Brasil está en vías de cambiar el rumbo político tras el mandato autoritario y violento de Jair Messias Bolsonaro. Las encuestas dan cuenta de una posible victoria de Lula da Silva y muchas personas ya celebran el futuro con un nuevo presidente sin los rasgos fascistas que caracterizaron el gobierno del actual mandatario.
La esperanza se hace notar en los discursos y rostros de las personas que no forman parte del 30% que apoya al actual presidente. Sin embargo, el miedo es un elemento que está presente y evidencia que el proceso de bolsonarización de la sociedad brasilera ha funcionado como forma de disciplinamento. Esta se manifiesta a través de la auto-preservación frente a la vulnerabilidad que, en gran medida, es responsabilidad de la mala gestión del gobierno.
Es decir, en lugar de atacar a las causas del padecimiento, la sociedad entiende que el “otro” es el enemigo a ser derrotado. Un “sálvese quien pueda” dentro de una lógica individualista, meritocrática y racista que sobrevalora al “ciudadano de bien”; blanco, creyente, nacionalista y de “buena familia”.
El asesinato de Marcelo Arruda comprueba la eficacia de ese pensamiento trasladado a un hecho concreto. En un país que naturalizó el exterminio como forma aceptable de eliminar y/o negar la diferencia racial, étnica y política —que, en realidad, siempre existió velado y que salió a las calles con Bolsonaro— , lo que se ha de esperar es que, aunque Lula gane las elecciones el próximo 2 de octubre, la violencia política siga su curso.
Las elecciones en Brasil están marcadas por un clima de incertidumbre acerca de los límites. La libertad de expresión política, a pesar de estar garantizada, se ve coaccionada frente a los hechos de violencia y los sistemáticos cuestionamientos acerca de la legitimidad del proceso electoral, que dan a entender que el resultado – en caso de una derrota de Bolsonaro- no será fácilmente aceptado.
Durante su discurso de asunción del 17 de agosto, el magistrado del Tribunal Superior Electoral (TSE) Alexandre de Moraes, expresó: “somos la única democracia del mundo que presenta los resultados electorales en el mismo día con agilidad, seguridad, competencia y transparencia”, Bolsonaro, quién estaba presente en la ceremonia de la cual también participaron Dilma, Lula y Michel Temer, expresó un nítido descontento e incomodidad con la declaración del magistrado.
Brasil tiene en estas elecciones, según datos del Tribunal Superior Electoral (TSE), el mayor número de candidatos militares a la cámara baja de los últimos 20 años. Son 332 los policías inscriptos para concurrir al cargo de Diputado Nacional, un aumento de 55% en comparación a las últimas elecciones. Es notable la politización de las fuerzas de seguridad que se ven legitimadas por el gobierno de Bolsonaro, pero también por una parte de la sociedad que expresa una cierta nostalgia, aunque no la hayan vivido, de la Dictadura Cívico-Militar-Eclesiástica (1964 a 1985), está de acuerdo con la liberalización de las armas de fuego y con una política de mano dura para combatir el narcotráfico y la criminalidad.
Las elecciones serán caracterizadas por su condición plebiscitaria. El poco espacio para el debate de ideas es un elemento importante que marca este período post-golpe. Si durante el gobierno del PT hubo una apertura para debates —como en el caso del sistema de cuotas en las universidades y los programas de incentivo a la educación, ampliación del sistema de asistencia social, combate al hambre y la popularización de la cultura—, lo que caracteriza el proceso electoral de este año es un fuerte apelo a la emotividad agregado al tono de denuncia respecto de las violaciones a los derechos humanos, sobre todo en el período de pandemia.
Sin embargo, también se abre una batalla de acusaciones y contra-acusaciones entre ambos candidatos —Bolsonaro y Lula— , que es acompañada y reproducida por sus electores. De esta forma, los casos de agresiones verbales y físicas, así como las amenazas por parte de los seguidores de Bolsonaro a militantes y electores de Lula y a sectores progresistas son una constante.
El proceso electoral en Brasil es una fotografía de una crisis política e institucional que parece marcar este período histórico. El rol protagónico de las redes sociales y la propagación de noticias falsas ayudan a despolitizar los procesos, ya que el control de su diseminación es casi imposible.
Frente a este escenario, no alcanza con disputar la atención de las personas en las redes sociales con poco o nulo contenido político. La crisis estructural, político-económica y ambiental que atraviesa el país evidencia que es necesario volver a debatir ideas para generar espacios de disputa y de sentido en el conjunto de la sociedad. Solo un cambio en la forma y en los contenidos puede empezar a generar las transformaciones necesarias para revertir el proceso de fascistización que tampoco será eliminado con la elección de Lula.
Fuente: http://virginiabolten.com.ar/latinoamerica/brasil-elecciones-en-contexto-de-fascistizacion/
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