La búsqueda de una salida para la crisis económico-financiera mundial está cercada de riesgos. El primero es que los países busquen soluciones que resuelvan sus problemas, olvidándose del carácter interdependiente de todas las economías. La inclusión de países emergentes significó muy poco, pues sus propuestas no fueron realmente consideradas. Prevaleció aun la lógica neoliberal que […]
La búsqueda de una salida para la crisis económico-financiera mundial está cercada de riesgos. El primero es que los países busquen soluciones que resuelvan sus problemas, olvidándose del carácter interdependiente de todas las economías. La inclusión de países emergentes significó muy poco, pues sus propuestas no fueron realmente consideradas. Prevaleció aun la lógica neoliberal que garantiza la parte del león a los ricos. El segundo es perder de vista las demás crisis, la ecológica, la climática, la energética y la alimentaria. Concentrarse solamente en la cuestión económica, sin considerar las demás, es jugar con la insostenibilidad a mediano plazo. Cabe recordar lo que dice la Carta de la Tierra: «nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interligados y juntos podremos forjar soluciones incluyentes» (Preámbulo). El tercer riesgo, el más grave, consiste en solamente mejorar las relaciones existentes, en vez de buscar alternativas, con la ilusión de que el viejo paradigma neoliberal tendría aun la capacidad de tornar creativo el caos actual.
El problema no es la Tierra. Ella puede continuar sin nosotros y continuará. La magna quaesto, la cuestión más grande, es el ser humano voraz e irresponsable que ama más a la muerte que la vida, más el lucro que la cooperación, más su bienestar individual que el bien general de toda la comunidad de vida. Si los responsables por las decisiones globales no consideran la inter-retro-dependencia de todas las cuestiones y no forjaren una coalición de fuerzas capaz de ecuacionarlas, sí, estaremos literalmente perdidos.
En realidad, si hubiera un mínimo de sentido común, la solución al cataclismo económico y de los principales problemas de infraestructura de la humanidad sería encontrada. Basta proceder a un amplio y general desarme ya que no hay confrontaciones entre potencias militares. La construcción de armas, propiciada por el complejo industrial-militar es la segunda más grande fuente de ganancias del capital. El presupuesto militar mundial es del orden de un trillón y cien mil millones de dólares/año. Ya se gastó solamente en la guerra de Irak dos trillones de dólares. Para ese año, el gobierno estadounidense compró armas en el valor de un trillón y medio de dólares.
Estudios de organismos de paz revelaron que con 24 mil millones de dólares/año -el 2,6% del presupuesto militar total- se podría reducir a la mitad el hambre en el mundo. Con 12 mil millones -1,3% del referido presupuesto- se podría garantizar la salud reproductiva de todas la mujeres de la Tierra.
Con gran valor, el actual Presidente de la Asamblea de la ONU, el sacerdote nicaraguense Miguel d’Escoto, denunciaba en su discurso inaugural, a mediados de octubre: existen aproximadamente 31.000 ojivas nucleares en depósitos, 13.000 distribuidas en varios lugares del mundo y 4.600 en estado de alerta máximo, es decir, listas para ser lanzadas en pocos minutos. La fuerza destructiva de esas armas es aproximadamente de 5.000 megatones, 200.000 veces más avasalladora que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Sumadas a las armas químicas y biológicas se puede destruir por 25 formas diferentes toda la especie humana. Postular el desarme no es ingenuidad; es ser racional y garantizar la vida que ama la vida y que huye de la muerte. Acá se ama la muerte.
Solamente ese hecho muestra que la actual humanidad, en gran parte, es constituida por gente irracional, violenta, obtusa, enemiga de la vida y de sí misma. La naturaleza de la guerra moderna cambió substancialmente. Antes, «moría quien iba a la guerra». Ahora, no. Las víctimas principales son civiles. De cada 100 muertos en guerra, 7 son soldados, 93 civiles, de los cuales 34 son niñas/os. En la guerra contra Irak, ya murieron 650.000 civiles y 3.000 soldados.
Hoy asistimos a algo absolutamente inédito y de extrema irracionalidad: la guerra en contra de la Tierra. Anteriormente las guerras acontecían entre ejércitos, pueblos y naciones. Ahora, todos unidos, hacemos la guerra contra Gaia: no pasamos un solo momento sin agredirla, explotarla hasta entregar toda su sangre. Y aun invocamos la legitimidad divina para nuestro crimen, pues cumplimos el mandato: «multiplíquense, llenan la tierra y sométanla» (Gn 1,28)
Si es así, ¿adónde vamos? No para el reino de la vida.