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El traje rebrillado de César Vallejo

Fuentes: Rebelión

La escritora Laura Restrepo dice sobre la precaria situación económica que el poeta César Vallejo vivió en París que «pese a sus nombre de emperador romano fue indio y pobre hasta la raíz del pelo, con su traje rebrillado a punta de plancha.» Y lo del traje rebrillado me ha quedado en la memoria como […]

La escritora Laura Restrepo dice sobre la precaria situación económica que el poeta César Vallejo vivió en París que «pese a sus nombre de emperador romano fue indio y pobre hasta la raíz del pelo, con su traje rebrillado a punta de plancha.» Y lo del traje rebrillado me ha quedado en la memoria como un dardo. Es el dardo social, ese del que todos formamos parte, aunque a veces no nos demos por enterados.

Vallejo se fue de su Perú a sufrir y morir en París; no porque no sufriera ( y viviera) en su tierra, sino porque la capital francesa ayer-como hoy-ha iluminado los sueños de muchos escritores. Como también llaman Berlín, Madrid o Nueva York. Ciertas ciudades, como espejismos, convocan a dar el salto. Y los poetas, en un intento de fuga interior, aceptan la invitación y dan el paso dispuestos a descubrir los infiernos ajenos.

Vallejo vivió y murió pobre (y hambriento, falto de comida, no de poesía) en París; todavía su cuerpo permanece en el cementerio de Montparnasse con más pena que gloria. Sospecho que la grandeza de su obra aún circula por los subterráneos tanto europeos como latinoamericanos. Y eso no debe extrañarnos en estos días donde reina el menosprecio (y la frivolización) a la sensibilidad. Enrique Vila-Matas me decía que «hemos enterrado bajo capas de tierra todas las rosas del mundo. Quienes intentan rescatarlas (a las rosas) a través, por ejemplo, de la poesía, lo pasan muy mal.»

Y muy mal lo pasó César Vallejo («Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé.» Los heraldos negros), devorado por la miseria de la superficie. Y por los subterráneos siguen transitando muchos poetas en este siglo XXI del desarrollo tecnológico. Poco ha cambiado el trato que se le da a los artistas. La maldición sigue pesando sobre sus almas sensibles. Incluso, corren tiempos más duros para el ejercicio artístico libre. ¿Cuántos, como Vallejo, no estarán descendiendo a los infiernos de la sobrevivencia por no aceptar maquillar su talento con las tendencias editoriales de moda? Otros, como Rimbaud, tal vez opten a la fuga. Saramago asegura que «cuando se ridiculiza la bondad la única conclusión es que se justifica la delincuencia.» Y por algo, cada vez más protagonizan las noticias los monstruos sociales y no los poetas. No imagino un noticiero que entre sus titulares incluya que el 19 de enero se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Edgar Allan Poe; o recomiende «El jardín devastado», la nueva novela de Jorge Volpi, o destaque la utilidad de las palabras de Vila-Matas (las conversaciones privadas sólo interesan cuando pueden dañar). Qué difícil (parece ser) es informar (o educar) para la sensibilidad. Sin embargo, muy abajo, entre ratas, cucarachas y mendigos (el hombre siempre de último, como en las noticias), la belleza continúa buscando su espacio natural: la vida.