Recomiendo:
0

El sueño roto

Fuentes: Insurgente

Dos semanas bastaron para destrozar mil 300 sueños. Suponiendo que los soñadores solo soñaran uno cada uno, el mismo cada noche: el sueño americano multiplicado. «Más de mil 300 extranjeros criminales, fugitivos de inmigración e infractores de leyes de inmigración han sido deportados de Estados Unidos o enfrentan la deportación hoy (octubre), tras la mayor […]

Dos semanas bastaron para destrozar mil 300 sueños. Suponiendo que los soñadores solo soñaran uno cada uno, el mismo cada noche: el sueño americano multiplicado. «Más de mil 300 extranjeros criminales, fugitivos de inmigración e infractores de leyes de inmigración han sido deportados de Estados Unidos o enfrentan la deportación hoy (octubre), tras la mayor operación especial para hacer cumplir las leyes llevada a cabo por los Equipos de Operaciones para Fugitivos de la Policía de Inmigración y Aduanas», en la soleada California.

Y ya veo que no atiné del todo. Yo también creía que el capitalismo socializa los sueños mientras privatiza los bienes, como acuñara un teólogo brasileño de la Liberación. Pero el sistema se está pasando de selectivo al repartir oportunidades, como si cada hombre no fuera igual por el «derecho natural» que preconizaban los fundadores de la filosofía burguesa (la de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, ¿recuerdan?). Nada, que está privatizando igualmente los sueños.

Con estos vientos, gente como Antonio Zenón Urgía, personaje real de un drama descrito por el periodista canadiense Virgil Grandfield, tendrá que regresar a una vida de pesadilla, en su país originario. En el caso de Antonio, Honduras, abandonado por obra y gracia del sueño – ya esto parece una narración «onírica»- de reunir cien cabras y compartir la leche con todos los vecinos de su natal Tacoa. Digo, si no quiere quedar varado en el limbo del intento repetido, donde quizás poco a poco se le desdibuje en la memoria la imagen de la mujer y los dos hijos, y hasta el monto del salario con que saliera de sus predios rumbo al Norte.

No, seguramente esos 25 dólares estadounidenses serán evocados con precisión, porque para ello Antonio dispone de los mejores recursos mnemotécnicos: en la frontera de Guatemala con México, apenas se bajó del autobús, agentes de los que baten palmas ante cualquier alusión al «estado natural» -Libertad, Igualdad, Fraternidad, ¿no?-… le robaron los 20 papelitos con Washington incluido que le quedaban. Y luego un hombre de arma no por blanca menos letal se llevó sus zapatos. Y tuvo que hacer viajes furtivos, de polizón, en decenas de trenes, registrados con prolijidad de funcionario… por funcionarios uniformados. Y bebió agua verde, literalmente verde. Y supo lo que era el hambre plena. Y presenció la muerte de numerosos compañeros bajo las trepidantes patas del monstruo metálico, o a mandobles del machete de bandas de adolescentes drogados. Para mayor inri, recibió el castigo de la piedra exacta, de manos de un niño quizás criado en la «mejor» de las familias xenófobas del camino. Y se enfermó gravemente durante su vía crucis…

Mas nunca -lo ha confesado- dejó de soñar el sueño americano. Y si no ha llegado a saber asuntos de «poca» monta como las causas de una emigración que, en el mundo, configuran 175 millones de seres; si no ha reparado en las políticas económicas neoliberales -con la creciente desigualdad entre ricos y pobres-, y en la inseguridad y los conflictos armados endémicos en gran parte del Sur, donde comienza el trayecto de la gran serpiente humana que repta hacia el Norte; si no conoce nada de eso, a no dudarlo conocerá al dedillo el Manual del Perfecto Emigrante.

Sí, aquel que circula de viva voz, estipulando la búsqueda de algún río no controlado por cámaras, detectores de movimiento o guardas fronterizos con artilugios de visión nocturna; el hallazgo providencial de un lugar no hollado por los violentos contrabandistas que «ayudan» exclusivamente a quienes puedan pagar. El vademécum que enseña a llevar la ropa en bolsas de plástico y a utilizar un neumático si no se domina la natación. Y a ocultar las huellas. Y a sacudirse remilgos y escrúpulos ante al «agua verde», tan potable como la más. Y a evitar el calor y el ojo delator, caminando solo de noche, y en silencio. Y a orientarse por la constelación del Carrito. Y a escalar 20 o más vallas de tres a cuatro metros de altura, dizque para ciervos. Y a evitar las alambradas. Y a reparar cualquier corte que se haga en las vallas. Y a portar honda o cuchillo para la caza. Y a comer armadillos u otros animales cualesquiera con días de muertos en las alambradas o en las autopistas. Y a engullir cactus crudos. Y a no acercarse a nadie en la larga Línea de la Muerte que sirve de frontera con la luz del Sueño.

El sueño que unos imbéciles acaban de destrozarles a mil 300 hombres como Antonio Zenón Urgía, hondureño, en teoría portador del derecho natural de los fundadores de la filosofía burguesa que ha cometido el pecado capital de nacer en el lugar equivocado, porque, si bien todos somos iguales, «algunos son más iguales que otros», como deben de pensar aquellos que se especializan en romper… justamente el sueño americano.