Loyola de Palacio, hermana de aquella otra insigne mujer aznariana que pronosticó que la invasión de Irak nos iría muy bien porque bajaría los precios del petróleo (¡qué gran pitonisa se perdió Exteriores!), ha tenido una explosión genética de similar alcance. Se cayó el Comandante en Santa Clara y ella, ante un grupo de periodistas […]
Loyola de Palacio, hermana de aquella otra insigne mujer aznariana que pronosticó que la invasión de Irak nos iría muy bien porque bajaría los precios del petróleo (¡qué gran pitonisa se perdió Exteriores!), ha tenido una explosión genética de similar alcance. Se cayó el Comandante en Santa Clara y ella, ante un grupo de periodistas en Bruselas, acaba de decir: «Todos esperamos que Castro se muera cuanto antes. No digo que lo maten, digo que se muera, porque dudo que cambie mientras viva».
La monja-alférez, como un día la bautizó tan adecuadamente Alfonso Guerra, es capaz de simultanear las funciones de Comisaria de Transportes y Energía (sólo le falta el correaje para parecer una Comisaria de verdad) con otros muchos puestos, como el de Vicepresidenta de la Comisión Europea responsable de Relaciones con el Parlamento Europeo y, en fechas recientes, el de presidenta del Consejo de Política Exterior del Partido Popular durante el último congreso de dicho partido, celebrado a comienzos de octubre en Madrid. Suponemos que este último e importante cargo lo gestionará por videoconferencia, aunque a juzgar por las declaraciones hechas sobre sus más íntimos deseos hacia Castro, seguramente es de banda estrecha (la videoconferencia, claro).
Es posible que en los círculos teológicos del ala conservadora de la UE -donde doña Loyola comparte mesa y mantel ideológico (no queremos añadir colchón por respeto a los colchones) con otros Comisarios (¡hay que ver cómo le han secuestrado el nombre y la principal actividad purgante al extinto comunismo!), tales como el ínclito Buttiglione, ese mismo que soltó aquello de que «el matrimonio es para que la mujer tenga hijos bajo la protección del hombre»– estén deliberando ahora, en conciliábulo, si desear la muerte ajena es lo mismo que esperar la muerte ajena y si al aclarar que «no digo que lo maten, digo que se muera», doña Loyola quedó exenta de pecado mortal y no tendrá que confesarse.
Ya sabemos que abortar es grave pecado y que la eutanasia, siquiera sea pasiva, también lo es. Pero en el caso de esperar la muerte de Castro quizá no lo sea: podría haber bula. Hay posibles precedentes, como la que el círculo de iniciados fervorosos de la UE podría haberle concedido a la monja-alférez respecto del mandamiento de que «tenga hijos bajo la protección del hombre». Dicen que esta bula se les puede a veces conceder a las mujeres singulares (no hay duda de que las plurales Loyolas son enormemente singulares) si se dedican principalmente a las elevadas tareas del Estado Mayor del tremendo cristo bendito que han contribuido a crear en la UE Comisarias de correajes pronucleares, las Juanas de Arco de la política exterior de tierra quemada.
Justo cuando el diputado Moragas venía devuelto de La Habana, donde había ido a buscar agujas en el pajar de las múltiples ignominias que se cometen allí contra los derechos humanos, yo acababa de criticar dicha política en El Inconformista Digital [1], porque no veía en la prensa domesticada a diputados-alféreces que viajasen con el mismo entusiasmo y fervor a visitar a los familiares de los asesinados y torturados de la cárcel de Abu Graib, o de Guantánamo, o de los presos condenados a muerte en EE.UU. (menores incluidos), o de los miles de asesinados anuales en Colombia por motivos políticos o por el grave delito de ser sindicalista, o de las víctimas de tantos y tantos crímenes que se cometen en cientos de países en nombre de la democracia. Simplemente no van a visitarlos porque ésos son nuestros hijos de… la democracia.
Me dice un buen amigo conservador: «Hombre, yo no soy partidario de la política del y tú más». Tiene razón. Admito en ojo propio la paja de Cuba, pero una vez hecho el doloroso ejercicio de sacármela, espero que algún diputado-alférez o alguna monja de correajes pronucleares se saquen también las enormes vigas de los suyos, las de los miles, millones de muertes, de asesinatos, de violaciones de derechos mucho más humanos que el de no permitirle a un diputado extranjero advertido que haga lo que le dé la gana en otro país. Y, de paso, espero que también manifiesten públicamente, delante de los periodistas, que desean la muerte de los «demócratas» de Colombia, de Guinea Ecuatorial, de Estados Unidos y de tantos otros líderes que violan derechos millonarios en vidas, de tal forma que si hubiesen podido cargarle a Castro el mochuelo de esas vidas, aunque sólo fuese una milésima parte, habrían justificado miles de cochinas bahías de Cochinos con monjas-alféreces o diputados-brigadas desembarcando, posiblemente hombro con hombro, con ese otro gran demócrata responsable de haber hecho explotar en vuelo un avión de Cubana de Aviación en 1976, juzgado y condenado en la corrupta democracia venezolana de antaño por aquel hecho de alevoso terrorismo que costó la vida a 72 inocentes, y que un gobierno corrupto dejó luego escapar a Miami, donde ahora disfruta de libertad y tribunas, muy cerca de ese otro adalid de la democracia electrónica programada y especialista en el ajuste fino del voto, Jeff Bush, el Gobernator, el Schwarzenneger de Florida, el hombre que durante su visita a España nos puso a todos en un verdadero suspiro democrático –este sí, pardiez– cuando pensó que se estaba dirigiendo al presidente de la República Española.
Cosas veredes.
Madrid, 22 de octubre de 2004.
[1]www.elinconformistadigital.com/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=1059&mode=&order=0