Europa necesita sangre fresca, la vieja Europa busca desesperadamente la energía vital que la rejuvenezca. El Primer Mundo tiene sed de sangre, sangre de niños, de adolescentes, de jóvenes o madres fértiles. Víctimas propiciatorias para conducirlas al altar de los sacrificios. El mito de Lamia de la cultura greco-latina lo representa una mujer seductora que […]
Europa necesita sangre fresca, la vieja Europa busca desesperadamente la energía vital que la rejuvenezca. El Primer Mundo tiene sed de sangre, sangre de niños, de adolescentes, de jóvenes o madres fértiles. Víctimas propiciatorias para conducirlas al altar de los sacrificios. El mito de Lamia de la cultura greco-latina lo representa una mujer seductora que atrae a sus víctimas para chuparles la sangre y así realzar su belleza. La decrepita Europa, la Europa esclerótica, la patria de Drácula o el Nosferatu ambiciona el poder y la inmortalidad.
Hoy en día ya no se hacen razias, ni se pagan cazadores para que capturen esclavos en África o en otros territorios ignotos para venderlos en los mercados negreros. Hoy son los propios esclavos los que arriesgan sus vidas por colarse en la próspera Europa o al mismísimo corazón del imperio americano. Son los parias y desheredados quienes pagan a las mafias, a los contrabandistas, a los coyotes para que los conduzcan hasta la tierra de promisión. Desesperadamente media humanidad se niega a aceptar esa sentencia que reza: «Nacer pobres para morir pobres». Ha llegado la hora de calmar el hambre de siglos; se retuercen las tripas, rechinan los dientes y un grito desgarrador brota del fondo del alma: ¡emigración o la guerra! Es el grito de millones de seres humanos que se niegan a resignarse a ser escoria o carroña para los buitres.
Lo más increíble es que por primera vez en la historia los invadidos ayudan a entrar en su territorio a los invasores. Como es el caso de las ONG o los activistas de derechos humanos, los voluntarios de la Cruz Roja o de los organismos humanitarios. Incluso particulares que en acto de supremo de altruismo son capaces de entregar sus vidas por salvarlos. Desde el punto de vista cristiano se aplica el «amar al prójimo como a ti mismo» ¡Refugees Welcome! hay miles de voluntarios dispuestos a atender a los refugiados, miles de voluntarios listos a construir campamentos, repartir comida y medicinas. Europa tiene un complejo de culpa, un profundo remordimiento de conciencia por los crímenes cometidos durante la época del colonialismo y el imperialismo. Desde tiempos inmemoriales usurparon, expoliaron las riquezas, robaron sus tierras, esclavizaron a los nativos y ahora pretenden expiar sus pecados con limosnas y actos caritativos.
La guerra desangra Siria, Irak, durante años se ha bombardeado y demolido sistemáticamente pueblos y ciudades. Quieren aplastarlos, enterrarlos vivos, no hay electricidad, agua, comida, medicinas, gasolina, y la única esperanza es abandonar sus tierras y escapar a los países vecinos en busca de asilo. Con resignación y en la más absoluta indigencia sobreviven en los campos de refugiados a cargo de ACNUR y otros organismos de ayuda humanitaria. En Siria los sunitas son víctimas de una campaña de limpieza étnica por parte del gobierno de Bachar Al Asad y sus aliados que pretenden repoblar Siria de chiitas.
Los conflictos bélicos -ya sean de alta o baja intensidad- se extienden a lo largo y ancho del mundo: en Afganistán, en Palestina, en Egipto, Bangladesh, Myanmar, Somalia, Eritrea, Sudán, Nigeria, Yemen. La situación es crítica y desgarradora lo que significa más refugiados y más desplazados susceptibles de engrosar el éxodo bíblico.
El Primer Mundo sufre una devastadora crisis de natalidad, su población envejece a un ritmo desaforado y no se vislumbra en el horizonte una señal que revierta esta tendencia. Por eso es tan vital la sangre fresca del Tercer Mundo. El Nosferatu capitalista desea mujeres fértiles y tiernas, vientres dispuestos a engendrar los recambios o repuestos que el sistema demanda con urgencia. Occidente necesita jóvenes sanos y fuertes que doblen el lomo y empuñen los picos y palas, jóvenes que entreguen sus vidas por la grandeza de la civilización occidental. Hay millones de parias dispuestos a levantar las economías endeudadas de Europa y EE.UU a cambio de bienestar y seguridad. Los pueblos se desocupan, sus mejores hijos han decidido partir al exilio: estudiantes, profesores, intelectuales, médicos, ingenieros o científicos, son miles de cerebros fugados que buscan en el Primer Mundo un trabajo estable y bien remunerado que los dignifique.
La presión migratoria en el mar Mediterráneo es bestial, un verdadero tsunami humano que llega a bordo de precarias embarcaciones abarrotadas de fugitivos ansiosos por alcanzar la otra orilla. El que tenga una buena cantidad de euros o dólares fresquecitos tiene asegurado un billete en uno de sus ataúdes flotantes que las mafias fletan para trasportar a los clandestinos procedentes de Irak, Siria, Afganistán, Bangladesh, Irán, la India, Egipto, Libia, Túnez, Pakistán, Afganistán, Kenia, Nigeria, Ghana, Costa de Marfil, Palestina, etc… El negocio de la migración ilegal mueven 50.000 millones de euros anuales.
Los países susceptibles de obtener asilo son Siria, Irak, Eritrea. No tienen ninguna posibilidad los ciudadanos provenientes de Costa de Marfil, Nigeria, Sudán, Senegal, Ghana, Togo, etc… (A los que se les clasifica como emigrantes por causas económicas)El estatuto de refugiado o el de asilo político les asegura recibir todos los meses una paga y beneficiarse de las ayudas estatales.
Atraídos por los cantos de sirena los nuevos bárbaros luchan por revertir la sentencia inapelable que les ha condenado a la exclusión y el olvido. Si en Europa o EE.UU a los perros y a los gatos no les falta comida, casa, hospitales, cariño y amor, los seres humanos no van a ser menos. No importa morir de inanición o ahogados porque de hecho ya están muertos. No es solo el Mediterráneo la fosa común más grande del planeta sino también el desierto del Sahara donde miles de clandestinos se juegan la vida dispuestos a venderle el alma al diablo con tal de arrodillarse ante el becerro de oro.
Hoy incluso hasta las propias armadas imperiales de antaño se han reconvertido en «armadas humanitarias». La OTAN y la VI flota han asumido el compromiso con los que más sufren. Su prioridad es el rescate de los náufragos o de los barcos a la deriva en el mar Mediterráneo. La orden de la Unión Europea es salvar a los clandestinos para demostrar así que se cumplen los principios de fraternidad y solidaridad (caridad cristiana) que tanto pregonan.
El mismísimo Papa Francisco ha bendecido a estos «héroes humanitarios» que auxilian a las víctimas del éxodo bíblico. De este modo cobra realidad ese pasaje del Antiguo Testamento de Jonás y la ballena como una promesa de salvación para los hijos pródigos.
Pero no todo son sonrisas y abrazos de bienvenida porque las grandes potencias han declarado la guerra al terrorismo yihadista (el máximo enemigo de la civilización occidental). La seguridad es la principal prioridad de la Unión Europea o de los EE.UU. Suenan las alarmas y los ejércitos se despliegan en las fronteras preparados a contener a los invasores, a los indocumentados, a los indeseables. Se levantan muros, fosos, alambradas, campos minados para detenerlos, arrestarlos, encarcelarlos y deportarlos. Si los bárbaros invadieron en el siglo III el Imperio Romano provocando su caída hoy los «nuevos bárbaros» vienen a consumar otra vez la venganza. ¡Alerta máxima! Ya están aquí listos a infiltrarse los terroristas, los delincuentes, las bandas organizadas, los proxenetas, las prostitutas, los traficantes de drogas, los mendigos y pordioseros. ¡Deténganse! manos arriba, regresen a sus pocilgas, a sus agujeros de mierda como bien lo expresó el presidente de los EE.UU Donald Trump.
Los parias hartos de recoger las migajas que caen de la mesa de los poderosos también quieren participar en el gran banquete capitalista. Los sin tierra, los sin techo, los apátridas carecen de nombres ni apellidos, sin papeles, sin identidad, esos seres invisibles pertenecientes al mundo de ultratumba huyen esperanzados en resucitar en la gran Babilón. Por tierra, mar y aire, desde las entrañas de África, desde el lejano Oriente al cercano Oriente, desde Asia o de América Latina escapan despavoridos de la pobreza, la desnutrición, el hambre, el desempleo, las enfermedades, el cambio climático, la desertificación, las guerras o las dictaduras. Igual que las aves migratorias desde su nacimiento llevan grabados en sus genes el rumbo norte.
Escapan en busca de ese espejismo que se trasmite en vivo y en directo a través de las cadenas de televisión, la Internet o los teléfonos móviles. Seducidos por la propaganda del lujo y la opulencia, obnubilados con sus lucecitas de colores, las películas, los partidos de fútbol, ese mundo fantástico y delirante donde el genio de la lámpara maravillosa es capaz de cumplir todos nuestros deseos con tan solo chasquear los dedos. Poseídos por ese mensaje subliminal de la sociedad consumo capitalista, la sociedad del placer, del hedonismo, del narcisismo con todas las tentaciones a la carta: allí les esperan las grandes ciudades con sus rascacielos de plata y templos de cúpulas de oro, la Babilón del siglo XXI de amplias avenidas, tiendas de ensueño, fabulosos supermercados y centros comerciales. El edén del consumismo: diversión, alcohol, sexo, trajes de marca, zapatos de marca, mujeres rubias, príncipes azules, cajeros automáticos que vomitan euros y dólares como por arte de magia, Mercedes Benz, BMW, Barça, Real Madrid, Messi, Cristiano Ronaldo, Manchester United o el Milán, el iPod, Smartphone, alcohol, comida en abundancia, ayudas estatales; alojamiento, educación o sanidad. El efecto llamada se amplifica a nivel planetario.
En el país de las maravillas los clandestinos mudan de piel, huelen diferente, ahora son más bellos, más blancos, más guapos, más civilizados.
Es necesario reclutar mano de obra, fortaleza física, músculos, vigor juvenil; trabajadores, obreros, peones, jornaleros. Los inmigrantes y refugiados vienen a ocupar los puestos más sacrificados en las industrias, las fábricas, las factorías, en la construcción, en el campo o el sector servicios. La maquinaria capitalista por ningún motivo puede detenerse, hay que mantenerla bien engrasada para que produzca a destajo las 24 horas diarias, en tres turnos, los siete días de la semana -horas extras incluidas- sin pausa los 365 días del año.
¿Cómo repoblar ese mundo rural agónico? pueblos ruinosos que desaparecen del mapa por culpa de la baja la natalidad. La catástrofe demográfica es estremecedora ¿quién va a cultivar las tierras yermas? ¿Quiénes recogerán las cosechas? Los inmigrantes, los refugiados serán los nuevos campesinos, los nuevos agricultores y ganaderos, los nuevos pescadores. Hay que legalizarlos, regularizarlos para que se integren en la sociedad como ciudadanos de pleno derecho; que paguen impuestos, que cumplan las leyes, y obligaciones, se precisan mercenarios para engrosar los ejércitos imperiales, individuos sin escrúpulos dispuestos a entregar sus vidas por la eterna grandeza de Occidente. Que juren lealtad a la nueva patria abrazados a la bandera azul con su corona de estrellas doradas o la bandera de las barras y las estrellas yanqui.
La crisis de los refugiados es una de las tragedias más masacrantes de la historia contemporánea. Son millones de fugitivos que luchan por entrar en la tierra de promisión «vencer o morir es su consigna». Para los «nuevos bárbaros» no existen barreras infranqueables, ni murallas, ni fosos, ni campos electrificados, ni alambre de púas, ni accidentes geográficos, montañas, ríos, mares u océanos; ni tampoco ejércitos o armadas que los detengan.
Es prácticamente imposible adquirir un visado, un permiso de trabajo y emigrar legalmente al Primer Mundo. Los trámites administrativos ante las representaciones diplomáticas de EE.UU o Europa son un privilegio reservado para aquellos que cuentan con avales y el dinero necesario para costearlas. Así que a los parias y prófugos no les queda más remedio que infiltrarse como ratas horadando agujeros a ver si encuentran un resquicio por donde colarse en el paraíso capitalista. Son miles y miles de hombres, mujeres, jóvenes, niños, familias enteras con sus hijos a cuestas, madres embarazadas, y hasta ancianos centenarios los que se lanzan al abismo abierto. ¡Romped las cadenas y los grilletes! saltad la valla en busca de un nuevo amanecer, dignidad, respeto a los derechos humanos, democracia, que suenen las trompetas y se derrumben las murallas de Jericó. ¡Bosa! ¡Bosa! (En idioma Fula significa libertad)
Se ha iniciado la conquista sexual de Occidente, una conquista silenciosa y pacífica, que avanza lenta pero inexorablemente. Algo que traerá como consecuencias el alto grado de mestizaje que marcará las futuras generaciones. La potencia y el vigor erótico de los nuevos bárbaros se imponen sobre la Europa frígida, racional y tecnológica.
Todos al unísono al asalto del imperio capitalista europeo ya sea por la frontera turca o las islas griegas en el Mediterráneo, la costa Libia o tunecina hasta alcanzar la isla de Lampedusa en Italia, o por Ceuta y Melilla para desembarcar en las playas de Andalucía cruzando el estrecho de Gibraltar; todos al unísono al asalto del imperio americano por el río Bravo, el Mar Caribe; en Asia por el mar de la China, el Mar de Timor y el Océano Indico hasta alcanzar las costas de Australia.
África cuenta aproximadamente con 1.500 millones de habitantes de los cuales un 40% son pobres y que si tuvieran posibilidad de elegir emigrarían sin ninguna duda a Europa. Y no lo hacen a EE.UU porque geográficamente les es imposible. Con solo un 2 o 3% (8 millones) que lograran entrar en Europa crearían una crisis social insostenible y el sistema colapsaría.
La salvación del Tercer Mundo se encuentra en el Primer Mundo industrializado. Este es un axioma que defienden los políticos y economistas neoliberales. Sobran los argumentos pues es allí donde se genera el capital, se gestionan las ayudas al desarrollo, y tienen su sede organismos como la ONU, el FMI, el Banco Mundial, las ONG o las multinacionales humanitarias. En las metrópolis están asentados los centros del poder mientras que en los suburbios y extrarradios se concentran las favelas y tugurios del subdesarrollo. Estamos condenados a la dependencia que destruye el tejido productivo a nivel local o nacional y hace que aumente imparable la deuda externa. La única posibilidad detener el fenómeno de la inmigración es actuar en los países de origen promoviendo la democracia, el estado de bienestar y el reparto equitativo de los bienes. Pero lamentablemente estamos sometidos por unos regímenes tiránicos (consentidos por los amos) donde reina la corrupción y el desfalco.
Los inmigrantes no solo trabajan para el sustento propio y de sus familias sino que además dedican buena parte de su sueldo a enviar las remesas de dinero a sus respectivos países. Remesas que aseguran la supervivencia de millones de personas que carecen de trabajo, de ayudas estatales, seguridad social o jubilaciones. Por ejemplo, el envío de remesas de los trabajadores mexicanos residentes en EE.UU durante el 2015 ha sido de 12.000 millones de dólares, de Centroamericanos y del Caribe 6.000 millones de dólares, de los países andinos 7.000 millones de dólares (todo esto supera con creces la asistencia externa donada por los países industrializados a los países en vías de desarrollo) Los inmigrantes latinoamericanos aportan alrededor de 500.000 millones de dólares a la economía estadounidense. 35 millones de extranjeros viven en la UE y se estima que para el 2050 esta cifra se duplique. Los inmigrantes extranjeros en España enviaron en 2015 casi 7.000 millones de euros a sus familiares. Existen más de 150.000.000 de inmigrantes en el mundo que en el año 2015 transfirieron más de 400.000 millones de dólares a sus parientes en transacciones de 100, 200 y 300 dólares. Esto supone un inconmensurable esfuerzo por paliar la pobreza y las necesidades de millones de personas y una contribución ejemplar al desarrollo local. De esta manera se mantiene la paz social y se abortan las insurrecciones que podrían estallar a causa de la grave crisis económica que golpea el Tercer Mundo.
«El capitalismo ha demostrado ser mucho más humanitario que el propio comunismo» Así lo afirman magnates tales como Gates y Buffet, que pretenden recolectar junto con otros 400 multimillonarios de EE.UU la cantidad de 600 mil millones de dólares para sacar de la pobreza a media humanidad. Inversiones especificas en el campo del medio ambiente (preservación de los paraísos naturales), el turismo (en alianza con los tour operadores), colonias vacacionales, complejos hoteleros, parques temáticos o en facilitar microcréditos a obreros y campesinos o prestamos que dinamicen el sector productivo a nivel primario.
Con toda soberbia el capitalismo se autoproclama como el único sistema político y económico capaz de redimir al Tercer Mundo. De este modo la miseria se convierte en un recurso estratégico más a explotar, crea puestos trabajo (sostiene la burocracia y funcionariado) en Europa, EE.UU, Japón o Canadá aprovechándose de los incalculables presupuestos que destinan sus propios gobiernos a los programas de desarrollo y ayuda humanitaria. Ellos son los que administran estos fondos contribuyendo a cimentar un sistema perverso que explota y somete a los más débiles.
Los ricos, los multimillonarios, los grandes magnates, los banqueros, los empresarios, los nobles y aristócratas se han convertido en filántropos y benefactores. Están decididos a invertir parte de sus incalculables fortunas en fundaciones caritativas (¿quizás para desgravar impuestos o lavar dinero negro?) dedicadas al combate de la pobreza y la miseria. Son personajes de reconocido prestigio como Bill Gates, Feeney, Premji, Buffet, Soros, Rockefeller, la familia real británica, la familia real sueca, la familia real española, la familia real de Noruega, etc. Una élite que gracias a un «alto grado de altruismo y generosidad» está decidida a competir con las misiones religiosas, los institutos de cooperación, las ONG u organismos tales como el Banco Mundial, la USAID, el G8 o el Foro de Davos.
El imperialismo tiene múltiples caras, muda, se trasforma en una permanente y diabólica metamorfosis. El Nosferatu, Drácula vampiriza y se alimenta de la tragedia y el dolor, necesita víctimas propiciatorias para conducirlas al altar de los sacrificios; ese monstruo insaciable no solo devora materias primas; el oro, el hierro, el petróleo, sino también devora seres humanos; sangre joven, sangre fresca de refugiados, de inmigrantes, de clandestinos, de individuos fuertes y saludables que contribuyan a enaltecer la inmensa gloria del Occidente invicto y victorioso.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.