Dirán las crónicas que el día 13 de noviembre de 2010, mientras que un Madrid bajo la niebla se manifestaba en la Puerta del Sol contra los atropellos de Marruecos en el Sahara, moría Luis García-Berlanga y con él una etapa fundamental del cine español. En 1946 había llegado a Madrid desde Valencia, y en […]
Dirán las crónicas que el día 13 de noviembre de 2010, mientras que un Madrid bajo la niebla se manifestaba en la Puerta del Sol contra los atropellos de Marruecos en el Sahara, moría Luis García-Berlanga y con él una etapa fundamental del cine español.
En 1946 había llegado a Madrid desde Valencia, y en el hall de Industriales conoció a Bardem cuando ambos iban a hacer las pruebas de acceso al IIEC (Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas). Desde ese momento se gestaba el final de la hegemonía del cine de curas, santos y héroes patrióticos.
Había nacido en Valencia el día 12 de junio de 1921, en el seno de una familia de origen burgués y republicana oriunda de Camporrobles. Terratenientes cuyo poderío económico rayaba en el feudalismo. El apellido Berlanga que tanto lo identifica no le hubiera correspondido si no es por el oportunismo político en la historia familiar. Su abuelo, conocido político liberal del partido de Sagasta, diputado y senador de gran popularidad por conseguir la modificación de la «ley de alcoholes», llegó a ser presidente de la Diputación de Valencia. Afiliado posteriormente al Partido Liberal de Prieto y Melquíades, falleció fulminantemente mientras hacia campaña en la localidad de «Venta del Moro», achacándose a una peritonitis, pero la historia local y familiar apunta al envenenamiento, supuestamente confeso, de una de las cocineras que prepararon la comida de dicha jornada.
El partido ofrece a su hijo, José García Pardo, la posibilidad de rentabilizar el prestigio paterno presentándose como candidato con sus apellidos, lo que admite y consigue, no sin coste económico, pasando a llamarse José García-Berlanga y Pardo, y consiguiendo con facilidad el escaño pretendido a pesar de su poca ilusión por la política.
Entre su familia materna existe algún antecedente artístico relacionado con la música, el teatro y el cine. Parece que su tío, Luis Martí, pianista de cabaret en Barcelona, fue el autor de la primera película en valenciano: «La faba de Ramonet» (El tonto de Ramoncín), donde aparecía por primera vez en las pantallas un jovenzuelo que con el tiempo sería un gran actor: Ismael Merlo.
Inicia sus estudios en el colegio San José tutelado por los jesuitas, teniendo que marchar al poco tiempo con uno de sus hermanos al «Beau Soleil». Una especie de colegio sanatorio en Suiza, por las afecciones pulmonares que ambos padecían. Su regreso en 1931 coincide con el nacimiento de la Segunda República, por lo que tiene que estudiar en clandestinidad en el colegio Loreto, en las clases que habían montado los pocos jesuitas que quedaban, por la clausura de los colegios religiosos, teniendo que pasar a hacerlo en la Academia Cabanillas por la desaparición de éstos.
Cuando estalla la guerra cuenta quince años, y en la tranquila Valencia se dedica a leer y a ver cine. Pero tres meses antes de su conclusión es llamado para incorporarse a filas, en la 40 División del Ejército Republicano, pero su influyente familia le consigue un puesto en la retaguardia. Un Coronel amigo lo reclama como ayudante de botiquín, por lo que termina la guerra sin tener que disparar un solo tiro.
Terminada la contienda su padre es condenado a muerte por haber sido Gobernador republicano, por lo que marcha a Rusia con la División Azul a intentar redimirle, como cuenta junto a Luis Ciges en el documental «Extranjeros de si mismos». Aunque hasta él expresa contradictorias ideas sobre las intenciones reales de tal voluntariado. Lo que si parece es que tampoco allí tuvo que disparar, aunque pasó mucho miedo y mucho frió sobre una torre de vigilancia cerca de Stalingrado.
No tardó mucho en volver a Valencia, a cuyo regreso le regalan el titulo del inconcluso bachiller en uno de esos «exámenes patrióticos» de los que habla Forges en «Los Forrenta», y que tanto daño hicieron a este país titulando a estudiantes nacionales por los años perdidos. Aun así no logra librarse de la «mili» siendo destinado a Cartagena. Lo que no debe tomar con el debido interés, ya que diversos acontecimientos le hacen desertar al día siguiente y volver a Valencia bajo la protección paterna. Que de nuevo arregla el asunto con otro coronel amigo que lo cambia de destino.
Se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras, pero parece que fue más por jugar al fútbol en las instalaciones universitarias que por el interés de aprender. Dicen sus biógrafos que durante su juventud practicó varias actividades deportivas sin mucho éxito. Fue un mediocre velocista de 100 metros lisos y relevos 4×100. Ciclista amateur que llego a participar en una carrera de aficionados con una bici de paseo. Que dejó el juego de frontón porque le dolía la mano, y el tenis lo abandonó fulminantemente cuando el campeón de Valencia, Pepín Albiol, le gano de rodillas 6-0 y 6-0. ¡Vergonzoso deportista!
Incipiente pintor y crítico cinematográfico local, va tomando contacto con el mundo del cine en las tertulias que frecuenta en su Valencia natal, y en 1946 marcha a Madrid para matricularse en la primera promoción del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, situado en el edifico de la Escuela de Ingenieros Industriales junto al Museo de Ciencias. Lugar conocido como «Los Altos del Hipódromo», que tantas historias de horror hicieron correr de boca en boca de los tiempos de la guerra.
En 1951 realiza su primera película «Esa pareja feliz», en colaboración con su compañero y amigo Juan Antonio Bardem, alumno como él de la primera promoción del IICE, y aunque «huele a cocido» según la censura, se va afianzando como unos de los máximos exponente del «Nuevo cine español», llegando a mover las estructuras políticas de la cinematografía.
Sus próximos años están plagados de trabajos que hoy, casi 50 años después, son claras referencias sociales y cinematográficas: «Bienvenido Mr. Marshall», «Novio a la vista», «Calabuch», «Los jueves milagro», «Plácido» o «El verdugo», que aunque desfiguradas por la censura, logran ver la luz casi siempre con un poquito de retraso. Lo que no consiguen otras muchas que no logran traspasar los límites del papel donde están escritas.
También la inexperta Televisión Española de 1959 se lo impide. El proyecto de 36 capítulos que él tiene que supervisar, intranquiliza demasiado a los responsables del ente público que prefieren cosas menos comprometidas.
Acosado por la censura su segunda etapa de brillantez y proliferación se produce a partir de la llamada transición democrática. Pero en medio hubo un intento de hablar de las relaciones y obsesiones sexuales, de imposible realización este país como después se vería en 1969 con «Vivan los novios».
Rueda en Argentina en 1967 «La boutique» y en Francia en 1973 «Tamaño natural», tercera y última de las películas que por contrato le unen a Cesáreo González, sustituyendo por segunda vez «A mi querida mamá en el día de su santo», que de ninguna manera logra obtener el visto bueno de la censura.
«Tamaño natural» que tanto nos recuerda a «No es bueno que el hombre esté solo», incluso en el parecido físico entre Michel Píccoli y José Luis López Vázquez, narra la historia de amor entre un hombre y un maniquí. Su estreno no pudo efectuarse en España hasta octubre del 77 en Barcelona. Cuatro meses después lo haría en Madrid coincidiendo casi con el estreno de la primera de las entregas de la trilogía «Nacional»: «La escopeta nacional» donde arremete contra las caducas estructuras franquistas. «Patrimonio nacional» en 1980 sobre las expectativas que crea la monarquía, y por último «Nacional III» en 1982, en el momento de dominio político de los socialistas. A los que tira a degüello en 1993 en «Todos a la cárcel», en pleno apogeo de la»cultura del pelotazo».
En medio le dio tiempo a hacer algunas otras cosas. Entre las más importantes, un viejo proyecto sistemáticamente prohibido por la censura que hablaba de las estúpidas guerras, su inutilidad, y la distribución geográfico/ideológica a que el pueblo llano se ve sometido por quienes les organizan la vida, la miseria y la muerte. «La vaquilla», rodada por fin en 1984, nos hizo reír mucho y sentirnos tristes como el «Blasillo mesetario» de Forges.
Tras la victoria de la UCD (Unión de Centro Democrático) en las elecciones de 1977, José García Moreno le ofrece un año después el puesto de presidente de la Filmoteca Nacional aduciendo que es «un reducto franquista». Opinión que Berlanga no comparte y pide respeto para todos los puestos de trabajo, defendiendo que son personas entusiastas de su actividad, y aceptando el encargo.
Con la entrada de los socialistas cuenta que estando en un acto público se le acercó Javier Solana, Ministro de Cultura del primer gabinete de Felipe González, y abrazándolo aparatosamente farfullaba entre sonrisas: «Luis, Luis que alegría verte. Hoy he firmado algo tuyo…. ¿Qué era Pilar?». Y Pilar Miró, Directora General de Cinematografía, que sabía de lo que se trataba, con su sequedad característica y su infinito desprecio, dijo torciendo la boca: «Su cese.» Días antes la directora había hecho una propuesta «generosa» al realizador: o cumplir estrictamente el horario de 8 a 3 o marcharse.
Era el presidente de honor de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España desde 1987, y participó en la primera reunión que a tales efectos convocó el productor Alfredo Matas para su creación, junto a destacadísimos profesionales como Saura, Pepe Sacristán o Charo López.
También era el propietario del carné nº 1 del «Partido Anarquista Burgués Independiente», que seriamente de coña le adjudico su amigo y compañero Juan Antonio Bardem cuando tanto él como Cirilo Benítez, fracasaron en el intento de imbuirle los principios marxistas, recibiendo además las mofas del irredento alumno que cuando en aquellos finales de los 40 veía a alguien transportando un «somier» por las madrileñas calles les decía: «mira ese es del PCE».
Posiblemente ese era el Berlanga más reconocible. Aquel que firmaba con una «B», al igual que Bardem, los artículos que en «La Hora» del SEU escribían indistintamente el uno o el otro. Aquel que era capaz de dirigir al alimón aunque «oliera a cocido» como decían los censores, o aquel «tonto útil, colaborador de los comunistas» que decía Franco, y que era admirado y reconocido por público y colegas, como hoy lo ha sido sin distinción ideológica en la capilla ardiente montada en la sede de la Academia de Cine para su despedida.