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Embarrar la cancha

Fuentes: CELAG

Quedan pocos días para las elecciones presidenciales en Ecuador. Las estrategias de campaña apenas van a variar. Por tanto, y con independencia del resultado final, ya se pueden extraer algunas conclusiones sobre la primera y la segunda vuelta en términos de análisis de estrategia electoral. Conclusiones que, además, pueden ser extrapolables a los procesos electorales […]

Quedan pocos días para las elecciones presidenciales en Ecuador. Las estrategias de campaña apenas van a variar. Por tanto, y con independencia del resultado final, ya se pueden extraer algunas conclusiones sobre la primera y la segunda vuelta en términos de análisis de estrategia electoral. Conclusiones que, además, pueden ser extrapolables a los procesos electorales latinoamericanos que se vislumbran en el corto y mediano plazo.

La agenda electoral del candidato neoliberal, Guillermo Lasso, se basó en la apelación al «cambio» para capitalizar el desgaste del oficialismo y la promesa-slogan de «1 millón de empleos», en tanto en los sondeos de opinión, el desempleo encabeza las preocupaciones de los ecuatorianos. Pero, sin duda, lo más definitorio de su campaña ha sido la decisión estratégica de embarrar el terreno de juego. Combinando medias verdades con completas mentiras difundidas por su enorme potencia de fuego mediático, la derecha ha dibujado la imagen de un país carcomido por la corrupción y ha querido convencer al votante de que ésta debería ser su mayor preocupación.

Tanto el resultado de la primera vuelta como los diversos estudios cualitativos y cuantitativos que se vienen publicando en los últimos días, evidencian que se trata de una estrategia fallida. Las acusaciones masivas de corrupción pueden causar un efecto de desencanto con la clase política, pero apenas logran un tránsito de votos de un bloque a otro. A diferencia de lo que ocurre en Europa, el subcontinente latinoamericano tiene memoria histórica de los años del neoliberalismo. Conoce sus efectos devastadores y saben quiénes fueron los responsables. El candidato opositor, Guillermo Lasso, estará siempre asociado al feriado bancario de 1999, una quiebra en cadena del sistema financiero que fue la antesala de la salida del país de dos millones de migrantes.

Sería ingenuo pensar que la derecha ecuatoriana comete un error de cálculo. Es consciente de la insuficiencia de su estrategia. Sucede que no tiene mucho más que ofrecer. La trayectoria política de Lasso y sus escasas cualidades personales (carisma, cercanía, don de gente) explican el nivel de rechazo que genera en alrededor de dos tercios del electorado. En el plano programático, la agenda neoliberal ya no es un misterio para nadie, máxime tras los ejemplos de Argentina y Brasil, donde Mauricio Macri y Michel Temer están desmantelando en pocos meses todo lo construido en la última década. Pero, aunque su recetario sea completamente previsible, no se puede permitir el lujo de explicitarlo. Sería perder la batalla antes de comenzar. Por eso recurre a la máquina del fango.

Lo peor que hubiera podido hacer Lenín Moreno habría sido sumarse a esa ceremonia de la confusión. Pero el candidato de Alianza PAIS se ha mantenido al margen de los intentos de arrastrarle a la ciénaga. Ha hecho bien. En términos electorales, el argumento de la corrupción resultó efectivo para instalar en los últimos meses un clima de opinión adverso al oficialismo. Pero su efecto se amortizó en la primera vuelta. Ya no va a cambiar el sentido de ningún voto.

Para Moreno, en cambio, el objetivo primordial en esta elección es llegar a esa franja «blanda» del electorado que supone aproximadamente un 10% y que demanda soluciones concretas a problemas muy cotidianos relacionados con la economía doméstica, el empleo, la salud o la educación. Es un voto poco o nada ideologizado y que viene de respaldar en anteriores comicios a Alianza PAIS por la incuestionable mejora de su calidad de vida. Sin embargo, la percepción de que ese bienestar está amenazado como consecuencia de la crisis le hace replantearse su apoyo. Atrayendo a este sector, la victoria del candidato aliancista estaría asegurada.

A este grupo no se llega con campañas de desprestigio ni removiendo los peores estereotipos sobre la clase política. De hecho, las encuestas revelan su creciente fatiga ante la pugna partidaria. Demanda propuestas concretas y eficaces. Y esta realidad ecuatoriana es trasladable a otros países latinoamericanos, donde en contextos económicos regresivos la población reclama soluciones para no perder lo logrado en estos años. El pasado neoliberal les suena demasiado lejano.

Los procesos progresistas latinoamericanos han demostrado su eficacia a la hora de mejorar la vida de las mayorías populares. Nada hace pensar que no tengan la misma capacidad de hacer propuestas de futuro sólidas y factibles. Por eso es importante tener claros cuáles son los objetivos de una campaña y no caer en el lodazal que promueve la derecha.

Fuente: http://www.celag.org/embarrar-la-cancha/