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Gabriel Loza Tellería

El trabajo, ¿un factor más de producción?

Fuentes: Rebelión

En mi nuevo libro: Más allá del PIB: el otro desarrollo, analizo que los límites del desarrollo basado en el crecimiento del PIB y en el descontrolado  cambio tecnológico con sus efectos adversos en el bienestar, en la precarización del trabajo y en el riesgo climático, ha impulsado la búsqueda del “otro desarrollo”, centrado en el bienestar pluridimensional que equilibre el crecimiento económico inclusivo con el medio ambiente y con la realización en el trabajo.

En este artículo me concentro en las conclusiones relativas al trabajo remarcando que fue en los pensadores clásicos como Smith, Ricardo y Marx el determinante principal de la creación del valor del producto y de la riqueza de una nación. Fue con John Stuart Mill que se posesionó como un “requisito de la producción”, es decir como un factor de producción más junto al Capital y la Naturaleza. Encontró que el costo del trabajo estaba en función de la eficiencia del trabajo, el salario y el costo de los bienes necesarios para su alimentación. Sin embargo, en el ideal del estado estacionario se esperaba «un cuerpo de trabajadores bien remunerados y ricos…y el “adelanto industrial producirá su legítimo efecto: el de abreviar el trabajo humano”. Marx le rebatió señalando que ese no era el objetivo de la tecnología sino la de generar una mayor plusvalía.

Para los neoclásicos, el trabajo siguió siendo un factor más de producción y su remuneración en función de su productividad marginal; en cambio, para Keynes, el estado ideal en el futuro sería aquel donde la jornada de trabajo baje a 15 horas semanales y sea de tres días laborables.

Los modelos de crecimiento con Robert Solow, siguieron con el trabajo como factor de producción, pero dio más importancia a la acumulación del capital y la tecnología, mientras que para los modelos endógenos en la función de producción agregada de la economía se sustituye el factor trabajo por el factor capital humano, y se  mantiene la tecnología y el capital físico, de tal manera que el crecimiento de la economía también va a depender de la cantidad de capital humano asignado al sector de investigación y desarrollo. Así, pasa a lugar secundario el trabajo de la función de producción así como la preocupación por el pleno empleo de la fuerza laboral, por lo que la tasa de desempleo no sería un problema central ni tampoco la desvalorización del trabajo y la sobrevaloración al capital humano asignado al sector investigación. El elevado crecimiento podría seguir indefinidamente a medida que se junta cada vez más gente muy calificada y que “A medida que surgen los límites, los superamos con más I + D”.

El problema es que el cambio tecnológico tiende a sustituir y desplazar el trabajo no es reciente y se remonta a la primera revolución industrial cuando los obreros querían destruir los telares (los ludditas) y, siguió con la segunda revolución industrial con la tecnología mecánica. Marx relievó el desarrollo de las fuerzas productivas, pero también la tendencia al empobrecimiento de los trabajadores dada la función del ejército de desempleados para mantener bajos salarios y que, solamente en la sociedad socialista, existiría el máximo desarrollo de las fuerzas productivas sin entrar en contradicción con las relaciones sociales de producción. Según Handel (2022) con la tercera revolución en los 50s y 60s se argumentó igualmente que las computadoras y la automatización industrial podrían conducir a pérdidas masivas de empleos, situación que no ocurrió dadas las altas tasas de crecimiento y bajas tasas de desempleo. Sin embargo, la preocupación por el impacto de las computadoras en los trabajos resurgió a fines de la década de 1980 debido a que la nueva tecnología favorecía cada vez más a los trabajadores más educados, el llamado cambio tecnológico sesgado por las habilidades, puesto que la propagación de las microcomputadoras reducía la demanda de trabajadores menos calificados. Pero cuando las brechas salariales dejaron de ampliarse a fines de la década de 1990, la atención se centró en la posibilidad de que la disminución de la demanda de mano de obra iba a afectar a los empleos de calificación media más que a los trabajos de baja calificación porque sus tareas eran más codificables y programables.

Siguiendo a Handel (2022), los recientes avances a partir de 2005 en robótica e inteligencia artificial (IA) han planteado la posibilidad de un desplazamiento generalizado de puestos de trabajo en un futuro próximo, habiéndose estimado que un 47% de los empleos de los EEUU estaría amenazada por el riesgo de automatización entre 2010 y 2030, empero encuentra que no hay evidencia empírica que apoye a este punto de vista.

En contraste, la nueva narrativa del otro desarrollo plantea una revalorización del trabajo de la mujer y del trabajo en general, la reducción de la jornada laboral y una mejora del ambiente laboral.  Para el “joven Marx” el trabajo era la realización de las facultades físicas y mentales por lo que el ideal de sociedad sería aquella donde el trabajo no sería un medio para sobrevivir sino el fin mismo de la actividad humana. La tendencia actual no solo es a “la gran renuncia” sino también a la “renuncia silenciosa”, puesto que los jóvenes buscan cada vez más flexibilidad y propósito en su trabajo, además de equilibrio y satisfacción en sus vidas rechazando el estilo de vida de vivir para trabajar. Las personas prefieren elegir un equilibrio y una vida más alegre, de manera que su identidad y autoestima no esté ligada a su productividad laboral.

Así, el otro desarrollo no solo postula una sociedad en armonía con la naturaleza sino en la cual se de una plena realización y satisfacción en el trabajo, donde no seas un medio para conseguir el bienestar material, para sobrevivir sino un fin, de realización plena.

Gabriel Loza Tellería, economista boliviano, exministro de Planificación del Desarrollo de Bolivia y fue director del Banco Central.

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