Hay modas para todo. También hay temporadas para las causas justas, que se van renovando, como las colecciones de los diseñadores. Hace un tiempo la situación en Birmania era un escándalo, pero ahora ese país ni aparece en los medios de comunicación. Y de repente, pese a que hace años que se decidió que los […]
Hay modas para todo. También hay temporadas para las causas justas, que se van renovando, como las colecciones de los diseñadores. Hace un tiempo la situación en Birmania era un escándalo, pero ahora ese país ni aparece en los medios de comunicación. Y de repente, pese a que hace años que se decidió que los Juegos Olímpicos se celebraran en China, ahora crecen las protestas aquí y allá. Curiosamente, los mismos medios que suelen silenciar las protestas contra las violaciones de derechos y las políticas de dominación sobre los pueblos, ofrecen una cobertura extraordinaria a estas movilizaciones. Lo que China está haciendo en Tíbet es intolerable y hay que boicotear las Olimpiadas. En realidad China ha sido bendecida durante decenios por las potencias occidentales con EEUU a la cabeza, pero ahora alguien ha decidido que la causa de moda es el Tíbet. Y ese alguien -¡qué curioso!- tiene que ver con la CIA, y en definitiva, con la estrategia del imperio que nunca jamás se ha preocupado por los derechos de los pueblos. De hecho, como todos los imperios, el de los EEUU se basa en la negación de esos derechos.
China debe dialogar con el Dalai Lama, nos dicen. De lo contrario, habrá que tomar medidas. Este es un tema de primer orden en el escenario internacional. ¿Lo que Rusia ha hecho y hace en Chechenia? ¿Lo que Estados Unidos hace en Irak? ¿Lo que Israel hace en Palestina? Todo esto carece de importancia. De hecho, son los mismos que han permitido que ocurra los que ahora invitan a tomar medidas contra China.
La ocupación de un pueblo es injustificable. Es intolerable que se niegue a un pueblo el derecho a decidir sobre sí mismo. Es abominable que se le impida ser él mismo. ¡Si lo sabremos! Pero que no nos vengan a estas alturas con el cuento de los pobres tibetanos, porque no les importan en absoluto, y los abandonarán a su suerte tan pronto como cambien las prioridades del imperio. Traficar de un modo tan sucio con la desventura de un pueblo es repugnante. Es terrible que jueguen con los sentimientos de solidaridad de la gente y se laven así la cara. Es terrible que le estén haciendo esto al Tíbet ¡Maldito imperio!