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El «tranvía» de la destrucción sigue su camino

Fuentes: Rebelión [Imagen: El presidente Bolsonaro saludando a sus seguidores durante el acto golpista del 7 de septiembre en Brasilia. Créditos: Marcos Corrêa/PR. Fotos Públicas]

Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez

En este artículo la autora analiza los actos que se desarrollaron en Brasil el 7 de septiembre y concluye que la única salida es la movilización continua en las calles.


El presidente del país sigue gobernando según la lógica del factoide, imitando a su ídolo, Donald Trump. Parece no haberse dado cuenta de lo que aconteció allá, en la matriz que tanto ama. La táctica del factoide no dio los resultados esperados. Trump fue derrotado estrepitosamente. Por aquí, los profesionales del marketing que trabajan para el presidente continúan promoviendo la misma cantinela, que, visto lo visto, solo sirve para animar a su público cautivo. Eso fue lo que se vio.

Los llamados a “liderar” la anunciada invasión del STF y a cortar la cabeza del magistrado Alexandre Moraes fueron detenidos, por lo que responderán ante la justicia y probablemente serán abandonadas para que se salvan como puedan. Miles fueron a Brasilia armados de la esperanza de que los comunistas finalmente serían eliminados –física y políticamente-. Los audios y vídeos que circulaban por la red bolsonarista, llamando a aprovisionarse de comida, medicinas, agua y a cerrar las ventanas porque la cosa sería estruendosa, eran impresionantes. No fue tal cosa. Lo que se vio fue una pifiada, que apenas sirvió para animar a la hinchada para otro “mañana”. El golpe sería aplazado y todo quedó en un susto al magistrado, quien no volverá a ser obedecido “bajo ninguna circunstancia”.

Los seguidores más obstinados volvieron para casa aún bajo el efecto de la catarsis, listos para la nueva embestida que vendrá cuando el presidente los convoque de nuevo. Otros volvieron desilusionados. Esperaban el apocalipsis, aunque en el momento en que la policía actuó, muy gentilmente, de hecho, grabaron vídeos desesperados en medio de la confusión, gritando que era un absurdo que la policía les impidiese llegar al STF. Extraña gente ésta, que pide dictadura sin llegar a entender lo que eso puede significar.

Brasil esperó el desarrollo de los acontecimientos. Unos con miedo, otros comiendo palomitas frente a la televisión y una gran parte en lucha, en los actos de protesta contra la carestía de la vida y la falta de un gobierno para enfrentar los grandes dramas nacionales como el hambre y las crisis hídrica y energética. Las redes de televisión dieron visibilidad a las manifestaciones de los dos lados y fue posible evaluar con bastante información los dos frentes de batalla. Los actos pro-gobierno fueron grandes en São Paulo y Brasilia, pero también dejaron claro quién son sus aliados, en su mayoría una clase media alta que no es capaz de ver los efectos que las políticas del gobierno provocan sobre esa misma clase media alta. Por otro lado, en las columnas de las protestas, estaban los trabajadores organizados, la juventud, los estudiantes, los sin-tierra, los sin-techo, en fin, aquellos que siempre estuvieron en la lucha. La lucha de clases bien definida en las calles.

El jefe de gobierno, que tiene más de 100 pedidos de impeachment en el Congreso, hizo lo que sabe hacer. Estiró la cuerda un poco más. Hasta ahora ha nadado sin problemas, sin que nada o nadie le pusiese trabas. Las llamadas instituciones democráticas hacían oídos sordos a sus ataques a la Constitución y permitían que la rueda de la economía siguiese girando en favor de la clase dominante. Los trabajadores siguen estando atacados, las privatizaciones siguen, el agronegocio manda y todo parece bien. La judicatura pesca pececillos mientras el líder del banco de peces sigue tranquilo. Nada le toca. La fascisitización del gobierno es chic en las altas esferas.

El 7 de septiembre fue una fantasmada. Mostró que el gobierno perdió apoyo y solo mantiene su reducto inicial formado por ultraconservadores y reaccionarios de pura cepa, así como otros que ingenuamente creen en las mentiras difundidas hasta la extenuación sobre el comunismo y blablablá. Pero, aun así son un grupo que hace mucho barullo y en sistemático estado de agitación. Las fuerzas de izquierda, las institucionalizadas, actuaron con timidez. Como siempre, son los trabajadores los que se mueven más allá de los líderes. Ellos saben que muy poco tienen que perder yendo a la lucha en las calles. Por eso van.

La aprobación del presidente cae en picado. Pero, todavía tiene cartas en la manga, no nos engañemos. Mientras la burguesía nacional no se desvincule de él, continuará estirando la cuerda para garantizarse un nuevo mandato. El bando de los del piso de arriba aún está ganando muchos cuartos y ve como muchas de sus propuestas antitrabajadores siguen su trámite en el Congreso Nacional. Para ellos, todo va como la seda.

La batalla real tendrá que darse en las calles. Y los trabajadores organizados deben dar la talla.

Grito de los Excluidos (07/09/2021) en Porto Alegre.
Créditos: Maí Yandara. Fotos Públicas

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autora, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.