Lo reconozco, muchas veces he llamado en conversaciones privadas e informales hijo de puta a Bush, a Aznar, a Jiménez Losantos y a otros muchos. o cierto es que es algo instintivo, pero de inmediato me arrepiento. ¿Qué habrán hecho los hijos de puta para que, además de la marginación social que sufren muchos de ellos, […]
Lo reconozco, muchas veces he llamado en conversaciones privadas e informales hijo de puta a Bush, a Aznar, a Jiménez Losantos y a otros muchos. o cierto es que es algo instintivo, pero de inmediato me arrepiento. ¿Qué habrán hecho los hijos de puta para que, además de la marginación social que sufren muchos de ellos, tengamos que compararlos con esos personajes?
Quizá la mejor persona que conozco sea un hijo de una mujer que ejercía la prostitución y desconoce quien es su padre biológico. A pesar de que en el idioma castellano el insulto más ofensivo que podamos proferir es probablemente «hijo de puta», yo que tengo un referente, entiendo que estamos equivocados, que de mi experiencia personal tener por prostituta a una madre no hace que se sea ser mala persona, quizá todo lo contrario.
Tras este insulto se esconden siglos de clasismo y machismo. En primer lugar ¿es peor vender el cuerpo para la satisfacción personal de otra persona que vender la capacidad intelectual al servicio del dueño de un periódico? Extrañamente un columnista, digamos, de La Razón o bien un tertuliano, por ejemplo, de la Cope, están mejor considerados que una trabajadora del sexo, pero eso tiene que ver con la escasa consideración que goza cualquier trabajo mal pagado y sucio, pero nunca más execrable.
Las prostitutas sufren una triple marginación por ser mujeres, pobres y sexualmente promiscuas. No olvidemos que el sexo por dinero en otros ámbitos, por ejemplo el de la realeza, esta bien considerado socialmente. El matrimonio por dinero o para crear alianzas entre familias es algo más antiguo que la propia prostitución y, según el antropólogo Marvin Harris, está detrás del tabú del incesto.
Por ello, sin llegar a los extremos de Carlo Fabretti, que en estas páginas electrónicas de Rebelión hizo un alegato en favor de la prostitución y que en su justificada defensa de las trabajadoras del sexo pareciera que ensalzaba esta profesión, si que me gustaría iniciar una humilde campaña para dejar de utilizar este insulto y buscar otro que califique mejor a estos personajes.
Podíamos tomar ejemplo de la derecha. Veamos: los medios españoles se refieren a Chávez como «gorila» en un alarde de racismo y de envidia a su físico. Jimenez Losantos o Aznar son más pequeños y nada humanizados, incluso George Bush tiene un parecido asombroso con la mona Chita. «Monos» yo no los llamaría, porque ese término tiene un pequeño matiz de ternura.
Buscar algún tipo de improperio que les equiparase con los chimpancés me parece una buena idea, siempre que distingamos entre los «chimpancés comunes» (que serían ellos) y los bonobos o chimpancés enanos, pues a pesar de que el adjetivo «enano» les iría que ni al pelo, los bonobos son los primates más cercanos genética y culturalmente al hombre. Al contrario que sus primos los chimpancés comunes, que son muy agresivos, los pequeños bonobos resuelven los conflictos mediante las relaciones sexuales, son polígamos y bisexuales. Para humanizarlos más aún, no tienen una concreta época de celo, las hembras tienen doce períodos fértiles al año. Vamos, que para un experimento farmacéutico que un servidor utilizaría (siempre que fuese necesario) antes a Cesar Vidal a un humilde bonobo.