Desde una mirada política, esta es la mejor superproducción reciente de Hollywood. Al menos eso pienso y aquí explicaré por qué. Pero antes, una aclaración: quien escribe estas líneas nada sabe de crítica cinematográfica. Estas líneas son, simplemente, la articulación por escrito de la que fue mi (emocionada) reacción instantánea al salir de la sala […]
Desde una mirada política, esta es la mejor superproducción reciente de Hollywood. Al menos eso pienso y aquí explicaré por qué. Pero antes, una aclaración: quien escribe estas líneas nada sabe de crítica cinematográfica. Estas líneas son, simplemente, la articulación por escrito de la que fue mi (emocionada) reacción instantánea al salir de la sala de cine donde vi Rogue 1.
A diferencia de las otras películas de la Guerra de las Galaxias, los protagonistas de Rogue 1 no tienen títulos nobiliarios -como el conde Dooku o las princesas Leia o Amidala- ni ningún acceso privilegiado a la fuerza -o sea, los Jedi y, entre ellos, por supuesto, la dinastía Skywalker. Por si fuera poco, la principal figura de Rogue 1, Cassian Andor (Diego Luna) es tan sólo un capitán -grado que en cualquier jerarquía militar está más cerca de un soldado raso que de un general. El capitán Andor, además, es a todas luces un inmigrante, tal vez proveniente de una galaxia (famosa por sus tacos, burritos y su mano de obra barata) cuyos habitantes han sido estigmatizados como violadores en la principal de las «galaxias libres» del universo.
Los héroes de Rogue 1 son, antes que nada, personas comunes armadas de sólidas convicciones y un profundo sentido de la justicia. Sin la ventaja de pertenecer a la aristocracia o de poseer súper poderes, deciden lanzarse en una misión contra el Imperio donde saben que su destino más probable es la muerte. Lenin no podría estar más de acuerdo con la explicación que Diego Luna da a sus compañeros: «iremos de oportunidad en oportunidad hasta que se nos agoten las oportunidades.» En ningún lugar está escrito su fracaso, de modo que la victoria es posible -siempre y cuando vayamos a buscarla.
Ante esta grandeza épica, los superhéroes de la familia Skywalker quedan como unos cobardes y unos imbéciles. A pesar de contar con los súper poderes que, por nacimiento, les dio La Fuerza, cada Skywalker atraviesa primero una dura batalla interna antes de unirse a la lucha. Peor aún, una vez que deciden unirse a la rebelión, cada Skywalker seguía sin superar sus dudas y, en más de una ocasión, sucumbían al lado oscuro. En contraste, los mártires de Rogue 1 carecen del margen de un Jedi o un aristócrata galáctico para decidir cómo vivir… pero deciden cómo morir. Expuestos de modo brutal a la fragilidad de sus vidas y sin contar con el privilegio de ahogarse en dudas, deciden que si la muerte es el precio que deben pagar por su libertad, no se irán a la noche eterna sin causarle el mayor daño posible al Imperio.
Es pertinente el paralelismo con la batalla que el pueblo soviético libró en Stalingrado contra los nazis. La victoria de Hitler parecía inminente. Pero no contaban con que esa ciudad estuviera dispuesta a derramar todos los litros de sangre disponibles si con ello se asomaba, aunque fuera frágil, la posibilidad de la victoria. Si la barbarie nazi no sobrevivió a 1945, fue gracias a estos héroes, héroes como los de Rogue 1. Stalingrado fue un punto de quiebre que desembocó en la eventual toma de Berlín por parte del Ejército Rojo.
Así como la victoria soviética fue a pesar de Stalin y no gracias a él, la película Rogue 1 permite ver quiénes son los verdaderos héroes de la rebelión contra el Imperio. (¿Qué tal si la nobleza ilustrada y los superhéroes también son mitos de la propaganda intergaláctica como lo fue Stalin?)
En comparación con otras súper producciones de Hollywood, Rogue 1 también las supera. Las nociones de emancipación filtradas por la cultura popular han recorrido un largo camino desde Matrix. Producida en plena atmósfera marcada por el supuesto fin de las ideologías, Matrix relata la revuelta de los humanos esclavizados por las máquinas en un futuro apocalíptico. Neo, el protagonista, un superhéroe parecido a Luke Skywalker, es «el elegido», la esperanza de la emancipación humana. El Elegido, sin embargo, termina abandonando la batalla contra las máquinas para buscar un pacto con ellas. La guerra queda en pausa, la esclavitud no desaparece.
La siguiente película notable fue Avatar. En ella, los indígenas de un lejano planeta están en resistencia contra el capitalismo extractivista de Estados Unidos. Los indígenas logran una victoria aplastante, pero con una lección terrible: la victoria indígena sólo es posible hasta que un Hombre Blanco se une a los oprimidos y los guía por el camino de la victoria. Los indígenas, por lo tanto, sin incapaces de emanciparse por sus propios medios.
Más recientemente tenemos Los Juegos del Hambre. Los hijos de un distrito proletario se rebelan contra la capital, y con ello terminan uniéndose y fortaleciendo a un movimiento clandestino que gracias a ellos pronto se convierte en una amplia insurrección. La revolución triunfa, sufre el peligro de una degeneración estalinista, pero por fortuna esta es corregida pronto, con lo cual se asegura un futuro democrático. La heroína, Katniss Everdeen, demuestra una profunda humildad política, pues su ego no la obliga a encabezar también la reconstrucción posterior a la revolución. Si se lo hubieran pedido, seguro Katniss habría sido jefa del nuevo estado, pero ella no obstaculiza a la otra lideresa que ha sido electa para gobernar.
Los Juegos del Hambre, sin embargo, suponen que la política es una teatralización frente a las cámaras de televisión -los que han visto esta película, entenderán a qué me refiero. Por su parte, los tripulantes de la nave Rogue 1 no son ingenuos, pero sobre todo, no tienen tiempo ni espacio para las redes sociales. Requieren de la máxima discreción y disciplina para su (improbable) triunfo, saben que en el mejor de los casos serán héroes anónimos. De hecho, a más de cuatro décadas de que sabemos de la Guerra de las Galaxias, es hasta ahora que supimos de la misión de la nave Rogue 1.
Por otro lado, mientras los Juegos del Hambre están protagonizados por la «vanguardia» de la revolución, la misión del Rogue 1 es una iniciativa de «la base.» La política y el cine se han enfocado tanto en los líderes que se pierde de vista quiénes los producen en primer lugar. ¿Qué tipo de personas «normales» deben existir para que las revueltas se produzcan y persistan? En este punto, me resuenan las palabras de León Trotsky ante la tumba de un bolchevique olvidado que bien podría haber tripulado la Rogue 1:
«Se necesitaron circunstancias verdaderamente extraordinarias, como el zarismo, la clandestinidad, la cárcel y la deportación, muchos años de lucha contra los mencheviques y, sobre todo, la experiencia de tres revoluciones para forjar combatientes de la talla de Kote Tsintsadze… Kote no era un teórico. Pero su pensamiento claro, su pasión revolucionaria y su colosal experiencia política -la experiencia viva de tres revoluciones- fueron un arma mucho más poderosa, seria y resistente que la doctrina asimilada formalmente por aquellos que carecen de su fortaleza y perseverancia.»
Los líderes de la rebelión en Star Wars tienen mucha suerte de contar con combatientes como los de Rogue 1, al estilo de Kote Tsintsadze. Ese tipo de combatientes son los que hoy hacen falta, aunque la crisis del capitalismo global podría estar abriendo el espacio para la resurrección del homo revolutionarius. La historia de la nave Rogue 1 podría mirarse como una invitación a ser parte de esa resurrección.
* Columna publicada el 9/ene/2017 en 30-30 y El Barrio.
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