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¿Un nuevo sujeto?
Las nuevas tecnologías que se vienen abriendo paso desde hace algunas décadas a nivel mundial van estableciendo un nuevo tipo de sociedad, una nueva modalidad de relaciones interhumanas y, según podría preguntarse: ¿un nuevo sujeto? Enfaticemos en algo ante todo: el sistema-mundo actual sigue marcado por el modo de producción capitalista, con algunas puntuales excepciones: China y su peculiar “socialismo de mercado” o “socialismo a la china” -ahora, con Xi Jinping, pareciera que con una profundización de los ideales socialistas- y algunas pocas trincheras que persisten por allí, golpeadas y acorraladas por el capitalismo global: Cuba, Norcorea, Vietnam. El mundo de la “libre empresa” -que no es nada libre, por cierto- está muy sólidamente instalado, y en este momento no se ven fuerzas suficientes para transformarlo. El capitalismo, como todo sistema a través de la historia, puede cambiar. Lo cierto es que, en la actualidad, se lo descubre tan firme que se abre el interrogante sobre cómo derribarlo. Hoy los ideales revolucionarios están adormecidos; no digamos “superados”, porque el 85% de la población planetaria no ve ningún beneficio con la arquitectura económico-social actual, pero sí es evidente que no tienen la iniciativa.
Las tecnologías, como fue siempre a través de la historia, sirven para desarrollar las fuerzas productivas. En otros términos: son instrumentos; pero no son ellas las que deciden la marcha del mundo, sino la forma en que son utilizadas socialmente. De todos modos, la rapidez vertiginosa y la profundidad que va teniendo la actual super revolución tecnológica en curso -infinitamente más profunda que la revolución industrial dieciochesca- marca de tal modo al sistema que abre interrogantes sobre cómo seguirá la sociedad global, hacia dónde va, y si podrá estar realmente al servicio de toda la población en algún momento, o seguirá perpetuando (o ampliando) las diferencias y la explotación, tal como sucede ahora.
En otros términos: el problema no está en la herramienta tecnológica propiamente dicha sino en el proyecto humano en el cual se inscribe. Un martillo puede servir para clavar un clavo o para romperle la cabeza a alguien; la energía atómica puede servir para iluminar toda una ciudad o para hacerla volar por el aire. La cuestión está dada por las relaciones sociales en que los avances tecnológicos ocurren; sin embargo, las actuales tendencias de la tecnología (mundo digital, inteligencia artificial) no solo cuestionan sobre cómo el capitalismo dominante las implementará, sino también sobre el sujeto a que están dando lugar.
Está claro que en el mundo que se abrió con el capitalismo desde hace ya un par de siglos, todo adelanto en las herramientas -la navegación a vela, la máquina de vapor, el ferrocarril, la producción en serie, la electricidad, las comunicaciones masivas, la informática, la robótica- ha favorecido siempre a la clase dominante. Toda mejora en los instrumentos de trabajo y de vida cotidiana, si bien llega como beneficio con cuentagotas a las grandes mayorías populares, favorece en principio, y fundamentalmente, a los grupos hegemónicos, dueños de los medios de producción. Las tecnologías que se vienen disparando desde fines del siglo pasado, potenciadas de un modo fabuloso por los encierros a que forzó la pandemia de Covid-19 (inteligencia artificial adaptativa, metaverso, internet de las cosas con tecnología 5G, internet descentralizado (Web3), superapps, realidad aumentada, plataformas en la nube especializadas por sector) abrieron paso en forma tajante a algo que ya venía preformándose: todo es “a distancia”, virtual: teletrabajo, teleconferencias, compras por internet, educación en línea, sexo por aplicaciones, esparcimiento virtual en 3D…. Todo este fabuloso instrumental tecnológico a disposición de la humanidad -o de ciertos grupos, porque hay muchísima gente que sigue viviendo en el subdesarrollo comparativo, que no tiene aún ni siquiera acceso a energía eléctrica- ¿está creando un nuevo sujeto?
¿Cuál es la imagen del ciudadano de a pie que se va construyendo hoy, no solo para la producción, sino para todas las actividades humanas (estudio, diversión, tareas domésticas, vida sexual)? Un sujeto sentado ante una pantalla.
Se ha dicho (Cabrera, 2022) que “Con las restricciones del contacto humano [que provocó la pandemia y que van quedando incorporadas en la “nueva normalidad”] hay pérdidas importantes [en el proceso de subjetivación], pero que no se visibilizan suficientemente con los avances de la posmodernidad, que tienen que ver con el dominio de la inteligencia artificial, y la digitalización de la vida. En consecuencia, funcionar con un contacto humano mediatizado o muy restringido representa un duelo cultural”.
¿Estamos ante un nuevo sujeto humano o ante nuevas subjetividades? Argumentado desde distintos lugares teóricos (marxismo y psicoanálisis) no puede decirse que estemos ante la “muerte” del sujeto sino, en todo caso, ante una reconfiguración, un estilo nuevo. Hay modalidades globales del capitalismo como sistema que imponen un sujeto nuevo, un sujeto que se adecua a esa realidad sociopolítica, económica, tecnológica; pero las subjetividades del ser humano, en su estructura, en su esencia, siguen más o menos iguales.
Definitivamente, sí hay un duelo en relación a muchas formas de la interrelación humana conocida hasta ahora (por ejemplo: el sexo fue siempre de “carne y hueso”, presencial. ¿Se reemplazará con sexo remoto a través de lentes tridimensionales y pants con sensores para contactarse con una pareja que puede estar en las antípodas del globo terráqueo?) Pareciera que vamos hacia un nuevo sujeto y una nueva forma de conocer, de transmitir ideas y sentimientos, de actuar en el mundo. Todo eso cambia radicalmente, pero la subjetividad no.
El “hombre nuevo” levantado años atrás en el socialismo era una brillante idea romántica. Hay que formar un nuevo ser humano, pero eso no se da por un acto voluntario. Ese hombre nuevo era un hombre “bueno”, con una enorme voluntad. Mas no se puede ser “buena gente” y solidarios por decreto. Vemos que el socialismo no crea eso automáticamente: el modelado de una nueva subjetividad es un proceso sumamente complejo, arduo. En todo caso esa nueva subjetividad, ese hombre nuevo se podrá crear si hay un nuevo ámbito global, un marco político social, cultural, civilizatorio en su sentido más amplio. Se podrá dar luego de muchas generaciones, que moldearían nuevas modalidades de relacionamiento.
Lo que vemos es que, más allá de buenas voluntades, el machismo, el racismo, el autoritarismo, el centralismo, todas eso que podríamos llamar “lacras” (concepto a discutir, por cierto), no desaparecen por decreto. El actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, fue formado en la ortodoxia marxista, siendo todo un cuadro del Partico Comunista de la Unión Soviética; y hoy, luego de haber apoyado el bombardeo del Kremlin con el que se dio por terminado el socialismo, representa intereses de un rapaz capitalismo no distinto al de las potencias occidentales. ¿Qué significa eso? Que los cambios profundos en la subjetividad necesitan muchas generaciones. El hombre nuevo fue una idea encomiable, pero que no podía prosperar rápidamente en una nueva sociedad que se comenzó a edificar, porque la gente de izquierda, los comunistas, los revolucionarios, son producto de la construcción de un sujeto centrado todavía en el autoritarismo, en la propiedad privada, el patriarcado. Todo eso por decreto, por voluntad, no se cambia. Construir una nueva subjetividad es algo más profundo. Tampoco lo consigue mecánicamente esta nueva cultura digital a la que ahora estamos asistiendo. ¿O sí?
El mundo que se nos viene
Hay una idea interesante en Freud, que no era un comunista precisamente, pero resultó un subversivo, un revolucionario en sentido ético en el campo de las ideas, expresada un par de años después de la revolución rusa de 1917, al observar ese proceso. Considerando que ahí se da un nuevo marco cultural, pensaba -no sin razón- que de allí, quizá en un futuro, podría salir un nuevo sujeto, no tan atado a su neurosis, más libre quizá. Conclusión: si existe un contexto social nuevo, de ese fermento puede surgir un sujeto nuevo.
El mundo que estamos viviendo ahora, escenario post pandemia donde el distanciamiento social se hizo norma, introdujo profundos cambios llegados para quedarse. Es este mundo digitalizado el que cada vez gana más terreno estableciéndose como hegemónico, aunque haya regiones del planeta donde todavía persiste el arado de bueyes o se utiliza la leña como principal combustible, atado a supersticiones milenarias mágico-animistas. El mundo está pasando a ser, con grandes diferencias aún entre distintos países, un mundo digital, marcado en forma creciente por las comunicaciones velocísimas y la inteligencia artificial.
“No hay progreso”, pudo decir Lacan. Esto debe entenderse en el sentido que las pasiones humanas, el deseo, la relación con el poder, se mantienen. Lo que vimos de las experiencias socialistas, al menos hasta ahora, lo confirma. Cambia lo político-social: hay avance, hay progreso en la forma en que se arman las sociedades: ya no hay esclavismo, aunque siga habiendo explotación de la clase trabajadora. Ya no hay cinturón de castidad, aunque perdure el patriarcado. “En el Medioevo me hubieran quemado a mí; ahora los nazis queman mis libros. ¡Hemos progresado!”, pudo decir sarcástico Freud cuando marchaba al exilio. Pero entonces lo subjetivo, ese sujeto deseante que somos, ¿será que cambia tanto por el uso del celular o de la computadora, por las aplicaciones de citas o por una lente tridimensional de realidad virtual? Estos cambios sociales-económicos-tecnológicos no afectan forzosamente nuestra subjetividad. Con todas estas transformaciones procedimentales ¿somos “mejores” o “peores” seres humanos? (pregunta torpemente planteada así). ¿Amamos más o amamos menos de esta manera?, ¿se ama más a los juguetes sexuales que a la gente de carne y hueso? Lo que sí es evidente es que vamos entrando en un mundo donde la relación interhumana se problematiza. ¿Ya no habrá sindicatos entonces? ¿Gente en la calle manifestando? ¿Todo se hará en el metaverso?
Toda la parafernalia tecnológica que instaura el mundo digital, de momento al menos en los marcos del capitalismo dominante, no sirve en absoluto para fomentar ninguna liberación. Habrá que establecer otro marco social para que esas herramientas sirvan a la causa humana. Los robots podrían hacernos trabajar menos dejándonos más tiempo libre para otros disfrutes; la realidad es muy otra: gente queda desocupada, los precios de los productos no bajan y las diferencias económicas entre los que más tienen y los desposeídos se agigantan.
No es posible demostrar que con esta cultura digital que se va imponiendo, con una inteligencia artificial que parece saberlo todo y nos asiste en todo (ahí están los chatbots, por ejemplos) nos tornemos más fríos en términos humanos, despersonalizados, distantes; lo que sí es evidente es que nos transforman, o intentan transformar, en más manipulados.
Las tecnologías solas no modifican el proyecto humano en términos subjetivos. A veces pareciera que tienen vida independiente. Se inventaron el robot o la computadora, prodigios de inteligencia artificial, pero no sabemos los alcances finales de eso, si podrán terminar manejando a la especie humana, o si eso no puede pasar de ciencia ficción. En la película “2001: Odisea del espacio”, de Stanley Kubrick, la inteligencia artificial finalmente es más inteligente que la humana y termina suplantando al ser humano. Si vemos a éste desde una perspectiva freudiana, de compulsión a la repetición y pulsión de muerte, sí parece que nos podríamos estar acercando al final de la civilización, por la catástrofe medioambiental en curso o la posibilidad real de guerra nuclear devastadora.
El socialismo es una esperanza para lograr un ser humano distinto, quizá no más bueno y bondadoso, sino con ordenamientos sociales más solidarios, superando el individualismo hedonista que se ha ido construyendo con el capitalismo consumista. Se pueden crear condiciones para que las relaciones humanas sean menos monstruosas y se salga del “homo homini lupus”. Si son relaciones de poder las que construyen al ser humano, si eso es parte del drama que nos constituye, puede apostarse por crear relaciones nuevas. Las tecnologías actuales podrían facilitarlo; hoy, como están dirigidas, no lo parece.
La cuestión está en si todo esto nos está convirtiendo en robots o no, si en términos de subjetividad es peligroso o no. El peligro está en la implementación que los poderes dominantes hacen de esto, porque la gente, que en lo sustancial como seres humanos no ha cambiado, sigue protestando, teniendo momentos de felicidad y momentos de angustia, miedos y aspiraciones. Todo indica que las fantasías y temores humanos fundamentales no difieren en lo básico, y aunque hay diferencias de clase, no pareciera haber diferencias en la estructura psicológica profunda, entre el sujeto de hace décadas, o siglos, y el actual. Si algo debe espantarnos es la implementación que se hace de este mecanismo tecnológico global.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.