En este 50 Aniversario del Parlamento Latinoamericano sería muy útil para nuestros pueblos comprometernos por rescatar lo nuestro, lo verdaderamente latinoamericano y caribeño: ya que un solo color es digno, el color del corazón, del amor al prójimo y de la solidaridad internacional. Nuestra postmodernista humanidad es una víctima inocente de la criminal inoculación malintencionada […]
En este 50 Aniversario del Parlamento Latinoamericano sería muy útil para nuestros pueblos comprometernos por rescatar lo nuestro, lo verdaderamente latinoamericano y caribeño: ya que un solo color es digno, el color del corazón, del amor al prójimo y de la solidaridad internacional.
Nuestra postmodernista humanidad es una víctima inocente de la criminal inoculación malintencionada por parte del imperialismo global de muchos antivalores culturales presentes en la conciencia colectiva, los cuales son diseminados viralmente en las masas a través de la acción cotidiana y sistemática de los medios de manipulación y desinformación, así como también por parte de la pujante industria del entretenimiento; siendo consciente, inconsciente o subconscientemente y de manera impune asimilados por nuestros sistemas educativos y culturales que los difunden y los reproducen en toda la sociedad, y que nosotros mismos esparcimos por contagio social directo, siendo parte de los procesos de alienación mental que se esconden detrás de los planes para lograr la dominación económica mundial.
Entre todos estos antivalores, están presentes de una manera más difusa y aparentemente inocente los antivalores de belleza física y espiritual, antivalores éticos y estéticos, que nos alejan cada vez más de nuestra propia idiosincrasia, conduciéndonos incluso a graves crisis existenciales; para empujarnos así a consumir productos de «belleza» de la industria cosmética o aditamentos de vestir y de bisutería, obteniendo una sensación de felicidad haciéndonos creer que así nos acercamos más a estos patrones impuestos desde una falsa belleza centroeuropea, entre los que predominan los peores patrones de la vergonzosa discriminación racial.
El racismo como un antivalor cultural predominante.
El racismo es una de las formas ideológicas de la discriminación humana más antigua y más extendida en todo el mundo, este se basa precisamente en que la clase dominante en una sociedad asume como valores superiores y normales ciertas características étnicas y de belleza física de sus orígenes de clase, denigrando de toda otra tipología humana que se aparte del patrón establecido por ellos. Una vez que se establece ese patrón racial de dominación es manipulado para la discriminación de los grandes sectores populares, de forma tal de disminuir o anular los derechos de los dominados al goce y ejercicio de éstos en los aspectos sociales, educativos y culturales, evitando que puedan acceder a las libertades políticas y económicas, que son reservadas para la élite racial del patrón estético o norma de belleza establecido por ellos mismos en su dócil entrega al adoctrinamiento y reglas establecidas por el imperialismo.
Nuestras sociedades inmersas en la dinámica de los mercados de consumo, son mantenidas dentro de la manipulación y alienación de nuestros propios valores étnicos naturales, -donde por ejemplo hasta el surgimiento en Bolivia del Presidente Evo Morales Aima, los propios pueblos originarios bolivianos siendo mayoría numérica absoluta de la población aceptaban inocentemente que ellos eran inferiores al blanco caucásico, alejándolos así de su legítimo derecho a la participación política para conducir los destinos de su patria-; dándose como aceptados los valores racistas impuestos por el modelo blancoeuropeo de dominación, siendo aceptado el patrón hegemónico de belleza establecido por la dominación occidental eurocentrista bajo un modelo físico escultural del hombre y de la mujer «europeos», denigrando así de la diversidad de nuestra propia belleza física presente en todos los elementos estéticos biológicos naturales que conforman nuestra composición pluriétnica, producto de la mezcla genética durante el mestizaje colonial, la cual continuó luego con la inmigración recibida durante las crisis cíclicas de la economía capitalista causantes de las 2 guerras mundiales y de los actuales conflictos bélicos inducidos por el imperialismo en África, Asia y Europa.
Es así, como nuestras sociedades inocentemente están inmersas dentro de los valores inoculados de la discriminación racial, y estos son reproducidos hasta de manera involuntaria en nuestras relaciones sociales diarias, cuando incluso en la creciente industria de las novelas de nuestra propia televisión latinoamericana y caribeña se reproducen las ilusiones de como los blancos y las blancas son quienes más éxitos obtienen en sus relaciones personales, en sus relaciones de pareja, en los negocios, en el trabajo, en todo lo que nos venden como patrones del falso éxito capitalista, de la falsa prosperidad social, del manejo del poder político y la acumulación individual de riquezas y bienes de consumo.
Lo mejor del caso, es que incluso en nuestro lenguaje común utilizamos las palabras blanco y negro, impregnadas en sí de un altísimo contenido de discriminación racial, ya que nadie en el mundo es realmente de color blanco ni de color negro, pero así es como se simplifica el racismo, desconociendo incluso que todos los seres humanos tenemos diversos matices de coloración de nuestra piel, de ojos y de cabello; y automáticamente afirmamos el sofisma de que algunas personas son de color, aceptando que alguien pueda ser superior por no ser de color; que yo sepa nadie es transparente como para aceptar este tipo de usos inadecuados en nuestro vocabulario y lenguaje común. Por lo tanto, por ahora es imposible lograr que nuestras sociedades no sean racistas, ya que este es un antivalor cultural arraigado que tiene una larga presencia en nuestro acontecer diario, siendo necesaria la promoción de un proceso de revolución cultural enfocada en recuperar nuestros propios valores éticos y estéticos.
Precisamente detrás de los planes de dominación económica y control de nuestros recursos naturales, están enmascarados los planes de destrucción de nuestros propios valores étnicos y culturales como un primer paso de la dominación mental permisiva a la inoculación de valores foráneos, los cuales son introducidos a través los falsos patrones de la moda y de la belleza física que nos imponen a través de muy incisivos mecanismos de inoculación viral a través de unos bien estudiados patrones exógenos como los de la barbie y el ken, o algunos mucho más denigrantes de todos los valores humanos como los del más actualmente extendido comic japonés de los géneros del anime, el manga y el hentai, con la consiguiente venta de todos los productos innecesarios de un mercado de consumo suntuario y artificial de las grandes transnacionales de las industrias textil, del calzado, de los productos cosméticos y farmacéuticos tanto de belleza como de dietas, así como de los costosos tratamientos estéticos y de las cirugías plásticas para dejar de ser como somos para parecernos a lo que jamás seremos.
Sucumbimos así, sin darnos cuenta a la transformación de nuestros futuros ciudadanos, al vil y cruel envenenamiento de las mentes de nuestros niños y jóvenes ante esos patrones impuestos de una supuesta belleza física y de una falsa felicidad espiritual, en los cuales vienen inmersos los antivalores raciales, quedando condenados al mercado de consumo que nos haga sentir mejor de lo que somos para poder alcanzar lo que el capitalismo burgués nos vende como el éxito y la felicidad individual. Ya que también, nos han acostumbrado a creer como cierta la realidad virtual que nos imponen por intermedio de una fastuosa imagen de efectos visuales y sonidos envolventes muy subliminales (excelente, eficaz y eficiente instrumento de engaño), donde únicamente las personas que puedan parecerse a dicho patrón de belleza externa e interna lograrán disfrutar de los lujos, lujurias, placeres y orgías, inmersos en el mundo de los excesos en licores, dinero, drogas, poder y toda una larga serie de perversiones.
Estos patrones de belleza externa, aunque no nos demos cuenta se basan en la discriminación racial, nos establecen todo un complejo patrón de colores de piel, ojos, cabello, labios, uñas, ropa, accesorios, etc; pero además nos establecen también patrones raciales menos evidentes como son los perfiles del rostro, de la nariz, de las cejas y pestañas, la forma de los ojos, de los labios, de las orejas, tipos de cabello aceptables, incluso la belleza pasa también por patrones de mayor profundidad corporal como lo son la estatura, la complexión, la delgadez, la forma y el tamaño de los brazos, de las piernas, de los senos, de los glúteos, en fin de todo lo que sea inhumanamente posible modificar a través un módico, no tan módico, o incluso muy oneroso costo económico. Exigiéndonos incluso caer en lo humanamente imposible, ya que para aumentar este incontrolado mercado del consumismo antinatural, se nos presentan intencionalmente patrones de belleza que mezclan características de un origen étnico con otro contrapuesto, de manera de obligarnos a soñar con un cabello rubio y crespo a la vez, o con una tez morena y cabello negro completamente liso, obteniendo un eterno cliente para ciertos productos que modifican tu naturaleza étnica para adaptarla al patrón dado. Configurando también así el negocio redondo de la obsolescencia programada de los patrones de belleza por intermedio de los cíclicos cambios que nos impone la cambiante moda desde los centros estéticos del «jet set» internacional.
En el fondo nos venden poder alcanzar una supuesta felicidad virtual, cuando lo que se logra en verdad es llevarnos a un estado de completa frustración interna que nos mantiene pendientes y cautivos de intentar siempre de llegar a ser lo que no somos, anulando todos nuestros valores culturales originarios y cercenando la posibilidad real de alcanzar la felicidad, nos sumergen en un estado de inferioridad alienante que no nos permite superarnos en nuestra propia formación de la conciencia política e ideológica; es la castración del ser humano a ser uno mismo, lo que nos convierte en cualquier tipo de piltrafa que puede ser manejada al antojo de los peores intereses económicos y nefastos del poder.
La felicidad humana solo podrá alcanzarse una vez que nos liberemos colectivamente de todos esos antivalores culturales que nos fueron impuestos, y que nos demos cuenta que cada individuo posee su propia belleza física y espiritual solo por el hecho de vivir en paz y en libertad con sus propios valores étnicos y culturales, y que debemos de amar al prójimo tal como es, comprendiendo nuestra hermosa diversidad natural pluriétnica y multicultural, la verdadera belleza está precisamente en esa amplia gama de colores, de sabores, de sonoridades, de tonalidades, de olores, de tamaños, de proporciones y de formas, de costumbres y de expresiones culturales, de idiomas, características que nos hacen a cada cual únicos sobre la faz de la tierra, y que nos diferencian del otro que es nuestro igual en los mismos derechos y deberes para coexistir en paz y en armonía, con el debido amor al prójimo y la necesaria solidaridad internacional.
Lo que les puedo asegurar es que para poder alcanzar esta máxima del humanismo de respetar a nuestros iguales tal como son, debemos acabar con el sistema capitalista que nos divide y oprime, y avanzar en la construcción del socialismo para lograr un mundo mejor, donde desaparezcan las discriminaciones de todo tipo, de clase, de género, de origen étnico, de edad, de nacionalidad, de creencias religiosas, de nivel de estudios, de tipo de trabajo (físico o intelectual), etc.
Es en este sentido que urge acordar cambios en nuestros sistemas políticos, jurídicos y de gobierno, para abocarnos a la necesaria construcción de un nuevo sistema educativo liberador del conocimiento, formador del nuevo ser humano libre de patrones alienantes, forjador de la esperanza de convivencia pacífica para la construcción colectiva de la paz mundial, el respeto mutuo, la tolerancia, la visión cosmogónica que nos permita la supervivencia de la especie humana y el desarrollo del Vivir Bien («Suma Qamaña» del Aymara, o «Sumak Kawsay» del Quechua), en armonía con nuestro entorno natural, respetando todos los Derechos Universales, los Derechos Humanos, el Derecho de la Tierra (la Pacha-mama), el Derecho del Agua, el Derecho del Aire, los Derechos de los Pueblos, el Derecho de Autodeterminación, el Derecho de Libertad, el Derecho de Soberanía, el Derecho de Independencia, el Derecho de la Paz Mundial, y el Derecho de la Vida. Donde ningún interés político o económico hegemónico pueda pasar jamás por encima de ninguno de estos Derechos Universales, como pretende lograr el imperialismo a través de la privatización del conocimiento y a la privatización de la vida natural, pretendiendo poder ejercer libremente mecanismos jurídicos en el derecho privado internacional para patentar la genética de los organismos vivos, en su criminal pretensión de dominar el mundo pisoteando incluso los más elementales Derechos Universales en su perverso afán de monopolio económico.
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