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Elogio del pie

Fuentes: Koinonia

Si algún extraterrestre viniese a la Tierra y se fijase en cómo los humanos tratan sus pies, sospecho que quedaría escandalizado. Parece que los consideran la parte menos noble del cuerpo, pues los esconden. Peor, intentan sofocarlos con un pedazo de tela llamado calcetín. Después, los estrangulan con algo más duro, de cuero, los zapatos. […]

Si algún extraterrestre viniese a la Tierra y se fijase en cómo los humanos tratan sus pies, sospecho que quedaría escandalizado. Parece que los consideran la parte menos noble del cuerpo, pues los esconden. Peor, intentan sofocarlos con un pedazo de tela llamado calcetín. Después, los estrangulan con algo más duro, de cuero, los zapatos. No contentos con eso, los atan con finas cuerdas, los cordones o lazos, para estar seguros de que no van a soltarse. Y por último, colocan todo el peso del cuerpo encima de sus pies, obligándolos a respirar el polvo de los caminos, a sufrir la dureza de las piedras, a sentir la suciedad de los charcos y el mal olor del fango.

Pero esa interpretación de los alienígenas es externa, y equivocada. Lo que se hace a los pies es para cuidarlos, pues constituyen nuestro medio natural de transporte. Mas aún, los pies son la señal más convincente de nuestra hominización. Dejamos atrás el reino animal cuando nuestros antepasados antropoides se irguieron sobre sus pies y comenzaron a andar erguidos, a ver lejos, permitiendo el desarrollo del cerebro. Anatómicamente son un milagro, con el dorso blando para suavizar los roces y planta consistente para defenderse de las asperezas del suelo. Una red de pequeños tendones garantiza las articulaciones, que dan equilibrio a los movimientos. ¿¡Qué no hacen los bailarines con los pies!?

El pie es tan importante que fue escogido por muchos pueblos antiguos y modernos, como los anglosajones, como unidad de medida. Un pie equivale a 12 pulgadas que corresponden a 30,48 cm. La poesía, la forma más noble de la literatura, debe tener pies medidos para ser armoniosa.

Sin los pies no tendríamos el fútbol, para el que los pies lo son todo. Es el deporte más creativo, diverso y movilizador que existe. Es una metáfora de lo mejor que podemos presentar: la combinación feliz del esfuerzo del individuo con la cooperación del grupo. Puede ser una verdadera escuela de virtudes: autodominio, tranquilidad, amabilidad y capacidad de perdón, de no devolver puntapié por puntapié, patada por patada… Porque somos humanos, a veces tal cosa puede suceder. Pero no está permitida. Al jugador se le amonesta, se le castiga con tarjeta amarilla o roja y hasta puede ser expulsado.

Si consultamos el diccionario «Aurelio» de la lengua portuguesa, encontramos más de una decena de significados vinculados a «pie», en su gran mayoría positivos. Entrando con buen pie en alguno de estos significados, vamos a hacer el elogio del pie; pie que sostiene la pasión por la Copa Mundial. En un mundo políticamente sin pies ni cabeza, con jefes de Estado metiendo la pata en los conflictos de Irak, de Afganistán y de Palestina y siempre en pie de guerra contra el terrorismo, hacemos pie en el fútbol para pensar en una sociedad mundial que dé pie a formas de convivencia amigable y hasta fraterna, que encuentren un pie de apoyo en el entusiasmo de las aficiones de todos los países.

Por un lado, debemos andar con pies de plomo ante los utopismos; por el otro, debemos mantenernos firmes en la búsqueda de formas civilizadas de convivencia mundial. Lógicamente este mundo no le llega ni a los pies al sueño de Jesús, pero tiene un pie en la esperanza humana. Podemos comenzar con el pie derecho, ya ahora, permaneciendo al pie de las víctimas, aunque tengamos que resistir a las presiones de los poderosos. Pero vamos a insistir en esa causa sagrada, sabiendo que no se alcanza con los ojos cerrados. Y nunca vamos a dejar de hacer pie.

Ojalá nuestros jugadores -algunos de los cuales son verdaderos pies de oro- no nos dejen plantados, de pie, para no tener que sufrir innecesariamente.