Javier Rodrigo de Santos, ex teniente de alcalde del PP imputado por la fiscalía por malversar 50.804 euros de la Visa de una empresa del Ayuntamiento en servicios privados, sostiene que era un drogadicto y que él no es el responsable de lo que hizo sino la coca. El llamado monstruo de Amstetten ha alegado […]
Javier Rodrigo de Santos, ex teniente de alcalde del PP imputado por la fiscalía por malversar 50.804 euros de la Visa de una empresa del Ayuntamiento en servicios privados, sostiene que era un drogadicto y que él no es el responsable de lo que hizo sino la coca. El llamado monstruo de Amstetten ha alegado en su defensa que no es totalmente responsable de sus actos porque era «adicto» a su hija.
Más allá del cinismo macabro que hay detrás de estas afirmaciones hay un tema de fondo sobre el que vale la pena reflexionar, que es el de la responsabilidad subjetiva en los tiempos contemporáneos. Michael Foucault (que con algunos errores significativos me sigue pareciendo uno de los filósofos interesantes de la segunda mitad del siglo XX) hablaba de la biopolítica como la administración progresiva de la vida de los individuos por parte del Estado moderno. Esto quiere decir que el Estado se responsabiliza cada vez de la gestión de nuestras vidas para decirnos cómo hemos de vivir y cómo hemos de morir y uno de los grandes instrumentos para esta dominación es la medicalización de la vida cotidiana. Sanidad pasa a llamarse Salud y esta noción cada vez más abarca todos los aspectos de nuestra vida, porque el Ideal de salud formulado por la OMS es prácticamente inalcanzable, con lo cual todos somos supuestos pacientes, sea por dolencias físicas o mentales. Los médicos tienen que atender a personas con conflictos vitales o con desánimos comprensibles y las multinacionales farmacéuticos han descubierto aquí la gallina de los huevos de oro con ansiolíticos y antidepresivos. Y los psicólogos explican a una pareja con una vida amorosa desastrosa que uno es adicto al sexo (infidelidad) y el otro a la pareja (dependencia afectiva), por lo cual la solución a su malestar es también terapéutica. Y si no somos pacientes siempre podemos mejorar, porque nuestro crecimiento personal no tiene límites por lo que los psicólogos, o incluso los filósofos, se ofrecen como asesores personales. Los maestros y profesores, guiados por los pedagogos, son así los supuestos expertos para educar niños y adolescentes.
El resultado final es que las responsabilidades de los sujetos se va diluyendo en una infantilización creciente. Y así los poderes fácticos solo tienen que preocuparse por dirigir nuestras vidas mientras la política se convierte en un espectáculo y hasta tenemos personas sabias que opinan sobre todos los temas en los medios de comunicación. Sólo tenemos que escucharlos a todos y elegir entre el menú porque ser libres quiere decir, se supone, tener capacidad de elegir y las opciones se van multiplicando aunque todo sea más de lo mismo. Kant, potente filósofo ilustrado, era muy optimista a finales del siglo XVIII: la humanidad, nos decía, está llegando a su mayoría de edad, porque está empezando a pensar por sí misma y no necesita tutores. Los tutores eran, por supuesto, los eclesiásticos y aunque tampoco de la Iglesia nos hemos librado se ha creado además esta red de control en la que tutores invisibles no sólo piensan por nosotros, sino que además se nos niega la propia responsabilidad. Todo esto es muy grave, porque la democracia sólo tiene contenido si está formada por sujetos críticos y responsables. La educación de la ciudadanía no pasa por dar clases bienintencionadas de corrección políticas a alumnos de ESO y disminuir las de una asignatura que potencia la capacidad crítica como la filosofía. La creación de las condiciones socio-políticas que hagan posible a los auténticos ciudadanos, autónomos y responsables, capaces de pensar y decidir y de asumir las consecuencias de sus acciones.
Y ahora sólo faltaba que se quieran aprovechar de este proceso los más cínicos e indeseables para atenuar sus responsabilidades penales. Que no nos vengan con más cuento, porque si no somos responsables de nuestras fantasías o deseos sí lo somos de nuestros actos, sobre todo si son tan infames como los que he citado al principio.