No es posible desvincular el auge de las ONG promovidas por la ONU en los últimos 20 años de las políticas impuestas por sus organismos financieros multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, que consisten en la bursatilización y la desregulación general de la economía. La inmensa […]
No es posible desvincular el auge de las ONG promovidas por la ONU en los últimos 20 años de las políticas impuestas por sus organismos financieros multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, que consisten en la bursatilización y la desregulación general de la economía. La inmensa mayoría de las ONG están concebidas y organizadas para perseguir y alcanzar objetivos supranacionales en temas propuestos por instrumentos globalizadores, como los centros de reflexión estratégica y las universidades norteamericanas.
*Los autores del libro aquí comentado son los investigadores George W. Breslauer y Alexander Dallin. Ambos pertenecen a la categoría de teóricos universitarios y cuyo trabajo ha sido en gran parte para fundamentar y justificar políticamente las amenazas que pueden acechar al Imperio, consolidando y reconfortando de esta manera la ideología dominante del Establishment estadounidense.
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En 1975, en pleno apogeo del terrorismo religioso en Europa, el norte de Africa y el Medio Oriente, un grupo de especialistas en ciencia política reunidos en torno de George W. Breslauer y Alexander Dallin, aprovechando las aportaciones teóricas de, entre otros, Zbigniew Brzezinski y Amitai Etzioni, recopilaron sus reflexiones que quedaron impresas en el libro *El terror en la política*, con el objeto de encontrar una salida razonable en esos momentos en que precisamente la razón dejó de actuar como antídoto efectivo al recurso de la violencia.
El comunismo aparecía en la opinión pública como el responsable de la violencia en curso, a la que los autores de la recopilación identificaban con el nombre de *terror político*, por el cual entendían el uso arbitrario, practicado por organismos investidos de autoridad política, de la fuerza coercitiva en contra de individuos y de grupos; la amenaza probable de su aplicación, o el exterminio.
Como alternativa a esa clase de terror, en la recopilación se propuso una suerte de control político que suponía la configuración y canalización del comportamiento a al menos una de las metas siguientes: o bien para garantizar la sumisión voluntaria a las directrices fundamentales del estado, o bien para modelar las actitudes como fuera menester, con el objeto de asegurar la estabilidad política a través de la aceptación voluntaria de una estructura de autoridad determinada. De tal manera se podría alcanzar el acoplamiento de las normas de conducta social con las directrices; esta segunda alternativa contaría simplemente con la aceptación acrítica, pasiva, de los sujetos a los propósitos de la modelación.
En su «Esquema para el análisis político», David Easton, quien formó parte del Comité de Ciencias de la conducta fundado en 1951 a instancias del doctor James G. Miller, merced all crédito obtenido por su pertenencia al Centro de Estudios superiores de ciencias de la conducta, de la Universidad de Stanford, explicó que las raíces de las ideas están tan delicadamente entrelazadas que a menudo desafían a toda clasificación precisa. Más tarde, en el verano de 1967 se forma el comité de conserjería de programas gubernamentales en ciencias de la conducta, formando parte del Consejo Nacional de Investigaciones, que se reúne para evaluar y organizar la labor de investigación social. A la convocatoria responden representantes de la Comunidad de ciencias Sociales (*Social Science Community*), y otros de la Sección de Investigación, desarrollo e ingeniería, del Departamento de Defensa.
*La conducción imperial del conocimiento*
La evolución de la investigación académica, incluso y sobre todo por su carácter interdisciplinario, explica que Easton se haya visto inclinado a concebir las características que habrán de tener los grupos de investigación social de extraordinaria envergadura como el que se reunió en la Universidad de Chicago. Estos grupos se decicarían a estudios prolongados e intensos de problemas comunes en un enfoque sistémico, considerado desde el punto de vista de todas las ciencias físico-naturales, biológicas y sociales. Desde entonces se convirtió en dogmática la preferencia por los grupos interdisciplinarios para la realización de inteligencia para la conducción racional del Estado. La inteligencia del Estado quedó de tal manera dependiendo de la actividad académica, que la formación de las élites capaces de decidir los grandes vuelcos del Estado quedó encomendada a las universidades. Pero fueron los *Think tanks*, centros de emanación de ideas, de donde surgieron los recursos del control social que necesitaba el estado avanzado de la sociedad posindustrial, que comenzó a surgir a principios de los años setenta en el gobierno de Richard Nixon y en la etapa de formación del trilateralismo inspirado por Zbigniew Brzezinski.
Easton siguió colaborando en el Seminario de Teoría del Instituto de Investigaciones sobre la salud mental, de la Universidad de Michigan y tras subsanar algunas dificultades debido a la diferencia de idiomas, hubo al fin consenso en una perspectiva metodológica, que consistió en el empleo de conceptos comunes para fenómenos diferentes y conceptos diferentes para fenómenos casi idénticos. De esa manera se llegó al acuerdo de examinar la prospectiva de un análisis sistémico que sirviera para unir a todas las ciencias naturales y sociales, hacer posible la comunicación entre ellas para resolver problemas comunes que el examen interdisciplinario puede ayudar a resolver.
Aunque los gobiernos no deciden explícitamente cuales son los tipos de fuerza (coerción) que aplican ni qué dosis de esa fuerza aplicarán, es de suponer que recurren a alguno de los sistema de sanciones a su alcance: la fuerza normativa, considerada fuerza positiva o simbólica, ordinariamente identificada con la persuasión, tiene su apoyo en la actividad educativa; la fuerza material apoyada en la seguridad social, los salarios y las recompensas, y la fuerza coercitiva estrictamente hablando cuyo funcionamiento está basado en las multas, los castigos y la vigilancia policiaca.
No obstante, con todo y los matices en que se empeñan los autores para validar su modelo y demostrar que Occidente proponía un proyecto mejor que el comunista, su eficacia resultó ser insuficiente, como se ha visto en 32 años transcurridos desde la edición del libro que comentamos hasta la fecha, al menos para aclarar los límites entre el terror al que se proponían afrontar y otras formas calculables de coerción. En esos años transcurridos han sido, sin embargo, descartados en los medios académicos los modelos nacionales basados en aspiraciones relativamente confiables para las poblaciones locales.
En este sentido, Amitai Etzioni, antiguo catedrático de la Universidad George Washington, expresó que la «sociedad moderna cada día necesita más y más recursos para cumplir sus complejas y multitudinarias tareas, tales como buena voluntad, inteligencia crítica y creativa, independencia de juicio, que no pueden ser abarcados mediante la coerción de manera exclusiva», programa en el que se basa la disgregación de los estados nacionales de la periferia en el sur del planeta, a la que suele acompañar la proliferación religiosa y la conversión de cada culto en un arma de guerra. A todo esto se suma la complejidad de los movimientos migratorios (una parte de ellos son respuesta al llamado *divino* que los alienta a salir a buscar una tierra mejor), que son portadores de los proyectos de todo tipo que salen al paso de la estrategia estatal.
Por tales experiencias académicas es posible explicar que la Agencia Central de Inteligencia haya violado sus propias reglas a lo largo de 25 años al realizar secuestros, complots de asesinato, intervenciones telefónicas, vigilancia doméstica, cateos no autorizados y «experimentación humana», según la información contenida en un archivo de 693 páginas que sería hecho público en el mes de junio de 2007.
Entre los detalles sobre las actividades expresamente ilegales llevadas a cabo desde los años cincuenta está el secuestro de un desertor ruso, la intervención telefónica sobre actividasdes de dos columnistas (Robert Allen y Paul Scott), la vigilancia clandestina del reconocido periodista Jack Anderson, la vigilancia física de un reportero del diario *The Washington Post,* cateos no autorizados de ex integrantes de la agencia, la violación de correos entre Estados Unidos y la Unión Soviética (desde 1953 hasta 1973) y entre la Casa Blanca y China (de 1969 a 1972).
Además, el material incluye información oficial sobre los complots para asesinar a Fidel Castro, Patricio Lumumba, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y el general chileno René Schneider (aunque se indica que todos los intentos fracasaron). Se registran, asimismo, actividades de espionaje doméstico contra críticos y disidentes, incluyendo la elaboración de fichas sobre más de 9 mil 900 estadunidenses relacionados con el movimiento de oposición a la guerra en Vietnam y la vigilancia de ex agentes que se convirtieron en críticos de la propia CIA, como el caso de Víctor Marchetti.
También se revela que hubo esfuerzos para identificar «las actividades internacionales de radicales y militantes negros» a finales de los años setenta, así como de contactos en el extranjero de «disidentes». Asimismo, se hace referencia a la infiltración de agentes en el movimiento pacifista en Estados Unidos. La CIA, según este archivo, financió investigaciones en varias instituciones académicas sobre «modificación de comportamiento», incluyendo experimentos sobre el uso de drogas. Entre 1965 y 1970 se da un periodo caracterizado por el esfuerzo de descubrir y desenmarañar la dinámica sociopolítica de las áreas subdesarrolladas; en esta etapa la distinción entre labores de inteligencia y académicas desapareció.
El expediente fue abierto por orden del entonces director de la agencia, James Schlesinger, en mayo de 1973. El periodista Seymour Hersh fue el primero en revelar esas operaciones ilegales en un reportaje de primera plana publicado en el *New York Times* el 22 de diciembre de 1974, lo cual provocó un escándalo político. Informó de las operaciones de la agencia contra fuerzas antibélicas y otros «disidentes», y divulgó la existencia del archivo secreto que registraba las actividades ilegales desde los años cincuenta.
Según el National Security Archive, esto provocó pocos días después reuniones entre la CIA y el Departamento de Justicia para evaluar las «cuestiones legales» y poco después se realizó un encuentro con el presidente Gerald Ford y los directores de la agencia. El escándalo dio pie a investigaciones oficiales y a la promulgación de reformas que impusieron límites severos sobre las operaciones encubiertas.
No obstante este estilo autocrítico, algunos no están tan seguros de que los tiempos han cambiado: Tom Blanton, director del National Security Archive, por ejemplo, señaló que ahora hay programas parecidos, como la autorización de intervenciones de comunicaciones electrónicas sin necesidad de órdenes judiciales, entre otras cosas.
*Contra la geografía y la cultura continental *
El objetivo final es la desaparición del Estado-nación, tal como lo había escrito la década anterior al libro en que participa Etzioni, el politólogo Ernst B. Haas en *Beyond the Nation-State: Functionalism and Internacional Organization* (Stanford University Press, 1964). Esta universidad sigue siendo un centro de diseño global de George Schultz, del cual ha emanado la consigna de la comunidad de las comunidades, formulación teórica del mayor ataque concebido hasta la fecha al estado nacional.
*El fin del estado nacional*
Ernest Hass comentaba en su libro que la integración global sólo se puede dar si se utiliza correctamente el Análisis de Sistemas junto a la Teoría Funcionalista. En el primero se mencionaban que existían relaciones de dependencia, independencia e inter-dependencia entre las naciones, y en la segunda, se plantea que las nuevas instituciones globales deberían dejar la parte económica a las supra-estructuras transnacionales y la política a los estados y sus partidos políticos, siguiendo la evolución de la Unión Europea, es decir, confiriendo un espacio mayor a la unión de las naciones que a la unión de los estados.
Hass escribe que el funcionalismo es dejar que coexistan diferentes enfoques culturales, sociales y políticos para que exista un centro director de las políticas publicas; la burocratización de las decisiones puede ocurrir a cualquier nivel, como lo muestran ciertos modernos procesos de descentralización que han llevado a veces a un aumento de las unidades de gestión -y por lo tanto del gasto público-, añadiendo así nuevas trabas al libre desenvolvimiento de las personas y buscar, en su lugar, la igualdad equilibrada de las no-representaciones (minusvalidos, homosexuales, minorías étnicas), pero siempre pensando en maximizar las libertades individuales y minimizar la interferencia estatal para generar las naciones por consenso. Por ejemplo: Estados Unidos no es una sola nación son 54 naciones agrupadas por consenso (ver : *Naciones por consenso: descomponiendo el Estado-nación*, presentado al Mont Pélerin Society Regional Meeting, Río de Janeiro, Septiembre 6, 1993, por el profesor Murray N. Rothbard).
En ese documento se menciona a una Federación Mundial de Naciones, en tanto que el actual sistema global es un sistema anarco-capitalista puro que refleja los complejos problemas que la crisis del Estado nacional está presentando al inicio de este siglo. Del mismo emergen alternativas que pueden reducir el papel estatal frente a la sociedad civil. Cuando se forman agrupaciones de este tipo es posible que la misma homogeneidad de las opiniones y de las formas de vida generen una especie de culto por la uniformidad que resulta mucho más difícil de combatir que mediante la racionalidad y la coerción efectiva del Estado.
Una comunidad pequeña está en condiciones de intervenir y controlar aspectos de la vida privada de las personas a las que un estado nacional jamás podrá tener acceso. Es verdad que una persona descontenta con el estilo de vida de una determinada comunidad podría emigrar con mayor facilidad en este caso que cuando están de por medio estados nacionales; por ejemplo, México tiene ya tiene una cuarta parte de su población en Estados Unidos, lo que no es un problema menor, ya que enrarece las relaciones fronterizas, bilaterales y multilaterales entre ambos países, pero ello podría conducir a una solución poco práctica si la intolerancia se extendiese y radicalizara en ambos lados, pues los costos de traslado y de reubicación podrían ascender de un modo limitante, que podrían desembocar en una especie de guerrillerismo feudal, con constantes reclamaciones, conflictos e incluso guerras.
*El caso de la ex-Yugoslavia es útil también para ilustrar este punto *
La solución que ha establecido la Comunidad Europea en los acuerdos de Maastricht, inhibidores de la migración no europea, ha gastado asimismo ríos de tinta en regular desde la duración de la jornada de trabajo hasta el porcentaje de grasas que debe tener un queso, ni tampoco en el actual Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que es más una prolongación directa de grandes estados nacionales contemporáneos que una autoridad mundial que responda a los ciudadanos del mundo.
En primer lugar, está la emergencia de nuevos «nacionalismos», particulares y directos; véase cuantas naciones han quedado inscritas en la ONU, como las nacidas de la desmembración de Yugoslavia como consecuencia de una guerra lanzada para diezmar a la población musulmana y para debilitar al aliado natural de Rusia en el área balcánica: Serbia.
México y el resto de América Latina no están exentos de los fraccionamientos de su superficie, como los territorios chiapanecos que denominamos * celestiales*, fundados por el engranaje maoísta y teo-liberacionista; en Bolivia se habla de la Republica de Santa Cruz y una salida al mar por costas de Chile. Por su parte, Perú y Ecuador están continuamente redefiniendo sus fronteras y ahora se habla de fraccionar a México entre un norte y un sur, y de ser necesario a los mismos Estados Unidos. El proyecto de la comunidad de las comunidades que concibió Etzioni en la Universidad George Washington es, en suma la superposición de la geografía humana a la geografía política. En el planeta hay docientos estados nacionales y alrededor de 5 mil etnias.
Esta tendencia parece estar acompañada por un renacer de la preocupación de los ciudadanos por la responsabilidad de los gobernantes y la limpieza de su gestión. Italia, en este sentido, es el mejor ejemplo que puede mencionarse con la Liga del Norte, de Berlusconi. En el otro extremo tenemos las acciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y el auge de los acuerdos de integración económica internacional son apenas la expresión -burocratizada y estatista- de un movimiento mucho más profundo que surge de la expansión de las comunicaciones y de otras técnicas que son características de nuestro tiempo.
La confluencia de estos dos amplios movimientos históricos explica en gran parte la confusión y las convulsiones del actual panorama internacional; ambos, por otra parte, presentan amenazas y promesas para la libertad humana. En cuanto a la emergencia de algún tipo de poder supranacional, no son pocos los riesgos que esto supone: la imagen de un imperio tipo «Guerra de las Galaxias» puede ser convocado fácilmente por nuestra imaginación; por ello la trilogía fílmica de Spielberg fue combatida por el bushismo.
Es claro que, en tal caso, podría repetirse el proceso que ha seguido Estados Unidos: independizándose de los estados que han delegado sus poderes en él; el gobierno central ha ido asumiendo cada vez más funciones hasta convertirse en un gigantesco aparato político difícilmente controlable por los ciudadanos. Estas utopías, que suelen estar determinadas por la realidad, han sido empujadas por un centenar de centros de pensamiento bushiano coordinados por George Schultz, investigador del *Hoover Institute*de la Universidad de Stanford, que se localiza en el área de San Francisco, territorio de alta cultura fomentada allí a lo largo de siglos por la Compañía de Jesús.
*La geografía política*
Peter J.Taylor y Colin Flint son los autores del libro Geografía política, que no debería faltar en la cabecera de todo miembro respetable de la clase política nacional. Se trata de un texto analítico de los efectos de la globalidad, a la que no considera tan inevitable como en cambio lo creen los agoreros de cartulina, en los distintos niveles geográficos en términos de política nacional (región y comunidad), al lado de la economía mundo.
Dicen estos autores que el Estado es el escenario de la política formal. Aclaran que la mayor parte de la gente suele asociar el funcionamiento del poder y de la política con actividades relacionadas con el estado y el gobierno (que en México se confunden en el discurso oficial de la misma manera que en el discurso político de Estados Unidos se confunden de manera conceptual estado y nación. En Europa la cultura y la historia impiden una confusión parecida). Se da por sentado que el estado es el ruedo de la política y, en consecuencia, lo habitual es que muchos estudios políticos se hayan limitado a analizar los estados y los gobiernos; sin embargo, este enfoque es insuficiente porque no hay ningún motivo apriori por el que no debamos interesarnos por el tema del poder en otras instituciones como el hogar.
La geografía política por su parte, al igual que otros estudios políticos, ha tenido una orientación estadocéntrica; es decir, ha considerado que la unidad elemental de análisis es el estado. Y si bien es cierto que el estado sigue siendo una institución clave, ya no es el escenario del cambio social.
Siguiendo a los dos coautores, los hogares son las unidades reproductoras sociales del sistema porque en ellas se socializa a los individuos en un estrato social. Los pueblos o naciones del mundo se reproducen también por la identidad cultural; en ocasiones por la lengua como los árabes; en ocasiones por la etnia, como los pueblos nahuatlacas.
Ahora bien, la identidad cultural de las naciones cuestiona el status global de las clases sociales, lo que traerá como consecuencia que las derechas promotoras de la desregulación del estado y de la disminución de la soberanía relativa en el torbellino de la globalización, resulten absorbidas como por un secante aniquilador en la pugna previsible de las * minorías* en que se fragmenta el estado. Esto en abierto desafío a su racionalidad hegeliana. Como dice Juan Benet en *En la penumbra*:» Las cosas están hechas por el revés para que luego se vean por el derecho. Y el derecho engaña, engaña siempre.»
*El etnocentrismo y la destrucción de la geografía política *
Silvia Palacios, una estudiosa de los problemas geográficos e históricos de América nos dice en su periódico mensual que edita en Brasil ( *Página Iberoamericana* 01.12.05) que el estado nacional soberano se debate por su existencia y no puede omitirse el hecho de que ha sido sometido a una guerra (que es incapaz de comprender), que lo ha debilitado. Primero, minando su control sobre la moneda y sus empresas nacionales, y después imponiéndole cierto tipo de control supranacional en asuntos como la demografía y el medio ambiente.
Este control es progresivo a partir de la diseminación y la importancia que adquiere en cada ámbito estatal el ejército globalizador de los Organismos no gubernamentales (ONG). Además, en línea paralela a la acción de los ONG marcha el etnonacionalismo, que es una jugada para cambiar la geografía política y la nota cultural occidental, que pese a todas sus deficiencias ha sido el sustento del estado nacional en el Continente.
Palacios invoca a otro autor norteamericano, Walker Connor, catedrático norteamericano en varias universidades de Estados Unidos, que estudió esos fenómenos en su análisis del nacionalismo. En efecto, como representante de una especie de laicismo radical, dice Silvia Palacios, hace una falsa diferenciación entre nación y patria, atribuyéndole a la primera la capacidad de mantener la cohesión social por los fuertes lazos subjetivos de unión propios de las etnias. La segunda es una cohesión representada y ordenada por el estado y sus instituciones. En su obra Etnonacionalismo, en el capítulo intitulado «Más allá de la razón», Connor asienta que «los términos nacionalismo y patriotismo se refieren a dos lealtades diferentes: el primero es la lealtad al grupo nacional y el segundo es la lealtad al estado y a sus instituciones. Sólo en pueblos como el japonés donde la dimensión estatal y la nacional son equivalentes, las lealtades se confunden»; la lealtad al estado es para ese autor una lealtad decadente.
En los años noventa Connor y otros geopolíticos como Etzioni y sus antropólogos, implantaron en América Latina sus tesis para subrayar que en esta parte del mundo existen las condiciones para configurar múltiples estados etnonacionales repletos de autonomías étnicas. Dice Connor que el descontento general entre varios pueblos amerindios que ocupan las zonas montañosas desde México hasta Chile, que se conciben a sí mismos como pueblos sojuzgados por mestizos o por gente de origen europeo, pone el acento en la aspiración a crear territorios separados de la tutela estatal. Yugoslavia fue disuelta para debilitar las zonas limítrofes de la Rusia poestalinista convirtiendo en polvorines a los credos religiosos en el escenario: musulmanes, católicos romanos y cristianos ortodoxos.
Como puede verse, las consideraciones étnicas y religiosas se han venido depurando a lo largo de las décadas y hoy se encuentran consagradas como parte de las ecuaciones del poder mundial.
*Gaston Pardo* <http://www.voltairenet.org/auteur4181.html?lang=es> Periodista mexicano. Es corresponsal de la Red Voltaire en México. *Los artículos de esta autora o autor* <http://www.voltairenet.org/auteur4181.html?lang=es> *Enviar un mensaje* <http://www.voltairenet.org/email4181.html?lang=es>
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