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El viento frío del norte

Fuentes: The Hindu

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Viejos y conocidos peligros acechan por los rincones de Latinoamérica. Más de una década de esperanza -consagrada en los experimentos de Venezuela- parece haberse extinguido. La «marea roja» de las victorias electorales desde Venezuela a Bolivia y más arriba hasta Nicaragua parece haberse esfumado. La Vieja Derecha ha desechado los tonos estentóreos militares por el lenguaje melifluo de la anticorrupción. Los bolivarianos de Venezuela -el rostro actual de su izquierda- perdieron las elecciones parlamentarias, mientras Evo Morales en Bolivia no consiguió la enmienda de la constitución que le hubiera permitido un cuarto mandato presidencial. El electorado argentino rechazó a la izquierda peronista en favor de la derecha de los banqueros, mientras el gobierno brasileño de Dilma Rousseff sufre la hostilidad de las corporaciones de los medios de comunicación y del establishment conservador.

Pero no es la desolación lo que define al continente. En Perú, Verónica Mendoza, del Frente Amplio, consiguió credibilidad en la primera ronda de la contienda presidencial, mientras en Colombia las Fuerzas Revolucionarias Armadas se preparan para firmar un acuerdo de paz y para llevar su política a las urnas. Las instituciones creadas durante el momento álgido de la «marea roja», como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (una plataforma regional de comercio), teleSUR (una red regional de medios de comunicación regional), así como varias alianzas energéticas (Petrocaribe y Petrosur), siguen vivas y con razonable salud. Las nuevas corrientes políticas y estos alineamientos institucionales sugieren que la «marea roja» no va a poder despacharse fácilmente. Está incardinada en la imaginación de los pueblos de Latinoamérica y en las instituciones que se establecieron hace más de una década.

Estados Unidos se distrae con Iraq

Cuando Hugo Chávez de Venezuela y Evo Morales de Bolivia pusieron en marcha la Alianza Bolivariana en 2004, EE.UU. tenía puestos sus ojos en Iraq. La guerra global contra el terror, que entonces incluía falsamente a Iraq como campo de batalla, absorbía a la administración del presidente George W. Bush. Un intento de golpe contra el gobierno de Chávez en 2002 había fracasado como consecuencia de la corriente de apoyo popular hacia el gobierno venezolano. La izquierda latinoamericana se aprovechó de esta apertura -así como de los altos precios de las materias primas y de la demanda de China- para construir una plataforma alternativa, que denominaron bolivarianismo en honor de Simón Bolívar, el liberador de Latinoamérica del dominio español. El bolivarianismo creó instituciones para el desarrollo regional. El comercio desarrollado en la región en las monedas locales permitió a los Estados de la zona crear nuevos valores.

EE.UU., que considera a Latinoamérica como su patio trasero, continuó buscando oportunidades para socavar el bolivarianismo. En 2006, el embajador estadounidense en Venezuela, William Brownfield, desarrolló una estrategia para «dividir el chavismo» (los seguidores de Chávez) y «aislar a Chávez internacionalmente». En los cables del Departamento de Estado de EE.UU. aparecieron toda una serie de complots y estrategias, con los embajadores ofreciendo sus propios planes para desestabilizar a los gobiernos leales al proceso boliviariano. Poca cosa salió de ahí en los años de Bush. La economía de Sudamérica disfrutó del voraz apetito de China por las materias primas de precio elevado, y los beneficios obtenidos permitieron que esos países pudieran crear sistemas de bienestar social para mejorar las condiciones de vida de sus poblaciones.

Obama se va al sur

La crisis financiera de 2007-2008 hizo mella en la economía china, provocando un lento declive en los precios de las materias primas. Fueron necesarios varios años para que el impacto económico golpeara con ferocidad a Latinoamérica. La brusca caída de los precios del petróleo en 2008 frenó muchos de los programas sociales que se habían convertido en algo esencial de la dinámica bolivariana, señalando la debilidad del experimento contra el dominio occidental.

El gobierno del presidente Obama se centró intencionadamente en Latinoamérica. La oportunidad surgió en 2009 con el golpe de Estado en Honduras contra el gobierno de izquierdas de Manuel Zelaya. Obama reconoció al nuevo gobierno respaldado por los militares. Eso abrió la puerta a una posición agresiva vis-à-vis con los Estados latinoamericanos. La presidencia de Ollanta Humala en Perú (2011) y la segunda presidencia de Michelle Bachelet en Chile (2014) -pertenecientes ambos de forma ostensible a la izquierda- atrajeron a miembros del gabinete aprobados por los banqueros que se apresuraron a hacer las paces con la hegemonía estadounidense. La muerte de Chávez en 2012 implicó que los bolivarianos perdieran a su campeón más carismático. El impacto del golpe en Honduras y la muerte de Chávez se dejaron sentir a lo largo de toda la columna vertebral de Latinoamérica. EE.UU., se decía, ha vuelto.

El arraigo de las viejas élites

Los gobiernos de izquierdas en Latinoamérica dependían de la exportación de caras materias primas. El dinero obtenido de esas ventas proporcionaba a los gobiernos de la región los fondos necesarios para programas esenciales de bienestar social. Brasil, por ejemplo, luchó decididamente contra el hambre y la desesperación a través de los planes de Fome Zero (Hambre Cero) y Bolsa Família (Asignación Familiar). Lo que no pudieron conseguir los gobiernos fue socavar el poder de las viejas elites sobre la economía ni construir nuevas bases de producción en la región. Cuando los fondos se secaron, los programas de bienestar social sufrieron las consecuencias. Se disponía de pocas fuentes alternativas de ingresos. Volver a los mercados financieros internacionales puso a estos países en una situación de dependencia, lo que tuvo un impacto político propio.

Las viejas élites de Latinoamérica mantuvieron su potestad durante el período de preponderancia de la izquierda. Están estrechamente vinculadas con el ejército y con las embajadas estadounidenses. Los cables del Departamento de Estado de EE.UU. -publicados por WikiLeaks– proporcionan una ventana a la intriga dentro de esas embajadas. En Bolivia, un diplomático estadounidense se reunió con el estratega de la oposición Javier Flores y con el líder de la oposición Branko Marinkovic, con los que estuvo hablando de la voladura de gaseoductos y de la preparación de actuaciones violentas para desestabilizar el gobierno de Evo Morales. Con objeto de ayudar a la oposición derechista en Nicaragua, la embajada de EE.UU. confiaba en hacer que «los fondos fluyeran en la dirección correcta». Estas conspiraciones desarrollaban la confianza de las élites y sus asociados. Esperaban el momento oportuno para golpear.

Cayendo en la violencia

La debilidad económica facilitó la oportunidad. Por todo el continente, desde Chile a Brasil, empezaron a aparecer noticias sobre corrupción en los gabinetes de los gobiernos. Ninguno de esos medios de comunicación había mostrado anteriormente interés alguno por la corrupción, ni tampoco habían destacado nunca las historias de corrupción entre la vieja élite o los partidos políticos a los que favorecían. Fue el Partido de los Trabajadores en Brasil y el Partido Socialista de Chile los que sintieron el cálido aliento de la hipocresía. Los adinerados de Brasil y Venezuela tomaron las calles, arrastrando con ellos a sus clases asociadas. Los elementos de una supuesta primavera latinoamericana aunaron esfuerzos y dejaron que el Departamento de Estado de EE.UU. diera nombre a tal «Revolución», ¿cómo iban a llamarla? ¿Revolución Tango o Revolución Bossa Nova?

Una violencia peligrosa contra los dirigentes a nivel local se convirtió en algo común. En Venezuela, en una semana del mes pasado, dispararon a sangre fría contra tres dirigentes: el alcalde Marco Tulio Carrillo de La Ceiba, el diputado César Vera del Consejo Legislativo de Tachira y el activista Fritz St. Louis, vinculado con la comunidad de inmigrantes haitianos. En la puerta de al lado, en Brasil, una semana después, dos activistas del Movimiento Rural de Trabajadores sin Tierra (MST), Leomar Bhorbak y Vilmar Bordim, murieron asesinados en una embocada, mientras el presidente de la rama Mogeiro del Partido de los Trabajadores, Ivanildo Francisco Da Silva, era asesinado en su casa. Estos nombres se incorporan a una larga lista de activistas locales de izquierdas que están siendo asesinados uno tras otro. El objetivo es intimidar a los activistas.

Así pues, no es de extrañar que la veterana dirigente izquierdista y senadora nacional Lucía Topolansky, del Frente Amplio del Uruguay, advierta de una «operación de desestabilización» en marcha en Latinoamérica. «Nuestros países han vivido días muy oscuros de la dictadura, seguidos de una oleada neoliberal que ha hecho también mucho daño al pueblo», dijo. La senadora Topolansky señala: «Ahora que los procesos democráticos estaban empezando a consolidarse, aparece una oleada de desestabilización». Los dirigentes y activistas de la izquierda, desde México hasta Chile, comparten esta sensación. Sienten que el frío viento del norte se ha unido a las ambiciones de sus viejas élites.

Hay bolsas de resistencia izquierdista que permanecen intactas. Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, Salvador Sánchez Cerén en El Salvador y desde luego Evo Morales en Bolivia dirigen gobiernos que luchan por mantener una agenda progresista. El ambiente trabaja en su contra, pero parece que sus gobiernos están luchando por no apartarse de programas de izquierdas.

El dirigente del Movimiento de los Sin Tierra Pedro Stédile sugiere que las fuerzas progresistas de toda Latinoamérica no van a doblegarse ante las derrotas de sus gobiernos o ante la agresión de las viejas élites. La confianza en la lucha de clases sigue siendo alta, como se vio cuando el MST y otras fuerzas de izquierda tomaron las calles para defender al gobierno dirigido por Dilma Roussef. Las viejas élites no quieren reconocer la consolidación de movimientos de masa como el MST, no es tan fácil romperlo como derrocar a un gobierno. No hay estómago en Latinoamérica -incluso entre las viejas élites- para invocar la violencia contra los movimientos de masas. Tendrán que vivir con ello. Lo que significa que no van a poder capturar a la sociedad de la misma forma en que pueden tomar un palacio presidencial.

Vijay Prashad es director de Estudios Internacionales en el Trinity College y editor de «Letters to Palestine» (Verso). Vive en Northampton. Su libro más reciente es «No Free Left: The Futures of Indian Communism» (New Delhi: LeftWord Books, 2015). Su próximo libro se titulará «The Death of a Nation and the Future of Arab Revolucion».

Fuente: http://www.thehindu.com/opinion/lead/leftist-governments-in-latin-america-the-chill-wind-from-the-north/article8467564.ece

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión como fuente de la misma.