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Desmontando mitos neoliberales

El timo de la deuda soberana II Parte

Fuentes: El salmón contracorriente

«El proceso de creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la mente. Tratándose de algo tan importante parece que un mayor misterio sería lo adecuado» (John Kenneth Galbraith). «El problema es que nada de eso está incluido en el currículum académico. Y el silencio de los principales medios de comunicación, […]

«El proceso de creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la mente. Tratándose de algo tan importante parece que un mayor misterio sería lo adecuado» (John Kenneth Galbraith).

«El problema es que nada de eso está incluido en el currículum académico. Y el silencio de los principales medios de comunicación, la incapacidad de los mismos para informar de esos asuntos, o aun para reconocerlos, hace que resulten invisibles, salvo para sus beneficiarios, que son quienes manejan el sistema». (Michael Hudson).

Out of thin air

El mecanismo de generación masiva de deuda pública a mayor gloria de las cuentas de resultados de los mastodontes de las finanzas palidece ante la función neurálgica que cumple en el sostenimiento de la rentabilidad del sistema de la mercancía la creación de dinero-deuda («es tan colosal el expolio y está tan bien escondido que casi resulta hermoso») por parte del sistema bancario.

En un entorno de dinero-papel fiduciario (sin respaldo metálico) -«el abandono de la convertibilidad del dólar en oro -el Nixon Shock– en 1971 eliminó la última válvula de seguridad, el último anclaje en la acumulación real»- y ante la declinante tasa de ganancia del capitalismo en la fase neoliberal, la creación de dinero-deuda es el fulcro neurálgico del entramado que permite el sostenimiento del«encarnizamiento terapéutico» que -en la feliz metáfora de Anselm Jappe- el actual estado de la acumulación de capital provoca en el cuerpo social.

La matriz económica actual deviene pues una distopía cuyo núcleo reside en el «crédito a muerte» del que habla Jappe para extraer crecientes réditos de los ingresos reales de la ignara masa laborante a través del flujo continuo de intereses, comisiones y demás exacciones financieras. Michael Hudson describe la esencia del proceso: «Fundar la política nacional en el sueño ilusorio de servir intereses por la vía de tomar prestado dinero a cuenta de unos precios de activos más y más hinchados».

Obviamente, el huero discurso de los sacristanes que propagan el credo neoliberal soslaya convenientemente tales extremos.

La «música celestial» de la teoría económica convencional sostiene que los bancos desempeñan una simple función de «intermediación de fondos prestables» -la sempiterna teoría de la banca de reserva fraccionaria y el multiplicador de los depósitos, dogma de fe en los cenáculos de la academia y en los palafreneros de la prensa especializada-. Reciben depósitos de los ahorradores y les pagan una tasa de interés. A continuación, prestan esos mismos recursos a los agentes que quieren invertir en una empresa productiva o adelantar una decisión de consumo. Del diferencial de tasas de interés provienen sus beneficios.

Hasta aquí la cantinela con la que son torturados los estudiantes de economía mientras sufren la lobotomía intelectual con la que se les «obsequia» en las facultades y escuelas de negocios del mundo entero. Como precisa rotundamente Nadal: «Todo lo anterior es un cuento de hadas que poco tiene que ver con la realidad. Primero, en el mundo real los bancos proveen financiamiento mediante la creación de dinero. Los bancos ofrecen préstamos, pero no necesitan tener en sus bóvedas los fondos necesarios para otorgar crédito. Ni la disponibilidad de ahorros de recursos reales ni la disponibilidad de reservas del banco central limitan la concesión de préstamos y creación de depósitos. La causalidad se invierte: los préstamos hacen a los depósitos, no a la inversa. Se estima que el 95% del dinero circulante es creado por la banca privada a través de la generación de préstamos».

Incluso la palabra préstamo es engañosa en este contexto: se presta lo que se tiene y el banco no tiene lo que dice prestar. La promesa de pago es suficiente para poner en circulación nuevos billetes que antes no existían. Aunque a mucha gente le parezca increíble, el banco no tiene el dinero que «presta», lo que sí tiene es el poder legal para crearlo».

«El engaño consiste en que prácticamente no hay dinero real en el sistema financiero, sólo deudas». La moneda tangible (billetes y monedas del banco central, que no representan deuda) supone únicamente un 3% del dinero circulante. El resto sólo existe como entradas de datos en pantallas de ordenador y fue creado por los bancos en forma de préstamos que reportan jugosos intereses.

Martin Wolf, en un artículo en el tótem de la ortodoxia financiera- el tabloide británico Financial Times– lo expresó meridianamente: «la esencia del sistema monetario contemporáneo es la creación de dinero, de la nada («out of thin air»), por los préstamos a menudo insensatos de la banca privada». ¿Por qué no crece el dinero así creado hasta el infinito? Porque el dinero creado por un banco al otorgar un crédito se extingue cuando el crédito es pagado.

La inferencia lógica es de una relevancia abrumadora: los bancos crean dinero para el crédito pero no para los intereses. Éstos se tienen que pagar con más créditos y más extracción de riqueza real, lo que convierte la espiral de la deuda y la sobreexplotación laboral en las conditio sine qua non de la actual fase parasitaria de la acumulación de capital -no hay crecimiento sin deuda creciente- y, a la vez, en su límite principal.

La pasmosa (ahora se entiende mejor la frase inicial de Galbraith) conclusión es que un banco no quiebra por falta de devolución de préstamos (el banco que pierde un crédito no pierde nada -sólo deja de ganar los intereses- ya que el crédito no es dinero de los ahorradores sino creado como apunte contable) sino por el efecto combinado del cese de la demanda solvente de crédito, la fallida de titulizaciones -activación de «eventos de crédito», que obligan a indemnizar a los inversores en cédulas hipotecarias y demás derivados financieros- y la insolvencia y descapitalización derivadas de la depreciación de los activos colaterales -toneladas de ladrillo y suelo desvalorizados- provocada por un shock de demanda y la consiguientemente abrupta caída de los precios inmobiliarios.

Algunos curiosos y aparentemente marginales acontecimientos vienen a refrendar, muy didácticamente, el fantástico mecanismo de la alquimia financiera.

En 1969, según relata Nadal, una insólita sentencia judicial en el Estado de Minnesota emitió potentes ondas sísmicas contra los cimientos del negocio bancario basado en la creación de dinero ex nihilo. El señor Daly -tras retrasarse en las cuotas y recibir la subsiguiente demanda de la entidad bancaria acreedora- reclamó paralizar la ejecución de su hipoteca y el consiguiente «lanzamiento» de su vivienda -en España, sin dación en pago, se habría quedado además con la deuda restante de por vida- con el inverosímil argumento de que el banco «no había usado dinero real, sino virtual, para efectuar el préstamo». Sin amilanarse por la indiferencia displicente del tribunal y los miembros del jurado ante su peregrina demanda, el abogado Daly contó con un apoyo inesperado: «en el proceso fue llamado a declarar el señor Lawrence Morgan, presidente del First National Bank of Montgomery. En su testimonio declaró que, en efecto, su banco había creado íntegramente los 14 mil dólares al inscribir una entrada en su contabilidad acreditando dicha suma al señor Daly, tal como si éste hubiera realizado un depósito por esa cantidad. En las curiosas palabras del funcionario del banco, ‘tanto el dinero como el crédito comenzaron su existencia cuando fueron creados de esta forma'». «Me suena muy fraudulento,» expresó, según relata Ellen Brown, con pasmada incredulidad, el juez Martin Mahoney, entre asentimientos de varios miembros del jurado. La sentencia fue favorable al demandante al quedar acreditado que el contrato era nulo -«al carecer de una contraprestación legítima por parte del banco»- y el señor Daly conservó su casa.

El justiciero Mahoney, que llegó a amenazar con procesar y exponer al veleidoso banco ante la opinión pública, murió menos de seis meses después del juicio, en un misterioso (sic) accidente que al parecer involucraría envenenamiento. La reflexión final -extraoficial- del malogrado administrador de justicia puso el dedo en la llaga de las colosales implicaciones ético-económicas de la extravagante sentencia: «Si yo permitiera que usted y los demás hicieran eso, todo el sistema bancario se desplomaría. No puedo permitir que se sitúe tras el mostrador del banco. ¡Nosotros no vemos tras esa cortina!»

Descorriendo la cortina

«La crisis de la deuda no es una locura de la especulación desaforada, sino el intento de mantener con vida un capitalismo agonizante» Maurizio Lazzarato

El afortunado señor Daly logró quedarse con su casa pero la praxis bancaria de «no poner nada al otro lado del contrato de crédito» se exacerbó bajo la égida del capitalismo financiarizado de la época neoliberal. Al crear dinero con este acto de prestidigitación, los bancos han hecho crecer la cantidad de dinero-deuda en la economía un 11.5% anual en los últimos 40 años. ¿Cuál es pues la estrecha imbricación entre la generación masiva de deuda privada y la planificación económica encaminada a pugnar por sostener la premiosa marcha de la tasa de ganancia en la fase neoliberal? Como explica Lapavitsas: «mientras que la acumulación real no ha mostrado variantes interesantes, la clase capitalista ha encontrado nuevas fuentes de ganancia a través de la aparente puesta al día de los mecanismos de financiamiento.

Quizás el desarrollo más significativo en este sentido haya sido el avance de la expropiación financiera de los trabajadores». La provisión de recursos financieros a la «empufada» ciudadanía para sostener la demanda agregada y la financiación de la languideciente inversión productiva se satisfacen pues con el crédito que inyectan los bancos en la economía. Los economistas ortodoxos asesores del -sorprendentemente transparente- Banco de Inglaterra Kumhof y Jakab nos iluminan al respecto: «Si bien los bancos no tienen límites técnicos para un aumento veloz de la cantidad de sus préstamos, enfrentan otras restricciones. Pero el límite más importante, sobre todo durante los períodos de auge de ciclos financieros (cuando todos los bancos deciden prestar más al mismo tiempo), es su propia evaluación de su rentabilidad y solvencia futuras». Así pues, la banca moderna actúa en las épocas de auge como un pirómano ante un bosque frondoso. En palabras de Nadal: «La actividad de creación monetaria de los bancos se incrementa cuando la economía está en la fase ascendente de un ciclo: las expectativas sobre el crecimiento y las oportunidades de negocios son buenas y el banco participa gustoso del entusiasmo, porque cada nuevo deudor aumenta su rentabilidad (…) así pues, la actividad bancaria es intensamente procíclica». Las necesidades de recursos para la reproducción del sistema se satisfacen con el crédito que inyectan los bancos al circuito económico.

Al ser máquinas generadoras de burbujas, los bancos privados originan enormes cantidades de deuda -ya que su rentabilidad depende de la cantidad de crédito que puedan generar- en la fase álgida del ciclo y, sin solución de continuidad, cierran bruscamente el grifo en la fase descendente ante la contracción de la actividad y la implosión de las burbujas directamente provocadas por su voracidad prestamista. Ello extrema la hipertrofia de los mercados financieros y el neurálgico mecanismo de la titulización. Lapavitsas de nuevo: «Para los bancos comerciales, involucrarse en expropiación financiera se traduce primariamente en créditos hipotecarios y de consumo. Pero dado que las hipotecas típicamente tienen larga duración, una fuerte preponderancia de las mismas habría vuelto las hojas de balance bancario insoportablemente ilíquidas. La respuesta fue la titulización, es decir, la adopción de técnicas de banca de inversión. Las hipotecas se originaban pero no se mantenían en la hoja de balance». Este maravilloso descubrimiento (empaquetar los créditos y esparcirlos por la nebulosa de los mercados para poder seguir endilgando otros nuevos) fue llamado el modelo bancario de «originar y distribuir» que caracterizó la plétora de productos financieros «creativos» basados en préstamos hipotecarios de baja calidad (subprime) en el inflado de la colosal burbuja de 2007.

Lo anterior refleja asimismo que los bancos fungen como planificadores económicos dirigiendo la financiación masivamente hacia el mercado hipotecario y la creación de burbujas en los mercados de activos y no hacia la financiación de la inversión
empresarial.

Con el agravante de que, como explica Lapavitsas, «las finanzas dirigidas a los ingresos personales apuntan a satisfacer necesidades básicas de los trabajadores -vivienda, pensiones, consumo, seguros, entre otras-. Difieren cualitativamente de las finanzas dirigidas a la producción capitalista o la circulación. Los individuos se concentran en obtener valor de uso, mientras que las empresas apuntan a la expansión del valor». Ello incide de lleno -dicho sea de paso- en el enorme potencial deshumanizador y creador de angustia que el dogal de la deuda produce en el desvalido individuo endeudado y, para más inri, enfrentado a los hiperbólicos recursos predatorios de las entidades financieras.

Difícil mejorar el impecable relato de Estaban Mercatante sobre los heraldos que anunciaron el inevitable afloramiento de las contradicciones del sistema: «¿Por qué todo esto debía terminar en crisis? En última instancia, el proceso de aumento de la explotación, aumento de la inversión financiera y generación de burbujas, ha sido una larga fuga hacia adelante, donde el capitalismo logró recuperarse de la crisis pero las contradicciones que le empujaron a ella sólo fueron resueltas de manera parcial (…) La rentabilidad se recuperó gracias a la mayor explotación del trabajo, pero en un proceso que involucró también la creación masiva de deudas impagables, y el recurso creciente a mecanismos de valorización financiera en una magnitud que no guarda relación con la generación de plusvalor».

El ex presidente del Financial Services Authority -responsable nada menos que de la regulación del sistema financiero británico- Lord Turner, declaró en febrero de 2013: «La crisis financiera de 2007-2008 se produjo porque no fuimos capaces de limitar la creación de dinero, crédito privado y titulizaciones hipotecarias por parte del sistema financiero».

Así pues, el sustrato del que se nutre la médula espinal del sistema de la mercancía no es otro que la agudización de la expropiación financiera como fuente adicional de obtención de beneficios en la esfera de la circulación, distribuyendo la plusvalía no acumulada en el desarrollo de nuevas inversiones productivas hacia las capas sociales rentistas que tienen por función consumirla: al suplir el menguante consumo salarial, elconsumo rentista -la renta como expresión del derecho de propiedad sobre activos revalorizados por la financiarización- es uno de los pilares del mecanismo de reproducción del capitalismo actual.

Como describe Jorge Beinstein:»El aparente «circulo virtuoso» había mostrado su verdadero rostro: en realidad se trataba de un círculo vicioso donde el parasitismo financiero se había expandido gracias a las dificultades de la economía real a la que drogaba mientras la cargaba de deudas cuya acumulación terminó por enfriar su dinamismo lo que a su vez bloqueó el crecimiento del globo financiero».

Toda la maquinaria de la deudocracia moderna, sostenida al alimón por la banca central y el sector financiero privado, encaja, como anillo al dedo, con la mencionada arquitectura de parasitismo rentista característica de la demediada realidad presente del sistema de la mercancía.

El creciente refinamiento de los mecanismos de la expropiación financiera, que arrambla con fracciones crecientes de la riqueza social, no refleja más que la creciente necesidad predatoria del capitalismo neoliberal ante, como señala la cita inicial de Nadal, el fracaso de «dimensiones históricas» del entramado clásico de la acumulación de capital de la fase fordista de los «treinta gloriosos». Lo que no debemos olvidar es que, como señalan amargamente las lúcidas palabras de Nakatani: «Lo importante es que estos procesos afectan diariamente a la gente; aumenta la tasa de explotación laboral, las jornadas de trabajo, los recortes en la seguridad social, la asistencia médica y la educación; una parte importante de la remuneración de los capitales, en el casino global, es fruto del trabajo humano.

Blog del autor: https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/

Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?El-timo-de-la-deuda-soberana-II