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Emoción y capitalismo

Fuentes: Rebelión

«Lo que hace que el romance en Internet sea tan superior a las relaciones de la vida real es el hecho de que el romance cibernético anula el cuerpo, lo que permitiría una expresión más completa del yo auténtico.» Eva Illouz, Intimidades congeladas, Katz, 2007 Ya no sabemos quiénes somos ni dónde estamos. Algunos -nobles […]

«Lo que hace que el romance en Internet sea tan superior a las relaciones de la vida real es el hecho de que el romance cibernético anula el cuerpo, lo que permitiría una expresión más completa del yo auténtico.»

Eva Illouz, Intimidades congeladas, Katz, 2007

Ya no sabemos quiénes somos ni dónde estamos. Algunos -nobles ciudadanos y respetables votantes- ni siquiera saben cómo se llaman si no leen su nombre escrito, letras de molde, en la tarjeta de crédito. Por ahora son una minoría (emergente) pero se espera un rápido aumento. Reina la banca (hipotecas y dinero para el consumo) y su corolario: la publicidad. La potencia imperial del capitalismo ha entrado en nuestras vidas, en los rincones oscuros de la intimidad, haciendo de la identidad un reflejo condicionado -vidas de cartón- del discurso totalitario de la democracia de mercado. Hemos perdido el sentido de las cosas y la realidad, sea lo que sea, no es lo que era. Parecerá que a mi edad, ochenta cumplidos, añoro el pasado. No es cierto. Añoro los restos de realidad -expresados bajo la forma de solidaridad de clase y conciencia de la necesidad- que existían antes de que el capitalismo acelerado, este modelo que hace de la falta de tiempo histórico su razón de ser, invadiera la vida diaria de las personas, su discurso propio, las relaciones afectivas y sentimientos. Antes, incluso, de que la evolución del modelo hiciera añicos las contradicciones innatas del capitalismo.

Congelación de las emociones y de la intimidad; suspensión del juicio crítico e imposibilidad para ver más allá del espacio cerrado del consumo y la exaltación del yo. Esta podría ser una buena definición del modelo: un sistema de falsa acción y parálisis total que impide la realización de las capacidades individuales y colectivas fuera de lo estipulado y previsto por la normas. El orden social del capitalismo se ha impuesto a través de un relato integrador y, pese a su apariencia militar (guerras permanentes y preventivas, impresionante el storytelling de Obama, presidente de la guerra, en la entrega del Premio Nobel de la Paz), su forma de actuar es psicológica. Vamos camino de la anulación de todas las capacidades del individuo en cuanto sujeto de la acción. La perpetuación de esta armadura psicológica de control social conllevará la erradicación de la emociones y, por tanto, suspenderá todo rastro de vida pública, común. Acabaremos siendo cyborgs sociales, es decir, humanos amputados de sus cualidades elementales (rebeldía, resistencia ante la opresión y la injusticia, etc.), programados para responder ante cualquier agresión a nuestro perfecto y armónico modo de vida: Truman show.

El nuevo orden político, económico y moral es, en esencia, un orden psicológico. Un estado de ánimo inducido, propagado hasta el delirio por los medios de comunicación, que afecta a las emociones y anula la capacidad de respuesta. Al menos en el último estadio del sistema, en las sofisticadas economías democráticas de mercado, la incapacidad para responder a las constantes agresiones es evidente. En otras zonas de la tierra, en la periferia de este sistema-mundo despedazado, la capacidad de control psicológico no ha llegado todavía a su esplendor (siguen utilizando la primaria coerción física: policial y militar) y es posible hallar brotes, aislados, de resistencia. Quedan pocas zonas ajenas al dominio y, sospecho, caerán pronto bajo la órbita del poder y sus ramificaciones. El peor de los futuros imaginables ya está aquí. Y es un futuro infantilizado, sin tiempo ni Historia, recubierto de enfermedades mentales y papel de colores, que combina a la perfección el bienestar material de la mayoría (con una renuncia de facto y de iure por parte de la ciudadanía a toda aspiración de cambio) con una entrega, cautivo y derrotado, de la potencialidad radical propia de la condición humana. Hemos abandonado el campo de batalla y sustituido el discurso y la práctica de la revolución, de la transformación estructural, por una aceptación del consumo y el placer inmediato como guía natural de conducta. Alineación es palabra antigua, pese a que sigue reflejando la realidad, pero en cuanto encontremos un sinónimo podremos definir con mayor precisión interpretativa del modelo.

Termino con una breve historia familiar. A mi edad, nací en Madrid en 1929, ya no tengo riesgos mayores de caer en este estado alterado de conciencia impulsado por el posmoderno capitalismo psicológico. Pasada cierta barrera sin retorno, la frontera del adiós, soy inmune a algunas enfermedades. Moriré manteniendo la capacidad de asombro ante la barbarie -pocas fuerzas- aunque halla perdido la energía necesaria (aquellos que hemos transitado el siglo XX español hemos muerto muchas veces) para afrontar próximas batallas. Lola, mi nieta, joven todavía, escapa como puede a las presiones cotidianas del engranaje -la universidad de Bolonia y la precariedad marcarán su vida de explotación laboral- respondiendo con violencia (tanto física como intelectual a las agresiones). Mi hijo, sin embargo, tras haber sucumbido a la idea de Illouz que encabeza el texto -la perversión de las redes y el consumo emocional- se recupera poco a poco en silencio. Ha vuelto a las fuentes y se pasa el día con Marx. Bienvenido, de nuevo, al desierto de lo real.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.