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El viejo cuento de los mercaderes

Fuentes: Insurgente

Desafortunadamente, no ha cambiado para bien la situación que en el año 2001 este comentarista denunciaba con énfasis perdonable a quien siente piel adentro el aguijón de la injusticia. Al comienzo del milenio, florecía la venta internacional de armas, que sobrepasaba la cifra de ¡30 mil millones de dólares! También desafortunadamente los mayores culpables se […]

Desafortunadamente, no ha cambiado para bien la situación que en el año 2001 este comentarista denunciaba con énfasis perdonable a quien siente piel adentro el aguijón de la injusticia. Al comienzo del milenio, florecía la venta internacional de armas, que sobrepasaba la cifra de ¡30 mil millones de dólares!

También desafortunadamente los mayores culpables se mantienen en sus trece. El belicoso Israel, por ejemplo, sigue recibiendo los medios con que ha asolado al Líbano de manos del mismo Washington que, quién lo diría, se mesa los cabellos ante la adquisición por Venezuela de armas rusas para su defensa, y frente a la firme decisión iraní de desarrollar un programa de energía nuclear de uso pacífico, presentado por la Casa Blanca como búsqueda de artilugios de destrucción masiva.

Enardecía conocer que cada año se producían unas 300 mil muertes por armas de fuego en conflictos, y que otras 200 mil personas perecían en países calificados de pacíficos. El 55 por ciento de esos pertrechos estaba legalmente en manos de la población civil; el 41 por ciento pertenecía a las fuerzas gubernamentales; el tres por ciento a la policía, y el 0,2 a grupos paramilitares.

¿La ONU? Toda tímida ella. En voz de su secretario general, Kofi Annan, se pronunciaba no más que por «hacer algo». Algo contra el «simple» hecho de que las ligeras «son las armas de predilección en 46 de los 49 principales conflictos ocurridos en 1990», lapso en que coadyuvaron a «unos cuatro millones de muertes, el 90 por ciento de civiles y el ochenta por ciento de mujeres y niños».

En la actualidad, mantienen la condición de predilectas, al extremo de que «alrededor de 500 mil personas mueren anualmente víctimas de ataques con armas de pequeño porte», como leemos en una nota del colega uruguayo José Luis Martínez, quien nos informa que la infausta cifra representa «más del doble de las muertes por las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki». Muestra fehaciente de que para ser tal, la tragedia no siempre asumirá una dimensión discernible, aparatosa. A menudo lo desmesurado se da en diminutos sorbos constantes.

Asunto este cabalmente captado por un ojo avizor como el de Cuba, que ha acusado públicamente a los Estados Unidos de llevar a efecto una política de doble estándar, por promover mayores controles en países en conflicto en tanto rechaza cualquier amenaza al porte por sus ciudadanos de este tipo de armas- algunos de cuyos alijos, por cierto, van a parar «misteriosamente» a grupos terroristas que atentan contra la Isla-, fariseísmo que procura cincelar en la conciencia colectiva una supuesta diferencia ente «armas militares y armas civiles», como si el AR-15, de la Colt, por ejemplo, no fuera un fusil de asalto, aparte de ser empleado en la caza y otros menesteres «no bélicos».

Recordemos que, en contraposición militante a los intereses de entidades como la hercúlea Asociación Nacional del Rifle (EE.UU.), Cuba pronunció en cuanta tribuna le fue posible una verdad expuesta con claridad meridiana en su momento por Abelardo Moreno, viceministro de Relaciones Exteriores: «Es válido que el tráfico ilícito de armas se erradique totalmente, pero no sobre una base selectiva».

¿Cómo dar el visto bueno a unas armas, las llamadas ligeras, cuyo trasiego ilícito acapara, con alrededor de mil millones, el 25 por ciento del comercio global de armamento, ascendente a cuatro mil millones de dólares al año? Escandaloso estado de cosas que habrá de prolongarse mientras nadie -la ONU en primer término- ponga freno al empeño de naciones como los Estados Unidos, erigidas en el mayor importador y exportador oficial de armas pequeñas y ligeras: en el 2003 sus ventas sumaron 370 millones de dólares, y sus compras 623 millones….

Aunque, pensándolo bien -ya lo decíamos en el 2001-, podrían desaparecer pistolas, revólveres, granadas, morteros, rifles de asalto, ametralladoras, misiles antitanque -todas ellas, y muchas más, consideradas ligeras por las Naciones Unidas-, y gravitaría aún sobre la humanidad un peligro mayúsculo. Continuarían pendiendo sobre la existencia los «pesos supercompletos», atletas que únicamente se gastan las potencias. Los cohetes intercontinentales, los aviones y los cien mil recursos -entre ellos, los por venir- con que el mercado irrefrenado, hecho sistema, acostumbra a burlar la tranquilidad y la vida de miles de millones de seres en los cuatro confines del orbe.

Lo cual, por supuesto, no niega la importancia del primer paso, de luchar por evitar fatalidades como que 11 menores mueran al mes solo en el estado de Nueva York precisamente porque ciertos mercaderes hipotecan el alma en uno de los más «sagrados» derechos humanos. El derecho de portar un arma ligera.