En el mes de julio de 2103, un trágico tsunami, de características similares al que asoló Tailandia en 2004, casi un siglo atrás, barrió las costas del norte de África mostrando especial virulencia en la ciudad de Melilla. El periodista, filósofo y también vendedor de naranjas 2096 Jr., hijo del también periodista y filósofo danés […]
En el mes de julio de 2103, un trágico tsunami, de características similares al que asoló Tailandia en 2004, casi un siglo atrás, barrió las costas del norte de África mostrando especial virulencia en la ciudad de Melilla. El periodista, filósofo y también vendedor de naranjas 2096 Jr., hijo del también periodista y filósofo danés 2096, relataba así los hechos acaecidos en la ‘plaza’ española:
«La irrupción del tsunami en Melilla, donde ha tenido su máxima fuerza devastadora, se produjo a las diez y cuarto de anoche cuando, a pesar de que mucha gente paseaba por la ciudad, prácticamente nadie miraba el mar, excepto una niña de nueve años que observó cómo las aguas se retiraban muchos metros de la costa y recordó que aquel fenómeno natural encajaba con lo que ocurre antes de un tsunami.
La niña avisó a sus padres y estos corrieron a su vez la voz entre los melillenses que encontraban por la calle. El pánico cundió sobre todo entre los ciudadanos que andaban por la calle y no encontraban un portal abierto en el que resguardarse o un árbol al que trepar, de modo que echaron a correr hacia la valla que separa Marruecos de Melilla con la intención de alejarse lo máximo posible de la costa y así poder salvar la vida.
La policía, alertada del peligro inminente, avisó del suceso por megáfono a la ciudadanía, rogándole que abandonase las calles y trepase por donde pudiese, cuanto más alto mejor, o bien que se dirigiese al llamado ‘el Pueblo’ o ‘la Ciudadela’, fortificación antigua de la ciudad. Pero la mayoría de la gente optó por huir en dirección a la valla, que lamentablemente permanecía en aquel momento electrificada, y las puertas no habían conseguido abrirse.
Cuando minutos más tarde se escuchaba el rugido de la mortífera ola, desde una torre de vigilancia se había conseguido desactivar la tensión eléctrica de la valla, pero la apertura de las puertas se resistía. Según fuentes militares, el mecanismo de apertura de las puertas necesitaba de la autorización de un mando militar que en aquel momento no se encontraba presente, ni tampoco localizable.
Miles de melillenses trepaban la doble valla en un intento desesperado por salvar la vida. El monte Gurugú, en territorio marroquí, parecía la única escapatoria. El clamor de la ola, a lo lejos, hacía insoportable el ascenso de la valla. Muchos caían al suelo desde lo alto presos del pánico. Otros morían aplastados por sus propios conciudadanos. Otros morían desollados a causa del alambre espino.
Unos doscientos melillenses lograron cruzar la valla, muchos malheridos. Tres mil seiscientos cuarenta, según el último recuento oficial, quedaron atrapados entre los hierros. La fuerza del agua terminó por rematarlos como en un colador gigante. Los doscientos supervivientes tuvieron que correr hacia la falda del monte del otro lado de la valla mientras el agua del mar, la potente ola, corría cerca, destruyendo cuanto se cruzaba en su camino.
Esta mañana las autoridades marroquíes han devuelto a los supervivientes españoles al otro lado de la valla. En el último año han perecido cerca de doce mil europeos, sobre todo españoles, tratando de cruzar el Estrecho -o saltando la valla- en busca de una vida mejor en el continente africano. Marruecos, que desde finales del siglo veintiuno es una de las grandes potencias mundiales, restringe de manera estricta el paso de una población europea hambrienta y desarraigada.
El caso del tsunami es tan sólo un ejemplo de lo indigna e inhumana que resulta la valla marroquí para Europa».
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