Descubrí a Agustín García Calvo en plena adolescencia con la lectura del Sermón del Ser y el no-Ser. Me impresionó profundamente y fue una de las influencias que me condujeron a estudiar filosofía. Después he ido leyendo escritos suyos, de manera dispersa, los treinta y pico años siguientes. El último fue el libro autobiográfico Registro […]
Descubrí a Agustín García Calvo en plena adolescencia con la lectura del Sermón del Ser y el no-Ser. Me impresionó profundamente y fue una de las influencias que me condujeron a estudiar filosofía. Después he ido leyendo escritos suyos, de manera dispersa, los treinta y pico años siguientes. El último fue el libro autobiográfico Registro de recuerdos que me pareció uno de los ejercicios más interesantes del género.
Reconozco que durante este larguísimo tiempo no he sido capaz de llegar a una valoración política de su discurso. Incluso me quedé algo bloqueado cuando Juan José Millás le criticó hace años en el diario El País que tuviera la supuesta desfachatez de defender públicamente su derecho a no pagar al Estado por una casa que había heredado en Zamora. Quiero aprovechar ahora esta entrevista para intentar precisar esta valoración que es, evidentemente, ambivalente.
Empezaré por el elogio, es decir por lo que me gusta de Agustín García Calvo. Su capacidad para dar la vuelta a nuestras opiniones establecidas, para cuestionar los tópicos, vengan de donde vengan, lo sitúa en la mejor tradición de la filosofía. Es un ejercicio radical del pensar crítico, de decir lo no dicho, de abrir nuevos horizontes al pensar. Y hacerlo además no desde planteamientos abstractos sino desde las cuestiones más concretas de nuestra vida cotidiana. Su idea de los mass-media como Medios de Formación de Masas, de la orientación al futuro como la Administración de la Muerte son geniales. Son sólo dos ejemplos que valen como invitación a su lectura. Recojo también aquí su afirmación, que me parece cierta, de que sus intervenciones nunca aburren.
Ahora bien, he de reconocer que Agustín García Calvo me ha despertado y me continua despertando sentimientos de rechazo. Hay algo que me molesta profundamente de él y es que no sabemos lo que defiende a nivel práctico. Él mismo dice que no acepta la crítica porque ni defiende ni quiere defender alternativas a la Realidad que critica, ya que entonces formarían parte de ella. Pero esto es justamente lo que me molesta. Voy a plantear algunas cuestiones concretas como ejemplos de lo que quiero decir.
La primera es su crítica a la Realidad. Entender por Realidad aquello que nos venden como tal me parece que da lugar a muchas confusiones, de la misma manera que sucede con Jacques Lacan cuando habla del registro de lo real como algo que no tiene que ver con lo que son las cosas. Desde un realismo crítico me parece que este tipo de posturas pueden conducir a un cierto ficcionalismo. Creo que hay una parte de ficción en cualquier construcción sobre la realidad pero que esta noción debe mantenerse para no caer en posiciones filosóficamente idealistas. Decir que la Realidad está contra lo bueno y que cualquier cosa que realicemos ya es Realidad, ¿ no es jugar con las palabras o decir que cualquier cosa que se consolide ya es mala ?
El segundo es su crítica a lo personal y su defensa del Pueblo y la Razón y la Lengua Común. La verdad es que aquí me parece que nuestro amigo hace trampa porque se inventa palabras que no quieren decir nada, más allá de la proyección de un Ideal.
El tercero es su crítica al Poder. Esta noción acaba convirtiéndose en algo maligno sin entrar en los matices. Prefiero los análisis de Michel Foucault y me parece más sincera su conclusión final de que si las mallas del Poder están siempre presentes en las relaciones humanas lo que hay que criticar son las jerarquías establecidas por estados de dominación y no las relaciones de poder que se dan constantemente entre los seres humanos. La misma influencia que tiene Agustín García Calvo sobre todos aquellos que le admiran es una relación de poder.
El cuarto es su crítica a la Democracia. Me parece un error identificar la Democracia con lo que nos ha ofrecido y nos ofrece la oligarquía liberal. Pienso que merece la pena defender la Democracia como la lucha por los derechos de los excluidos y diferenciarla claramente del Liberalismo como opción política del capital. En este sentido me parece mucho más fecundo lo que defendían gente como Cornelius Castoriadis y continúan defendiendo gente como Jacques Rancière o Bernat Muniesa en nuestro país.
En último lugar su afirmación contra toda clasificación. Pensar y hablar es clasificar. Incluso Lao Tsé se contradice en su Tao Te King cuando dice que el que sabe calla. Me parece más consecuente para todo aquel que habla y que escribe decir que está en contra de la clasificación cerrada que etiqueta, más que la clasificación abierta que nos orienta. Porque sin clasificar no se puede conceptualizar ni por tanto pensar. Éste es el problema.
Quizás si Agustín García Calvo no existiera habría que inventarlo, como se acostumbra a decir. Pero no para seguirlo sino para sacudirnos de nuestros tópicos y obligarnos a pensar. El peligro es dejarse fascinar por su discurso porque como he dicho creo que tiene su trampa. Pero así y todo lo celebro. Quizás alguno piense que la coherencia interna de este discurso obliga a aceptarlo o a rechazarlo en su conjunto pero esto sería un error porque entonces le daríamos un sentido doctrinario. Cada cual, y aquí esta la gracia, coge lo que quiere de los otros en esta operación de reciclaje que es el pensar propio. También creo que se equivoca Agustín García Calvo cuando niega lo personal porque es el único encuentro posible entre lo que decimos y la experiencia. Como dice Daniel Blanchard cuando habla de la «crisis de las palabras» es el trabajo personal de hablar en nombre propio, desde la propia vida. ¿Y no es esta la singularidad desde la cual compartir lo público?
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