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Entrevista a Jon Juanma (Jon E. Illescas Martínez) (I)

«El Sociorreproduccionismo Prepictórico es un método de distribución de arte de carácter socialista»

Fuentes: Rebelión

Jon Juanma, licenciado en Bellas Artes, es un artista plástico creador del Sociorreproduccionismo Prepictórico. Es, además, analista político y cultural, teórico del socialismo democrático e investigador en la Universidad de Alicante.Una parte de su obra artística puede verse en: http://jon-juanma.artelista.com/ y http://www.flickr.com/photos/30642689@N06/, http://www.flickr.com/photos/30642689@N06/. Para ver su blog: http://jonjuanma.blogspot.com/. Me gustaría preguntarle en torno a un […]

Jon Juanma, licenciado en Bellas Artes, es un artista plástico creador del Sociorreproduccionismo Prepictórico. Es, además, analista político y cultural, teórico del socialismo democrático e investigador en la Universidad de Alicante.
Una parte de su obra artística puede verse en: http://jon-juanma.artelista.com/ y http://www.flickr.com/photos/30642689@N06/, http://www.flickr.com/photos/30642689@N06/. Para ver su blog: http://jonjuanma.blogspot.com/.

Me gustaría preguntarle en torno a un reciente artículo suyo que lleva por título: «Aire fresco para el marxismo y la teoría crítica radical en tiempos de crisis con burbujas pero sin brújulas» [1]. Déjeme antes hacerle alguna que otra pregunta. Usted es un artista creador del «Sociorreproduccionismo Prepictórico». ¿Podría aproximarnos a este concepto, a esta tendencia? ¿Prepictórico dice usted?

El Sociorreproduccionismo Prepictórico es un método de distribución de arte de carácter socialista. Un sistema que destruye prácticamente todas las diferencias de clase y renta propias de una sociedad tan injusta como la capitalista, a la hora de que una persona cualquiera, pueda acceder a la adquisición de una pintura elaborada. No es por tanto una tendencia, como pudiera ser el Realismo o el Surrealismo, sino un método de distribución que pretende crear un espacio lo más igualitario posible en una sociedad tan desigual como la nuestra.

El Sociorreproduccionismo aplicado a la distribución y venta de pinturas (por tanto Sociorreproduccionismo Prepictórico, esto es, que va «antes» de la entrega de la pintura) a grandes rasgos consiste en lo siguiente: el artista se compromete a que los lienzos originales no estarán a la venta directamente como en cualquier exposición al uso. Nadie podrá venir y pagar por él «X» número de euros, como pasa en el mercado de arte común, donde es siempre la gente con mayor renta y en especial la burguesía, los que se llevan las obras más cotizadas.

En el Sociorreproduccionismo, la única forma de adquirir los originales es comprando una sociorreproducción a un precio popular (aproximadamente lo que cuesta un CD de música o una película de vídeo). Al comprar la sociorreproducción (una reproducción autosustentable de la obra en alta calidad), el sociorreproduccionista (comprador) se llevará un número / participación que le permitirá concurrir en un sorteo que se celebrará el último día de la exposición. Si en ese momento sale su número, tendrá derecho a llevarse la obra original de la sociorreproducción que compró. Imaginemos que hubiera comprado la sociorreproducción de mi obra «Romántica balada líquida», pues de salir su número como agraciado, se llevaría a casa, gratuitamente, el óleo sobre lienzo original.

En realidad, no es que le salga gratis, sino que ya lo pagó junto a todos aquellos que compraron el resto de sociorreproducciones. Es como si fueran parte de una cooperativa, donde los compradores adquieren participaciones de la obra original. El esfuerzo económico queda repartido y entonces ello permite que un trabajador pueda acceder a una obra que tendría para él un precio prohibitivo en el mercado capitalista (por la cantidad de horas de trabajo), a la par que permite al artista ver retribuido su trabajo.

Llegados a este punto se puede pensar, ¿y qué ocurre con todos aquellos que compraron la obra y no se llevaron la original premiada en el sorteo?

Buena pregunta. Se la formulo.

Pues en realidad nada grave, porque ya se fueron a casa con una reproducción de la obra en alta calidad firmada por el artista y el diferencial fue a parar a una buena causa: que una persona de su clase, de su renta, pudiera acceder a una obra que por la actividad acumulada del trabajador-artista normalmente solo hubiera sido disfrutada por un burgués o un trabajador de altos ingresos. Pero además, todos los sociorreproduccionistas tienen las mismas oportunidades de acceder a la obra sin importar la cantidad de sociorreproducciones que compren, ya que solo se les dará un número para el sorteo se compren 2, 5 ó 10. De este modo tampoco habrá diferencias entre un médico cirujano y un portero de un colegio. Puesto que por cada «X» número de sociorreproduccionistas (compradores) que se especifique el día de la inauguración, se sorteará un cuadro original.

¿Hay alguna experiencia al respecto?

En la primera experiencia llevada a cabo, para poner un ejemplo donde se vea más claramente, se sorteó un original cada 50 sociorreproduccionistas. El artista-productor se compromete a sortear una obra como mínimo, al margen de las ventas. De este modo, la cotización depende del público y no de ningún magnate interesado en su revalorización, como ocurre frecuentemente en el mercado del arte.

Para mi es una forma de visualizar la lucha de clases desde el terreno artístico. Cuando realicé la primera experiencia en 2008/2009, varios empresarios mostraron su malestar al decir que ellos comprarían la obra directamente, que les interesaba por su valor artístico, pero jamás comprarían una sociorreproducción. No soportaban que, por una vez, fueran iguales a «la masa» que tanto repudian; no aguantaron ser tratados del mismo modo que sus trabajadores a la hora de acceder a un bien. Esto fue sin duda muy interesante, no sólo porque sirvió para manifestar el profundo elitismo de bastantes miembros de la burguesía y su odio de clase; sino porque personalmente me produjo una gran satisfacción verlos enfadados como niños caprichosos. Están muy acostumbrados a ganar, y ver cómo no podían hacer nada al respecto, me resultó divertido, una especie de mundo al revés.

Eso pretende el Sociorreproduccionismo, crear un espacio de justicia cultural en un sistema de injusticia legalizada, comenzar a colocar al derecho nuestro mundo al revés.

Usted combina sus intereses y prácticas artísticas con el análisis político. ¿Qué relación existe, en su opinión, entre el arte y la política? ¿Es posible y vindicable un arte despolitizado?

Pues existe una relación muy importante sin duda. Actualmente, muchos de los mejores artistas de nuestros días están al servicio de intereses políticos, sean o no conscientes. Y no me refiero a lo que entendemos por «política» bajo la hegemonía cultural liberal que tiende a separarla de «la economía».

En los tiempos de Adam Smith y después con Marx, el nombre de la disciplina que conocemos como «Economía» era «Economía Política» y así lo es realmente. Por ejemplo, me preguntaba por el arte y la política, ¿acaso no es contribuir a la política de una empresa crear una acertada campaña publicitaria que le permita acceder a nuevos mercados e incrementar sus beneficios y poder en la sociedad? ¿No es política ensalzar y engrasar la maquinaria capitalista de una multinacional para aumentar sus ventas mediante el talento artístico? Pero ojo, esto pasa igual con un electricista que trabaje para Movistar o un gerente que labore para McDonnalds: son fuerza de trabajo asalariada en una empresa capitalista. Es el sistema que tenemos y sería muy poco afortunado decir que un trabajador es un «capitalista», porque trabaje para esas empresas para comer y mantener a su familia. Así que eso lo debemos tener en cuenta al hablar de aquellos artistas que laboran para empresas capitalistas y ayudan a la reproducción del plusvalor con su trabajo. Pero dicho esto, personalmente, como me ocurre igual que a Marx, el cual veía en el arte una de las mayores y más altas expresiones del ser humano, decidí hace tiempo que prefería hacer hamburguesas o trabajar en la fábrica, a vender mi capacidad de trabajo artística a sucios intereses privados que no ayudan en nada al conjunto de la humanidad. Por eso tengo una consideración ética negativa de muchos publicistas, por supuesto, no de todos. A la vez hay que entender las contradicciones. No es lo mismo un artista que vende su fuerza de trabajo para vivir, pero a la par utiliza su tiempo libre para cambiar el sistema en una perspectiva socialista, que aquel que sólo trabaja para intereses capitalistas y encima se vanagloria de ello (espécimen desgraciadamente común en el gremio anteriormente citado).

El artista siempre ha sido un ser humano que se ha sentido tocado por la gracia de Dios o la Naturaleza. Así que muchas veces no tiene problemas para asimilarse a la élite económica y ésta para aceptarlo como parte de los «elegidos». Es por ello que en la Historia han sido una minoría los artistas que se han puesto al lado de los explotados. En cuanto a la Historia de la Pintura, han sido todavía menos que en otras artes, como por ejemplo la Música. En esta última, en la actualidad, debido a la mayor democratización de las ventas de discos y sistemas de conciertos en el siglo XX, surgió un público popular que podía sostener a artistas anticapitalistas o críticos, a pesar de la sinergia neoliberal e imperial dominante. No fue el caso de la Pintura, pero ahora con el Sociorreproduccionismo se abre una oportunidad para ello. Aunque sin duda, para hacerla efectiva, es necesario que el método de distribución cale en los artistas con sensibilidad social, con capacidad de comprometerse, y nos organicemos.

En cuanto a si es o no posible y vindicable un arte despolitizado…

Depende de muchos factores, entre otros de la clase, el grado de alienación y del compromiso del sujeto. Le pongo varios ejemplos: imagine un afamado pianista que compone un adagio para su esposa celebrando el amor que los une y que ambos disfrutan. Sería un poco ciego decir que eso es «arte burgués» en el sentido que con esa partitura se esté perjudicando a la clase obrera. Más bien no, incluso es posible que un trabajador en tanto ser humano, pudiera luego disfrutar de esa melodía y compartirla con su esposa una vez grabada y comercializada o compartida. Ahora bien, lo que siempre hemos dicho los marxistas es que no se puede estar tocando la lira todo el tiempo mientras el mundo arde, como decía Howard Zinn «no se puede ser neutral en un tren en marcha». Y esto lo debemos de entender de un modo abierto, y ser capaces de comprender que, si un artista no está todo el tiempo hablando de la lucha de clases y «lo malo que es el capitalismo», no significa que sea un pequeño-burgués o contrarrevolucionario. Del mismo modo que un sindicalista honesto tampoco estará todo el tiempo en los comités de empresa y haciendo huelgas; seguro también pasará tiempo con sus hijos, con su familia, con sus amigos, etc. El sujeto necesita momentos para celebrar y disfrutar de las cosas buenas de la vida, porque de no ser así tampoco tendrá fuerzas para realizar la lucha política y acabará quemándose como individuo (como les ha pasado a no pocos activistas).

Por tanto, la politización o no del arte, procuro verla desde una perspectiva humanista. Personalmente valoro mucho más a un autor sin compromiso que no dice una sola palabra de la lucha de clases pero sabe transmitir amor con su obra, esperanza, ilusión por vivir, que a un autoproclamado «revolucionario» que sólo sabe despotricar contra el sistema sin oponer esperanza de cambio a los ojos de las clases populares. El primero puede ser progresista para la construcción; el segundo suele conseguir deizar y totalizar al enemigo descorazonando a los activistas sinceros. No en vano ya lo decía Orwell, cuando en la opresiva sociedad de «1984», el protagonista Winston Smith se acuesta con Julia en contra de la política del Partido: no sólo era amor sino un acto político. O cuando el Che respondía aquello de que «el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor». El amor, en definitiva, es el germen de la revolución: puede existir amor sin revolución, pero jamás revolución sin amor.

Por supuesto, prefiero a aquellos que transmiten ambas funciones discursivas, esperanza y denuncia, con talento artístico. Estos son, a mi modo de ver, los verdaderamente revolucionarios.

En una de las notas de su artículo, habla usted de las políticas públicas de defensa de la «identidad nacional»: todas aquellas, señala, «que un gobierno como el francés implementa frente a la cultura estadounidense dominante en el mercado internacional». ¿Es usted partidario de ese tipo de políticas?

Soy partidario con puntualizaciones. Las políticas francesas son políticas de independencia cultural interclasista con predominio burgués, respecto a la hegemonía estadounidense, o sea, respecto a la cultura de otras élites, más o menos rivales, más o menos amigas. Mientras sea una política cultural que haga prevalecer los discursos de las élites, pero con otra bandera, mal vamos, sean de uno u otro Estado. En cambio, si estas políticas de protección cultural van encaminadas también a dar voz a las producciones culturales de carácter popular, crítico, etc, del propio país, entonces sí estaré a favor.

Sin embargo, desde una perspectiva netamente internacionalista que es la mía, sería mucho más proclive a que, a la par de fomentar la producción «nacional» crítica y popular, se diese cabida a las producciones independientes y críticas de otros países. Incluidos por supuesto los Estados Unidos u otros países centrales, pero sin olvidar a algunos más alejados culturalmente como India, Argelia, Rusia, China o cualquier otro país que tienen maravillosos productores independientes que no suelen tener una buena distribución, no ya solo en el extranjero, sino en sus propios Estados. Tanto en el centro del sistema como en la periferia existen excelentes obras de carácter crítico y revolucionario. En este sentido, como ejemplo de obra de arte revolucionaria, comprometida y humana, resalto la reciente película de Icíar Bollaín «También la lluvia» que es una de las excepciones que ha conseguido introducirse al círculo comercial, debido precisamente a las ayudas públicas estatales.

Comparto su valoración. Prosiga, prosiga…

Sin el apoyo de las instituciones públicas en consonancia con los pequeños productores independientes, esta película jamás se hubiera visto distribuida en los cines comerciales españoles con la fuerza que se ha hecho, también evidentemente influida por haber sido preseleccionada para los Oscars.

Este tipo de políticas públicas es contrario a las necesidades del capitalismo imperialista cultural, porque puede pasar lo que ocurrió con el extraordinario filme anteriormente citado: que se les cuele un pequeño caballito de troya, eso sí, en un mar de inmundicia cultural cinematográfica, no lo olvidemos. Se les «coló» un filme con guión de Paul Laverty basado en el libro «A People’s History of the United States» del historiador marxista norteamericano Howard Zinn. Recordemos además que Laverty es el guionista tradicional de Ken Loach (uno de los directores que aportó dinero para sacar de la cárcel inglesa a Julian Assange) O sea, imagínese lo que implica todo esto para la lucha de clases en el terreno artístico, es crear espacios donde esos «rojos» se pueden colar. Si no hubiera ninguna protección pública, esto sería simplemente imposible. Si todo fuera el interés de los grandes oligopolios privados que controlan la distribución, ni Loach ni Laverty encontrarían trabajo, a no ser que pasaran a producir estúpidas comedias románticas interpretadas por Drew Barrymore y Matthew McConaughey. Pero no nos hagamos ilusiones tampoco, lo que hablamos de Francia o de España es reformismo, y eso implica su típico límite intrínseco, que viene a decirles a las obras críticas:»podéis existir de vez en cuando, pero en pequeñas dosis y por poco tiempo».

En ocasiones se le presenta a usted, acaso usted mismo también lo haga, como teórico del socialismo democrático. ¿Cómo entiende esta noción?

El Socialismo Democrático es el sistema que, pienso, deberíamos institucionalizar después de la revolución socialista. Pero aún más: es el sistema que debe nacer desde ya como simiente en oposición al propio capitalismo antes de la toma del poder político.

Es un sistema alternativo que debe nacer desde dentro del actual sistema capitalista, enmarcado en lo que he llamado alguna vez la Cultura de Resistencia Socialista (CRS), que es algo que deberíamos desarrollar desde los sindicatos de clase «realmente existentes», desde los partidos anticapitalistas, desde cualquier organización ciudadana socialista, etc. El Sociorreproduccionismo del que hablábamos anteriormente es una expresión material de esta idea. Y considero que es la única forma de construir un futuro socialista: hacerlo desde dentro, como un caballo de Troya. Porque nadie está fuera del sistema capitalista, ni siquiera los que parecen estarlo. Ni siquiera los guerrilleros colombianos o los naxalitas de las selvas indias están fuera de este sistema-mundo. Deben negociar con traficantes de armas o con «respetables» bancos y empresas que se las proporcionen, con servicios secretos y narcotraficantes capitalistas. Todo esto es el mundo real una vez desprendidos de la propaganda de ambas partes. Éste es el mundo que tenemos y desde donde debemos comenzar a construir. Hay negociaciones y tensiones en el proceso de emancipación, no sólo con nuestros enemigos estructurales, sino con nosotros mismos. Por tanto, la tarea es comenzar desde dentro, cambiando nuestro propio sujeto a la par que cambiamos el sistema.

Pero sobre todo, el Socialismo Democrático (SD) es un modo de autogobierno que otorga el poder a las bases mediante el desarrollo de la tecnología y el conocimiento de la misma permitiendo que la ciudadanía controle efectivamente a sus representantes, sin que estos la manipulen. Sería un proceso inverso al ocurrido con los sindicatos mayoritarios en España y en muchos países capitalistas llamados «democráticos».

Por primera vez en la Historia, tenemos un desarrollo tecnológico tal que nos permite aprovechar la oportunidad de llevar a cabo ese control efectivo de abajo a arriba: la informática y el Internet actuales nos lo permite sobradamente, simplemente hace falta la voluntad política para implementar esa democracia radical y profundamente participativa, interactiva, esa infraestructura de poder popular. El SD es un movimiento democráticamente radical que entiende que no puede existir construcción del socialismo de arriba a abajo, como ha sido de facto la construcción clásica marxista-leninista con su centralismo democrático allí donde ha llegado a ciertas cotas de poder. Pese a sus buenas intenciones declaradas de «información que fluctúa de abajo a arriba igual que de arriba a abajo», en la realidad hemos tenido líderes que controlaban mucha más información que las bases, detentaban un poder asimétrico intrínseco a la representación, abusaban de la disciplina de partido y se favorecían de la lentitud de los procedimientos burocráticos que impedían una respuesta ágil de las bases ante sus desmanes. Es por ello que, cuando las élites del PCUS decidieron traicionar el proyecto socialista que significó la URSS para tantos trabajadores, éstos apenas tuvieron tiempo y capacidad organizativa de respuesta, lo que favoreció la reinstauración del capitalismo legal en Rusia y todas las ex-repúblicas soviéticas.

Le interrumpo: ¿así, pues, qué balance hace del centralismo democrático?

El centralismo democrático tuvo aspectos positivos que hay que salvar y otros de los que creo deberíamos realizar un barrido histórico profundo, a no ser que queramos volver a repetir errores y tirar por la borda oportunidades históricas de construcción de espacios de resistencia socialista. Y esto no es revisionismo reformista, sino coherencia marxista a la luz de las experiencias históricas de construcción socialista.

Por otra parte, el Socialismo Democrático está radicalmente en contra del llamado «culto a la personalidad» tan típico en los procesos de construcción leninistas (pese a la oposición de Lenin), que más apropiadamente podríamos llamar post-lelinistas o estalinistas. Pero no sólo propio de ellos, sino también de otros procesos de izquierda actuales como Venezuela, donde el personalismo y culto de la cabeza visible del proceso (Chávez) obstruye la sana crítica revolucionaria y favorece a los cuadros menos imaginativos y/o más serviles, que en numerosas ocasiones utilizan la adulación y la veneración como coartada para expandir los espacios personales de poder, y en no pocos casos, de franca corrupción. Una cosa es el normal amor que el pueblo puede sentir hacia sus miembros más destacados, hacia sus «héroes», si se me permite esta palabra sin su vertiente más metafísica ya criticada por Cortázar en «Fantomas contra los vampiros multinacionales»; pero otra es utilizar este sentimiento legítimo para, desde el Estado, ampliar ese culto sistemáticamente como sucede efectivamente en la República Bolivariana de Venezuela, con fines de rentabilidad electoral y legitimación de los candidatos o de las políticas del Presidente (así en mayúsculas, con sana ironía). El SD declara indignas tales actitudes y contrarias a la construcción del socialismo y su ética ciudadana revolucionaria.

Digamos que no comparto toda la letra de su melodía sobre la experiencia bolivariana. Sea como sea, este socialismo democrático del que habla, ¿qué experiencias políticas toma como abono para su tierra?

Déjeme comentarle algo antes sobre su discrepancia musical. Yo he defendido públicamente la experiencia venezolana, escribí a favor de la Reforma Constitucional Socialista que se perdió por poco en 2007, también lo hice a favor de la jornada de las 6 horas que se pensaba implantar y no se hizo, o en el enfrentamiento entre el Rey y Chávez, pero sobre todo, y en general, siempre he apoyado los nuevos espacios de empoderamiento popular que sí se han abierto en el país latinoamericano.

Pero esta defensa no implica firmar un cheque en blanco y creo es necesario hacer una crítica constructiva pero firme de cuestiones que allí suceden y en mi opinión, junto a la de no pocos revolucionarios venezolanos, no van por el buen camino. Creo que es constatable que el gobierno va perdiendo apoyo popular poco a poco, lenta pero inexorablemente, y para evitarlo es necesario enmendar los errores y ser valientes con los que los están cometiendo (las famosas «3R», «Revisión, Rectificación y Reimpulso», tan poco practicadas).

Las bases no tienen medios institucionales para revocar a los dirigentes ineptos o corruptos (especialmente dentro del PSUV), la construcción se está haciendo muy de arriba a abajo y el papel de Chávez es desproporcionado, para bien y para mal.

Considero que cada vez va siendo más necesaria una revolución dentro del proceso, dentro de las filas que apoyan al gobierno, para expresar ese descontento y que el pueblo no acabe hastiado en su casa sin ir a votar, pensando que al final todos son lo mismo y el poder acaba corrompiendo a cualquiera.

Los sectores reformistas van adquiriendo un poder creciente en el gobierno y los revolucionarios lo van perdiendo. La lucha de clases se está librando en las instituciones estatales y por ahora los revolucionarios vamos perdiendo posiciones desde hace, al menos, tres años. Creo que Chávez debería salir de ese círculo de adulación permanente en el que se halla inmerso y apoyarse más en el pueblo, escuchando las críticas, más allá de la retórica, con acciones concretas: dándole medios de control de la dirigiencia a sus bases. Y si no lo hace, sería bueno que el pueblo se lo recordara.

Si nada de esto ocurre, el proceso acabará mal y a medio plazo sería posible la vuelta de la derecha. No en vano cabe recordar que ésta se quedó a menos de 300.000 votos de los partidos gubernamentales en las pasadas elecciones a la Asamblea Nacional. Me pareció patético que ante esto, algunos diputados y diputadas «chavistas» salieran haciendo apología de la enorme diferencia que tenían con 98 escaños frente a la oposición que sólo había conseguido 67 (contando al PPT). Lo importante es el voto popular y ellos lo saben, como lo sabe cualquier demócrata que se precie. Esas leyes distorsionadoras del voto deberían acabarse en todos los países del mundo, más en los que dicen ir «rumbo al Socialismo» porque falsea la voluntad popular. Ocurre igual en España, con el caso de Izquierda Unida, que con un 3,77% del voto popular en las pasadas elecciones sólo consiguió mediante ley distorsionadora de voto un 0.57% de los escaños del Congreso de los Diputados, mientras que el PSOE con un 43,87% y el PP con un 39,94% consiguieron un 48,28% y un 44% respectivamente. Lo grave del caso es que la desproporción es menor en España que en Venezuela, y eso que nuestro país no va «rumbo al socialismo», sino a la privatización casi total de su economía con la retórica confesa de Zapatero de «dar confianza a los mercados». Lo que viene a significar realmente machacar a las clases populares para que los bancos de aquí, y de allende, sigan con su orgía de sacrificos humanos en las piras del Capital.

Así que lo que criticamos para unos, también lo debemos criticar para otros por mucho que sean de los «nuestros». La democracia debe ser lo más pura posible, al igual que el socialismo, porque además no se puede construir la una sin el otro, ni viceversa.

Dicho así puedo compartir su opinión aunque, en ocasiones, la historia de los países, la correlación de fuerzas, la lucha de clases, los métodos del adversario, las propias contradicciones y fuerzas limitadas de los grupos transformadores, sus errores sin duda, las inmensas tareas a realizar, generan y explican limitaciones en los procesos de cambio que son, sin duda, decisivos procesos de cambio.

Queda pendiente la pregunta sobre las experiencias políticas que toma como base para su concepción del socialismo democrático. Continuamos en una próxima ocasión por este nudo. ¿Le parece?

De acuerdo.

Nota:

[1] http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1025&debut_articles_rubrique=30

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.