A la escritura se le supone el poder de convertir lo más banal, rutinario e incluso tedioso en algo «artístico» y por lo tanto digno de ser admirado, es decir, leído. Una teoría que por norma general no suele verse traslada a la práctica de forma tan habitual como se supondría. Una realidad que todavía […]
A la escritura se le supone el poder de convertir lo más banal, rutinario e incluso tedioso en algo «artístico» y por lo tanto digno de ser admirado, es decir, leído. Una teoría que por norma general no suele verse traslada a la práctica de forma tan habitual como se supondría. Una realidad que todavía queda más en evidencia cuando nos encontramos con un libro como «La mano invisible» de Isaac Rosa.
Esta obra en cuestión cuenta con una singularidad que llama poderosamente la atención, y es que una buena parte de su contenido está dedicado a ilustrar el trabajo, pero no desde un punto de vista metafísico o reflexivo, sino desde el de mostrar la pura labor, la tarea pura y dura, esa en principio tan alejada de los «mundos culturales».
Se trata de una idea complicada y arriesgada de llevar acabo y que el escritor andaluz la desarrolla utilizando una narración densa, con muy pocas pausas, construido a base de enormes párrafos de los que desaparecen los nombres propios y los diálogos en estilo directo. En definitiva, convierte la narración en grandes bloques de letras que tirando de habilidad lingüística consigue algo tan, a priori, complicado como es que no resulte para nada plomiza ni falta de agilidad.
Las curiosidades de «La mano invisible», título con referencia clara a la famosa frase de Adam Smith y convertida en dogma de fe para el liberalismo económico, no acaban aquí. El contexto en que se nos presentan las historias que la forman es del todo rocambolesco. Se trata de una función en la que día a día el público asiste a ver cómo desarrollan sus tareas los trabajadores, cada uno en su respectivo oficio, todos ellos de ese tipo que se suele denominar de baja cualificación (albañiles, carniceros, teleoperadoras, etc..).
Este planteamiento hace que por un lado quede en evidencia lo banal de un espectáculo así, a pesar del éxito de crítica y público, que prescinde de cualquier mirada crítica y que asiste a la representación de la «realidad» de una forma totalmente aséptica. Por otro lado el escritor consigue crear un microuniverso en el que focalizar su mirada y en el que confluyen todos los aspectos que se dan en el mercado laboral: explotación, tedio, rutinas, luchas jerárquicas, etc…
En el transcurso del libro, por medio de las reflexiones de los trabajadores (tanto en lo referente a su estado actual coma a sus anteriores experiencias laborales) y del propio desarrollar de sus tareas, se va creando una visión sobre el significado del trabajo, y la manera en que este expresa, en un mundo capitalista.
Cada personaje tendrá sus peculiaridades y formas diferentes, en definitiva, de afrontar su situación. Desde aquellos que encuentran este extraño «teatro» como un mal menor hasta los que no aguantan la situación, eso sí, casi todos ellos tendrán en común la conciencia de ser individuos explotados pero a la vez una nula capacidad para luchar juntos y cambiar esa condición.
Si hay una característica común en los libros de Isaac Rosa es su dedicación en superar una mirada o lectura superficial de los aspectos que trata. Muy al contrario intenta sumergirse en ellos para llegar a una reflexión más profunda. Esta última novela no es una excepción, y aunque en un principio su opción es mostrar las vivencias de unos trabajadores específicos, esto se irá transformando en toda una mirada, lúcida y angustiosa por momentos, del papel que el trabajo ha llegado a tener en nuestra actual sociedad.
Fuente: http://www.tercerainformacion.