Son muchas las doctrinas dominantes que no tienen sustento práctico para seguir dominando. Se les agotan los países donde demostrar que sus políticas neoliberales son exitosas para las grandes mayorías. Se deslegitiman en corto período de tiempo, puesto que la realidad se encarga de revelar lo contrario de sus falsos augurios. La América latina progresista […]
Son muchas las doctrinas dominantes que no tienen sustento práctico para seguir dominando. Se les agotan los países donde demostrar que sus políticas neoliberales son exitosas para las grandes mayorías. Se deslegitiman en corto período de tiempo, puesto que la realidad se encarga de revelar lo contrario de sus falsos augurios. La América latina progresista decidió rechazar las recetas hegemónicas para cabalgar por una senda posneoliberal en aras de disfrutar de sus décadas ganadas que reparen los efectos de los años sufridos, asentando además las bases estructurales para el vivir bien de las mayorías. La periferia de Europa es otro desesperado intento de este incansable neoliberalismo por revivir negándose a aceptar su muerte.
Desde su origen, el capitalismo se reinventó en cada crisis. Por ejemplo, allá por el año 1870, en la primera crisis de sobreproducción, el bienestar fue el concepto político usado para un gran pacto entre todas las clases sociales en los países centrales de Europa. En esos tiempos, la economía neoclásica confeccionaba el andamiaje teórico para implementar un gran monopolio de explicación de todos los nacientes tópicos en la economía: consumo, bienestar, etcétera. Las filigranas matemáticas permitían análisis aparentemente muy técnicos que homogeneizaban a la fuerza cualquier interpretación política. Esta nueva hegemonía instrumental siguió a pesar de la nueva configuración del orden capitalista mundial; después de la II Guerra Mundial, en pleno big bang institucional (FMI, BM, OTAN, Naciones Unidas), el desarrollo de los subdesarrollados se constituía como el nuevo mecanismo ordenador de las relaciones internacionales. El discurso de Truman ponía objetivos y caminos para aquellos que quisieran seguir el american way of life. El desarrollo se convertía así en el maná de atracción para buena parte del tercer mundo no alineado en aquella Guerra Fría. El modo de vida de los desarrollados jamás llegó para los subdesarrollados, porque las cadenas de subordinación entre los unos y los otros eran exageradamente determinantes en una economía muy interdependiente. Ante la siguiente crisis, de los años ’70, el capitalismo abogó por el neoliberalismo como rector internacional. Los países subdesarrollados pasaban a ser países en vías de desarrollo para incorporarlos así de manera sometida e irrevocable a las nuevas reglas en plena transición de la geoeconomía mundial.
Como es sabido por todos, los resultados fueron desgraciadamente muy contundentes. El desarrollo nunca llegó para aquellos países diagnosticados por Truman como subdesarrollados, y a lo sumo fue apareciendo una suerte de desarrollo desigual, o como diría el escritor Carlos Monsiváis, «se creaban los primeros nortes en el sur».
Lo paradójico (por decir algo) de todo esto es que los países desarrollados también fueron estableciendo sus propias jerarquías; no era lo mismo el papel de España que el alemán, ni el portugués que el francés. La conformación de la periferia europea fue clave para anclar un exitoso proceso asimétrico de integración neoliberal a favor del desarrollo de los desarrollados, esto es, de la tasa de beneficios de las grandes fortunas europeas. El neoliberalismo a lo europeo conjugaba el mínimo Estado de Bienestar útil para sostener un modelo económico-laboral-financiero dependiente de las grandes fortunas de los países centrales (Alemania como centro del centro) y tantas burbujas como fueran necesarias para el enriquecimiento de la reducida aristocracia económica en cada país periférico. Esta sintonía fina a lo europeo funcionó así unas tres décadas que concluyen con algo ya previsto por todo el orden no dominante: el subdesarrollo en los países desarrollados. Eurostat (estadística oficial europea) publicó el último dato: en 2011, el 24,2 por ciento de la población está en riesgo de caer en situación de pobreza o de exclusión social, esto es, un total de 120 millones de europeos. El caso de España es muy ilustrativo: este dato de pobreza y exclusión social asciende al 27 por ciento, la tasa de desempleo por encima del 25 por ciento, el desempleo juvenil es más del 54 por ciento, más de 400 mil desahucios desde 2007 a pesar de haber tres millones de viviendas vacías. O cambian las cosas, y los nuevos sures del norte actúan como tantos ejemplos en América latina o el subdesarrollo en territorio desarrollado está servido.
* Doctor en Economía. Coordinador América Latina CEPS.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-209166-2012-12-04.html
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