Estamos bajo el bombardeo mediático e incluso antes de la crisis de la Nueva República y del golpe con apodo de impeachment que derribó a la presidenta Dilma Roussef en su segundo mandato, hay un consenso forzado -o un consentimiento forzoso- donde se asocia la imagen de empresas públicas o estatales como «ineficientes». Al mismo tiempo, las falacias de modelos neoliberales hacen que parte de la población aumente tanto su desconfianza hacia el aparato de Estado (lo que es comprensible), pero también, asuma como sus tesis que hieren totalmente la soberanía de Brasil sobre su destino y, territorio. Tal es el caso de la Empresa Brasileña de Aeronáutica S.A., nacida una estatal y transformada en transnacional de control brasileño hasta la «fusión» con la estadounidense Boeing.
«Es necesario derribar los mitos que rodean la operación entre Embraer y Boeing». No es una asociación, a diferencia de lo que dijeron los presidentes de las dos empresas. Los negocios de Embraer se disolver en la nueva empresa, cuando sea englobada por una compañía mucho mayor. Seguimos como ganado para el sacrificio a casi «inevitable» vía fusiones y adquisiciones. Se dice a los «elegantes del mercado» que no hay otro camino en este mercado de gigantes, pero es bueno utilizar la configuración correcta. Esto si la «fusión» se confirma, en definitiva. Generalmente la industria aeronáutica y aeroespacial es un componente en el que se verifica la capacidad industrial y tecnológica de un país independiente. Es decir, privada o estatal, tener una industria de esta envergadura es signo de grandeza de un país. Perderla es derrota de igual envergadura.
Como toda empresa estratégica, privada o no, la mano del Estado capitalista está presente. «Incluso después de ser privatizada, el fabricante de aviones siempre voló con la ayuda del Estado, sólo del BNDES fueron R $ 8 mil millones de financiamientos y otros 22.000 dólares de crédito a la exportación.» Dijo la periodista Miriam Leitão en su columna, en la misma semana que Embraer y Boeing anuncian la creación de una joint-venture realizada por valor de 5.200 millones de dólares. Básicamente, Boeing se apoderará de nueva empresa en lo que se refiere a la parte de aviación civil, quedando con el 80% de las acciones. No obstante, se debe tener en cuenta, en la comparación entre las empresas, que Embraer tuvo en 2017 un beneficio neto de R $ 795,8 millones de reales y US $ 18,9 mil millones de valor de mercado, mientras que en otro nivel de Boeing tuvo en el mismo año un ingreso neto de 8.100 millones de dólares y un valor de mercado de 92.333 millones de dólares, sin mencionar su integración en varias cadenas globales de valor. Boeing tiene un valor de mercado 11,3 veces mayor que la de Embraer. Al final, ¿qué observamos es o no una empresa de EEUU en proceso de adquisición de una empresa brasileña de gran valor estratégico en sus dimensiones económica, política y militar? Luego, en eso se consuma, ¿se trata de una evidente violación de soberanía nacional? Sí, creemos que sí.
Para entender este hecho y sus posibles desdoblamientos es necesario tener noción de la lógica mayor que atraviesa la cuestión. No basta simplemente indignarse ante la venta de la empresa y sólo proponer el exacto opuesto, dada la arapuca que los exponentes notorios de la centroizquierda nacionalista no percibieron todavía. O fingen no percibir. Sin embargo, el coro neoconservador y liberal al acuerdo Boeing-Embraer también es contradictorio a los intereses brasileños. ¡Está más para un America First! ¡Y el gobierno del presidente Jair Bolsonaro, el que golpeó la continencia a un representante diplomático de America First! – pretende mantener el negociado
De hecho, las alternativas a Embraer son complicadas, por no decir difíciles. Pero al final, ¿qué arapuca es esa en que Brasil cayó? Bueno, la lógica resumida de la trampa es que los Estados Unidos, gracias al alto grado de desarrollo tecnológico de sus centros de investigación y complejo industrial-militar -los cosidos en una gran estrategia nacional para derrotar a la URSS- pudieron ser la vanguardia de tecnología sofisticada en el mercado, mundo. Sin embargo, a partir de los años ’70 y ’80, los países emergentes – Brasil, Argentina y los tigres asiáticos – y los aliados desarrollados y reestructurados de la guerra – Comunidad Europea y Japón – también pasaron a anhelar proyectos nacionales de desarrollo tecnológico, que les confiesen el prestigio y autonomía frente a sistemas de telecomunicaciones y TI, industria aeroespacial, industria bélica y correlatos.
Sin embargo, existían obstáculos reales para esos países, tanto en el ámbito de la cooperación internacional, como en el intento de producirse solo determinada silla de valor. En otras palabras, la mayor parte del mundo, bajo la influencia directa o indirecta de los Estados Unidos, no podría hacer acuerdos de inversión y transferencia de tecnología con la URSS y sus aliados. No obstante, el desarrollo unilateral de tan sofisticada ciencia haría el proceso muy lento y costoso, ya que plantar alimentos y tener industria de bienes de capital son «etapas» que los países en desarrollo y desarrollados citados ya habían cumplido. Ahora, el complejo industrial-militar y sus derivados tratan con componentes mucho más avanzados, que llevan años de planificación e Investigación y Desarrollo (I & D). Los Estados Unidos, por su parte, tenían noción de que no podrían perder sus mercados cautivos, ni permitir la emergencia de potencias militares y tecnológicas en su patio trasero, amenazando su hegemonía geopolítica y geoestratégica. Por ejemplo, el intento de desarrollo industrial autónomo durante el gobierno Geisel y la proyección de poder de Brasil sobre el Atlántico Sur, podría implicar en presencia geoestratégica en el continente africano, algo que vino a ocurrir nuevamente durante los de los gobiernos de Lula y al menos el el primer gobierno de Dilma.
Este tipo de creación de excedentes de poder, si implican también el control sobre cadenas sensibles -como las de tecnología militar asociadas a la industria bélica y de alta complejidad- puede crear una relación directa Sur-Sur, donde Brasil pudo (al menos parcialmente) ejercer autónomamente su política exterior. Los territorios con las dimensiones potenciales de Brasil son «de por sí» una amenaza potencial permanente para las potencias, y específicamente para la Superpotencia que proyecta poder militar en América Latina.
Concomitantemente, la industria naciente y ya en forma de oligopolios del Valle del Silicio deseaba expandir mercados y obtener ganancias de productividad en otras regiones del globo. Entonces la maniobra estratégica fue la siguiente: difundir los capitales tecnológicos norteamericanos en todo el mundo capitalista, para incorporarlos a los proyectos nacionales de cada país; así, obteniendo una serie de controles sutiles, y dirigiendo el proceso de la industria sofisticada en esos Estados. Por ejemplo, impidiendo el avance excesivo de tecnología extranjera al no transferir todas las «cartas de la manga», sino sólo las que les interesaban.
Por ejemplo, teniendo acceso a los códigos fuente de otros países, conociendo detalles precisos de su sistema de innovación y producción, espionaje industrial, backdoors y hasta boicot o destrucción de la industria local. Como en el emblemático caso de la compra del parque bélico argentino por el mayor oligopolio de las armas del planeta, la norteamericana Lockheed Martins. O en los sucesivos embargos del gobierno de EEUU a las ventas de Embraer – relativas a los EMB-314 Super tucanos; o el boicot de la aviónica hecho en los años 1980, en razón de la política estadounidense supuestamente interesada en la protección de los vínculos a los derechos humanos, que de hecho eran violados por el gobierno militar. La falta de aviónica (tecnología sensible de circuitos y electrónica), sin la cual los aviones no vuelan, hizo que Embraer detuvo su producción. He aquí la arapuca montada. Sólo Estados Unidos y aliados anglosajones, Francia, Japón y Rusia poseen dominio sobre la tecnología embarcada en forma de aviones. En la década de los ’80, el país apostó por la creación de una caza binacional, el AMX, en asociación con la industria bélica de Italia. El proyecto no fue adelante.
Además de los aviones, una serie de otros componentes llamados Aero estructuras, vistas arriba en la pirámide de subcontratos y proveedores, y de alto valor agregado, no se produce Brasil. De este modo, el escenario que se proyecta para el país si eventualmente no aceptamos en el acuerdo Boeing-Embraer, y de repente, hubiera un giro al conocido «Brasil Potencia», sería una respuesta geoestratégica agresiva de Estados Unidos, vía una posible escalada de embargos y boicots a los productos de Embraer. Sería importante probar este tipo de confrontación, pero lo mismo implica un alto nivel de cohesión interna, ya que sería la contraposición de intereses estratégicos de Brasil contra el de EEUU. Esto, en tiempos de ilusiones neoliberales e intento de alineación automática con el gobierno Trump sería impensable con la ausencia de un nacionalismo popular más agresivo y también más entramado dentro del aparato militar brasileño.
Como se mencionó, ese tipo de boicot ya ocurrió varias veces, y no sólo con Brasil. Como el caso ejemplar de chantaje internacional, observamos la cuestión de Alemania Occidental y Francia, en los años ’70, que desarrollaban un sistema de satélites de telecomunicaciones autónomo, el Simphony. Su lanzamiento falló miserablemente y luego Estados Unidos se ofreció a lanzar el programa Simphony sólo a condición de que Alemania y Francia no promovían telecomunicaciones con esos satélites, promoviendo el mantenimiento del monopolio angloamericano de Intelsat.
En consecuencia, si por un lado un giro hacia allí Geisel está amenazado por la posibilidad de chantajes y embargos, por otro, hay la cuestión comercial. De hecho, incluso siendo la tercera mayores fabricantes de aviación civil del mundo, Embraer no estará en condiciones de competir con la fusión canadiense-europea de Airbus-Bombardier y Boeing norteamericana. Ambas poseen un parque industrial tecnológico y fuentes de financiamiento que están a años luz de un país semi periférico. Además, la tendencia es que Brasil corte inversiones públicas y subsidios, incluyendo compras gubernamentales de las fuerzas armadas, lo que dificultaría aún más la supervivencia de Embraer. Esta es la trampa formada. ¿Esto implica la quiebra inmediata de Embraer? Es evidente que no, sólo que la empresa brasileña perdería en volumen, siendo obligada a buscar mercados específicos y profundizar la presencia en la aviación regional china (en específico) y asiática como todo. Pero, para realizar esta medida que acabamos de citar, sería necesario una voluntad cohesiva y capacidad de consecución de las decisiones estratégicas.
¿Eso quiere decir que Brasil no tiene alternativas? Bueno, existen, pero como afirmamos arriba, son complejas e implican un trabajo de política exterior, comercio exterior y política industrial / ciencia y tecnología que el próximo gobierno parece no tener como meta. En primer lugar, alrededor de la mitad de las exportaciones brasileñas de aeronaves y helicópteros tiene como dirección a Estados Unidos, (lo que refleja una especie de dependencia también en la esfera de exportaciones). En ese sentido, podríamos cortar todas las exportaciones del complejo aeronáutico brasileño a los vecinos del norte – y hasta, si hay audacia para ello, no entregar los proyectos que ya se han pagado, a menos que Estados Unidos saque embargos. Esta sería una estrategia arriesgada, dentro del peor de los escenarios, porque también tendría un alto costo político y económico a Brasil, y contribuiría a romper todo el sector aeroespacial local – desde que no tenemos capacidad geoeconómica de contraponer decisiones de la superpotencia en la misma medida. No tenemos el potencial de defendernos tal cual a las represalias en el precio del petróleo promovidas por la OPEP en los años ’70; pero siempre es posible contar con una maniobra de nacionalismo popular interno para contrarrestar la presencia ideológica y cultural de los Estados Unidos siempre debilitando la cohesión de nuestros países.
Otra estrategia para mantenernos autónomos sería realizar acuerdos de cooperación internacional sur-sur con los países del BRIC, dado que Rusia, China e India tienen alto nivel tecnológico, dominan cadenas globales de valores; la propia China ya ha celebrado alianzas en el pasado con Embraer, y también desea construir una industria aeronáutica competitiva. Sería una salida de maestro. Incluso Japón, Corea del Sur, Francia y Alemania desean verse más autónomos de los arbitrios de Estados Unidos. Son posibles socios, que dependen de una grandiosa persuasión diplomática, un estilo brasileño …
Hay una tercera salida. La más «conveniente» dentro de los parámetros del gobierno que se vislumbra. En el caso de Boeing, el nuevo acuerdo con Boeing, sin embargo, que la nueva empresa sea por lo menos dividida 50/50 y con el Golden Share del gobierno brasileño, y no 80/20 como está ahora. En segundo lugar, no negociar las áreas en las que las fuerzas armadas estén involucradas. Sería lo más correcto dentro del horizonte inmediato. Una adenda: ¿cómo queda la joint-venture de Embraer y Telebrás, Visión, ¿empresa constructora de satélites brasileña? ¿Habrá entrelazamiento institucional-político-económico-jurídico con los Estados Unidos? Se sabe que, si es el caso, nuestros códigos fuente necesariamente pasarán en manos norteamericanas, teniendo en cuenta su estructura jurídica. El mismo vale para el área militar, se ha firmado el acuerdo de otra joint-venture para la producción del avión KC-390. La contradicción se agrava cuando vemos formalizado en los términos de la licitación presentada por el gobierno en el reciente proceso de compra de cazas militares, el proyecto FX-BR. La licitación utilizaba de Acuerdos de Offset, cláusulas de transferencia completa de tecnología, obligatorias en Brasil desde 1992 para compras gubernamentales en el sector aeroespacial, que objetivan una amplia absorción de tecnología externa para reducir la discrepancia tecnológica frente a los países de economía desarrollada
En resumen, hay motivos suficientes para afirmar que la Embraer está enraizada, y que los militares, al no presionar por el cambio en los términos, están embriagados y catatónicos con los asuntos electorales nacionales – se lee, protagonismo en la política doméstica y abandono de la proyección de poder autónomo dentro del Sistema Internacional. Aunque seamos justos, los generales y los brigadieros se han preocupado, al menos un poco, con la parte militar de Embraer, tendremos un desastre casi irrecuperable si Boeing rompe nuestro frágil tejido tecnológico-industrial.
La encrucijada es de doble envergadura. La más expuesta es la incorporación de la Embraer S.A. y lo poco que queda del sueño de Alberto Santos Dumont y de los pioneros de la aviación brasileña se convierten en distopía imperialista. La otra encrucijada es suponer que por la simple existencia de fuerzas armadas éstas sean suficientemente nacionalistas y comprometidas con nuestra soberanía hasta el punto de ser antimperialistas ante la Superpotencia. Pero hay que reforzar. Defender a Embraer es defender la capacidad instalada en el territorio brasileño y cualquier salida a largo plazo va a necesitar de una industria aeronáutica y de aviación de caza para defender nuestro espacio aéreo de las amenazas imperiales.
Ricardo Camera es estudiante de relaciones internacionales, Lucas Santos está formado en ciencias de la computación y Bruno Lima Rocha es profesor de relaciones internacionales y periodismo. Todos son miembros del Grupo de Investigación Capital y Estado.