¿Alguna vez existió poder celestial que haya sobrevivido sin ayuda del poder terrenal? A veces, la religiones debieron establecer alianzas políticas con sus opuestos (ex Unión Soviética), y a veces consiguieron tomar el poder (Irán). Hidra de mil cabezas, la explosiva combinación permite luchar contra el invasor (India, Irak, Palestina), degradar la sociedad (Estados Unidos, […]
¿Alguna vez existió poder celestial que haya sobrevivido sin ayuda del poder terrenal? A veces, la religiones debieron establecer alianzas políticas con sus opuestos (ex Unión Soviética), y a veces consiguieron tomar el poder (Irán). Hidra de mil cabezas, la explosiva combinación permite luchar contra el invasor (India, Irak, Palestina), degradar la sociedad (Estados Unidos, Israel) o servir a potencias mayores del mapamundi que buscan doblegar potencias menores, como en los casos del Vaticano en Europa Oriental y las sectas budistas del Tíbet en China.
En la historia de la humanidad, fe y razón nunca se han llevado bien. Digamos que a partir de aquel precursor del neoliberalismo llamado Pitágoras, el pensamiento crítico ha luchado contra el florido arsenal de creencias dogmáticas y singulares. ¿Creer o reventar? Saliendo del metro (donde siempre me asaltan las cosas difíciles), mis ojos toparon con la imagen de un señor que me miraba con ojos dulces y manos apacibles, cruzadas por un rosario. ¡El Dalai Lama!
Instintivamente, llevé el índice y el pulgar al entrecejo, evocando los años en que mi prima hippie me explicaba donde está situado el «tercer ojo». «- Aquí, ¿ves? Si te concentras todos tus rayos se activan y desarrollas una clarividencia positiva. La conciencia y la inconciencia se fusionan y la persona se ve como la unión de dos Yo, el YO SOY. ¿Entiendes?».
Y yo me tocaba el chakra, u «ojo de mando», «ojo de Shiva» o «de la sabiduría», que permite controlar el pensamiento intuitivo, energetizar la glándula pituitaria y encaminarse hacia la plenitud y el mejoramiento del «dharma», que nunca supe bien qué es. Después leí un libro de gran circulación: «El tercer ojo», de Lobsang Rama (así se llamaba el autor), plomero inglés (o irlandés) que hacíase pasar por lama rencarnado y, a diferencia de Richard Gere y Brad Pitt, nunca estuvo en el Tíbet. No lo juzgo. Aún guardo la esperanza de escribir algo espiritual que dé millones para hacer nada en un jardín de ésos, entregado a los ejercicios del tantrismo con alguna chava ponedora.
«Libertad en el exilio» (1990), autobiografía del Dalai Lama, es muy interesante. Publicado luego que casualmente le dieran el Premio Nobel de la Paz en el emblemático año de 1989 (¡fin de la historia! ¡fin del comunismo!), el autor admite que durante los años 60 fue agente de la CIA, a cambio de la módica suma de 1.7 millones de dólares anuales y 186 mil de salario personal para armar, entrenar y pagar a los «guerreros de la libertad» enfrentados a la China de Mao.
El 1º octubre de 1998, el Dalai admitió al «New York Times» lo que anhelábamos saber: «no fui un agente corrupto», dijo. Visto y considerando como está el mundo, la aclaración fué un alivio. Cuenta, asimismo, que el subsecretario de estado Eugene V. Rostow le dijo a su hermano que no se preocupara, que «Estados Unidos no se va a poner de acuerdo con los comunistas chinos a expensas del Tíbet». Pero el presidente Richard Nixon empezó a jugar ping pong con Mao y las operaciones tibetanas de la CIA se terminaron. ¡Traidores!
«La CIA acordó la ayuda no porque les importara la independencia del Tíbet, sino como parte de sus esfuerzos mundiales para desestabilizar gobiernos comunistas», dijo con aflicción el jefe de la secta gelugpa, a la que pertenece el Dalai Lama, dentro de la escuela budista mahayana. Las operaciones de inteligencia eran supervisadas en Washington por los muchachos del Comité 303, organismo secreto de la Casa Negra que en 1959 aprobó dos causas poco espirituales: las operaciones de la CIA en Tibet y la invasión a Playa Girón en Cuba.
El programa de la CIA incluía apoyo a la guerrilla de Nepal, una sede clandestina de entrenamiento militar en Colorado, Casas del Tibet en Nueva York, Ginebra y otras ciudades de Occidente, educación para los operadores tibetanos en la Cornell University y provisiones para equipos de reconocimiento. Los lamas estaban felices. ¡Por fin podían hacer la guerra!
Un memo escrito por la CIA y el Congreso explica que el propósito del programa es «…salvaguardar el concepto de un Tibet autónomo vivo dentro del Tibet y entre las naciones extranjeras, principalmente la India, y construir una capacidad de resistencia contra posibles episodios políticos dentro de China comunista».
Los tiempos han cambiado y hoy se trata de dar «el gran salto hacia atrás»: dominación feudal, monjes y teocracia, campanas, rosarios, molino de oraciones, confesionarios y agua bendita. Y todo en consonancia con el proyecto geopolítico del «cristiano renacido» que habita la Casa Negra.
El sublime propósito de Tenzin Gyatso, XIV Dalai Lama y rencarnación del tercer Dalai Lama Bsod-nams-rgya-mthso, consiste en partirle la madre al quinto Dalai Lama rencarnado: Blo-bzang chos-kyi-rgyal-mtshan (1570-1660), de la otra rama del budismo tibetano, apoyado por China. ¿No es chido?