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Ballenas azules

El torpedo que rompe el orden mundial

Fuentes: Revista Torpedo

La revista Torpedo empieza su camino precisamente en un momento histórico, social y político en el que todo lo sólido se resquebraja. La materialización de este hecho se presencia en la decadencia del orden mundial tal y como lo conocíamos desde la II Guerra Mundial, lo que implica una ruptura con la cultura dominante hasta […]

La revista Torpedo empieza su camino precisamente en un momento histórico, social y político en el que todo lo sólido se resquebraja. La materialización de este hecho se presencia en la decadencia del orden mundial tal y como lo conocíamos desde la II Guerra Mundial, lo que implica una ruptura con la cultura dominante hasta el momento. En este sentido, podríamos decir que el torpedo es más un momento o una situación que un artilugio en sí mismo. Parafraseando la famosa frase de Antonio Gramsci, el torpedo es ese elemento de ruptura o de crisis en el que «lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no acaba de morir». No obstante, todas estas descripciones no dejan de ser afirmaciones abstractas, algo que procedemos a concretar en las próximas líneas.  

¿Dónde empieza todo? Siguiendo a Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi, desde el siglo XV la historia del sistema mundial o sistema-mundo viene marcada por ciclos sistémicos de acumulación, esto es, ciclos económicos dirigidos por una potencia hegemónica. En dichos ciclos, existen dos etapas, una inicial de expansión material y una final de expansión financiera. La primera se centra fundamentalmente en la inversión en la esfera productiva, en la que se crea la riqueza realmente existente. Esta etapa llega a sus límites en el momento en el que el capital acumulado no se puede reinvertir con una rentabilidad suficiente, esto es, cuando nos encontramos ante una crisis de sobreacumulación. En ese contexto, el capital, que se caracteriza fundamentalmente por perseguir siempre espacios de rentabilidad, se orienta hacia los canales financieros, dando lugar a una enorme expansión de los mismos. Como hemos afirmado, la riqueza realmente existente se crea en el ámbito productivo, por lo que la esfera financiera está intrínsecamente relacionada con la productiva y cualquier deslindamiento entre ambas tiene que ser necesariamente temporal. De este modo, las etapas de expansión financiera suelen ser mucho más caóticas, inestables y con recesiones recurrentes.  

Asimismo, todo ciclo sistémico de acumulación está enmarcado en una estructura hegemónica, esto es, una determinada correlación de fuerzas congelada en una amalgama de instituciones, una determinada cultura y una forma de ver el mundo que impera y dirige a la sociedad en una dirección concreta, todo ello bajo la batuta de una potencia que actúa como hegemón. Aquí, la hegemonía se entiende en términos gramscianos, es decir, esta sería el poder adicional del que goza un bloque dominante para hacer pasar su propio inter é s particular por el inter é s universal de la sociedad. Este liderazgo se consolida y fundamenta con esas instituciones y esas formas de ver el mundo, de leyes y de relaciones de poder que conforman un orden compacto e imponen ciertas reglas de juego. Como podemos observar, el término de hegemonía sobrepasa el concepto utilizado habitualmente en las relaciones internacionales, como pura dominación, pues el liderazgo del que goza una potencia, en este caso, se caracteriza por incluir una dualidad entre el consentimiento legitimador y el poder duro como telón de fondo. En este sentido, siguiendo el hilo argumental del párrafo anterior, la decadencia de las hegemonías está relacionada con las etapas de expansión financiera, en la que se alcanzan los lí mites de poder geoeconómicos y geopolíticos, aunque también culturales e ideológicos. Pues bien, desde el siglo XV, hemos vivido tres órdenes mundiales hegemónicos: El liderado por Países Bajos, posteriormente por Gran Bretaña y, desde los años cuarenta, el actual liderado por Estados Unidos.  

Después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en el motor principal de la acumulación de capital a nivel mundial, así como en el director de las reglas de dicho proceso. Así, la nueva potencia hegemónica dominaba en el ámbito productivo, con las empresas punteras en tecnología, en el comercio, en las finanzas y en el ámbito militar. La configuración del nuevo orden hegemónico, que precisa de una congelación de estructuras institucionales de la nueva correlación de fuerzas y dominio a nivel mundial, fue liderada por EE.UU. mediante los acuerdos de Bretton Woods, la creación tanto del Banco Mundial como del Fondo Monetario Internacional y la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.  

Con estos pilares se establecieron los marcos imperantes en el ciclo sistémico de acumulación estadounidense, en los que se delinearon las trazas para el comercio y el desarrollo económico, para a su vez intentar mantener la estabilidad económica a nivel mundial. En primer lugar, con los acuerdos de Bretton Woods se configuraba un orden financiero mundial con el dólar como moneda de reserva internacional mediante un sistema de tipos de cambio fijo y de convertibilidad en oro. En segundo lugar, el FMI y el BM se establecían como coordinadores del crecimiento económico y la expansión del libre comercio en todo el mundo. En tercer lugar, la OTAN servía como marco de seguridad militar para la contención del poder contrahegemónico de la Unión Soviética en el mundo. De esta forma, el bloque histórico formado en esta etapa se sustentaba en la hegemonía de EE.UU. que ampliaba su poder internacional con las alianzas de Europa y Japón como potencias regionales, ambas englobadas en el marco político internacional que actuaba como sustento estructural legitimador y ampliador de dicha hegemonía, creando un contexto de suma positiva entre países.  

Mediante esta configuración, los EE.UU. no creaban únicamente un marco de contención de la Unión Soviética, sino que impulsaban una legitimidad cultural dentro del bloque occidental capitalista y un liderazgo hegemónico basado en instituciones multilaterales internacionales. De esta forma, má s all á del poder duro, la potencia estadounidense lograba así asimilar el rol de líder moral e intelectual, fundamental en cualquier orden hegemónico que genere consenso. La idea del sueño americano empezaba a imponerse como meta del individuo occidental, esto es, la noción de un ser racional, emprendedor, egoísta y ajeno a la sociedad que tenía todas las posibilidades de triunfar a su alcance, idea que se radicalizaría en la d é cada de los ochenta. Además, en el aspecto socioeconómico, esta etapa se caracterizó por la estabilidad financiera mediante un cierto control de capitales a nivel mundial, el auge de las políticas keynesianas, estados proteccionistas, salarios relativamente elevados y la creación de estados del bienestar más o menos fuertes.  

Después de varias décadas de expansión material, en los años setenta entramos en una etapa de transición que se caracterizó fundamentalmente por la ruptura del patrón oro-dólar que imperaba en el sistema monetario internacional desde los inicios de dicha hegemonía. As í, durante aquella d é cada, se gestaban las bases de la expansión financiera que se viviría a partir de los años ochenta, como señala Wolfgang Streeck: «Ahora los Estados estaban localizados en los mercados, y no los mercados en los Estados». Esta nueva expansión se cimentaba en tres pilares. El primero era la libre flotación del dólar, que proporcionaba a EE.UU. un poder adicional que le permitía evitar restricciones macroeconómicas tales como el déficit público o el déficit en la balanza por cuenta corriente. El segundo, las políticas neoliberales caracterizadas por los ajustes salariales, el control estricto de la inflación y del gasto público, así como por la privatización del sector público y la liberalización de los sectores comerciales y financieros. El tercer pilar es la financiarización de la economía, es decir, un aumento considerable del peso de las finanzas en la economía, que venía empujada por los dos elementos anteriores y que facilitaba una vía de escape a la crisis de la expansión material.  

Concretamente, en las últimas tres décadas hemos vivido una expansión de los canales financieros de la economía, hecho que se puede constatar simplemente atendiendo a varios datos. Por ejemplo, observando la economía estadounidense, si el crédito al sector privado como porcentaje del PIB representaba un 87% en 1970, en el año 2007 significaba el 206% del PIB; la capitalización bursátil pasó de un 41% del PIB en 1975 a un 13 7% en 2007; la participación en los beneficios totales del sector financiero pasó del 20 % al 40 % entre la d é cada de los ochenta y la de los dos mil. A nivel mundial, los activos financieros (sin incluir los derivados) crecieron anualmente más del doble de la inversión no financiera o del PIB per cápita entre 1982 y el 2004. En este contexto, en los países de la OCDE, la deuda de las familias aumentaba mientras la participación de los salarios en el PIB cayó 10 puntos entre la d é cada de los ochenta y la de los dos mil. En efecto, todos los sectores de la economía estaban directa o indirectamente afectados por la progresiva financiarización de la economía.  

Este hecho hace que a principios de la década del 2000, el régimen de acumulación de EE.UU., en pleno auge de su etapa de expansión financiera, empieza a mostrar los primeros síntomas de debilidad con el descalabro de la burbuja puntocom, los atentados de las torres gemelas y la invasión de Afganistán e Irak. En este punto, el poder hegemónico de EE.UU. se debilita, evidenciando una deflación de poder, transformándose cada vez más en lo que en relaciones internacionales se denomina hard power o, en términos gramscianos, hegemonía sin consenso, esto es, pura dominación, un elemento fundamental para entender la decadencia de cualquier orden político, pues, al fin y al cabo, cuando el ropaje del consenso y la legitimidad se rompen, el poder duro queda al desnudo. En consecuencia, este proceso se acelera con la crisis económica del 2008 y con su reverso social, las manifestaciones que comienzan en el 2011, como las revueltas árabes, el 15M en España o posteriormente el Occupy Wall Street. El descontento de las clases populares y de las clases medias a lo largo del globo a causa del empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población tienen una determinada transformación política en función del contexto local, regional y geopolítico. El mundo comienza a experimentar distintos fenómenos políticos impensables hace una d é cada, como son las guerras de Siria, Ucrania o Yemen, o las victorias electorales de Trump, Syriza o el brexit. Con todo, el mundo entra en una fase de caos sistémico, en la que el orden de posguerra liderado por EE.UU. tiene problemas para regir frente a potencias como China o Rusia, algo que se manifiesta en la pugna militar, institucional y comercial. Así, tenemos como ejemplo la batalla en Siria y Ucrania entre Rusia y EE.UU., las tensiones entre la propia potencia americana y china en el Pacífico, las iniciativas de gran calado como el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura o la Nueva Ruta de la Seda por parte del país asiático o el propio fracaso de los tratados de libre comercio liderados por EE.UU. como el TTP o el TTIP, en un intento de restaurar su dominio comercial y financiero.  

Dentro del análisis puramente económico, observamos que, pese a los discursos grandilocuentes de recuperación económica a nivel internacional, simplemente con observar varios datos, vemos cómo estamos lejos de tal recuperación. Por ejemplo, el último análisis financiero del FMI, muestra cómo los niveles de deuda a nivel internacional siguen siendo preocupantes, incluido el motor de crecimiento de las últimas décadas, China, que se encuentra inmersa en una escalada de deuda insostenible. Todo ello en un momento en el que las autoridades de los Bancos Centrales comienzan a plantearse subidas de los tipos de inter é s y reducir o eliminar las políticas de expansión monetaria que han sostenido de manera artificial la economía ante tales niveles de deuda. En este contexto de baja productividad e inversión, reducidos niveles de rentabilidad y altos porcentajes de deuda con respecto al PIB, todo indica que una reducción de la rentabilidad en EE.UU., ya sea por la subida de precio del petróleo o por la imposibilidad de renovación de deudas ante la subida de tipos, vuelva a sumir al sistema capitalista internacional en una nueva crisis.  

Por lo tanto, vivimos en un momento histórico en el que las viejas estructuras hegemónicas levantadas en Bretton Woods no permiten un liderazgo firme y consensual ni una base sólida para asegurar un relanzamiento del ciclo económico. As í, las características que representaron el último ciclo económico (1980-2007) siguen siendo las mismas en la actualidad y los problemas de deuda privada y pública, de débil inversión as í como de reducida rentabilidad, siguen acuciando incluso en mayor medida que al comienzo de la crisis. Mientras tanto, China y Rusia emergen como actores de peso que reclaman una reconfiguración del orden mundial, aunque por el momento no existe una alternativa fuerte a la vieja estructura. En los próximos a ñ os, seguramente décadas, veremos una intensa pugna entre las principales potencias para ejercer una mayor influencia en la creación del edificio que represente el nuevo orden mundial. Históricamente, la pugna llevada a cabo en etapas de caos sistémico siempre derivaba en una guerra a escala mundial (las últimas fueron la I y II guerras mundiales). Este hecho nos hace pensar en una nueva guerra a gran escala que resuelva la pugna llevada a cabo en este caos sist é mico, aunque a diferencia de otras etapas similares, como fue la de los años treinta, en este momento histórico nos enfrentamos a los límites del planeta. Encerrados en un sistema que precisa crecer indefinidamente para sobrevivir en un planeta finito, afrontamos una paradoja irresoluble, los propios límites físicos del globo.  

Siguiendo a Karl Polanyi, pionero en la teorización antropológica de este fenómeno en la é poca de la expansión financiera británica, la fase que estamos viviendo se caracteriza por lo que é l denominaba utopía de libre mercado, donde el propio sistema necesita mercantilizar cada vez más las relaciones sociales, más esferas de la vida, a la vez que promueve de forma creciente el individualismo. Sintetizando la idea de Polanyi, en este caso la organización social está supeditada al sistema económico, a su autorregulación, algo que es llevado hasta sus últimas consecuencias, tocando el nervio antropológico del ser humano: «Permitir que el mecanismo de mercado dirija por su propia cuenta y decida la suerte de los seres humanos y de su medio natural, e incluso decida acerca del nivel y de la utilización del poder adquisitivo, conduce necesariamente a la destrucción de la sociedad». En esta afirmación profundiza César Rendueles al describir nuestro contexto: «No ha existido nada parecido al proceso de subordinación al mercado de todas las relaciones sociales típico de nuestro tiempo. No hay sociedades en las que la institución del mercado se haya apoderado de esta manera del resto de relaciones sociales. Y esta subordinación ayuda a explicar las características y limitaciones de otros rasgos de la modernidad».  

En este sentido, la necesidad del propio sistema de mercantilizar las relaciones sociales hasta el extremo deriva en una mercantilización radical de la fuerza de trabajo, algo que llega a mezclarse con la propia mercantilización del ser humano. De esta forma, como afirma el filósofo Carlos Fernández Liria, podríamos decir que el propio sistema de autorregulación precisa no solo de crear subjetividad, sino de crear sujetos, algo que choca de frente con el nervio antropológico del ser humano como ser social, destruyendo instituciones que generan sociedad. En definitiva, todas estas luchas constituyen el estallido, la vuelta atrás de la sociedad reprimida, de la sociedad individualizada. El ejemplo más crudo de esta decadente descripción es el desplazamiento forzado al que se ven sometidas setenta millones de personas refugiadas y desplazadas en todo el mundo, lo que sin duda hace que el concepto de vida líquida que utilizaba el filósofo Zygmunt Bauman cobre más fuerza que nunca.  

En definitiva, el mundo de posguerra ya no existe, la realidad que conocemos está cambiando de forma acelerada, rompiéndose y no hay vuelta atrás. Muchos autores señalan que volvemos a los años treinta pero, en aquel periodo histórico, el planeta no conocía los límites físicos que ahora tiene que afrontar. Parafraseando a Bruce Ackerman podríamos decir que nos ha tocado vivir una é poca caliente de la historia, pues el futuro del planeta está en disputa.

 

Fuente: https://www.revistatorpedo.com/avistamientos/ballenas-azules/orden-mundial/