas frecuentemente por aquéllos que temen las reacciones y la capacidad de acción de la persona con piel de inmigrante.
Siempre me ha parecido irónico que aunque en Usamérica los crímenes con armas de fuego causan muchas más muertes que los terroristas, no parece cundir el pánico por el riesgo de terminar en el repugnante extremo de la bala del vecino, mientras se mira con recelo y temor a las personas de piel morena y pelo negro que viajan en los autobuses, aviones y metros, como si su presencia fuera una amenaza real para la sociedad, mucho más peligrosos que el oficial que toma la justicia por su mano o el criminal común que vive en todos los vecindarios.
Aprovechándose de las debilidades tecnológicas del ser enchufado tuvimos el Error del Milenio, el 11 de septiembre y luego la amenaza de las armas de destrucción masiva. Todo esto le ha permitido al Gran Poder infiltrarse precisamente por donde ese individuo se siente más vulnerable, y ha permitido que se le espíe, controle, reclute, se le lave el cerebro y se le convierta en el perfecto componente del mecanismo. ¡Proteja su hogar! ¡Proteja a su familia! ¡Proteja su computadora! ¡Proteja su país! Sí, el ser enchufado está leyendo todos los mensajes que su amo le envía, la mayoría de los cuales consume mientras trabaja o juega o busca información, y ha dejado de mirar realmente el mundo como es. Se está encerrando a sí mismo en una coraza protectora donde nadie puede penetrar. Sin embargo, hay ahí un peligro. Puede que la seguridad que se sintió en un inicio comience a sentirse como una prisión donde está encerrada la mente, seguida por el cuerpo.
Si el ser enchufado quiere recuperar su libertad de nuevo, tiene que estar dispuesto y habilitado para ponerse en contacto con lo diferente, distante, extranjero. Tiene que comenzar a desactivar algunas de las interferencias y comenzar a escuchar a otros y a sí mismo. Tiene que haber espacio para el pensamiento independiente, no sólo para el reciclaje de mensajes preconcebidos. El ser humano enchufado no puede recuperar el uso total de su cuerpo, pero debería aprender a leer los símbolos como si todo lo que existiera relacionado con el cuerpo fuese un medio para comunicar un mensaje. Quizás podría intentar aprender qué se siente al vivir con piel de inmigrante.
Mary Rizzo vive en Italia. Su blog es www.peacepalestine.blogspot.com
Artículo original en inglés: http://www.onlinejournal.com/artman/publish/article_880.shtml
Bárbara Maseda es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala
(www.tlaxcala.es), la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.