La vida gris, término que tomo prestado de la novela La Isla, de Aldous Huxley, es una especie de virus social que nos ataca sigilosa y silencionamente por varios frentes convirtiéndonos en pasivas máquinas consumistas de necesidades inventadas, incapaces de percibir las propias ni las de nuestros seres amados. Las alarmas saltan cuando la apatía […]
La vida gris, término que tomo prestado de la novela La Isla, de Aldous Huxley, es una especie de virus social que nos ataca sigilosa y silencionamente por varios frentes convirtiéndonos en pasivas máquinas consumistas de necesidades inventadas, incapaces de percibir las propias ni las de nuestros seres amados. Las alarmas saltan cuando la apatía nos ha transformado en seres anómicos sin rumbo y podemos incubar la astuta enfermedad en nuestro entorno laboral y social, en nuestra familia o en nuestros corazones sin percatarnos de que nos devora poco a poco. Me extenderé en estos tres últimos ámbitos:
En primer lugar, creemos tener en ciertos momentos electorales la sartén de esta plutocracia por el mango, optando entre un socialismo liberal que ayuda a los bancos a saquear a los débiles, una derecha ansiosa de poder (jodernos), una esperpéntica izquierda autodenominada radical empeñada en vendernos la idea de que el comunismo es compatible con la Monarquía y la Economía de Mercado, y otros partidos que a escalas nacional, autonómica y local no acostumbran a salirse del dibujo. Me hace gracia, de igual forma, buena parte de esa orgullosa «mayoría silenciosa» de abstencionistas que se vanagloria de ser la primera fuerza del país, sin darse cuenta de que cumplen con el primer mandamiento del sistema: Aléjate del poder y muéstrate apático ante sus manifestaciones.
En segundo lugar, por preservar una posición laboral determinada sonreímos ante las impertinencias de ese malnacido de enfrente que abusa de su poder porque tenemos una familia que alimentar y una hipoteca que mantener por varias décadas. Hay directivos incapaces de rebajar las grises tonalidades del entorno de trabajo a pesar de que resulte más enriquecedor para la empresa y sus trabajadores; Unos ignorantes que se consideran más que sus empleados porque alguien pudo costearles unos estudios, porque heredaron un patrimonio familiar o porque temporalmente fueron ascendidos a la infinitud de los cielos de su pueblo natal como concejales de no-se-qué… ¡Pobrecitos!
En último lugar, destaco la apatía en lo personal y nada mejor para describirlo que tomar como ejemplo el comportamiento que observé de una pareja adulta hace unos meses mientras tomaba un café en un restaurante; Al tomarles nota el camarero, él miraba de reojo a otro cliente, esperando ansioso que devolviese a la barra el periódico deportivo para agazaparse sobre él y consultar las declaraciones sobre la jornada de liga sin ser consciente de que su compañera, con hierática mirada puesta en el cielo a través de la ventana, contemplaba las nubes levemente desplazadas por el viento con suaves golpes, como los de la vida gris. Engulleron en silencio, que no saborearon, cada uno su plato y repentinamente apareció un fugaz atisbo de comunicación entre los dos para preguntar: «¿Nos vamos?», «Sí, yo he terminado», y se marcharon del local, posiblemente a la búsqueda de otro espacio en el que encasillarse como meros consumidores de necesidades ajenas… Durante ninguno de los treinta minutos que permanecieron como clientes hubo una sola conversación salvo el fugaz e incómodo diálogo anterior. Pienso que el entrenador de fútbol podría haber esperado a que ella terminase de coger la mano a su acompañante, apretar sus dedos mientras le miraba a los ojos y compartir el mayor bien (des)preciado como es SU tiempo… Ninguna lágrima se deslizó por la mejilla de aquella mujer al salir por la puerta, posiblemente porque la resignación años atrás ya cumplió su cometido.
Pero nunca es tarde. Algunos llegan a despertar de esa vida gris y se dan cuenta de que han estado desaprovechando varias décadas con una actitud vacía, sin sentido y totalmente controlada por otros. Perciben a posteriori la infelicidad de sus parejas cuando permanecían como espectros frente a la pantalla de la televisión -como sus vecinos-, aburrieron a sus compañeros de trabajo con sus soporíferos chistes y lamieron el culo de esos vanidosos monstruos que les dirigían. Esa chispa provoca en ocasiones reacciones imprevisibles: Encontramos a los que se autoflagelan por ese pensamiento impuro, también los que pierden su «cordura» y deciden acabar con su existencia, aunque también hay quienes empiezan a tomar las riendas de una vida que les pertenece por el simple hecho de haber nacido. Son pecadores, porque pecador es aquel que no sigue los pasos de otros, y les animo a continuar construyendo sendas ya que no conozco peor infierno que el de vivir una vida que no sientes como tuya.
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