Prometeo, el titán que proveyó a los hombres de las herramientas para prosperar, dotándolos del fuego y el saber robados a los dioses, dio el ser por este acto de insumisión. Hubo una negación y esto es lo que importa: «no nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros» (J. P. Sartre). Fue rebelión ante el poder absoluto, por amor a la especie humana, que también recibirá como legado la imposición de hacerse, la de proyectarse, formularse los proyectos entre los cuales deberá elegir, elegirse. Libertad y responsabilidad son las condiciones de posibilidad. Para el citado filósofo, libertad y ser humano son una y la misma cosa. Y es la voz de Franz Fanon, también: «la cosa colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera».
Pero si habitamos, como propone Castoriadis, la «época del conformismo generalizado«, si distintiva de esta época es la «retirada al conformismo» custodiada por el individualismo y la despolitización, esta es una época, un mundo donde el gesto prometeico vive (sobrevive) constantemente amenazado, si acaso llega a manifestarse. El «repliegue de cada uno en su pequeño círculo personal» lo coloca en el laberinto. Poderosa imagen es la que nos suministra Joan Solé del laberinto del Minotauro en su versión novelada del mito: un complejo de diseños cuadrangulares, circulares, espirales y arboriformes capaz de frustrar y extraviar cualquier inteligencia y de ese modo instalar total desesperanza; y un único ocupante «estable», condenado a no ver otra cosa (a excepción del inalcanzable cielo) que no sea su propia imagen en la superficie bruñida de los muros.
La conquista de la subjetividad es el triunfo del sistema: libertad, rebeldía, autonomía, solidaridad, justicia desaparecen del imaginario social. Es el triunfo del capitalismo, que al colonizar nuestra subjetividad al decir de José P Feinmann, elimina nuestros proyectos, nuestro futuro más propio. El capitalismo, que avanza sobre la naturaleza, los cuidados y la política, hizo pie en la subjetividad de los individuos. La conquista de la subjetividad por el capitalismo conduce al fascismo. La expresión capitalismo rampante sugiere una imagen bastante a propósito: el león u otro animal «cuando está en el campo del escudo de armas con la mano abierta y las garras tendidas en ademán de agarrar o asir«. Traduce actitud triunfante, pero no la del que después del triunfo se procura alivio de los trabajos, sino la del poder que se quiere, incansablemente, poder siempre más. Que el capitalismo prosperó en todo el orbe es a esta altura indiscutible, precisamente por este impulso aparentemente indetenible.
El Poder, que es económico y comunicacional, político y judicial, ha operado su revolución, un modelo de socialización y trabajo, una sociedad edificada sobre la base de la precariedad que es la experiencia cotidiana de las mayorías populares, empujadas a los márgenes para habitar la desesperanza. El Poder, en su faceta comunicacional, que hace que el común de la gente «sea hablada» por grandes grupos económicos, con la mediación de diversas instancias de difusión: universidades, institutos varios, ONGs, oligopolios mediáticos, etc. Y en esto consiste la colonización de la subjetividad: eliminada la facultad de reflexionar críticamente (por distracción, saturación, «fake news», etc.), el emisor -aunque crea, de buena fe, estar expresando su íntima convicción a propósito de algo- no hace otra cosa que eco. Terreno fértil para el logro mayor: a la lucha de clases, al enfrentamiento entre opresor y oprimido, a la represión sucede la seducción y el trabajador oprimido se transforma en trabajador autoexplotado que interiorizó la figura del empresario. Así acontece una «natural» subordinación al sistema de gobierno, según Byung-Chul Han.
Prometeo había provisto a los hombres del progreso material, y en la versión de Platón, es el mismo Zeus -el que le impuso el cruel castigo- el que los hace capaces de vivir en comunidad. Platón explica que el conocimiento aportado a nuestra especie por Prometeo (el lenguaje, la construcción de vivienda, los alimentos del campo…) no era suficiente porque cuando se reunían, los hombres, al carecer del arte de la política, se atacaban unos a otros. Entonces, «para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad» Zeus les envió el sentido moral y la justicia: la posibilidad de una vida auténticamente humana. Pero ese no parece ser el sendero que transita gran parte de la humanidad. La posibilidad de una vida auténticamente humana está cada vez más lejana. Más aún, la vida misma está amenazada.
La respuesta a la degradación en el orden de lo ecológico, lo económico y lo social, lo cultural y lo político solo puede -y debe- ser política. Porque es la política la que tiene por objetivo promover la vida en todas sus manifestaciones, una vida cualitativamente mejor. El reformismo debe ceder paso a la transformación capaz de satisfacer las necesidades y expectativas populares. Las mayorías populares deben dejar de ser sujetos pasivos de transformaciones que están fuera de su control y las afectan profundamente, y convertirse en los sujetos que impulsen los cambios necesarios para que la justicia se convierta en el principio moral rector de la vida en comunidad y de la relación de nuestra especie con las restantes formas de vida, y de esa manera asegurar la posibilidad de «ligaduras acordes de amistad».
Y si la política, inficionada también ella por el capitalismo, se muestra carcomida por el cinismo y la corrupción, pues a reinventarla y desde abajo, sabiendo que se requerirá quizás más de una generación para advertir los cambios que indiquen que se va en el camino correcto.
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